Escribe Jorge Altamira
Un telón de fondo para las inminentes elecciones europeas.
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La OTAN ha dado via libre para que Ucrania ataque territorio ruso con aviones, misiles y drones, que se están enviando al terreno, por parte de Estados Unidos, Francia y Alemania, con la participación secundaria de Polonia y las naciones del Báltico. El temor a un enfrentamiento directo con Rusia, alegado por la propaganda imperialista, ha sido dejado de lado. “El Pentágono, escribe The Washington Post, ha quedado a cargo de dar a Ucrania las directrices exactas para golpear adentro de Rusia”. Con esto se cae el disfraz de una guerra ‘proxy’, como se designa a aquellas que se libran por intermediarios. Desde mucho antes de la invasión rusa a Ucrania, en febrero de 2022, la guerra contra Rusia es protagonizada, estratégica y tácticamente, por la OTAN y con armamento de los países de la OTAN. La decisión de atacar “nudos de transporte, energía, comunicaciones, bases militares, aeropuertos, refinerías, concentraciones de tropas, o directamente lo que Ucrania quiera” (Clarín, La Nación), ha sido tomada colectivamente en una reciente asamblea de parlamentarios europeos que tuvo lugar en Sofía, la capital de Bulgaria.
The New York Times, que se ha convertido en el conducto informativo de la escalada militar, junto a Washington Post, señala que Biden ha autorizado ataques limitados contra la artillería, las bases de misiles y los centros de comando de Rusia, “algo que ocurre por primera vez, enfatiza, contra un adversario nuclear”. El objetivo declarado es proteger a la asediada ciudad de Járkov, la segunda en importancia de Ucrania. Kharkov, de más de un millón y medio de habitantes, se encuentra muy cerca de la frontera con Rusia y ha sido la plataforma de ataques contra Belgorod, la ciudad rusa del otro lado de la frontera. EEUU ha entregado a Ucrania los ATACMS, misiles de largo alcance; Francia, los Scalp, con un radio de 500 kilómetros. Gran Bretaña se apresta a entregar a Ucrania el sistema de misiles de largo alcance Storm Shadow, “para atacar cualquier punto del territorio ruso”. Se encuentran en la mira la terminal petrolífera de Kavkaz, el radar de Krasnodar, los hangares aeronáuticos de Marinova y el centro militar de Rostov. Ucrania, el 23 de mayo pasado lanzó un ataque con ATACMS norteamericanos contra Crimea, la península que alberga a la flota naval de Rusia.
Lo que ha impulsado esta escalada contra Rusia de parte de la OTAN es el colapso militar de Ucrania ante una embestida –Kharkov-. La prensa norteamericana advierte acerca del “colapso acelerado de las fuerzas armadas de Ucrania”. La embestida rusa es, sin embargo, limitada. Putin incluso declaró en forma pública que no pretendía tomar la ciudad, algo que sería factible en términos militares –claro que a un costo humano y político elevado-. La ocupación y administración de una urbe muy poblada podría convertirse en una pesadilla para el ejército ruso; el rechazo es una expresión de que los ucranianos no ven a Putin como una fuerza liberadora sino opresora. Para el jefe ruso el asedio a Kharkov tiene el propósito de crear un territorio tapón en la zona que linda con Rusia. Incluso ha vuelto a proponer la negociación de un cese de hostilidades o “de paz”, si la OTAN retiraba la decisión de proveer el armamento sofisticado a Ucrania. El colapso de Ucrania no es sólo militar: un sector creciente de la población desea poner fin a la guerra. Del otro lado, este colapso político viene acompañado de otro: el fracaso del Kremlin en cuanto eliminar o neutralizar la dominación de Ucrania por parte de la OTAN. La invasión militar de Ucrania no ha sido una vía eficaz para frustrar y detener la ofensiva de esa coalición imperialista. La invasión, en realidad, ha sido una fuente de crisis política en Rusia –desde el levantamiento del llamado grupo Wagner y la subsiguiente muerte de su jefe, Prigozhyn, hasta las siguientes purgas en el alto escalón de gobierno, que tampoco dan visos de cesar-.
Los funcionarios de Moscú han reiterado la disposición del gobierno de Rusia a utilizar armas nucleares como respuesta a la enorme escalada bélica de sus adversarios. Tiene un mapa de objetivos militares a atacar en Alemania y Polonia, en los países Bálticos, y finalmente en Francia y el Reino Unido. Putin ha sido muy explícito frente a los llamados del gobierno británico a atacar el territorio ruso como misiles y drones: bombardearía objetivos militares en la Isla. La amenaza de una confrontación nuclear está planteada, pero ocurre lo mismo con la de atacar satélites que operan como centro de comunicación de los centros militares y las operaciones en el terreno. Polonia ya ha iniciado la construcción de una muralla de 400 kilómetros en la frontera con Bielorrusia y Kaliningrado, un enclave ruso en la frontera con Alemania. Con el nombre de “Escudo Protector Oriental”, indica la intención ulterior de instalar un sistema de misiles interceptores, del tipo de los Patriot, de fabricación estadounidense.
La guerra en Ucrania ha dejado de estar confinada a la geografía contigua a los mares de Azov y el Negro, y al puente que une territorio continental ruso con Crimea. Es una guerra europea, o sea mundial.
