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Lo único que se supo de Javier Milei, después de la guerra internacional desatada por los anuncios de Trump, es un tuit donde se ufana de la “fortaleza argentina” para enfrentar la crisis a causa de su “superávit fiscal y financiero”. Si esa fuera una razón suficiente, entonces Milei se vanagloria de un fraude o un dibujo contable, porque el Tesoro no contabiliza los intereses generados por la deuda pública que le transfirió el Banco Central y que se acumulan para ser cancelados a su vencimiento. Ese “dibujo” se extiende a las obras públicas canceladas o postergadas, incluso con fondos de organismos internacionales. En cualquier caso, un superávit en pesos no resuelve la crisis de reservas internacionales, que arrasa con los dólares que compra el Banco Central y con una parte de los depósitos privados. Para aplacar ese drenaje, el Fondo Monetario reclama una devaluación. Pero la devaluación haría saltar la carga de intereses de la deuda pública en pesos que se ajusta con el dólar y enterraría sin atenuantes al pretendido “equilibrio fiscal”. La “macro ordenada”, que pregonan los economistas del gobierno y otros, no tiene de dónde agarrarse para no caer.
A la luz de este cuadro de situación, es un absurdo preguntarse si es la crisis mundial la que “va a afectar” a la economía de Milei-Caputo. El plan liberticida estaba agotado antes de la guerra de Trump, por el peso extraordinario de la deuda pública argentina y las condiciones de una crisis mundial que ya se encontraba en desarrollo (el precio de litio, una de las esperanzas de inversión de Milei y de varios gobernadores, se desplomó de los 80.000 a 12.000 dólares en el curso de un año). El pedido de un nuevo acuerdo y un préstamo extraordinario del FMI es la mayor confesión de esa crisis previa.
Lo que la crisis mundial ha conseguido es colocarle los últimos clavos al cajón del plan Caputo. Ese plan le había ofrecido a los acreedores de deuda una monumental confiscación social como garantía de pago de la deuda pública, para revalorizar su cotización y conseguir luego una refinanciación internacional. Pero esa operación es inviable cuando el “riesgo país” supera los 1.000 puntos. Cualquier operación de crédito, en estas condiciones, tendría lugar a tasas de “defolt”. El banco de inversión Morgan Stanley acaba de retirar a los bonos argentinos de sus recomendaciones de inversión. El préstamo del FMI, concebido como un puente hacia ese financiamiento privado, ha perdido su sustento estratégico, más allá de la postergación de vencimientos con el propio organismo o la solicitud de fondos frescos.
La caída de los precios internacionales de la soja y el petróleo, por un lado, y la devaluación de las monedas asociadas al comercio con Argentina, por el otro, han reforzado las presiones devaluatorias. La COPAL -la central patronal de los monopolios alimentarios- acaba de reclamarle al gobierno un arreglo con el gobierno de Trump, que exima a sus exportaciones de los aranceles extraordinarios y, a la vez, elimine limitaciones a las importaciones del norte -con las consecuencias del caso para otros sectores capitalistas. Pero lo que unifica a unos y a otros, a los que exportan y a los que sufren la competencia importadora, es el reclamo de una devaluación. En el interín, las mismas empresas han acelerado sus remarcaciones en el mercado interno, y la inflación de marzo y abril amenaza con volver a superar el 3% -incluso con la evidente distorsión que ofrecen los índices de precios. Los liberticidas quieren enfrentar ese rebote inflacionario con importaciones y la elevación de la tasa de interés, agravando una recesión industrial que en la mayoría de las ramas nunca fue superada.
La crisis mundial llega cuando el andamiaje político del gobierno liberticida también se queda sin nafta. El operativo dirigido a nominar a la futura Corte terminó naufragando en el Senado. Después de bochar a Lijo y a Garcia Mansilla, el macrismo y el pejotakirchnerismo reclaman participar en la nominación de los nuevos miembros del máximo tribunal. En el caso del macrismo, ese pedido se extiende a la conformación de una alianza para las próximas elecciones bonaerenses. El intento de blindar a un gobierno en crisis es compartido por el FMI, como garantía política del acuerdo y el préstamo que se negocia en estas horas. Milei quiere correr en el tiempo esta presión política, a la espera de conseguir un resultado favorable en las elecciones nacionales. Pero la crisis mundial les ha detonado mucho antes. La deliberación en la burguesía frente a esa crisis se ha trasladado a todos los bloques políticos. A quien quiera escucharlo, Macri reclama el fin del cepo y la devaluación. El peronismo marcha a afrontar las elecciones en su distrito estratégico en medio de una verdadera implosión -Kicillof, Cristina, Moreno, intendentes.
La guerra comercial y la crisis del plan Caputo han desatado en diferentes círculos el reclamo de nacionalismo o proteccionismo económico –“hagamos lo de Trump en Argentina”, acompañado del planteo devaluatorio. La burguesía que reclama ese viraje defiende a muerte una política de salarios planchados, que fogonea con despidos y cambios contra el régimen laboral con el concurso de las burocracias sindicales. Naturalmente, también apoyan el rescate de la deuda pública, de la cual también son acreedores. Para la clase obrera, atarse a este bloque antiobrero revestido con preocupaciones “nacionales” constituiría un cepo nefasto para sus aspiraciones sociales y políticas. Necesitamos responder al derrumbe del plan Caputo y a la guerra mundial con una política propia. Lo que plantea un programa por la recuperación del salario y las jubilaciones confiscados por los liberticidas, el repudio de la deuda usuraria, el control obrero de la producción, la banca y el comercio exterior y la unidad obrera internacionalista y socialista contra los gobiernos que nos llevan a la guerra.