Escribe Sebastián Chirino
El ‘viejo’ MAS no firmó el “compromiso” democrático porque no había sido discutido previamente.
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En un artículo publicado en nuestro periódico el 13/6 que recoge los primeros posicionamientos del FIT-U ante el golpe judicial propiciado por la Corte, que derivó en la prisión domiciliaria e inhabilitación de Cristina Kirchner, se incurre en un error. Al intentar hacer una analogía con el accionar político de los partidos del FIT-U que tienen origen en el viejo MAS, y la actuación de este último en la crisis política desatada en la semana santa de 1987, con el levantamiento carapintada, se afirma que “El Movimiento Al Socialismo, el árbol del cual se desprendieron las corrientes mencionadas (por el PTS, IS Y MST en este caso), firmaron el acuerdo democrático de todos los partidos patronales, en ocasión del golpe carapintada contra Alfonsín”, lo cual no es, literalmente, cierto, pero tampoco falta, políticamente, a la verdad.
El domingo 19 de abril de 1987 se mantenía por la mañana el levantamiento que los militares habían empezado una semana antes. El objetivo de la sublevación, aclaraban, no era un golpe contra el gobierno de Alfonsín sino extender y consolidar el pacto de impunidad del Punto Final.
Si bien el MAS, junto al PC, apoyaron la orientación de los partidos patronales, con Alfonsín a la cabeza, el MAS no firmó el llamado “acuerdo democrático”. Si lo hizo el PC junto a todo el arco patronal, desde el PJ y la UCR, la Unión Industrial y la CGT de Ubaldini.
El gobierno de Alfonsín capituló desde el inicio de la sublevación militar. No reprimió la intentona apenas estalló; dejó que ésta se desarrollara; el jueves 16 de abril por la noche, en el Congreso, Alfonsín prometió aplicar “los niveles de responsabilidad” –es decir, aplicar la obediencia debida, en los términos de una de las reivindicaciones de los sublevados-. El Partido Obrero, en tiempo real, denunció todo esto para clarificar el papel del “arco democrático”. No apoyó políticamente ninguna de las concentraciones de la “democracia”; concurrió a ellas para denunciar las vacilaciones, capitulaciones e inevitables traiciones al pueblo movilizado; e impulsó una acción independiente del gobierno.
El MAS, desde el comienzo de la sublevación, tuvo una política de subordinación y confianza en el gobierno de Alfonsín. Planteaban derrotar el levantamiento militar con la movilización popular detrás de Alfonsín y el arco patronal. Éste solo planteo evitó clarificar ante las masas, no sólo el accionar del gobierno radical y del acompañamiento del PeJota en la figura de Cafiero en ese momento, sino el propio papel de los “partidos democráticos” bajo la dictadura que todavía estaba fresca. El MAS no quiso desacreditar la luna de miel democrática del momento; por eso optó, hasta donde pudo, por el acompañamiento a Alfonsín.
El periódico de Izquierda Socialista, en un artículo publicado a los 30 años de la crisis de semana santa, lo expone con claridad: caracterizan al accionar de Alfonsín como una traición, cuando este fue totalmente consecuente con su política de capitulación desde un comienzo. Allí señalan que “le pedimos a Alfonsín que, con él a la cabeza, deberíamos marchar todos a los cuarteles para liquidar la sublevación, empleamos la consigna ‘vamos todos’” (sic).
En el periódico del viejo MAS, el título de su editorial del 24 de abril de 1987 aclara que “NO FIRMAMOS”. Explica que “no firmamos porque en lugar de llamar a la movilización popular para derrotar la sublevación, el acta llamaba a la ‘reconciliación’ con los genocidas (…)”. En declaraciones públicas, Luis Zamora, el vocero principal del viejo MAS, sostuvo que “finalmente” no firmó porque se violaron “compromisos adquiridos”. “Lo que ocurre es que se violaron compromisos celebrados el sábado, por los cuales todas las fuerzas políticas que coincidíamos en el documento íbamos a participar en su redacción. No fue así” (La Semana, 21-4-87). El MAS fue ‘madrugado’ por los partidos patronales con los que estaba dispuesto a firmar el documento.