Villa Azul: la organización desde adentro

Escribe Laila Araceli

Tiempo de lectura: 3 minutos

Villa Azul se ubica en el límite entre Quilmes y Avellaneda. Se compone de 5.000 viviendas, entre casillas o “casitas”, como les dicen a los pocos departamentos de material que le ganaron hace algunos años al municipio. Por cada vivienda hay -mínimo- diez habitantes. Hace más de medio siglo, estas casitas precarias fueron rodeando la fábrica metalúrgica Flor Calde que se encontraba justo en la entrada de Ramón Franco (donde aparecen los departamentos que se muestran en televisión). Luego del cierre de la planta, su estructura fue copada por distintas familias sin hogar.

Los servicios como luz y agua llegan a menos del 10% de la población. El resto de las familias continúa con empalmes para abastecerse de electricidad. Muchos se cuelgan de los cables que pasan por la autopista. El agua no existe. Los vecinos tienen que caminar más de 10 cuadras arrastrando baldes. Cuando llueve, viven en un verdadero pantano, incluso dentro de sus casas. Los pasillos de Villa Azul son interminables. Tenés que jugar de local para no perderte ni meterte en lugares donde “te podés meter en líos” o, de pronto, aparecer en el patio de alguna familia. La estrechez y la cantidad de casillas no dejan que entre la luz del sol. La música se empalma de una casa a otra y los chicos corren con pelotas y camisetas de Racing e Independiente en eterna rivalidad.

Muchos laburantes cruzaban el acceso en diagonal con la tranquilidad de cruzar una calle con semáforo para llegar a la estación de Wilde y tomar el tren a sus trabajos. Otros preparaban los caballos y el carro para salir a buscar “lo que le sobra a los demás”. Mujeres arrastraban chicos a la escuela, saltando sobre las piedritas entre el barro, muchos con bolsitos de distintos clubes que prometen ser el próximo Tévez.

En estas condiciones llegó el coronavirus a Villa Azul. Donde hay un infectado, hay diez más. La cadena es interminable. Todos tuvieron contacto con todos. Si corrieron con la suerte de ser testeados y el resultado fue negativo, es casi “un milagro”. Los vecinos, arduos en la organización de comedores para “que todos los pibes coman”, se organizaron rápidamente para asistir y reclamar lo que les corresponde. Desde el corte del acceso por el pedido de testeos, la quema de materiales por comida hasta los aplauzasos a las ocho de la noche al grito “viva el que lucha”, muchas veces en la oscuridad por los frecuentes y extensos cortes de luz.

Los testeos llegaron, pero no fueron masivos. La respuesta del gobierno fue cercarlos con rejas y policías para que no se muevan de la villa. No tenían comida, ni dinero y los almacenes tenían poca mercadería. El gobierno envió productos secos, algo de fideos y aceite, y seis días después, media bolsa de verdura, pero nada de carne. Los municipales encargados de repartir no daban abasto por lo que la organización de los vecinos más jóvenes ayudó a descargar y repartir la comida, que muchas veces no alcanzó ni al 50% de las casas.

La organización de “los de afuera”, impulsada desde los vecinos desde adentro, reunió rápidamente una ola de donaciones de organizaciones, de otros barrios, de equipos de fútbol y familiares. La policía no permitía acercar donaciones de nadie, los obligaban a dejársela a ellos en la entrada. Pero finalmente no llegaban en manos de los vecinos. La bronca y el miedo a las protestas lograron que las donaciones se nucleen directamente con vecinos seleccionados por pasajes o zonas. En este método se organizaron desde ollas en los bordes del barrio y consiguieron ambulancias en las inmediaciones.

Si bien las necesidades incumplidas en Villa Azul son muchas, la fortaleza de la organización barrial por la vida es enorme. La conformación de comités barriales por alimentos y salud está a la orden del día.

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