Golpe en Bolivia: adónde va América Latina

Escribe Jorge Altamira

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En la discusión acerca de si el derrocamiento de Evo Morales ha sido o no un golpe no hay solamente un gran despliegue de confusión política sino también de macaneo. Carlos Pagni, en La Nación, intenta comparar lo ocurrido la semana pasada con el derrocamiento de Sánchez de Lozada, el presidente gringo, que tuvo lugar en octubre de 2003, como si esto último hubiera tenido características golpistas similares o de algún tipo. En esa ocasión, tuvo lugar en Bolivia la mayor insurrección popular de toda su historia, y el gobierno fue salvado por Néstor Kirchner y el brasileño Lula, que reunidos en Río Gallegos mandaron una delegación encabezada por dirigentes de ‘movimientos sociales’, como fue el caso de Humberto Tumini, de Barrios de Pie, y Luis D'Elía, que negociaron la sucesión del mando a favor del vicepresidente Carlos Mesa, el entonces vicepresidente y actual candidato opositor en las elecciones recientes, evitando de este modo la victoria de la rebelión popular. La elección de Tumini y D'Elía para salvar al imperialismo de una victoria revolucionaria obedeció a sus vínculos con los ‘movimientos sociales’ de Bolivia, entre ellos el que lideraba Evo Morales. El ahora exiliado en México, demoró en aquel año su retorno de un viaje por Europa, tanto para evitar el liderazgo de la insurrección, como especialmente de lo contrario – enterrarla a cambio de la sucesión que se produjo en aquel momento. El golpe, el 17 de octubre de 2003, es el que dieron los ‘populistas’ de Brasil y Argentina contra una insurrección popular extraordinaria, con el guiño de las Fuerzas Armadas.

En Bolivia no ha habido esta semana SOLAMENTE un golpe de estado – también se produjo el desmoronamiento del MAS. Luego de una cuidadosa preparación de las elecciones, que involucró el desconocimiento de un referendo que prohibía una nueva reelección y la cooptación del Tribunal Electoral, Evo Morales cedió de inmediato a la presión de la OEA, que había denunciado fraude en un informe “preliminar”. En lugar de ofrecer la realización del balotaje que habría debido realizarse si, en efecto, el oficialismo no había ganado el comicio por los diez puntos de diferencia que exige la ley, Evo Morales propuso realizar nuevas elecciones, con la posibilidad de que se presentaran “nuevos actores”. Lejos de aceptar el ramo de olivo, la oposición golpista reforzó sus acciones, incluido el ataque a funcionarios y dirigentes del MAS, sin que el MAS ofreciera la menor resistencia. No solamente esto, la burocracia de la Central Obrera Boliviana reclamó la renuncia de Evo Morales, casi en simultáneo con el planteo del jefe del Estado Mayor del Ejército.

Para hacerla corta, el golpe montado por Trump, Bolsonaro, el fascismo boliviano y los mandos de la policía y las Fuerzas Armadas, tuvo lugar en medio de un desplome del régimen bonapartista de Evo Morales, que en ningún momento preparó una resistencia popular, ni quiso hacerlo con posterioridad. Luego de la renuncia “sugerida” a Morales por el Ejército, los parlamentarios del MAS formaron fila para presentar la de ellos mismo sin que nadie los ‘invitara’ a hacerlo. La crisis política en Bolivia es el fruto de dos procesos: un golpe imperialista, de un lado, y el desmoronamiento del bonapartismo indígena del otro. La reacción contra el golpe por parte de las masas de El Alto y de sindicatos y trabajadores en el Altiplano, se presenta en el escenario de la crisis como una iniciativa independiente, que incluye naturalmente a la militancia media del propio MAS.

Bolivia no está inaugurando nada nuevo en la historia de los golpes, las revoluciones y las contrarrevoluciones – con otras características fue lo que ocurrió en España, en 1936, cuando se anunció el golpe franquista. No es un dato menor que las masas de El Alto se movilicen con el slogan “guerra civil”. Recientemente, en Brasil, un golpe de estado, en el que tuvo una clara injerencia el ejército, cuyos jefes integran hoy el gabinete de Bolsonaro, cobró altura como consecuencia del desmoronamiento de la dirección política y el aparato del Partido de los Trabajadores. Lo mismo ocurrió con el movimiento Guazú, en Paraguay, en ocasión del derrocamiento de Lugo; ese movimiento vegeta ahora entre lides electorales.

