“Libertarios” y democracia sindical, una aclaración instructiva

Escribe Marcelo Ramal

El día que Alvaro Alsogaray fue aplaudido por las patotas de la burocracia.

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En nuestra edición de ayer, desarrollamos la crítica a la posición de los diputados del PTS-FITU, en el debate sobre el proyecto de “democratización sindical” en el Congreso. El diputado del PTS no defendió su dictamen propio, sino que lo retiró –la misma posición que tuvo el pejota, que actuó por indicación de los Daer, Moyano y compañía-. En esa nota, señalamos un antecedente histórico también fracasado en este plano: la ley Mucci del alfonsinismo, que ponía limites a la reelección de cúpulas sindicales y habilitaba a la consagración de minorías. Ese proyecto había sido votado en Diputados pero rechazado en Senadores por un voto. En nuestro artículo, señalamos que el voto que decidió el rechazo correspondió al liberal Alvaro Alsogaray. Pero en realidad se trató de otro derechista, el senador Sapag del MPN Neuquino. Hecha esta precisión, hay que decir lo siguiente: en ese momento, Alsogaray no era senador, sino diputado por la Capital.

En la sesión que trató el proyecto del alfonsinismo, el precursor de los liberticidas lo atacó sin reservas. Consultando la versión taquigráfica de la sesión extraordinaria del 10 de febrero de 1984, pueden encontrarse estas apreciaciones del ingeniero-militar-economista: para comenzar, califica al debate de esta ley como “inoportuno” e incluso “contrario a la Constitución”, pues “carece de la importancia” para ser tratado en extraordinarias. Luego de criticar que la ley establezca normas para la representación de minorías, Alsogaray señala que los sindicatos “deben organizarse, no como el gobierno quiera, sino como quieran los trabajadores”. La versión taquigráfica recoge la reacción de las gradas: “Muy bien, muy bien, aplausos prolongados” (sic). Se refiere, naturalmente, al aparato de la burocracia sindical presente en la sesión. Asombrado por la aclamación de la patota, Alsogaray responde: “ni en mis sueños ni fantasías hubiera esperado un aplauso así”. Luego, caracteriza al proyecto alfonsinista como “dirigista y reglamentarista”, mientras que el “dictamen de minoría” (presentado por el Pejota) se ajusta más al criterio de la libertad sindical de la Constitución”. La invocación a “que el Estado no se meta en los sindicatos” es una impostura, porque la desaprobación del proyecto Mucci dejaba en pie a la vieja legislación de asociaciones profesionales. O sea, otra variante dirigista, que “reglamenta” y asegura el dominio de la burocracia sobre la vida de los sindicatos. Como ocurre hoy, en 1984 se debatían dos variantes de estatización sindical (la ley Mucci contaba con el apoyo de un ala de la burocracia, que aspiraba a servirse de su normativa para desalojar a algunas cúpulas ya establecidas).

Alsogaray echó mano del antiestatismo para cerrar filas con la burocracia sindical. En 1989, Alsogaray se convertía en mentor de Carlos Menem, y asesor del gobierno que tendría en la burocracia de los sindicatos a uno de sus pilares para su política de privatizaciones y despidos. Cuarenta años después, Milei ha seguido el mismo derrotero. Los diputados de LLA boicotearon en dos oportunidades el dictamen para el proyecto de “democratización sindical”; días atrás, lo dejaron correr, pero se las arreglaron para que otros aliados -como la diputada del gobernador Llayora- lo boicotearan. Al retirar su propio dictamen, el PTS-FITU se alineó en el campo del blindaje a la burocracia.

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