Escribe Jorge Altamira
Desde el Cercano Oriente al Cáucaso Sur, el retroceso de Rusia.
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Cada choque militar que tiene lugar en el mapa geopolítico internacional pone en evidencia la unidad política de la guerra mundial en desarrollo y por sobre todo los botines de guerra que procura cada potencia imperialista y los Estados que giran en su órbita.
Es lo que ocurre con los choques violentos entre los beduinos sunnitas y las milicias drusas en el sur de Siria esta semana, que dejaron centenares de muertos. Israel, que controla el sur de Siria, a pocos kilómetros de Damasco, aprovechó la ocasión para bombardear precisamente la capital de Siria y destruir, entre otros, el ministerio de Defensa, invocando la protección de las comunidades drusas. Los drusos representan una población de más de medio millón de personas repartidas entre el norte de Israel (150 mil) y el sur de Siria (400 mil). Contingentes armados de drusos israelíes cruzaron la frontera para apoyar a sus conmilitones del otro lado, sin que el ejército sionista pusiera ninguna traba. Entre los drusos sirios, sin embargo, ese apoyo fue rechazado por la mayoría, que defiende la unidad territorial y política de Siria, aunque no necesariamente bajo el actual régimen político del ex Al Qaeda Hayat Tahrir al-Sham (HTS), que derrocó al de Bashar al Assad hace menos de un año. Las milicias del gobierno de HTS intervinieron en el choque, primero del lado de los beduinos sunnitas, y luego como árbitro de un cese el fuego y una tregua – en nombre de la comprometida unidad nacional de Siria-. El país es un mosaico de minorías étnicas y nacionales, al igual que Líbano, tal como fue diseñado el mapa del Cercano Oriente por las potencias imperialistas luego de la primera y segunda guerra mundiales. El YPG, la organización kurda que se encuentra repartida entre Turquía, Irak, Siria e Irán, ejerce la ocupación del noreste del país, bajo la tutela de una fuerza militar de Estados Unidos. En la zona costera de Siria, en el oeste, está presente la comunidad alawita (una disidencia del shiismo islámico), que apoyó a los gobiernos de la familia Al Assad durante varias décadas.
Estos choques tienen lugar en el nuevo cuadro político de la guerra de exterminio contra el pueblo palestino, y la derrota de Hizbollah e Irán frente a Israel. El “eje del mal”, como han calificado el sionismo y el imperialismo a ese bloque, ha dado paso a un vacío geopolítico que buscan ocupar, en primer lugar, el imperialismo norteamericano, y Turquía e Israel. El régimen del turco Erdogan es el tutor político del HTS, o sea el protagonista que lo llevó al gobierno al cabo de una operación relámpago, en tanto que Israel explotó el derrocamiento de Bashar para extender su ocupación del sur de Siria más allá de los altos del Golán (una zona montañosa que Israel ha controlado en oposición a las leyes internacionales, y que ahora ha declarado territorio propio). Israel es también, aunque de otro modo, un tutor político del gobierno de HTS, pues ha declarado una suerte de soberanía aérea desde su frontera hasta poco más allá de Damasco, luego de una meticulosa destrucción del armamento y los arsenales del ejercito de Siria. Dada su histórica confrontación con los estados árabes y con Irán, Israel goza de la simpatía de los kurdos, especialmente en Siria e Irak y, por supuesto, en el Estado persa. Desde ese lugar, alienta una política de conversión de Siria en una serie de cantones, lo que redundaría en una suerte de anexión de facto de Siria, fuera del radio territorial de Damasco. Este eventual escenario sería, aunque sólo en parte, el botín de guerra del Estado sionista.