Los gobiernos europeos de la OTAN han puesto el pie en el acelerador de la guerra, cuando se espera la derrota de la mayoría de ellos en las elecciones del próximo 9 de junio para el parlamento europeo. Las encuestas señalan además un ascenso de la ultraderecha –en especial en Alemania. Entre el descenso del nivel de vida de las masas en el continente y el rechazo lento pero creciente a la guerra, el electorado se inclina hacia las formaciones neofascistas, en especial hacia el sector que denuncia la guerra como perjudicial para los intereses nacionales, y tiene vínculos políticos con Putin. Una crisis similar se plantea en EEUU; Putin acaba de rechazar la condena judicial de Trump por adulteración de cuentas bancarias para ocultar un soborno a una “porno star”. El rechazo seguramente sería mayor si Trump fuera condenado por tentativa de golpe de estado, cuando una banda de fanáticos asaltó el Capitolio, con la intención incluso de matar a algunos diputados.
Curiosamente, la reactivación de la guerra, por parte de la OTAN, viene acompañada por un aumento de la compra de gas licuado de Rusia, que la prensa adjudica a una acción preventiva para acumular inventarios, ante la inminencia de una escalada militar. El gasoducto que atraviesa a Ucrania sólo sería desactivado en diciembre próximo, y ha sido utilizado durante toda la guerra para abastecer de gas natural a varios países europeos. Incluso en esta eventualidad de un corte de estos suministros, están dispuestas las alternativas de los que atraviesan Turquía, un miembro de la OTAN –el Blue Stream y el Turk Stream-. La guerra ha avivado las contradicciones al interior de la OTAN, condicionados por las crisis política que atraviesas y por la disputa por la apropiación de los resultados de la guerra. La OTAN pretende utilizar los activos expropiados a Rusia para financiar la guerra, o al menos utilizar los intereses que rinden esos activos. Rusia, por su lado, mantiene en actividad a numerosas empresas e incluso bancos vinculados a la Unión Europea y Estados Unidos, que pagan impuestos para financiar la guerra de Putin. Las batallas legales que han provocado estas medidas, en uno y otro campo, tienen en vista los intereses discrepantes de los capitalistas para cuando, como ellos piensan, el conflicto militar haya concluido.
La provisión de misiles de largo alcance y de drones, bajo control de la OTAN, supone el incremento de la presencia de personal militar de la OTAN en Ucrania. A esto hay que sumar la exigencia de Emmanuel Macron de establecer tropas de combate, al menos en el oeste del país y en Kiev. Tanto uno como el otro desarrollo fue definido por Putin como una declaración de guerra de parte de la OTAN. Una escalada de este alcance, ampliaría, si no el escenario o el terreno bélico, al menos el campo geopolítico de la guerra. Países como China e India; Turquía, Irán y Arabia Saudita; Israel; se verían forzados a realinear el nivel de intervención en el conflicto. La guerra entre la OTAN con Rusia y China se despliega ahora mismo en el África subsahariana. El avance ‘pacífico’ de la OTAN hacia el este europeo ha concluido: los países involucrados ya han lanzado sus planes hacia una economía de guerra.
La humanidad se enfrenta al peligro de una catástrofe nuclear. La lucha contra la guerra no puede ser sino la lucha contra los gobiernos que recurren a la guerra –desde la OTAN hasta las oligarquías y burocracias de Moscú y de Pekin. El aparato estatal de Rusia pelea por el reconocimiento de una cuota del mercado internacional y de la política mundial para la oligarquía restauracionista del Kremlin. No libra una guerra antiimperialista sino proimperialista. La guerra por un nuevo reparto del mercado mundial está mejor expresada en la ofensiva del imperialismo norteamericano contra China, al cabo de medio siglo de sostenido apoyo norteamericano a la restauración capitalista. Sobre la base de la decadencia histórica del capitalismo y sobre la base de la guerra se desarrolla una tendencia al fascismo. Los gobiernos y movimientos que representan esta tendencia, constituyen sus primeros brotes y tienen un carácter episódico o transitorio. La emergencia del fascismo como cuestión expresa, sin embargo, a la tendencia a la guerra civil en los principales estados y potencias capitalistas.
El estado político del mundo se encuentra ante las primeras manifestaciones de una guerra civil internacional. La política mundial todavía oscila entre varios polos (liberales, antiliberales, socialdemócratas, pseudoizquierdistas), que confunden la situación en su conjunto. Del lado de las masas, la crisis de dirección histórica, desde el derrumbe de las dos últimas Internacionales, no ha impedido el estallido de rebeliones y levantamientos populares, pero sí su consistencia, profundización y dirección estratégica. La superación de esta crisis de dirección – una lucha que lleva, entre ascensos y derrumbes, ya un siglo – está condicionada al desarrollo de una vanguardia que ofrezca una perspectiva histórica independiente al proletariado y a los trabajadores en su conjunto. En el terreno de la presente etapa, no faltará la irrupción de la fuerza elemental de las masas, una y otra vez, y por lo tanto la tendencia a reconstruir la sociedad sobre bases comunistas.
III Congreso de Política Obrera: Llamamos a las nuevas generaciones de luchadores a participar del debate político Publicamos el texto central de las discusiones, 21/04/2024.