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El lunes 5, se profundizó el derrumbe de las principales Bolsas del mundo en el denominado “viernes negro”. Las principales compañías entraron en “zona de ajuste”, como se denomina a la etapa de desvalorización de sus capitales accionarios luego de haber tocado elevados niveles de “burbuja”. El índice Dow Jones ha caído 600 puntos en dos jornadas. El desplome de las acciones se concentró en las compañías ‘high tech’: Intel cayó 26 %, Nvidia 13 %, Apple 7,1 %, Tesla 8,7 %. Las “tecnológicas” representan la tercera parte del capital que se transa en la Bolsa. Los valores de estas empresas se habían ido por las nubes apuntaladas por los proyectos en Inteligencia Artificial. Los sucesivos balances trimestrales demostraron que sus ganancias no estaban a la altura de los pronósticos e incluso marcaban retrocesos importantes; la maduración de esos proyectos sigue llevando un tiempo muy superior a las expectativas, aunque no dejaron de tener un impacto positivo en la cadena de producción de sus proveedores. En cuanto al conjunto del espectro empresario, se observaba una suba considerable de los concursos de quiebra y la venta creciente de títulos de deuda de esas compañías por parte de los fondos acreedores (FT, 11/7). Al mismo tiempo, la tasa de creación de empleo, muy por debajo de la tasa de incorporación de nueva fuerza de trabajo, ha dejado en evidencia un cuadro de recesión. La Reserva Federal, en esta situación, decidió, sin embargo, mantener elevada la tasa de interés de referencia, en lugar de aflojar las condiciones de crédito de la economía. Ahora se espera que, en lugar de una reducción del 0,25 % de esa tasa, se precipite con rebajas mayores y en tiempos más cortos, para evitar una crisis generalizada y facilitar el rescate de empresas. Es probable que el remedio no sea el adecuado a la situación planteada, debido a que se mantiene una fuerte presión a la suba de precios como consecuencia de las crisis que han ocasionado las guerras en las cadenas de producción, de modo que el aflojamiento monetario impulse una reanudación de la inflación de los precios.
Cualesquiera que sea la importancia de estos factores en el derrumbe de las Bolsas, el más explosivo es el cambio de política monetaria de Japón y la revalorización de su moneda, el yen. El Nikkei, uno de los índices de la Bolsa de Tokio, cayó en la mañana de lunes 5 un 12 %, la mayor caída desde 1987, que llega al 20 % en diez días. Los inversores huyeron de la Bolsa para refugiarse en los bonos de deuda pública, que han tenido un alza sustancial, “la mayor, en una semana, desde la pandemia”, asegura The Wall Street Journal. El valor accionario cayó más de 1 billón de dólares, que se va a 3 billones a lo largo del mes, para las grandes compañías. El financista Warren Buffet se jactó públicamente de haber vendido sus acciones en Apple, previendo el derrumbe de las acciones, pero ha mantenido la boca cerrada en cuanto a sus inversiones en Japón, que fueron borradas por el hundimiento del Nikkei. Una verdadera catástrofe. (“Ha llevado un solo día borrar todas las ganancias del año en muchos de los principales mercados de valores de Asia”). La aun módica suba de las tasas de interés en Japón, por debajo de la tasa de inflación, y la revalorización del yen, que se valorizó un 16 % frente al dólar, eran una tarea obligada, que el gobierno y el Banco de Japón han venido postergando por décadas. Con una economía que pasó del 60 % al 16 % de la de Estados Unidos, las autoridades japonesas habían establecido un enorme régimen económico de subsidios a los grandes capitales, mediante la compra de deuda pública, obligaciones privadas e incluso acciones. Es así que Japón tiene la mayor deuda pública del planeta -un 330 % del PBI- y es dueña no patrimonial de la mayor parte del capital de la isla. Estas condiciones financieras estimularon la salida de capital, que tomaba préstamos a tasa negativa en su país para reinvertirlo en títulos en el exterior (“carry trade”). El desarme de este “carry trade” ha exacerbado la crisis bursátil y financiera. La reversión de este flujo -del exterior de vuelta a Japón- es el factor más relevante del desplome de la Bolsa de Nueva York. El retorno de dinero a Tokio ha ido a parar a la deuda pública japonesa. Un elemento adicional que explica la ‘normalización’ monetaria de Japón es la competencia para desplazar a China como centro financiero rival, cuyo crecimiento económico ha caído de dos dígitos a uno y ha aflojado la tasa de interés, con la consecuencia de una devaluación del yuan y una tendencia a la salida de capitales. Los rescates que cada nación ha empleado para rescatar a sus capitales y al Estado de las crecientes crisis internacionales y de las guerras ha desatado un desequilibrio internacional gigantesco, cuyo ‘reseteo’ fuerza a crisis aun mayores. La recesión que habría comenzado en Estados Unidos no contará, como ocurrió en la gran crisis del sudeste asiático (1992/99) o con la crisis mundial de 2007/8, con el auxilio de una demanda internacional creciente de parte de China, cuya tasa de crecimiento ha caído un 60 %, y que exporta su crisis al mercado mundial. El derrumbe de las Bolsas se ha extendido por supuesto a Europa, en donde al menos Alemania ya se encuentra en recesión. Alemania no ha podido revertir la crisis que le produjo la ruptura de las relaciones energéticas con Rusia.