Turquía, Estados Unidos y hasta la Unión Europea (Francia) tienen el objetivo opuesto –conservar la unidad estatal de Siria-. Donald Trump ha reconocido al gobierno de HTS, levantado las sanciones que pesaban desde el régimen anterior de Siria y busca participar de la reconstrucción del país. El objetivo de este plan es obtener el reconocimiento diplomático de Israel por parte de los países que no lo han hecho, como Arabia Saudita y varios emiratos, sin declinar la ‘solución final’ para la Franja de Gaza, cuya población sería repartida en la región. Con este propósito ha obtenido, al menos en forma provisoria, el acuerdo de YPG kurdo para integrarse al Estado sirio en reconstrucción. Dueño del Cercano Oriente por medio de alianzas, bases militares y la centralidad del Estado sionista, el imperialismo estadounidense se apropiaría de los mayores recursos petroleros y gasíferos del planeta. Israel, con apenas cinco millones de habitantes, fungiría como polo de gravedad de este concierto de estados. La Bolsa de Tel Aviv y las corporaciones tecnológicas en Israel han saludado esta perspectiva con un crecimiento sin fallas, a pesar de los diversos frentes de guerra del sionismo y de una excepcional movilización de reservistas. El gobierno de Netanyahu ha ingresado en un período de crisis debido a la necesidad de reconciliar sus aspiraciones regionales con el diseño mayor trazado por el imperialismo norteamericano. Posdata para este punto: este escenario apunta a un cambio de régimen en Irán, e incluso a una guerra en mayor escala que la de hace algunas semanas.
El caso de Turquía es diferente, porque apoya la unidad estatal de Siria, pero no para compartir la tutela militar del estado sionista. Erdogan ya ha advertido su disposición a ir a una guerra con Israel por Siria. Erdogan plantea una asociación de Estados árabes bajo el liderazgo de Turquía, que incluye a su aliado musulmán no árabe –el baluarte petrolero Azerbaiján, instalado en el Cáucaso sur, o sea en la frontera con Rusia-. El afán expansionista de Erdogan no es nuevo: había reclamado participar en la guerra feroz de Estados Unidos contra Alqeda por el control de Mosul, la gran ciudad del norte de Irak, para acaparar una parte de ese territorio, que calificó como turcomano. Con este botín de guerra ante sus ojos, que es recomponer un miniimperio otomano, Erdogan necesita subir a su carro a los movimientos kurdos, que son un tercio de la población de Turquía y pueblan dos estados árabes fundamentales. Por ejemplo, para que se integren al régimen proturco de Siria. Es lo que está ocurriendo con el PKK, el ala extrema del movimiento nacional kurdo; su líder, Abdullah Oçalan, preso en Turquía desde hace más de treinta años, ha aceptado el desarme del PKK (al cual pertenece el YPG del norte de Siria) y su integración “a la política democrática y legal” de Turquía. Confrontado con esta realidad, el partido Republicano, la oposición a Erdogan, ha evitado contradecirlo, con un comunicado de lugares comunes. Erdogan busca con ese expansionismo perpetuarse en el gobierno, luego de una serie de grandes derrotas electorales.
El choque entre drusos y sunnitas de estos días, ilustra incluso más de lo descripto, porque el gobierno de Azerbaiján (exmiembro de la Unión Soviética), aliado de Turquía, ha entrado en un conflicto con Rusia, por la distribución del poder en el Cáucaso sur. Rusia ha sufrido un retroceso brutal desde sus fronteras al Cercano Oriente. Esa frontera ha pasado al control del imperialismo norteamericano, que ha ganado para el campo imperialista a Armenia, luego de las derrotas militares que sufriera frente a Azerbaiján, que obtuvo, en la ocasión, el apoyo militar de Israel. En la otra nación de la zona, la Unión Europea está impulsando a fondo la integración de Georgia. La interconexión de estas guerras y la modificación que produce en las alianzas políticas y militares, forman parte de una única guerra internacional que pugna por el despojo de los rivales y la captura de botines de guerra geopolíticos, que extienden la guerra a otras regiones.
La guerra imperialista se ha convertido en el ordenador del escenario mundial. La política pacifista y reformista ha quedado definitivamente comprometida.