El “ataque estratégico” de Ucrania y la promesa de represalias de Putín

Escribe Camilo Márquez

1.200 días de guerra.

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El 1 de junio, un día antes de la segunda ronda de conversaciones entre las partes en Estocolmo, las fuerzas armadas de Ucrania lanzaron un audaz ataque con drones en territorio ruso. Los blancos de esta largamente preparada operación de inteligencia, denominada Spiderweb (telaraña) fueron las bases aérea rusas distribuidas en diferentes zonas horarias, incluyendo la de Murmansk cerca del Círculo Polar Ártico, a unos sorprendentes 8.000 kilómetros de la frontera ucraniana, lo que da cuenta de la profundidad con la que logró operar el SBU, los servicios secretos.

Antes del ataque a los aeródromos, un puente fue destruido frente a un tren de pasajeros en movimiento y otro descarriló. En total, siete personas murieron y más de 120 resultaron heridas. Putín calificó estos hechos como un sabotaje ferroviario de Kiev, durante una reunión de gabinete televisada: “Esto sólo confirma que el régimen ya ilegítimo, se está convirtiendo gradualmente en una organización terrorista” (Financial Times, 4/6).

Los países aliados no tardaron en desentenderse del ataque. EEUU afirmó que desconocía la operación y que no fue informado antes del mismo, como algún medio había difundido para después desdecirse. Lo cierto es que una incursión de tal alcance, “ataque estratégico”, difícilmente pueda ser llevada a cabo exclusivamente por Ucrania. Es indiscutible la participación de la inteligencia occidental. Se necesitaba información sobre objetivos a miles de kilómetros de Ucrania, información que solo puede obtenerse de los satélites estadounidenses. Apenas unos días antes, Trump en medio de una serie de publicaciones en la red social X (antes Twitter) escribió una advertencia que ahora cobra todo su significado: “Lo que Vladimir Putin no comprende es que, si no fuera por mí, ya le habrían pasado a Rusia muchísimas cosas malas, y quiero decir MUY MALAS. ¡Está jugando con fuego!” (27/5). Estos dichos indican que Trump realmente conocía de antemano los planes de Ucrania. Por último y no menos importante, el presidente norteamericano que en el pasado llegó a reprender a Zelensky incluso apenas por declaraciones cuando entendía que estas socavaban su intento de mediación, ahora no ha condenado el ataque a los aeródromos rusos. Este silencio puede interpretarse como una aprobación tácita.

El asunto se complica realmente porque la destrucción de aviones de combate que Kiev cifra en 40, afectó a parte de la denominada “triada nuclear”, en este caso el tercio que corresponde a la flota aérea. El concepto se refiere a la división funcional del arsenal atómico de un país en tres componentes principales: misiles en tierra, proyectiles transportados por bombarderos estratégicos y cohetes transportados por submarinos nucleares. Los bombarderos estratégicos rusos, como el Tu-95 y el Tu-160, estaban estacionados en áreas abiertas, según lo exige el tratado START-3 (sobre Medidas para la Limitación de las Armas Estratégicas Ofensivas) entre Estados Unidos y la Federación Rusa. Este tratado, firmado en 2010, obliga a las partes a garantizar la transparencia en materia de armas nucleares, incluyendo la posibilidad de monitoreo e inspecciones por satélite.

La doctrina nuclear rusa, actualizada a finales de 2024, se reserva explícitamente el derecho a usar armas nucleares en respuesta a ataques en su territorio por parte de un Estado no nuclear respaldado por uno con armas nucleares. Estas modificaciones fueron la reacción a la autorización que Joe Biden dio a Kiev para utilizar misiles de largo alcance contra objetivos dentro de Rusia. Una mirada larga muestra un escalonamiento sistemático de la guerra. “El presidente Putin dijo, y con mucha firmeza, que tendrá que responder al reciente ataque a los aeródromos” escribió el mismísimo Trump luego de una llamada telefónica con Putín que duró 70 minutos.

Varios observadores apuntan al temor a una reacción rusa severa que eclipsaría el éxito operativo de la incursión. “Un alto funcionario ucraniano reconoció que la operación conllevaba el riesgo de alejar a los socios occidentales de Ucrania” (The Economist). No hay la menor prueba de esto. "La preocupación es que esto sea Sinop" dijo, haciendo referencia al puerto turco atacado por la flota rusa en 1853 que terminó aislando al atacante de la escena mundial. Para el semanario británico, con todo, la acción “Reescribe las reglas de la guerra”, que es lo que realmente importa. La complejidad y audacia del ataque no afecta a las operaciones rusas en la frontera oriental de Ucrania, pero ha ampliado el campo geográfico de la guerra a una escala imprevisible, como lo demuestra el ataque al puente de Kerch, los 18 kilómetros sobre el mar que unen a Rusia con Crimea. Los drones y misiles balísticos han desplazado crecientemente a los bombarderos, usados para ataques desde el aire. La OTAN ha anunciado, con estos ataques, lo que le espera a la ofensiva rusa del verano inminente.

Por otra parte, la incursión militar es tan antigua como la guerra misma. La infiltración, el asalto sorpresa y una retirada rápida, ha sido la táctica predilecta de los bandos desfavorecidos, incluso con éxito (la guerra de Vietnam) en todos los conflictos para mantener la presión sobre un enemigo y echarlos del terreno. El fracaso de la ocupación de Kursk, en Rusia, por parte de Ucrania, ha invitado a la OTAN “a fracasar mejor”. La “Operación Telaraña” se inscribe en esta larga tradición. Es una adaptación a la incorporación de nuevas tecnologías, lo que no es poco. Esto también vale para las operaciones de sabotaje, como los intentos de derribar el puente de Kerch. Algunas fuentes sostienen que se utilizó un nuevo dron submarino especial (Toloka).

Las conversaciones de bajo nivel en Turquía no arrojaron novedades en lo que respecta a las exigencias de las partes para alcanzar un cese del fuego. El único punto de acuerdo fue, como en otras ocasiones, el referido al intercambio de prisioneros que será el más grande: 1200 por cada lado. El memorándum de Moscú exige el reconocimiento internacional de las regiones ocupadas como parte de la Federación Rusa, la prohibición a Ucrania de unirse a cualquier alianza y coalición militar, otorgarle al idioma ruso carácter oficial, y la celebración de elecciones. Los negociadores por la parte rusa puntualizan: “Disolución de las formaciones nacionalistas ucranianas dentro de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional”. El diseño general ruso apunta a un cambio de régimen. Esta exigencia entra dentro del toma y daca de Putín con Trump, que a su vez exige que Moscú interceda en las negociaciones "algo estancadas", según cita la agencia rusa TASS, entre Estados Unidos e Irán sobre el programa nuclear iraní. El entrelazamiento de los diferentes frentes atestigua que la guerra imperialista se libra en un único tablero mundial.

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