“Un millón de uigures presos en los gulags de China”

Escribe Norberto Malaj

Occidente y el mundo musulmán callan.

Tiempo de lectura: 4 minutos

El pueblo turco musulmán uigur conforma el 45% de la población de la provincia de Sinkiang, en los límites de China con Kasajstán. Después de décadas de intentos de chinizar y negar los derechos de autonomía de los uigures (al punto de impedir el uso de la lengua propia), y tras una sistemática política de implantación de chinos de la etnia mayoritaria (los han) en la región, la burocracia de Xi Ping desde 2017/8 lanzó una política de genocidio lisa y llana.

En agosto de 2019 se filtraron imágenes de un video tomado en la ciudad de Xiaoming en el que en una estación de trenes “miles eran conducidos rapados a campos de detención de ´reeducación´ donde se estima que un millón de uigures están detenidos. Ese video muestra a detenidos des-individualizados que esperan ser transportados. Allí se denuncia que China estaba exportando toneladas de cabello humano cortado del cuero cabelludo de los uigures internados” (Fiyaz Mughal, Haaretz, 26/7). “A medida que los uigures sufren en los campos de concentración, las mujeres uigures se ven obligadas a esterilizarse para acabar con el futuro uigur” (ídem).

Muy pocos pudieron escapar de ese infierno. Sayragul Sauytbay, de 43 años, fue una de ellas y está exiliada en Estocolmo. Allí contó, en octubre pasado, que en esos campos (donde estuvo internada) “la rutina diaria comienza a las 6 de la mañana. Están aprendiendo chino, memorizando canciones de propaganda y confesando pecados inventados. Varían en edad de adolescentes a ancianos. Sus comidas son escasas: sopa turbia y una rebanada de pan. La tortura (clavos metálicos, uñas arrancadas, descargas eléctricas) tiene lugar en la ´sala negra´. El castigo es una constante. Los prisioneros se ven obligados a tomar píldoras e inyectarse. Es para la prevención de enfermedades, les dice el personal, pero en realidad son sujetos humanos de experimentos médicos. Muchos de los internos sufren de deterioro cognitivo. Algunos de los hombres se vuelven estériles. Las mujeres son violadas rutinariamente” (reportaje del 17/10/19, David Stavrou, Haaretz). El periodista denunció que “China vende al mundo que esos campamentos son lugares de programas educativos y de capacitación vocacional” (ídem). En el reportaje Sauytbay cuenta que “En 2014 las autoridades comenzaron a recoger los pasaportes de todos los empleados públicos de origen ugurí, entre ellos el suyo. Dos años después, justo antes de que los pasaportes de toda la población fueran confiscados, el esposo de Sauytbay pudo salir del país con sus dos hijos. Sauytbay esperaba unirse a ellos en Kazajstán … (cosa que nunca pudo hacer hasta mediados de 2019 cuando pudo escapar). ´A finales de 2016, la policía comenzó a arrestar a personas por la noche, en secreto´, relató Sauytbay.´Fue un período social y políticamente incierto. Cámaras de seguridad aparecieron en todos los espacios públicos; Las fuerzas de seguridad intensificaron su presencia. En una etapa, se tomaron muestras de ADN de todos los miembros de minorías en la región y nuestras tarjetas SIM telefónicas nos fueron registradas. Un día, fuimos invitados a una reunión.

Había quizás 180 personas allí, empleados en hospitales y escuelas. Los oficiales de policía, leyendo un documento, anunciaron que pronto se abrirían centros de reeducación para la población, a fin de estabilizar la situación en la región´. Por estabilización, los chinos se referían a lo que percibían como una lucha separatista prolongada librada por la minoría uigur” (ídem).

Entre los años 90 y el 2016 se sucedieron un conjunto de atentados terroristas con decenas de muertes como expresión del movimiento por el derecho a la autonomía nacional que le es negada a los uigures. A partir de entonces Beijing lanzó una política dura y sin restricciones. En el campo de concentración donde pasó más de dos años, relató Sauytbay “no había suficientes horas para dormir y la higiene era atroz. El resultado de todo fue que los internos se convirtieron en cuerpos sin alma". Los comandantes del campo tenían un lugar para la tortura, relata Sauytbay, “que los reclusos denominaron el ´cuarto negro´ porque estaba prohibido hablar de ello explícitamente.´Hubo todo tipo de torturas allí. Algunos prisioneros fueron colgados en la pared y golpeados con porras electrificadas. Hubo prisioneros que fueron obligados a sentarse en una silla de clavos. Vi gente regresar de esa habitación cubierta de sangre. Algunos regresaron sin uñas´” (ídem).

La cuestión de los uigures se arrastra en China desde la propia independencia nacional del gigante asiático hace casi 110 años. Por sus orígenes turcos y su condición de musulmanes nunca se sintieron cómodos dentro de China. La propia provincia de Sinkiang estuvo hasta la revolución de 1949 disputada con Kasajstán que por entonces formaba parte de la URSS. En 1933 tras un levantamiento uigurí se instaló una primera república islámica que tomó el nombre del Turquestán Oriental y fue aplastada un año después por los comisarios de la guerra que dominaban China. En 1944 se puso en pie la segunda república que llegó hasta el ascenso del gobierno nacional del PCCh en 1949. Mao llegó a un acuerdo por el cual años después se otorga a la región derechos ´autonómicos´. Tras la derrota de la revolución cultural a mediados/fines de los años ´60 esto se revierte.

El genocidio de los uigures suena ahora en medios democráticos europeos por “sus resonancias nazis” e “hicieron olas con las comunidades judías británicas” que lograron “esfuerzos concertados para impulsar la conciencia y el apoyo en línea de figuras como el diputado Nusrat Ghani, el presentador de TV Maajid Nawaz, el académico Azeem Ibrahim y Ghanem Nuseibeh, presidente de Musulmanes contra el antisemitismo” (cit., 26/7).

Lo sorprendente es que los “´líderes´ musulmanes que se enamoran de gestos islamistas como la conversión de la iglesia de Santa Sofía de Estambul en mezquita por el presidente Erdogan no expresan la misma gratitud básica para los musulmanes uigures. Gracias al poderío militar y político de China, el presidente palestino, Mahmoud Abbas, ha declarado que Palestina apoya´la posición legítima de China sobre asuntos relacionados con sus intereses centrales como Hong Kong y Xinjiang´. Arabia Saudita firmó una carta alabando los ´logros notables de China en el campo de los derechos humanos´ y describiendo sus acciones en Xianjiang como ´medidas de des-radicalización´, incluido el establecimiento de ´centros de educación y formación profesional´. Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Argelia y otros estados de mayoría musulmana bloquearon una moción de la ONU que pedía a China que permitiera la entrada de ´observadores internacionales independientes´ a Xinjiang” (íd.ant.).

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