Disparemos contra la masculinidad

Escribe Emiliano Monge

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Hace unos meses, la OPS (Organización Panamericana de la Salud) lanzó un informe en el cuál adjudicaba una menor esperanza de vida a los varones debido a la “masculinidad tóxica”. El debate sobre la masculinidad ocupa ahora las portadas de los principales diarios, luego del crimen de un joven causado por una patota de rugbiers en la costa.

La masculinidad tóxica sería la causa de éste y otros asesinatos, como así de la mayoría de los suicidios y accidentes luctuosos. Para algunos, toda masculinidad sería por definición tóxica. “Masculinidad” o “femineidad” son, sin embargo, categorías abstractas si no están ligadas a las condiciones concretas en que se desarrollan los individuos sociales. Existe una relación dialéctica entre naturaleza e historia (sociedad), como también entre la producción y reproducción de la vida social.

El discurso acerca de la masculinidad tóxica ataca alguna de sus características, como el “valor”, el “coraje”, la “virilidad” o los “impulsos desmedidos” e incluso la “violencia”, la cual sería el principal (sub)producto de la masculinidad. El problema no es el “valor”, “coraje”, “virilidad”, “violencia”, etc., sino cómo estas determinaciones se entrelazan con la alienación capitalista, donde los individuos se relacionan como “cosas” y no como sujetos, en donde el libre desarrollo de cada uno sea la medida del desarrollo de todos. Paradójicamente para superar la violencia que domina las relaciones sociales es necesaria la violencia revolucionaria, o sea el valor, el coraje, asumir riesgos, etc, que permitan destruir al estado que corporiza es violencia social y superar las relaciones de explotación de la mayoría por una minoría. Es necesario distinguir la violencia reaccionaria de Trump, que bombardea pueblos enteros, y la violencia de los rugbiers, de la que aplican las rebeliones populares, sean en Chile o Irak o Palestina. Es curioso que la embestida contra la masculinidad tóxica parta de sectores que reivindican a Montoneros.

El documento de la OPS fue suscrito por la ONU y la Unión Europea. Clarín publicó un análisis el jueves pasado, basado en este informe, ligando los asesinatos y suicidios a la masculinidad. Infobae tituló “una masculinidad tan peligrosa como un gatillo” (24/1). El reporte, al definir el sentido de la masculinidad tóxica, dice que es “en parte porque las expectativas sociales contribuyen a los comportamientos de búsqueda de riesgos” (Clarín, 19/11/19). Al accionar masculino se le atribuyen determinadas características que son metidas en la misma bolsa que la violencia de género y otras atrocidades de la sociedad capitalista. Es una forma de “naturalización”.

El ataque a la masculinidad (“la masculinidad mata”) por parte de los mismos medios de comunicación que justifican la violencia imperialista, no es un ataque al machismo o al patriarcado – es otra cosa. La Sociedad Psicoanalítica Norteamericana (APA) explica que “las ideas sobre la masculinidad varían entre culturas, grupos de edad y etnias. Sin embargo, señalan temas comunes como ‘la antifeminidad, los logros, no dar la impresión de ser débil, así como la aventura, el riesgo y la violencia’” (infobae, 3/2).

El informe no incluye en estas “conductas de riesgo” la acción e impulsos que enfrentan atropellos, las diferentes acciones de resistencia, el enfrentamiento político y social, y en definitiva, la lucha de clases. Ninguna de estas características son particulares a un género, como lo demuestran las milicianas kurdas, el armamento de las jóvenes iraníes en la guerra contra Irak o la participación femenina en las revoluciones rusa, china, vietnamita y cubana. La violencia es la partera de la historia, no el producto de la “masculinidad”. ¿Y la lucha de clases? Cuando todas las formas de violencia se igualan a “machismo”, se está condenando la violencia del oprimido contra el opresor, no la de éste, que ya se encuentra inscripta en el régimen social y político vigente. El objetivo es atacar a la clase obrera mediante un subterfugio, como ya lo hiciera el pacifismo y la religión. Querer modificar las relaciones de género sin apuntar a cambiar las relaciones sociales es reproducir las condiciones de producción de la sociedad capitalista. El problema no sería el “monopolio” de la fuerza de los aparatos represivos en la sociedad capitalista, sino el exceso de “masculinidad” de quienes los enfrentan.

El estudio atribuye a la masculinidad la razón de los suicidios, que ya no estarían relacionados con las condiciones de vida materiales, las presiones laborales y sociales de la sociedad mercantil. O incluso con condiciones de existencia de esclavitud o semi-esclavitud, que son moneda corriente en el mundo moderno. Marx escribió un estudio sobre el suicidio hace doscientos años – sobre tres casos, dos mujeres y un hombre.

En determinadas circunstancias la iniciativa para salvar una vida o asumir una causa popular, implica exponerse a riesgos. ¿Estas acciones equivalen a una “masculinidad tóxica”? ¿El impulso de un bombero para salvar primero a las mujeres y los niños es parte de la masculinidad tóxica? A la violencia fascista no se responde con la otra mejilla; sino con la violencia revolucionaria. Se trataría de la “misma agresividad” que habría que erradicar por igual. Muerto el perro, muerta la rabia.

La solución, dicen, sería “Habilitar desde el Estado el espacio para poner en cuestión el modelo tradicional varón, potencia y violencia será un desafío central de esta etapa histórica de nuestro país” (ídem). El estado que oprime y explota, genera y propaga violencia, es quien pone en cuestión la “masculinidad” como solución a la violencia social.

Desde Clarín atribuyen el asesinato de Fernández Báez Sosa, por parte de un grupo de rugbiers, a la masculinidad tóxica. Es casi una absolución – no eran conscientes de sus propias tendencias destructivas. A lo mejor la defensa lo toma como argumento

Una investigadora del Conicet comenta: “Este caso muestra que la violencia entre varones jóvenes tiene una lógica y una racionalidad anclada en el machismo estructural de nuestra sociedad que supone demostrar todo el tiempo la virilidad, la masculinidad y la hombría” (Infobae, 3/2). La doctora del instituto concluye que los pibes se pelean y se matan para “buscar adrenalina”. No ofrece la menor prueba de eso; si ‘se’ pelean y ‘se’ matan’, nadie es culpable del asesinato.

Otro analista explica que “El rugby fue esencial para la exaltación de la virilidad”, y explica que “El deporte es masculinizante” (ídem). Es así como este teórico interpreta la lucha de la mujer por la igualdad en el deporte –querrían ser hombres. La pavada no tiene límite cuando de evadir la necesidad de luchar contra el Estado, la sociedad de clases, y las formas de opresión social y política. La salida es la unidad del hombre y la mujer para superar la sociedad capitalista, que sobrevive mediante una violencia histórica sin precedentes.

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