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La lucha por las 8 horas de trabajo fue una lucha histórica del movimiento obrero. La lucha por el trabajo “excedente” expresó históricamente el desarrollo de la lucha de clases a lo largo de la historia. Los esclavos reclamaban por un “justo descanso”, o los siervos por reducir el tiempo de trabajo en las fincas del señor feudal. Los comuneros de París hace 150 años disparaban a los relojes, símbolo de la lucha contra la explotación laboral y que el tiempo de los gobiernos de trabajadores emergía en la historia. La reducción de la jornada laboral defiende la vida de la clase trabajadora. No existe una ley histórica que regule este vínculo, sólo la lucha de clases.
El aumento de la productividad laboral es la base sobre la cual se puede desarrollar la reducción de la jornada laboral. En el capitalismo este aumento de la productividad es limitado por las mismas relaciones sociales de producción. El crecimiento de la productividad, bajo las relaciones sociales de producción capitalista, en vez de ser un beneficio para la clase trabajadora, es una carga: aumenta la desocupación, porque el reemplazo de trabajo vivo por trabajo muerto (maquinización) redunda en una apropiación del trabajo excedente por el capitalista y no su organización en función de las necesidades sociales. A pesar del aumento de la productividad, el capitalista se niega a reducir la jornada laboral porque del otro lado está la tendencia a la reducción de la tasa de ganancia, que presiona sistemáticamente sobre el carácter de la competencia internacional que se realiza sobre bases nacionales.
Los trabajadores en muchos casos pelean contra la maquinización bajo el capitalismo, porque el reemplazo de trabajadores por máquinas implica familias enteras sumidas en la pobreza y el desempleo. Por eso, el problema es qué clase social organiza la producción en función de sus necesidades: la necesidad de la burguesía es la maximización de las ganancias, la del proletariado impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo sin explotación.
Para las cámaras empresariales, los libertarios y demás especímenes de la derecha, la reducción de la jornada de trabajo generaría un aumento de los precios, porque consideran al salario un “costo”, que interviene en los “costos finales” de los productos. Pero esto es falso: una reducción de la jornada, como un aumento del salario, no redunda en un aumento de precios sino en una reducción de la ganancia de los capitalistas. Los mismos capitalistas lo saben, porque presionan por diferentes devaluaciones para reducir salarios y aumentar sus beneficios, aunque estas devaluaciones, lejos de bajar los precios, los hacen subir muchas veces. Estos mismos sectores amenazan con una “huelga de inversiones” de reducirse la jornada laboral: esta huelga ya existe con una jornada extensa, 30% de desocupación real, pobreza del 50% y salarios en un pico mínimo histórico.
El capital presiona constantemente para aumentar la plusvalía absoluta (aumento de la jornada), como así el aumento de la intensidad del trabajo y la flexibilización del mismo. La consecuencia es masas trabajadoras sumidas en la pobreza.
Existen dos proyectos de ley “oficiales” para la reducción de la jornada laboral en Argentina. El primero propuesto por la diputada del FdT y dirigente de la Bancaria, Claudia Ormaechea, de un máximo de 6 h. por día, y un tope de 36 h. semanales. El segundo presentado por Hugo Yasky, diputado del Frente de Todos y titular de CTA, quien propone una semana laboral de 4 días. La jornada legal es de 48 h. semanales.
El primer proyecto pretende “redistribuir” el trabajo manteniendo los salarios de miseria y hambre: "Partimos de la premisa que el derecho del trabajo no crea trabajo, pero el derecho del trabajo con la modulación de la jornada permite su redistribución" (cronista, 3/8). Se puede elegir 6 horas, 36 semanales o 4 días semanales. Mientras, la burocracia sindical apoya el techo de las paritarias, que licuaría cualquier reducción de la jornada laboral en poco tiempo.
En el otro proyecto, Yasky dice que "la duración del trabajo no podrá exceder de ocho horas diarias o cuarenta horas semanales". Siempre mientras no ataque los negocios. Jan-Emmanuel De Neve, director del Centro de Investigación del Bienestar de la Escuela de Negocios de la Universidad de Oxford, afirmó que “una semana laboral de cuatro días que han analizado han mostrado resultados positivos en términos de productividad” (ídem). El mensaje es claro: pueden seguir fugando la plata en vez de invertirla, tenemos la salida a la crisis de “productividad”.
En ninguno de los proyectos se explica que el salario tiene que ser igual a la canasta básica, o que hay que repartir las horas de trabajo con los trabajadores desocupados. Para eso está el “salario social” de pobreza.
La ministra de trabajo de la Provincia de Buenos Aires, Mara Ruíz Malec, parece estar a favor. En Argentina "se trabaja muchas horas y, generalmente, eso no redunda en productividad" (El Cronista, 3/8). El ministro Moroni también estaría de acuerdo, aunque dijo que la situación en Argentina es “heterogénea”, por el 50% de trabajo en negro y precario, algo que quieren profundizar con el acuerdo con el FMI.
