Escribe Jorge Altamira
Columna publicada en Perfil, 3/2/21
Tiempo de lectura: 5 minutos
Empecemos por el principio. La directora general del FMI, Kristalina Georgieva, ha insistido en la necesidad de rescatar empresas, en este período de crisis excepcional de salud, sin importar su viabilidad económica. Sabe, mejor que nadie, que el 35% de ellas son “zombies”, o sea que su flujo de fondos está lejos de cubrir su elevado endeudamiento; pagan tasas del 7.5% de interés anual. Teme, precisamente, que una serie de quiebras arrastre a un número indefinido de acreedores. Es una forma de reconocer que el capitalismo, incluido especialmente el gran capital financiero, necesita la asistencia de una Unidad de Terapia Intensiva. Consecuente con ello, la Reserva Federal de Estados Unidos ha comprado títulos públicos y privados, incluidas acciones, por cuatro billones de dólares – expandiendo su abultado balance al doble de esa cifra, cuando antes de la crisis de 2007/8 no llegaba a los u$s400 mil millones. El Tesoro norteamericano ha expandido el déficit fiscal al 10% del PBI (u$s2,2 billones) y la deuda pública al 140% del mismo PBI – más de u$s27 billones. Lo mismo han hecho el Banco Central Europeo y en mayor medida aún el Banco de Japón.
El fondo de cobertura (hedge fund) Melvin Capital, y muchos otros, no lo entendieron de la misma manera. Aprovecharon las facilidades financieras distribuidas para apostar al default de las compañías en crisis y eventualmente a la quiebra. Es así que se lanzaron a operaciones a la baja del valor accionario de GameStop, una productora de juegos de videos, que se vio superada por el entretenimiento on-line. Lo mismo ha ocurrido contra otras compañías en declive, como las de aviación civil o distribuidoras de películas, afectadas por las restricciones impuestas contra el coronavirus. Nokia, Varta, Blockbuster o Blackberry sufrieron apuestas bajistas similares (default), dada su notoria declinación en el mercado. Como se ve, no fueron los usuarios minoristas agrupados en un foro de Reddit, quienes primero sacudieron el avispero, que Georgieva y la FED pretendían resguardar a cualquier precio. Trescientos mil a principios de 2020, esta ola minorista ha reunido a más de un millón de apostadores. El aprendiz de brujo, como cuenta la fábula, recibió su propia medicina: los minoristas apostaron a la suba de GameStop, a sabiendas de que esto obligaría también al hedge fund Melvin Capital a comprar esas acciones, las mismas que estaba vendiendo, para poder devolverlas con la menor pérdida posible a su prestamista. Fueron estas compras desesperadas de Melvin Capital la causa principal de que la acción de GameStop subiera un 1800%, aunque hay algunas evidencias de que en la corrida se montó con fuerza BlackRock, el principal fondo acreedor de Argentina. Al final, Melvin Capital perdió el equivalente al 53% de sus activos, unos interesantes u$s6400 millones, y sólo sobrevivió por el rescate de emergencia de hedge funds rivales.
Este tipo de sucesos deslumbra por su espectacularidad, pero es conocido en la historia financiera como el escenario final de un boom y la inminencia de un desplome sistémico. Por eso, las plataformas que vehiculizaron esta embestida cerraron las cuentas de los especuladores minoristas, aunque no han podido presentar ninguna evidencia de ilegalidad de las acciones emprendidas por ellos. Las consecuencias de las gigantescas operaciones de rescate oficial se manifiestan, incluso con mayor evidencia, en un fenómeno contrario, que es el alza inusitada del precio de las acciones, a pesar de que la tasa de utilidad operativa de las compañías no crece o simplemente retrocede. El nivel de cotización bursátil ha alcanzado un múltiplo elevadísimo sobre las ganancias y dividendos esperados, porque las acciones en circulación son recompradas, con esas utilidades, por las mismas compañías – con la reducción del stock accionario que genera. El caso de Tesla es paradigmático, porque su acción subió de 60 dólares a casi 900 en dos años, pero por sobre todo porque, con el actual nivel de ganancias, sólo podría recuperar este capital al cabo de 1600 años. Una “corrección” de los valores de Tesla, como se denomina a una baja de más del 10% de ese valor, desataría una hecatombe. En resumen, los “salvatajes” estatales han amplificado la dimensión de una bancarrota potencial a un nivel sin precedente histórico. Por último, GameStop, el conejillo de Indias de todo este manoseo de “riqueza” en papeles, ha vuelto a bajar, como era inevitable, porque los chicos ahora alquilan los juegos por internet, en lugar de comprarlos en la sucursal del barrio. Los grandes perjudicados de toda esta fanfarria capitalista son los trabajadores, los servicios de salud, la educación, que sufren un des-financiamiento brutal, mientras el capital financiero despilfarra los fondos del estado en verdaderas estafas.
