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Hace un par de días el gobierno de Cuba anunció un conjunto de medidas económicas, largamente previstas. La prensa ha destacado la devaluación del peso convertible, pero el paquete incluye una suba generalizada de tarifas de los servicios, el replanteo de la deuda externa y un aumento de varios dígitos en salarios y pensiones. Es la implementación de las llamadas “reformas de mercado”. Funcionarios de los altos escalones del gobierno y los observadores que siguen la política cubana, coinciden en que el impacto de las medidas no se puede conmensurar, o sea que abren un período convulsivo. Alejandro Gil, el ministro de Economía y Planificación, no dudó en advertir que “espera nuevas devaluaciones en el futuro” (Financial Times, 16/12).
En Cuba operan tres monedas: el peso convertible, el peso corriente y el dólar. En el caso de la divisa norteamericana, su uso tiene lugar mediante tarjetas de débito y crédito, tanto nacionales como internacionales, para compras en comercios especiales. La reforma abole el peso convertible, cuya cotización oficial era paritaria con el dólar, para reconocer al peso cubano como única moneda, a 25 por dólar. Como las importaciones serán imputadas a los costos de las empresas a esta cotización, los analistas caracterizan que se ha producido una devaluación del 96%, que se trasladará en una otra medida a los precios, cuya regulación será actualizada a esta situación. Hace tiempo que la paridad del peso convertible con el dólar es una ficción, como lo muestra que se cambia en la zona económica exclusiva del puerto de Mariel a razón de diez convertibles por dólar. Por eso ha dejado de circular en el comercio como sustituto físico del dólar. Si se toma en consideración esta desvalorización del 90%, es claro que la relación de 1 a 25 entre el convertible y el peso se encuentra quebrada. La devaluación en ciernes sería, en este supuesto aritmético, de 250 pesos por dólar. Al menos en principio, se han abierto las puertas a una estampida inflacionaria. Lejos aún del establecimiento de un régimen monetario único, como conviene a una economía de mercado, las medidas anunciadas diseñan un régimen bi-monetario, con el dólar, bajo la forma de tarjetas de crédito y débito, de un lado, y un peso cubano sin respaldo de reservas internacionales, que ingresaría en un espiral de devaluaciones ininterrumpidas. En Cuba hay un millón de esas tarjetas en circulación. Se estima que la tenencia de moneda extranjera entre la población alcanza al 59% del PBI. De modo que una devaluación masiva representaría una transferencia de ingresos sin paralelo. Existe el propósito de incrementar el número de comercios y tiendas que operan en dólares, que hoy son unas ciento cincuenta, en una tentativa de convertir la liquidez privada en reservas internacionales.
Aunque el debate acerca de la necesidad de una reforma monetaria tuvo su inicio en 1992/3, así como la adopción de medidas parciales en este sentido, a partir de la quiebra de relaciones comerciales con la ex URSS, la adopción de urgencia de estas medidas, ha sido precipitada por factores de actualidad. De un lado, la reversión por parte de Trump de las medidas liberalizantes dictadas por Obama, retrajeron el ingreso de divisas, sea por remesas de no residentes, como por el bloqueo relativo al turismo. A esta agresión económica se ha sumado la pandemia, que ha afectado al turismo de un modo decisivo, y también el colapso petrolero de Venezuela, con las consecuencias del caso para la provisión de energía en Cuba, esto a pesar del gran ascenso de la producción energética interna. La pandemia ha perjudicado, asimismo, la venta de servicios de medicina al extranjero. Cuba ha debido interrumpir el pago de la deuda externa con el Club de París, o sea que ha visto afectado su poco abundante crédito internacional.
“Al impacto económico de la pandemia”, dice el último informe de la Cepal, “se añade el endurecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero del Gobierno de los Estados Unidos, que ha tenido graves consecuencias para la población, pues ha afectado el suministro de combustible, reducido el flujo de visitantes, limitado las inversiones externas y la exportación de servicios médicos y frenado el envío de remesas (a partir de finales de noviembre). El Gobierno cubano señaló que, por primera vez en la historia, los daños ocasionados por el bloqueo superan los 5.000 millones de dólares en un año (abril de 2019 a marzo de 2020)”.