El “ajuste” de los balances de las compañías internacionales, ante el estallido de la burbuja tecnológica y el sistema subsidiado de Japón, se ramificará ahora a todos los estratos capitalistas y al sector público, que deberán responder por los préstamos que contrajeron para financiar esas burbujas. La deuda financiera internacional que ha apalancado esas burbujas es sencillamente impresionante, en el orden de centenares de billones de dólares. Una medida del nivel que tendrá ese ajuste se podrá observar en la cotización que tendrá de ahora en más el oro, que en las últimas semanas había sufrido un cierto retroceso. Una reducción de las tasas de interés y una devaluación significativa del dólar que tuviera como contrapartida el aumento del oro reflejaría un endurecimiento de las condiciones financieras internacionales, un reflujo de la liquidez y, en ese caso, una recesión más severa (bautizada “hard landing” o aterrizaje de emergencia). Los fondos de cobertura, que se endeudaban en yenes para invertir en dólares, deberían sufrir quiebras importantes. Otros fondos más líquidos (ETF), que de acuerdo al FT controlan más de la mitad de la deuda pública y privada de corto plazo, se beneficiarían de la suba de los títulos públicos, aunque con una salvedad enorme: que los déficits fiscales se encuentran desbordados.
Los detonantes financieros han servido siempre para llevar a la superficie la crisis subyacente del conjunto de la economía. La principal es la enorme deuda pública mundial que, por su condición de impagable, requiere la manipulación constante de las variables financieras. No hay ajuste social que habilite una reducción económica sustancial de la deuda. La reducción de la tasa de interés internacional debiera, en principio, suscitar una ola de compras de la deuda de países emergentes y disminuir, eventualmente, el llamado "riesgo país", o sea, el costo de refinanciar la deuda. Una devaluación del dólar podría provocar una suba en los precios de exportación de materias primas. El petróleo y el gas, de hecho, han bajado, no subido. Es que, tomada en su conjunto, la crisis en desarrollo podría poner sobre la mesa una “gran recesión” o una tendencia deflacionaria, que afectaría a las naciones con fuerte dependencia financiera. La deuda pública norteamericana -la más importante relativamente después de Japón- se ha ido concentrando en el corto plazo, con una tasa de interés superior a la de largo plazo. El Tesoro asume la dirección de la política, por medio de subastas constantes de títulos, y por lo tanto del valor de la moneda. Esto compromete la sustentabilidad del dólar en momentos en que los acreedores de Estados Unidos retiran sus capitales del “carry trade” en la Bolsa o en los préstamos para hipotecas, incluso si se refugian, provisoriamente, en deuda pública. Se abre ahora la alternativa de una crisis bancaria, porque los bancos replican en endeudamiento a corto plazo y los préstamos a largo plazo, situación conocida como “descalce”. Esta vulnerabilidad se acentúa en los fondos financieros y en las Fintech, donde la devolución del dinero invertido es inmediata.
El desarrollo de la presente crisis tendrá implicancias sociales y políticas más o menos próximas.