Escribe Diego Rojas
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Los crímenes del sionismo contra el pueblo palestino y la complicidad de los Estados de Medio Oriente con el Estado de Israel se torna como el centro de la película libanesa “El insulto”, que Netflix incorporó a su grilla de programación y que también se puede encontrar en otros sitios de la web. Las condiciones de realización de un film que da cuenta de una situación explosiva en la región muestran desde el comienzo mismo, extra narrativo, de sus dificultades: antes de los títulos de apertura una leyenda aclara que la película es una ficción y que no se refiere a la acción del gobierno o el Estado del Líbano. Un condicionamiento realizado por el partido de Estado, la Falange Libanesa, autora de crímenes conjuntos con el sionismo.
Justamente, la película empieza con las escenas de un acto político del Partido Cristiano -eufemismo para referirse a la Falange- que es reivindicado por los oradores como partido de Estado, a la vez que vitorean la memoria de Bashir Gemayel. Bashir había sido líder paramilitar y luego jefe de la Falange que una y otra vez atentó contra los refugiados palestinos en el Líbano y que más tarde fue elegido presidente (era una elección de candidato único) de esa nación cuya capital Trípoli es conocida como la París de Medio Oriente. Bashir murió mediante un atentado producido por el nacionalismo sirio, y los paramilitares falangistas cobraron la venganza por la muerte de su líder a través de la masacre genocida de Sabra y Chatila, en la que esos campos de refugiados fueron invadidos por tropas paramilitares falangistas que asesinaron a más de 3.000 palestinos, mientras el Ejército sionista israelí custodiaba con tanques y tropas el exitoso desarrollo de la matanza.
El capataz de una cuadrilla de obras públicas de origen palestino supervisa los arreglos de instalaciones por fuera de la norma cuando un mecánico libanés al volver del acto del Partido Cristiano irrumpe violentamente para impedir tales arreglos en su vivienda, lo que provoca un insulto del capataz palestino. Entre insultos a los refugiados palestinos, exige al jefe de la obra que el capataz se disculpe, pero el hombre se niega. Le dice a su esposa: “Los palestinos somos los negros de Medio Oriente”. Bajo la amenaza de ser despedido, el capataz accede a un encuentro con el mecánico pero al tardar y resistirse a pedir las disculpas por el insulto, el mecánico reacciona y le dice: “Ojalá Sharon los hubiera aniquilado a todos”, lo que provoca que el palestino le propine un golpe que le rompe dos costillas. El mecánico decide llevar a los tribunales al capataz, y el juicio se torna en una confrontación de alegatos políticos, unos a favor de los palestinos y el otro justificante de la acción del libanés del Partido Cristiano. El proceso toma estado público, es transmitido por la televisión y hasta las más altas autoridades gubernamentales toman intervención en el juicio. Las posiciones anti palestinas revelan el rol del sionismo en Medio Oriente, un rol criminal originado en la misma constitución del Estado de Israel, que en 1948 comenzó su existencia mediante la expulsión de los palestinos de sus tierras y que hoy no sólo se prolonga en los campos de concentración a cielo abierto en los territorios ocupados, sino en el condicionamiento de la situación palestina en toda la región, como muestra la película.
Si bien se podría señalar un intento de posición equidistante en algún tramo del film, su mismo desarrollo narrativo basta para ilustrar un problema estratégico en Medio Oriente, que sólo tiene una salida a través de la lucha por un Estado democrático y laico en todo el territorio de la Palestina histórica.