Bien mirado, sin embargo, se asiste al derrumbe de un modelo económico, a la vez artificial como parasitario, basado en el turismo. El turismo es un gran derrochador de divisas (no solamente un contribuyente) cuando la producción interna está lejos de abastecer la demanda de esos mismos turistas, a quienes se incentiva, además, con precios de ocasión. Es así que la importación abastece el 80% del consumo interno, mientras la agricultura, especialmente, y la industria, sufren la insuficiencia de inversiones y tecnología. No sorprende que luego de un crecimiento del PBI, del 12%, en 2006, la tasa de incremento se haya reducido a porcentajes que oscilan entre el 2 y el 3 por ciento. La reconstrucción de un sistema de crédito bi-monetario no ha redundado en la financiación de un plan de industrialización, toda vez que esta última ha quedado confinada a alianzas con el capital extranjero, en islotes de exportación, en zonas económicas privilegiadas. Cuba sigue un modelo de desarrollo de una ‘economía de mercado’ que tiene por eje al capital extranjero en mucho mayor medida que una acumulación de capital local. Esto deja planteada una reinserción en gran escala en el mercado capitalista mundial.
En efecto, la devaluación del peso y la apertura de la cuenta de capitales, incluso con regulaciones, está dirigida a alentar la inversión extranjera, sin cortapisas a la repatriación de utilidades, y a valorizar, en este marco, a la fuerza de trabajo calificada. No aporta al desarrollo de las fuerzas productivas locales, que serán devastadas por la inflación, salvo en la forma secundaria de tercerización de actividades. Con una contabilidad de costos más clara, sin distorsiones monetarias ni subsidios, las empresas del estado podrán apelar a acuerdos económicos con las multinacionales más numerosos e integrales.
Parece fuera de cuestión que esta reforma ha sido lanzada luego de un intercambio con China, cuya Ruta de la Seda incluye desde hace tiempo a América Latina. Capitales del estado de China se encuentran instalados en Cuba, cuya posición geográfica es envidiable para un diseño como el de la Ruta. China, sin embargo, no puede ir más lejos en sus proyectos si no prospera una reforma monetaria y, en general, de relaciones sociales y laborales de contenido capitalista. La supremacía estatal establecida en China crea contradicciones explosivas con el capital internacional, que opera sobre una base privada, pero no contradice su propia lógica, de contenido capitalista, que es la extracción de plusvalía y excedente económico de la fuerza de trabajo asalariada. La peculiaridad de las restauraciones capitalistas impulsadas por las burocracias estatales y gerenciales, y su estadio de desarrollo, deben ser definidos en términos concretos.
La decisión de aumentar los salarios y pensiones en pesos, en porcentajes extraordinarios de alrededor del 500%, muestra la conmoción que se viene en materia de precios y tarifas. Como ha ocurrido con otros ‘rodrigazos’ en la historia mundial, la obtención de un ‘equilibrio’ llevará un tiempo prolongado. El crecimiento del descontento social y las tensiones y crisis políticas es inevitable.
El retorno a un régimen de racionamiento, con su falso igualitarismo por abajo, es imposible. La clase obrera y los trabajadores de Cuba están forzados a plantarse frente a esta salida capitalista catastrófica, con su propio programa. La cuestión es de naturaleza política: ¿quién va a liderar la transición del viejo régimen – la burocracia estatal y gerencial, o las masas? La columna vertebral de un programa socialista pasa por la lucha contra el 'rodrigazo' y el control obrero, por un lado, y por una campaña de apoyo del proletariado internacional contra el bloqueo del imperialismo. Es cierto que el ‘rodrigazo’ de Miguel Díaz-Canel, el presidente de Cuba, y de Raúl Castro, ha sido forzado por los perjuicios económicos del bloqueo yanqui y la pandemia, pero también por la oportunidad o pretexto que ella ofrece para contener y asfixiar la movilización popular.
La evolución de los estados ante el avance del flagelo no ha sido zanjada todavía, como tampoco el alcance social del impacto del virus, ni su efecto último sobre la bancarrota capitalista que se desarrolla desde la crisis asiática de 1997 y la de ‘las hipotecas’ de 2007/8. Todo esto será develado, en última instancia, por una lucha de clases de características históricas excepcionales. La crisis cubana tiene lugar en medio de un desarrollo revolucionario en América Latina, y otro potencialmente mayor en los Estados Unidos.