El imperialismo norteamericano y el Estado sionista embarcados en imponer un Nuevo Orden sangriento en el Medio Oriente

Escribe Jorge Altamira

Una política de masacres sin respiro.

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Si se admite, como sería razonable, que la guerra no es un encadenamiento de sucesos aleatorios o azarosos, sino necesarios (lo que no quiere decir fatales) e incluso planificados, la ocupación militar de Gaza por parte de las fuerzas armadas sionistas, en Octubre de 2023, y la masacre sin límites infligida desde entonces a la población palestina tenían un propósito más amplio, de alcance estratégico. El propósito era desarrollar la condiciones para una guerra internacional contra Irán, declarado ‘enemigo existencial’ del estado sionista, y la red de milicias bajo su influencia, y proceder a un cambio de régimen político en el conjunto del Medio Oriente. Por eso cobra veracidad la audaz interpretación de que el aparato de seguridad de Israel no fue "sorprendido" por el asalto de Hamas al sur del país, el 7 de octubre del año pasado, que tuvo por objetivo negociar el canje de rehenes contra presos palestinos en Israel, sino, por el contrario, previsto y alentado. Es oficial, después de todo, que Netanyahu despreció la posibilidad de este asalto cuando fue prevenido por Al Sissi, el presidente de Egipto. Netanyahu animó durante muchísimo tiempo al gobierno de Hamas en Gaza, para atizar la división entre este y la Autoridad Palestina.

Un editorialista reputado del Financial Times (30/9) advierte ahora lo que fue la línea de nuestro periódico, Política Obrera, desde el comienzo: “Israel sueña con un Nuevo Orden en Medio Oriente”. Es lo que sostiene también un exjefe del Mossad en una entrevista del diario israelí Haaretz: “Es una oportunidad para reestructurar el Medio Oriente”, algo que ratifica un exagente británico de Inteligencia, el M16, en un artículo de su propia firma (FT 30/9). Tanto el cambio de régimen como la reestructuración regional suponen el lanzamiento de una guerra contra Irán y Yemen, y contra las milicias proiraníes en Irak, Siria y Líbano, donde Hizbollah es un pilar del Estado. El actor principal de este proyecto no puede ser otro que el imperialismo norteamericano, que financia y arma a la fuerza militar de Israel. Estados Unidos ha establecido sanciones económicas y un bloqueo financiero contra Irán, que no tiene otra finalidad que derrocar a su régimen político. El titular de Clarín (2/10), “Israel afirma que ya hizo 70 incursiones en suelo libanés desde noviembre”, una información que saca del The Wall Street Journal, o sea, apenas un mes después del asalto de Hamas, demuestra que las premisas y el diseño para una guerra internacional estaban preparadas.

El Estado iraní, consciente de su inferioridad militar y estratégica, porque debería hacer frente a Estados Unidos, ha intentado en forma persistente arribar a una salida negociada, saboteada por Trump y, en su continuidad, por Biden. Pero Irán es, por sobre todo, un Estado asediado por contradicciones sociales e históricas explosivas; el último estallido de masas, disparado por el asesinato de una joven que desafió las normas de vestimenta de la teocracia, desató una ola de huelgas en la mayor parte del país, entre cuyos reclamos figuraba el cese de los derroches en gastos militares, malgastados por aparatos fuera de cualquier control popular. El nuevo presidente de Irán, Pezeshkian, de la fila de los moderados, “enfatizó”, en el discurso ante la Asamblea de Naciones Unidas, en este marco de crisis internacional, “su apertura a un nuevo acuerdo sobre el programa nuclear de su país” (FT), que fue respondido por Netanyahu desde el mismo podio de la ONU, con un llamado a liquidar el llamado "eje del mal" y ordenando, desde Nueva York, el asesinato de Hassan Nasrallah, el líder de Hizbolla, con 85 bombas de más de una tonelada en Beirut, después de haber asesinado a Haniyeh, el líder de Hamas, en Teherán, nada menos que cuando asumía el moderado Pezeshkian. Una cadena de provocaciones para poner al país persa en el blanco supremo de una guerra regional. Gaza, Cisjordania, Líbano, Yemen, Siria e Irak son distintos eslabones y blancos de una escalada internacional.

El 1 de octubre, Irán respondió con el lanzamiento de unos 200 misiles balísticos al asesinato de Nasrallah, en el entendimiento de que sus propuestas de acuerdo habían sido rechazadas por este crimen y por el bombardeo masivo de Líbano, el punto de partida de una invasión terrestre. En un saludo a Xi Jinping, el presidente de China, por el 75 aniversario de la tercera revolución china, Pezeshkian reiteró el planteo de reanudar las negociaciones nucleares. Como ocurrió en abril pasado, cuando Irán respondió del mismo modo ante el asesinato de dirigentes militares de su país que se encontraban en la embajada de Irán en Damasco, la capital de Siria, en un ataque de la aviación sionista, los misiles fueron neutralizados en su mayor parte, principalmente por los escudos antiaéreos de Estados Unidos. Distintas fuentes especializadas que siguen la guerra aseguran que parte de esos misiles alcanzaron activos militares de Israel, una sede del Mossad y yacimientos de gas en el Mediterráneo. Ahora se espera una reacción del campo sionista, que tendría como blanco la planta de enriquecimiento de uranio en Natanz y otros establecimientos nucleares. El botón de un evento nuclear no lo protagonizaría Putin en Ucrania, como denuncia la OTAN para ocultar sus propios preparativos nucleares en esa guerra, sino Netanyahu, Biden y el conjunto del Pentágono; el secretario de Defensa, Austin, ya ha dicho doscientas veces que el apoyo a Israel de parte de EE. UU. es absoluto y total. Haaretz (1/10) añade como blancos a yacimientos, depósitos y refinerías de petróleo, aunque para esto habría que esperar a la realización de las elecciones norteamericanas (en la primera semana de noviembre), para que el aumento sideral que provocará en el costo de la nafta no vuelque a los electores a huir de Kamala Harris y refugiarse en Trump.

Para algunos comentaristas que señalan que la represalia de Irán carece de propósito estratégico, “Israel huele la debilidad” del adversario como una oportunidad para escalar las acciones militares. Sin embargo, advierte Haaretz, Hizbollah “cuenta todavía con los muy apreciados misiles de precisión, que pueden golpear a las ciudades israelíes”, así como una larga cadena de túneles. No sería suficiente, entonces, que Israel ocupe la franja de territorio que llega hasta el río Litani, sino que tiene que controlar el valle del Bekaa y los suburbios de Beirut. Como proponen un enjambre de exfuncionarios sionistas en la prensa, Israel debería, ante este desafío, llegar a un acuerdo con el gobierno de Líbano, o sea, formar un gobierno cipayo para una población hostil y armada. No ha podido derrotar aún a Hamas, al cabo de un año de masacres, ni rescatar a casi ningún rehén por medios militares. El imperialismo no ha logrado semejante objetivo en Afganistán ni tampoco en Irak. En el escenario inmediato se encuentra involucrada Siria, donde las milicias locales han atacado el campo petrolero de Conoco, en la zona Deir Ezzor, en represalia por ataques norteamericanos. Una guerra internacional en el Medio Oriente galvanizaría la resistencia internacional contra el sionismo y el imperialismo norteamericano, en especial en Estados Unidos.

A medida que escala la guerra y los asesinatos selectivos y las masacres, el Estado sionista luce más vulnerable que nunca, históricamente, y es un peligro mortal para la humanidad.

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