Esta combinación compleja de factores políticos caracteriza la crisis política desatada por el golpe de estado militar. El ejército ya tomó sus recaudos, reemplazando al jefe del estado mayor por el verdadero jefe del golpe, que había operado a la sombra del primero. Los tres gobiernos que encabezaron el reconocimiento del golpe, Estados Unidos, Brasil y Gran Bretaña, están comandados en la actualidad por aspirantes a un bonapartismo reaccionario, que confronta con el sistema parlamentario. El otro que impartió su bendición a la presidenta autoproclamada por los militares ha sido Rusia – que sostiene a Maduro con equipamientos militares. Putin no quiere saber nada con un pueblo que enarbola “la guerra civil”. Del lado del MAS, Evo Morales se ofrece a volver a Bolivia para presidir una “transición pacífica” completamente ilusoria, mientras los parlamentarios del MAS reclaman un retorno al recinto para hacer lo mismo en calidad de subrogantes de Evo Morales, de un lado, y las fuerzas armadas, del otro. La crisis ha traspasado, sin embargo, los límites de la alquimia.

En este marco, la partidocracia local se ha puesto a discutir, en Argentina, si lo de Bolivia fue o no un golpe. Los polemistas, sin embargo, no han podido levantar la puntería ni advertir las consecuencias de los sucesos bolivianos sobre el gobierno que se inaugura en diciembre. El planteo de quienes rechazan la tesis del golpe y hacen recaer las responsabilidades sobre el ‘fraude’ indigenista, es clarísimo: advierten a la coalición peronista que no repita el escenario boliviano, metiendo mano por ejemplo en Comodoro Py para interferir en los juicios iniciados al personal del gobierno precedente. O, por caso, si se atreve a armar una Conadep del periodismo, o cualquier otro populacherismo. El golpe militar extranjero en Bolivia debilita mucho a un gobierno que debuta debilitado por la crisis económica y social extraordinaria que debe enfrentar – la presión brutal del FMI, Trump y los fondos acreedores, por un lado, y la situación de miseria imposible de las grandes masas, por el otro. El arbitraje político que implica un pacto social puede disolverse como el hielo fuera del refrigerador. En el debate acerca de si fue sí un golpe o no, el ‘albertismo’ ni siquiera insinuó que está advertido de la implicancia internacional del golpe boliviano. A Perón, después de todo, le ocurrió lo mismo, porque su retorno al país fue saludado enseguida por los golpes militares en Uruguay y Chile, más los previos de Bolivia (1971) y Brasil (en especial desde que quebró la lucha estudiantil en 1969). Empeñado en combatir a la izquierda obrera con la Triple A, Perón fue cómplice de esos golpes, que al final acabarían con el gobierno peronista.

La resolución votada en el Congreso es una farsa: simplemente no plantea la reposición de Evo Morales en el gobierno. El pronunciamiento nacional y popular es abstracto – en criollo, un verso. La diplomacia albertista no va a movilizarse por el restablecimiento del orden constitucional quebrado – hará lo que todo el mundo: pedir elecciones organizadas por un gobierno golpista fascistoide. Rascando un poco, se observa que ha tomado la tesis de la oposición macrista, que el gobierno de Morales perdió legitimidad por la aplicación del fraude. La votación contradictoria del Congreso es lo contrario de lo que parece, o sea que es una coincidencia en la unanimidad. A los demócratas del Congreso no se les ocurrió (más bien lo tuvieron muy presente), que el golpismo boliviano es un excelente antecedente para una salida político-militar a la revolución chilena.

El escenario político latinoamericano ha cambiado, potencialmente, de cabo a rabo – la fase democratizante ha dado paso a una de rebeliones, revoluciones, de un lado, y golpes y contrarrevoluciones, del otro. Por primera vez en la historia, sin embargo, este escenario se conjuga con una crisis de régimen político en Estados Unidos y un despertar político y luchas de los trabajadores, las mujeres y la juventud norteamericanas.

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