Cuando, sin embargo, aún no se había disipado el “affaire” StopGame, irrumpió con fuerza un asunto por lejos más grave: la especulación sobre los contratos de compra-venta de futuros de la plata, y también de la plata en metal; en las primeras horas del lunes 1, la onza del metal superó los 30 dólares, en una suba instantánea de casi el 12%. Las acciones de las compañías mineras subieron aún más. Las cuentas minoristas para operar con metales han crecido en forma súbita. El mercado diario de la plata mueve seis mil millones de dólares. La suba fue adjudicada al mismo foro minorista que hizo subir GameStop, con el propósito declarado de provocar un perjuicio a quienes estarían apostando a la baja del metal – HSBC y JP Morgan, los bancos que dominan también el mercado del oro. Esta puja se encuentra en desarrollo, pero según algunos observadores, incluiría la transferencia física del metal, no solamente la compensación de subas y de bajas en los mercados que negocian contratos. La adquisición de la plata en barra impediría que los bancos manipulen los mercados de papeles, a pesar del costo que significa almacenar metal.
La proyección de esta puja afecta a todo el sistema, porque la cotización del oro y la plata se correlaciona en forma inversa con las monedas, las acciones y los títulos de deuda pública privada – si se disparan los primeros, se hunden los segundos, y viceversa. El acaparamiento de contratos de metales preciosos, por parte del JP Morgan, sirven para contener una huida de los mercados de deuda y de acciones hacia la plata y el oro, e incluso sostener la cotización del dólar, en medio de tanta emisión y déficits. Ese acaparamiento de mercado fue probado por una investigación del Departamento de Justicia de Estados Unidos hace dos años, y resultó en una sanción de casi mil millones de dólares al banco. El banco no recibió cargos criminales, porque desligó las responsabilidades en sus operadores y vendedores. Si la especulación contra el fondo Melvin Capital ya provocó cierres de plataformas y un sinnúmero de restricciones contra minoristas “contreras” (“contrarians”, o sea de aquellos que van contra la tendencia del mercado), es imprevisible lo que podría ocurrir en lo que concierne a la plata y el oro. La interferencia regulatoria, desde prohibir la especulación a la baja hasta excluir a los ciudadanos del mercado, podría tener consecuencias explosivas. Lo mismo vale para la inacción. El Morgan especula a la baja de la cotización de los metales preciosos, por las razones generales ya expuestas, resguardado por la tenencia de física de esos metales, que lo protege de una maniobra alcista como ocurrió con GameStop. Ha quedado expuesto, de todos modos, un ataque a su monopolio del mercado de la plata, y eventualmente otros metales-dinero.
La conclusión es clara: los Tesoros y los bancos centrales se enfrentan a un derrumbe de los mercados financieros, a través de mecanismos de mercado, que han sido dopados en forma artificial por el estado para prevenir ese mismo desplome que ahora sería más explosivo. La conjunción de este escenario financiero con la acentuación de contagios por la aparición de cepas más virulentas y una guerra económica y política abierta por las vacunas, pone a los regímenes políticos establecidos ante una encrucijada sistémica.