Escribe Jorge Altamira
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Un clima de euforia reina en los principales círculos financieros. Los bonos de deuda extranjera duplican su valor; lo mismo las empresas que cotizan en Buenos Aires y Nueva York. El ‘riesgo-país’, que mide la diferencia de rendimientos entre la deuda pública de Argentina, se achica. Los dólares que se transan en los mercados paralelos se acercan, a monedas, al oficial. Argentina coquetea con “la estabilidad”. Milei usufructúa políticamente estas delicias financieras –los decretos del Ejecutivo arrasan en el Congreso, las leyes votadas por la dos Cámaras, incluso con mayorías calificadas, rebotan contra los vetos presidenciales. LLA y sus ‘brazos armados’ van por la conquista de una mayoría parlamentaria el año que viene, incluso en las legislaturas de provincias, y acarician victorias ejecutivas en numerosos distritos e incluso una reelección en 2027.
Bien mirado, sin embargo, Caputo y Milei han obtenido estos beneficios a fuerza de acumular contradicciones explosivas tanto en el campo económico como financiero. Luego del pánico desatado por una corrida bancaria en julio pasado, que se adjuntó enseguida a otra en Silicon Valley y Japón, el dúo oficial se embarcó en una venta acelerada de dólares del excedente de exportaciones en el mercado paralelo, a costa de perpetuar el stock de reservas negativas del Banco Central. Añadió a esto la emisión de deuda en pesos, las llamadas Lecaps, para transferir al Tesoro la deuda de la institución monetaria con los bancos, aunque con una característica particular, que es no pagar intereses por esa deuda hasta su vencimiento. Al día de hoy, la deuda pública bajo la gestión liberticida ha aumentado en el equivalente aproximado a los 60 mil millones de dólares. Sobre una deuda, a fines de septiembre, en pesos, de 204 billones (equivalente a 200 mil millones de dólares), las Lecap representan un 27% del total, unos 60 billones de pesos. Otra parte no menor de la deuda del Tesoro se ha valorizado por la depreciación del peso respecto al dólar y por pagar intereses superiores a la deuda contraída en divisas. Es a cambio de estas ofertas generosas a los especuladores, que se ha armado un ‘círculo virtuoso’ de pesificación de activos en dólares, que refuerza la reducción de la brecha en el mercado cambiario.
No hay en todo esto nada que no hayan hecho antes Martínez de Hoz, bajo la dictadura, ni Cavallo, bajo Menem, con los resultados que son conocidos. Todos partieron de grandes devaluaciones del peso, con la finalidad de desvalorizar jubilaciones y salarios, para luego pasar de una política de inflación a otra de deflación, con el propósito de congelar en el tiempo la confiscación impuesta de la fuerza de trabajo. El resultado final fue la declaración de default. Es lo que hizo el gobierno de Macri, con Caputo y Sturzenegger, en 2016/17, que explotó con una fuga de capitales en 2018 y un default, bautizado como “reperfilamiento”, que fue seguido por la renegociación de deuda de Martín Guzmán, los Fernández y Kicillof. En la actualidad, la deuda acumulada no ha arribado a una explosión, por la presión que ejerce el ‘cepo’, que bloquea o regula la salida de capitales y divisas. Hay que esperar a la Oficina de Presupuesto del Congreso, porque los gurúes de las finanzas no lo hacen, para enterarse que el Tesoro sigue adeudando una cifra enorme al Banco Central –unos 70 mil millones de dólares, utilizados para pagar deuda externa, contabilizados como “letras intransferibles”, sin valor de mercado. Luego del ‘saneamiento’ del Banco Central, por parte de los Caputo, el patrimonio de esa entidad continúa negativo. Sin una recapitalización, que debería ser hecha por el Tesoro, el Banco Central no puede funcionar como instrumento de regulación monetaria, o sea de rescate del capital en un período de crisis y bancarrotas.
