Elon Musk encabeza un frente internacional de apoyo al neo-nazismo alemán

Escribe Jorge Altamira

A 80 años de la liberación de Auschwitz, Milei forma parte del pelotón de X.

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Elon Musk se ha puesto en campaña para apoyar a Alternative für Deustchland (AfD) en las elecciones generales que tendrán lugar en Alemania el próximo 27 de febrero. Ha puesto al servicio de esta campaña la maquinaria de la poderosa red X, sin que lluevan sobre él las acusaciones de manipulación extranjera que regularmente se adjudican a Vladimir Putin, el presidente de Rusia. Las autoridades que supervisan la transparencia de la información digital en la Unión Europea sospechan de la realidad de esa injerencia, pero dicen que es muy difícil probarla. Elon Musk integra el gobierno de Donald Trump en la condición de ministro sin cartera, encargado de llevar un gigantesco serrucho contra los gastos sociales en Estados Unidos. En la asunción de Trump, hace pocas semanas, Javier Milei y Georgia Meloni compartieron el palco de la barra trumpista con Musk, un propagandista fervoroso del uno y la otra. Ambos integran el frente internacional de hecho de apoyo al neonazismo germano, aunque no pueden darle forma política abierta a ese apoyo sin comprometer la supervivencia de las coaliciones de los gobiernos que encabezan. Las luminarias que se posan sobre AfD son muy ilustrativas, porque las dos coaliciones internacionales en que se encuentra dividida la ultraderecha, la que encabeza la francesa Le Pen y la de Georgia Meloni, han rechazado una adhesión de AfD. La AfD ocupa un espacio solitario, aunque con el apoyo del neonazi Partido Popular de Austria. Vox, sin embargo, la corriente del falangismo español que impulsó la proyección de Milei y es parte de la coalición de Meloni, está llamando al voto por AfD. Este cuadro general ayuda a contextualizar las circunstancias de la convocatoria del movimiento de disidencia sexual de Argentina a una movilización en defensa de sus derechos bajo la bandera del “antifascismo”. La cruzada que Musk tiene en la mira excede a Alemania; plantea, por ejemplo, la sustitución del gobierno laborista de Gran Bretaña por el Partido de la Reforma, que dirige el neofascista Nigel Farage. No hay nada bizarro en que se catalogue como fascista a una corriente que apuntala a una Internacional fascista y es apuntalada por ella. El antiwokismo de Musk (oposición al derecho al aborto, al matrimonio igualitario, a la promoción de programas de apoyo social a las disidencias, liquidación de los presupuestos de salud y educación, represión a la inmigración) no es de naturaleza clerical, como lo revela la oposición del Papa o el pronunciamiento de esta semana contra cualquier alianza con AfD, de parte de las iglesias católicas y protestantes de Alemania; es de carácter fascista. Lo mismo pasa con Milei.

El fascismo de Musk tiene sus "principios": la Unión Europea ha condenado a las grandes tecnológicas norteamericanas con multas de 6.000 a 15.000 millones de dólares por elusión fiscal, y les ha impuesto un piso fiscal del 15 % en todas sus jurisdicciones. Estos monopolios son grandes demandantes de apoyo estatal, porque tienen presupuestos de inversiones enormes sin la certeza de que obtendrán los lucros correspondientes. Lo demostró el derrumbe de Nvidia frente a la aparición de una start-up competidora de China. La contrapartida de esta ofensiva antiimpositiva es la destrucción casi completa de los gastos sociales, en momentos en que los presupuestos de guerra crecen sin parar, como también los intereses por las deudas públicas descomunales. Este "ajuste" en escala histórica sólo es viable con un ataque a fondo contra la clase obrera y los derechos democráticos. La UE no tiene ningún ‘campeón europeo’ de economía digital e IA para disputar el mercado a las norteamericanas.

Cuando algunos woke del medio pelo internacional procuran calmar conciencias asegurando que el fascismo es un fenómeno fuera de época, la democracia cristiana de Alemania depositó dos mociones no vinculantes en el Parlamento -contra la inmigración y por el aumento de penas-, que sólo podían prosperar con los votos de AfD, el segundo en número de bancas –una condición hasta ahora proscrita para los partidos establecidos-. Aunque una mayoría de la prensa no comparte la caracterización, el episodio apunta a la formación de un gobierno de coalición con los neonazis. Mientras que la aceptación del voto de AfD fue duramente criticado por el Socialismo y los Verdes, no ocurrió lo mismo con el contenido de las normas, que fue apoyado por el resto de las bancadas en su totalidad; un partido fascistizante de orígen stalinista (PSW), exmiembro del Partido de Izquierda, se abstuvo. Los sondeos electorales los encabeza la Democracia Cristiana con un módico 30 %, seguido por AfD, con 25 % –la única fuerza en crecimiento-. Luego del hundimiento de la coalición de gobierno Verde-Socialista-Liberal, no hay cómo formar gobierno sin AfD. Es lo que ha ocurrido en la vecina Austria, donde el neonazi PPA, de Herbert Kicki, ha sido llamado a formar gobierno con el exoficialismo conservador.

La Unión Europea no se encuentra solamente atravesada por un proceso de desindustrialización, sino también por un realineamiento político inédito –las coaliciones con la ultraderecha y los neonazis-. Esta ultraderecha está lejos de pretender ni plantea gobernar mediante una “ley habilitante” (“enabling act”), o sea, facultades extraordinarias y excluyentes de gobierno, como la que impuso Hitler a sus socios conservadores en una pseudocoalición que duró un par de semanas. En los parlamentos, en el gobierno y en la Comisión Europea, la ultraderecha y el neonazismo se ajustan a los reglamentos constitucionales; se presenta, de este modo, un escenario de normalización política con los extremos. Meloni ha llegado a prohibir la defensa del fascismo en su partido fascista, los Hermanos de Italia, a cambio de puestos en el Consejo Europeo y del derecho de la italiana Unicredit para quedarse con la alemana Commerzbank. Debajo de la superficie operan otros factores: la (como repite Trump) “declinación” de Estados Unidos, o sea del capitalismo; la acentuación de la guerra mundial; la derechización (“chauvinización”) del voto popular. Como en la escena célebre de Woody Allen, se asiste a un “match-point”.

El destino de la pelota está en manos de la lucha de clases (incluida la guerra) internacional.

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