Escribe Jorge Altamira
Una crisis que afecta a la Unión Europea y a la financiación de la guerra imperialista.
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La expulsión del ministro de Finanzas, Christian Lindner, por parte del primer ministro, Olaf Scholz, ha puesto fin al gobierno de Alemania, que ahora se debate en otra crisis acerca de la fecha de convocatoria de nuevas elecciones. Mientras que el diseño de Scholz es presentar un voto de confianza en enero, para que su rechazo habilite los comicios para marzo, una mayoría de partidos y la Confederación de la Industria reclaman acelerar el proceso, para que se pueda votar en enero. De otro modo, el parlamento alemán debería votar el Presupuesto 2025 de Scholz, que es el punto inmediato de toda la discordia. Los medios atribuyen al primer ministro la intención de ampliar el gasto público para reactivar una economía en retroceso y hacer frente a la crisis de sus principales industrias, y, por sobre todo, obtener nuevo financiamiento para proseguir la guerra en Ucrania. El veto de la clase dominante a este propósito marca la envergadura internacional de la crisis política. La convocatoria a elecciones no resolvería nada, porque Alemania no tiene un partido mayoritario y otra coalición acabaría empantanada en el mismo impasse que acabó con el gobierno saliente. El Partido Socialdemócrata de Scholz figura en un tercer puesto alejado, alrededor del 16 %, en las intenciones de voto. La ahora “cuestión alemana” pone a luz que la crisis mundial no se confina al retroceso histórico del imperialismo norteamericano, sino que es una red que envuelve al conjunto de la economía y la política mundiales, incluidos China y Rusia y el llamado Sur Global.
El próximo gobierno sería encabezado por Friedrich Merz, del partido Demócrata Cristiano, un partidario de enviar a Kiev los misiles Taurus, que tienen la capacidad de golpear el territorio de Rusia en profundidad. El equipo de Donald Trump sostiene que esto es un derroche de dinero cuando la guerra se está definiendo en el sudeste de Ucrania y la costa del Mar Negro. Pero, para reforzar su participación en la guerra, Alemania debería proceder a un cambio de régimen de gobierno “adaptado a una nueva era de conflicto geopolítico”, plantea un analista de asuntos alemanes, Wolfgang Munchau. Agrega también que Alemania no ha avanzado en una remilitarización de la industria y en un presupuesto fiscal que asigne la parte del león a los gastos militares. La guerra ha trastocado el desarrollo industrial de Alemania basado en la provisión de energía barata de Rusia; el golpe sufrido por la industria automotriz y la química ha sido devastador. Como dice un especialista: “El núcleo de la máquina exportadora de la Unión Europea se ha hundido en dificultades debido al fin de la energía barata de Rusia”. El imperialismo norteamericano forzó la guerra en Ucrania, entre otras razones, para quebrar los acuerdos económicos de Alemania con Rusia y destruir a un competidor en el mercado mundial. El artífice de esta operación política, Donald Trump, advierte ahora que establecerá un arancel general del 20 % a las importaciones a Estados Unidos, y ha añadido: “quiero que las compañías automotrices alemanas se conviertan en compañías automotrices americanas” –que en lugar de exportar hacia EEUU produzcan allí y exporten al mercado mundial-. También reclamó que “Europa apoye militarmente a Ucrania y alumbre el fuego de un giro rearmamentista” . De acuerdo a uno de los mayores especialistas en economía del petróleo, Daniel Yergin, el cierre de los gasoductos rusos a Alemania, impuesto a Angela Merkel, la ex primera ministra germana, por Trump, fue la causa final que llevó a la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Era entonces el mismo Trump que asegura ahora que pondría fin a la guerra.
La guerra comercial y la guerra en Ucrania no son, sin embargo, más que el detonante de un agotamiento estructural del conjunto de la Unión Europea. Un Informe especial, redactado por el expresidente del Banco Central Europeo, estableció que la UE necesita inversiones del orden de los 8 billones de euros, durante una década, para recuperar una posición de competencia en el mercado internacional. La propuesta esencial de Draghi es que se establezca un mercado de capitales único y una unión bancaria de la UE para recaudar el financiamiento necesario para ese gasto gigantesco. Propone una concentración bancaria enorme. Dice que el valor de los cincuenta principales bancos europeos equivale a cinco de los mayores bancos norteamericanos. Señala que la UE carece de recursos para rescatar compañías poderosas que van a la quiebra, como ocurrió en la crisis de 2008/10, y que la solución de promover fusiones en lugar de rescates, exige un sector financiero poderoso. Se trata, indudablemente, de un programa de ajuste fiscal y de desregulamiento institucional, social y laboral, para respaldar ese objetivo. El planteo, al mismo tiempo, supone elevar la guerra económica presente a todos los niveles financieros y al mismo tiempo una disputa estratégica con Wall Street. Un caso emblemático son los choques que ha provocado el intento del banco italiano Unicredit para quedarse con el Commerzbank, el segundo de Alemania. Basta enumerar este conjunto de contradicciones para concluir que antes de conseguir su viabilidad, el plan Draghi desatará choques internacionales mayúsculos, si es que no es archivado por largo tiempo.
Alemania ha sido recategorizada por muchos como “la enferma de Europa”, probablemente por un desconocimiento de la crisis que atraviesa Francia. La expresión más relevante de la crisis alemana es el derrumbe de VW, que ha decidido cerrar tres plantas. VW marcha atrás de todo sus competidores en cuanto a la fabricación de autos eléctricos, por eso pide protección arancelaria, incurriendo en la contradicción de chocar con China, desde donde la automotriz exporta incluso a Alemania. Aunque, como ocurre en estos casos, se proyecta una tanda enorme de despidos, la prensa internacional acuerda en atribuir el hundimiento de la compañía a su propio directorio, donde se sienta también la burocracia sindical. En Alemania se ha desatado una corriente de denuncias de “la inconducta de las corporaciones”, que alcanza a los proyectos de Inteligencia Artificial. Pero la mayor inconducta es del propio Estado, que sostiene a estos pulpos por medio de subsidios. Un comentario en los medios sobre esta situación destaca el inmovilismo del régimen político para elaborar una salida. El desplome industrial tiene lugar cuando los salarios de convenio se encuentran por debajo del año 2020, en la pandemia. En cuanto a la desocupación, el 15 % de la población se encuentra en “estadios de formación”, el eufemismo que disimula el desempleo. Pero mientras la producción industrial retrocede la Bolsa sigue en curva ascendente –una señal inconfundible de parasitismo y también de crisis financiera en el horizonte cercano-.
En este escenario, algunos comentarios de la prensa financiera son ciertamente instructivos. El Financial Times, por ejemplo, señala que la performance económica de EEUU y el Reino Unido no es mejor que la de Alemania. Que el fracaso de la gestión de VW se equipara a la de Boeing. Al comparar la trayectoria del desarrollo industrial de Alemania con el de Japón y el de China, señala que no logran superar cierto estadio histórico y entran en un estancamiento prolongado. Pone a China, que ha crecido en el pasado a tasas superiores al 10 % anual, mientras ahora tiene que recurrir a subsidios para que no caiga del 4 % al año, en una fase de estancamiento que, por el tamaño de su economía y la rigidez del sistema político, tendrá “alcances más destructivos”.
La crisis política de Alemania es sólo el témpano de una gigantesca crisis histórica, que tiene lugar al mismo tiempo que una guerra mundial de masacres sin salidas políticas a la vista. Los obreros de Volkswagen han comenzado una deliberación política sobre el conjunto de la situación. El desarrollo de la lucha de clases que genera esta crisis tendrá un efecto muy grande en todo el proletariado mundial.