China exporta al mundo su propia crisis

Escribe Jorge Altamira

Crecen los desequilibrios de la restauración capitalista.

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En los once meses transcurridos de 2025, China ha batido un récord en cuanto a superávit comercial – un billón de dólares. Semejante saldo fue obtenido en medio de la guerra arancelaria desatada por Donald Trump. Aunque las exportaciones a Estados Unidos (el principal cliente de China) se redujeron, no ocurrió lo mismo con terceros países, hacia donde se desviaron parte de las ventas externas de China. No es claro tampoco que las exportaciones a Estados Unidos hayan disminuido, porque parte de ellas corresponden a bienes intermedios que están embutidos en el precio final de la cadena productiva. Este lucimiento exportador de China no es necesariamente una buena noticia. Entre otras cosas, acentuará la guerra arancelaria de mayor alcance. Es lo que ya ha ocurrido con México, Malasia, Vietnam y otros países del llamado Sur Global.

Tampoco es una señal de buena salud para la economía de China. La bancarrota inmobiliaria desencadenada hace cinco años prosigue su efecto devastador – la inversión en este rubro ha vuelto a caer, un 16%, respecto al año pasado. Se trata del rubro que motorizó durante años la inversión industrial, en el acero, el cemento, el equipamiento habitacional – y las tasas de crecimientos “chinas”. La inversión fija, o sea, en maquinaria y construcción, quedó abajo, un 2.6%. El PBI apenas ha crecido (un 4 por ciento), suponiendo que fueran datos fiables.

La realización de proyectos públicos estratégicos y los estímulos al sector privado no han logrado modificar esos indicadores. Por el contrario, han desatado una fuerte competencia industrial con la consiguiente sobre-oferta de mercancías, caída de precios y quiebras. El régimen la ha caratulado como una “involución”, para señalar su efecto destructivo. En la China capitalista el Estado tiene un rol decisivo en la financiación de la economía; es lo que el Partido Comunista llama “socialismo con características chinas”. No se trata de un “capitalismo de Estado” que compite con el capitalismo privado sino en el control de las riendas institucionales y financieras del conjunto del sistema económico. El ataque a la “involución” ha dejado al desnudo el desperdicio fenomenal que genera esta gestión estatal de la economía capitalista. El derroche se manifiesta en un stock de capital elevado con relación al producto, comparativamente a la Unión Europea y, aún más, a Estados Unidos; la inversión es elevada pero ineficiente; los bajos precios de la exportación de China son el producto de salarios muy bajos y una cadena enorme de subsidios y de tasas reales negativas de interés. La deuda pública, tanto del gobierno central como de los locales, supera el 200% del PBI; se encuentra, mayoritariamente, en fondos especiales y bancos estatales. Ningún volumen de exportación puede ofrecer una salida a la sobreproducción y a la caída de precios. El régimen chino ha tomado como parámetro de su política económica, no una asignación de mercado de los recursos, sino el propósito de alcanzar y superar al capitalismo internacional en cuanto a nuevas tecnologías, computación cuántica e Inteligencia Artificial.

Estamos ante una “construcción del capitalismo en un solo país”, que procura una autosuficiencia en todos los sectores industriales, y potencialmente en los agrarios. La participación del consumo personal en el Ingreso Nacional es del 34%, en contraste con el 60% en Estados Unidos. En términos de Producto per cápita, China sigue siendo un país atrasado: u$s 13.300 por persona, en comparación a los u$s 85.800 de Estados Unidos. El interés en obtener una alta tasa de ahorro nacional explica el enorme desequilibrio entre la tasa stock de capital y la tasa consumo personal, y entre exportaciones e importaciones. China enfrenta no solamente un estadio de sobreproducción sino también de sub-consumo, algo característico del desarrollo primitivo del capitalismo y de la formación del mercado mundial. Lo singular, en el caso actual, es que la humanidad se encuentra, en el presente, en un estadio de madurez y decadencia histórica del capitalismo – de abarrotamiento del mercado mundial. Por medio de la integración a la economía mundial, China ha pasado de la insuficiencia capitalista a la madurez y descomposición en apenas medio siglo. A esto apuntaba Trotsky en su libro Adónde va Rusia (“La Revolución Traicionada”) cuando señalaba a la crisis capitalista mundial como el condicionante de una restauración del capitalismo. Las guerras económicas y militares, en especial contra los anteriores estados no capitalistas, constituyen la expresión de las contradicciones violentas que ha desatado la transición a-histórica al capitalismo. La revolución socialista asoma otra vez su cabeza precisamente cuando los profetas del capital la habían desalojado de la historia.

