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Alemania ha ganado los titulares de la información, incluso en Argentina, como consecuencia de la victoria del partido Alternativa por Alemania -AfD- en el estado de Turingia, donde obtuvo el 33% de los votos, y el segundo lugar que obtuvo en Sajonia, arriba del 30%, a décimas de votos del ganador. Ambos estados han formado parte de la ex República Democrática de Alemania, un vasallo de Moscú desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. AfD es catalogada como un partido neonazi sin otras adiciones, a diferencia de las dos fuerzas de ultraderecha de la Unión Europa, una liderada por la francesa Marine Le Pen, la otra por la italiana Giorgia Meloni, a los que se los inscribe como “populistas de derecha” o de extrema derecha. AfD fue fundada en 2013, de modo que su ascenso electoral ha sido claramente veloz. En las últimas elecciones nacionales quedó consagrada como el primer partido de oposición en el Bundestag –el Parlamento alemán. Bjorn Höcke, líder regional y nacional de AfD, ha sido sancionado por recurrir a la fraseología de Hitler o por denunciar al judeocidío del nazismo como un fraude.
El ascenso del neonazismo es, sin embargo, solamente el aspecto más saliente de la tendencia electoral y política hacia la derecha en Alemania. Lo complementa el ascenso de otro partido, que lleva el nombre de su fundadora, Sahra Wagenknecht, el BSW. Esta corriente es una escisión del partido Die Linke, La Izquierda, una suerte de Podemos español y, hasta cierto punto del FITU, que algunos califican como de extrema izquierda. Ha tenido un crecimiento espectacular en poco más de un año, al punto de alcanzar un promedio nacional del 15% de los votos, aproximadamente. Aunque la patrona del partido ha repetido que una alianza hipotética con la AfD es una “línea roja” que jamás cruzaría, y que está dispuesta a participar de coaliciones con los llamados partidos democráticos, comparte con los neonazis una cruzada contra la inmigración, en su mayoría de origen musulmán, y la denuncia de la OTAN y de la guerra de la OTAN contra Rusia. Este fenómeno que desconcierta a un buen número de analistas tiene una cierta semejanza con el pasaje de la izquierda al fascismo en Europa en la década del 20 del siglo pasado, en primer lugar con el mismo Mussolini, pero también con las burocracias sindicales que adhirieron al régimen fascista en Italia y a dirigentes stalinistas que hicieron lo mismo con el fascismo francés. El nacionalismo en los países imperialistas es siempre una expresión del fascismo, no importa la demagogia social que emplee, de origen izquierdista, o precisamente por esa demagogia. El programa de Sahra Wagenknecht es una herencia residual del programa “soberanista” que encaró décadas atrás Oskar Lafontaine, su marido, en la socialdemocracia alemana hace varias décadas. Cuando se observa que los votos sumados de AfD y BSW superan la mitad del electorado efectivo (60% del padrón), es claro que Alemania atraviesa una crisis histórica excepcional.
Más de treinta años después de la reunificación, Alemania, se encuentra en un claro retroceso industrial. La prometida potencia directora de la Unión Europea atraviesa un proceso de desindustrialización como consecuencia de la competencia de China, de un lado, y de Estados Unidos, del otro. La industria de punta del país, la automotriz y de componentes, ha cedido terreno en el interior de Alemania y en las inversiones extranjeras –en primer lugar, el mercado chino. El número de pedidos de quiebra crece cada año; también pierden posiciones la industria química y la electrónica. En consecuencia, Alemania atraviesa un período de despidos masivos. El corte de suministro de gas barato de Rusia impuesto por Estados Unidos y la OTAN han causado perjuicios enormes –además del acceso privilegiado al mercado ruso. Donald Trump, bajo su presidencia, dejó en claro la intención de quebrar a la industria germana, pero incluso con anterioridad, Barack Obama se empeñó en destruir lo que observaba como una alianza económica ruinosa para Estados Unidos entre Rusia y Alemania. La enorme inversión de parte de Joe Biden en el subsidio a la transición energética en Estados Unidos ha operado como una competencia desleal contra Alemania y la emigración de capital industrial alemán hacia territorio norteamericano. Uno de los propósitos estratégicos de la guerra en Ucrania es recuperar la dependencia de Alemania de Estados Unidos anterior a la reunificación alemana. Ahora mismo, el gobierno de Biden ha reflotado la intención de instalar bases de misiles de medio alcance en Alemania, como lo había hecho en el período de “la guerra fría” con la URSS. El involucramiento de la coalición de gobierno de Alemania en la guerra, mediante la provisión de carros armados, misiles y tanques, de un lado, y la construcción de bases militares en los países del Báltico y de un corredor militar con Polonia, ha acentuado al extremo la campaña de AfD y de BSW a favor de interrumpir la guerra contra Rusia, alcanzar un acuerdo de paz, reformular el “sistema de seguridad” de la Unión Europea y, en el limite, retirarse de la OTAN. La guerra mundial, como ha ocurrido en el pasado, es “el huevo de la serpiente” del fascismo. Alemania ilustra, de un modo excepcional, la diferencia de la lucha por la paz entre el internacionalismo y la demagogia nacionalista. El nacionalismo es una tentativa forzada por la crisis, de reformular la composición de los bloques en guerra. No abolir la guerra. Los fascistas alemanes no proponen terminar la guerra contra Rusia por conmiseración con Ucrania, a la que buscaron anexar en la Primera Guerra y destruir, con Rusia incluida, en la Segunda Guerra: el propósito es romper la asfixia de Alemania por parte del imperialismo norteamericano, y evitar que la desintegración política del país los coloque frente a una revolución proletaria.
El neonazismo alemán no es solo electoral. Son numerosas las organizaciones neonazis clandestinas o semilegales que actúan bajo la cobertura del Estado. “Los ciudadanos del Reich” (imperio) reúne a parte de la élite del país y ha organizado atentados: también se han conocido organizaciones neonazis en en el Ejército y la Policía, incluso de representantes parlamentarios o miembros del Poder Judicial. Para diversos sectores del neonazismo, la República de Alemania y su Constitución son ilegales, alegando que fueron construidas por las fuerzas de ocupación al final de la última guerra. La misma Policía ha sido investida de poderes de espionaje ilegales como el uso ilimitado de la ciberseguridad y de la inteligencia artificial para la identificación de personas o la infiltración en toda la comunicación electrónica interpersonal. El fascismo no crece de los margenes al centro sino en sentido contrario.
Es claro, sin embargo, que el nido del fascismo, en la presente crisis mundial, se encuentra en Estados Unidos, que ya ha conocido el primer intento de golpe de Estado, acompañado de un asalto de contingentes desclasados. La crisis norteamericana determinará el curso general del fascismo, que es siempre un fenómeno mundial. No sería necesariamente un fascismo tutelado por el imperialismo norteamericano; podría avanzar o prosperar como parte de una lucha interimperialista sin disfraces democráticos. El proceso alemán convoca a una lucha por las libertades y contra la guerra mundial sobre una base internacionalista, o sea la lucha unificada de los trabajadores de todos los países.