La política de default facilitó el blanqueo de capitales, muy inferior al de Macri en 2017, pero elevado en lo que hace a la declaración de dinero en efectivo –40 mil millones de dólares. Pero este ‘rally’ no está exento de que se convierta en un ‘búmeran’, como ocurrió con Macri. El dinero que engrosó los depósitos de los bancos no encuentra mercado interno porque el gobierno ha reglamentado que los créditos se realicen en dólares a empresas cuyos ingresos se producen en la misma moneda, o sea los exportadores, principalmente. La perspectiva de una dolarización hace temer al gobierno que había prometido dolarizar la economía. Ahora le preocupa el ‘descalce de monedas’, como se llama al crédito en dólares a empresas que operan en pesos. Entretanto, las grandes empresas emiten deudas en dólares, aprovechando su abundancia, al 8% anual, que se reduce a mucho menos como consecuencia de la devaluación de la moneda norteamericana frente al peso. Esa deuda no va al financiamiento del giro económico sino al pago de deudas anteriores, contraídas a tasas de interés mayores. El endeudamiento acelerado y abusivo del Estado en pesos, a tasas elevadas por la valorización de la moneda local, subsidia el desendeudamiento del capital local, que destina su dinero a la compra de deuda del Tesoro. Este bloqueo del crédito afecta la salida a la recesión, como lo muestra la caída de la actividad económica en septiembre, luego de dos meses de supuesto ‘crecimiento’.
El impasse económico no se ve solamente en números y balances. La recesión industrial continúa implacable, disimulada por el crecimiento agropecuario y el minero. El desplome del consumo es incuestionable: un 24% anual. Pero el remedio que repite el vocero Adorni tampoco se hace ver: la inversión. Los proyectos de Vaca Muerta no han salido aún del diseño; la Unión Industrial reprocha que no hay incentivos para invertir debido a las retenciones a la exportación; al encarecimiento del peso; el hundimiento del consumo final; y a la ausencia de crédito. La situación, sin embargo, es más compleja aun que lo que surge de esta enumeración. Estados Unidos, con quien están aliados Milei y Caputo, simplemente se ha retirado del mercado de inversiones industriales o infraestructura. Es el lugar que ha ocupado China, como lo acaba de demostrar la inauguración del puerto de Changay, en Perú. Pero los liberticidas, ligados a los fondos norteamericanos, no parecen dispuestos a transitar por la ruta de la seda. Tampoco con la Unión Europea, señalada como enemiga comercial y geopolítica por Trump, el fetiche número uno de Milei. La UE, ante el giro que se ha producido en la situación internacional, ha decidido firmar el acuerdo con el Mercosur, a despecho de la oposición de Francia y Polonia. El propósito es reconstruir sus cadenas de producción, afectadas por la guerra contra Rusia, los choques con Trump y la crisis que acaba de abrirse con China. La política de Caputo y Milei, centrada en los fondos internacionales norteamericanos, va a contramano. Es un impasse que afecta a Elon Musk, que ve desbaratados numerosos negocios y que se ha alejado de Wall Street para alinear políticamente a las empresas de microelectrónica e Inteligencia Artificial. La crisis mundial va a trazar una divisoria en la burguesía argentina.
La estabilidad que festejan bonistas y financistas no ha inaugurado un ciclo de crecimiento económico. Para eso, la política económica y la economía deberán atravesar aún mayores crisis de alcances explosivos. Ha desarrollado una deuda exponencial en pesos, todavía más impagable que la que heredó, pero de ningún modo un mercado de capitales, o sea que financie un ciclo de inversiones. La apuesta a Vaca Muerta y al litio es temeraria, porque supone, de un lado, endeudamientos elevados. Del otro lado, se encuentra condicionada a un régimen de explotación que establece un régimen de transferencias de beneficios al exterior. Lo más importante es que enfrenta una crisis mundial excepcional; endeudamientos internacionales sin precedentes y una combinación de guerras comerciales y financieras; guerras geopolíticas, que involucran desestabilizaciones y golpes de Estado; y una guerra militar mundial, que abarca a casi todo el planeta. Según mentideros extraoficiales, fue lo que le dijeron sin pelos en la lengua ni miramientos a Milei, el colombiano Petro y el chino Xi, en las reuniones privadas que mantuvieron en Río, hace diez días, y Georgia Meloni, en Olivos, Buenos Aires.
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