El régimen chino se ha valido de todos los medios de una acumulación primitiva para desarrollar la transición capitalista. Millones de campesinos han entrado en la fuerza de trabajo industrial. La desposesión agraria ha servido para el hipotecamiento financiero de las zonas rurales; finalmente, el sobre abundante capital internacional invadió el nuevo espacio de acumulación capitalista. Las exportaciones de China, a precios especiales, comporta una transferencia de ingresos a los países desarrollados importadores y una poderosa fuerza concurrente para la declinación de la tasa de beneficio en el mercado mundial. De aquí resulta la “desindustrialización” de países como Estados Unidos, Alemania y Japón. China se ha lanzado ahora a las inversiones en teledetección, como sensores, drones, medición de radiación, satélites – todas de capital intensivo. Ya lo ha hecho en energías renovables, e incluso para renovar las viejas industrias de consumo, por medio de la robotización y la Inteligencia Artificial. “El modelo no funciona”, dice sin embargo un informe de Hinrich Foundation, que destaca la caída de la tasa de beneficio, un consumo final empantanado, y el colapso del mercado hipotecario y de la construcción. Los cambios tecnológicos enceguecen el análisis de los economistas oficiales, que no ven detrás de ellos la persistente caída del valor de la producción capitalista, el descenso de la tasa de ganancia y la sobreproducción. Michel Pettis, profesor de la Universidad de Pekin, y seguidor obstinado de las contradicciones del desarrollo de China, acaba de proponer como salida a la presente crisis la constitución de una Aduana Internacional (Foreign Affairs, diciembre 2025) que tome a su cargo “equilibrar” las transacciones internacionales para conciliar el desarrollo económico entre las principales naciones. Estamos ante una expresión deformada de la oposición entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas, de un lado, y los estados nacionales, del otro, (que no es otra cosa que el antagonismo entre el carácter social creciente de la producción y la apropiación privada del trabajo ajeno).

El estallido de todas estas contradicciones, desatadas por la ampliación de la esfera de dominación del capital financiero internacional en el marco de las restauraciones capitalistas, se ha manifestado en la seguidilla de crisis económicas mundiales desde la década de los 90. Es lo que vuelve a manifestarse en estos días con la retomada del aumento del precio del oro, a u$s 4500 la onza, y proyección a 5000. Esta suba del 71% en los once meses de 2025, se convierte en un 300%, con relación a cuatro años atrás. Los analistas la atribuyen a la ocupación del Caribe por una Armada norteamericana para atacar a Venezuela, y al fracaso de las negociaciones por Ucrania. Más allá de esto, es la expresión del agotamiento del sistema financiero basado en el patrón dólar, que fue declarado inconvertible en 1968, parcialmente, y en 1971, en forma definitiva. Asistimos a una venganza del ‘vil metal’ (acompañado por la plata). El oro, la expresión última del valor de la riqueza capitalista, contra los regímenes monetarios que creían haberlo enterrado. Pero esto ocurre cuando el bloque de los Brics (encabezado por China) ha acaparado un tercio del stock monetario de oro, y la misma China ha reducido a menos de u$s 800 millones sus tenencias de bonos del Tesoro norteamericano. La riqueza capitalista es rehén de una guerra mundial en desarrollo. El dólar, que ha financiado la restauración capitalista en China, se ha convertido en víctima de esta restauración. La historia ha seguido, lamentablemente, un curso tortuoso; la restauración capitalista ha ampliado el campo de la revolución mundial a los países avanzados. Una maduración histórica en circunstancias explosivas. Pero así como el patrón oro no tiene retorno, tampoco tiene lugar un nuevo patrón monetario internacional, ni el reemplazo del imperialismo existente por cualquier otro.

La transición histórica presente no consiste en el pasaje de un imperialismo a otro hipotético imperialismo, sino a la abolición de toda forma de imperialismo y de antagonismos entre naciones y clases.

Revista EDM