Antonio Gasalla, despedida a un irreverente

Escribe Jacyn

Antonio Gasalla, despedida a un irreverente

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En su momento de esplendor, cuando copó el prime time televisivo de la televisión pública entre fines de los años 80 y principios de los 90, Antonio Gasalla se consagró como el eslabón entre dos generaciones que, por prepotencia de trabajo y calidad, alcanzaron la popularidad desde los márgenes del circuito teatral convencional.

Junto a Carlos Perciavalle, Edda Díaz y Nacha Guevara, entre otros, Gasalla fue protagonista de ese antecedente inevitable del under de los años 80 que fue el café concert. Esa generación, marcada por el Mayo Francés, cultivó la crítica social bajo la dictadura de Onganía en un circuito inventado por ella misma. Formado en la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde trabó amistad con Perciavalle, formaron una dupla que unía lo profano y lo sagrado, con reinvenciones de Shakespeare y Chejov en clave satírica. La carrera artística de Gasalla se funda en un acto de disidencia, cuando se atrevió a declararle a su padre -un inmigrante de carácter severo que quería ver a sus hijos recibirse de médicos- que se dedicaría a la actuación y este le retiró la palabra.

En la década del 80, Gasalla conocería la popularidad de la mano del cine y la televisión. Su personaje de Mamá Cora -con reminicencias a La Nona que interpretó Pepe Soriano en la obra de Roberto Cossa- fue el centro de gravedad de la chispeante comedia costumbrista “Esperando la carroza”. Poco después, Gasalla llegaría a la TV con su propio programa. Se rodeó de contemporáneos como Roberto Carnaghi y Norma Pons, pero también reclutó a un elenco joven talentosísimo, empezando por Juana Molina -una comediante brillante que finalmente forjó una gran carrera musical-, Juan Acosta -antes de convertirse en bufón del macrismo- y el recientemente fallecido Atilio Veronelli, entre otros. Gasalla, sobre todo en el último tramo del ciclo, puso en valor a toda la reserva del teatro underground de la ciudad de Buenos Aires, cuyo foco se encontraba en el célebre Parakultural que dirigía Omar Viola. Es posible establecer una conexión entre la generación del Di Tella y el Mayo Francés con estos ´hijos de la Dictadura´. Gasalla llevó a su programa a Las Gambas al Ajillo -Verónica Llinás, Alejandra Fletchner, entre otras- y, sobre todo, a la dupla que conformaban Alejandro Urdapilleta y Humberto Tortonese (el tercero de aquel núcleo dulce y despiadado, Batato Barea, ya había muerto) e impulsó a un joven Alfredo Casero y a artistas de otras disciplinas, como Sergio De Loof y Renata Schussheim, entre otros. Los unía con ellos esa intensa veta sátírica que derramaba ácido sobre el “Ser Nacional” que las dictaduras y sus alternativas constitucionales pretendieron forjar de arriba hacia abajo. Trasvestidos, desaforados, de lengua filosa y físicamente comprometidos, los personajes que habitaban “el mundo de Antonio Gasalla” brillaban en la mediocridad menemista y sus aspiraciones ´primermundistas´. En las décadas siguientes, aquellos artistas serían protagonistas de numerosos éxitos televisivos, teatrales y cinematográficos.

Gasalla creó a una veintena de personajes que se convirtieron en arquetípicos, vigentes todavía hoy, a pesar de los años transcurridos. Tuvo el talento, la visión, la audacia y la generosidad para saber impulsar a una nueva generación y hacer popular lo grotesco, lo incómodo, lo salvaje que, en ese entonces, se cocía en los sótanos porteños.

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