La pandemia procesó un ajuste enorme sobre la fuerza laboral en argentina, que se expresa en que los empleos nuevos son precarios y crece el desempleo en relación a antes de la pandemia. Los empresarios usaron la pandemia para capitalizarse en dólares y descartar a trabajadores “caros” y contratar a nuevos “baratos”. La clase capitalista plantea “normalizar” la situación sobre este rasero extremadamente bajo para los trabajadores. Los proyectos de la burocracia son “jarabe de pico” porque los mismos que los proponen se aprestan a votar el acuerdo colonial con el FMI, que los rechaza.
Detrás del acuerdo con el FMI hay una reforma laboral en marcha, para precarizar aún más el trabajo y aumentar la intensidad laboral (teletrabajo, home office). La pandemia también ha servido para pasar una parte del laburo a la casa, que es el método de superexplotar la fuerza de trabajo “con jornada laboral reducida”. La explotación es una relación social, no depende sólo de la extensión de la jornada, sino de la cantidad de trabajo excedente que el capitalista se pueda apropiar.
El PTS presentó un proyecto para reducir la jornada laboral a 6 horas y redistribuir el trabajo restante. En primer lugar, el proyecto del PTS es diferente al proyecto de 6 horas del subte de 2001, en el sentido que no plantea una movilización obrera y popular, la huelga como método para arrancar la reducción de la jornada. Por lo tanto, lo hace en términos parlamentaristas: voten a diputados de izquierda para ser la “tercera fuerza” y poder conseguir estos proyectos. La inversión del método revolucionario de utilizar al parlamento como una tribuna de agitación obrera para desarrollar la movilización obrera.
El PTS dice que “Para terminar con la desocupación, proponemos la reducción a 6 hs” (LID, 3/8). Dicen que acabaría con la desocupación. Algo que ni el propio Marx se le cruzó por la cabeza, para quien hay que pelear por la reducción de la jornada de trabajo, pero esta no hace “magia”, y debe ser planteada en términos transicionales, algo que no hace el PTS.
El PTS reaviva el sinsentido del “salario justo”, o una jornada laboral justa bajo el régimen capitalista. Tan “justa” es que permite “acabar con la desocupación”, y ¿por qué no?, ya que estamos, con la pobreza. Pero esto no necesariamente es así. El proceso constante de reemplazo de trabajo vivo por trabajo muerto, de maquinización, aunque limitado por la tensión incesante del capital a maximizar la ganancia de la tecnología actual en vez de liberar una nueva, reproduce el ejército de reserva. El PTS que no reconoce la “ley del derrumbe”, tampoco reconoce principios más elementales analizados por Marx.
Trotsky, en el programa de transición, planteaba que había que repartir todas las horas entre trabajadores ocupados y desocupados: “El derecho al trabajo es el único derecho que tiene el obrero en una sociedad fundada sobre la explotación. No obstante se le quita ese derecho a cada instante. Contra la desocupación, tanto de “estructura” como de “coyuntura” es preciso lanzar la consigna de la escala móvil de las horas de trabajo. Los sindicatos y otras organizaciones de masas deben ligar a aquellos que tienen trabajo con los que carecen de él, por medio de los compromisos mutuos de la solidaridad. El trabajo existente es repartido entre todas las manos obreras existentes y es así como se determina la duración de la semana de trabajo. El salario, con un mínimo estrictamente asegurado sigue el movimiento de los precios. No es posible aceptar ningún otro programa para el actual período de transición” (Programa de Transición).
Trotsky no plantea una jornada de 7, 6 o 4 horas, sino el reparto íntegro. Para el PTS, en cambio, hay que fijar una jornada de reducción laboral “posible” bajo el capitalismo, plantean como “modelos” la reducción de la jornada en Islandia y Suecia, y que “es posible” (LID, 1/8). Pero para Trotsky no se trataba de fijar una “jornada digna” de trabajo, sino que la duración de la jornada laboral esté determinada por el reparto de las horas totales entre ocupados y desocupados.
El PTS presentó un proyecto de ley en Córdoba a través de Laura Vilchez para reducir la jornada laboral a 6 horas en enfermería (Diario Sindical, 2/8). Afecta a “todos los hospitales y centros de salud dependientes de la Provincia”, sólo estatales, mientras que en los privados, esos mismos trabajadores hacen turnos “extras”. Los trabajadores públicos muchas veces dividen sus cargas horarias en las clínicas privadas. Como se ve, esta ley es un “subsidio” a las clínicas privadas que seguirán con la misma jornada laboral. El vuelo bajo del FIT-U no escapa de la demagogia parlamentaria, no de la claridad meridiana que necesita en este momento la clase obrera.
El PTS plantea que al reducir la jornada de trabajo: “Esta mayor productividad no dependió de ninguna inversión llevada a cabo para tecnificar los procesos productivos ni reorganizarlos en ningún sentido (…) cuando la fuerza de trabajo debe trabajar durante menos horas, sufre un menor ‘desgaste’. Esto puede redundar en que como resultado de afrontar una jornada laboral reducida la fuerza de trabajo tenga más ‘potencia’, es decir, que pueda producir lo mismo que antes usando menos tiempo” (ídem). No es necesario tocar las “ganancias” ni absolutamente nada de la estructura capitalista, han encontrado una “solución”. ¿Desde cuándo desarrollar una “mayor potencia” no significa generar un mayor “desgaste”? utilizan la “utilidad marginal” de la academia burguesa para explicar un problema que es político.
La reducción de la jornada laboral no es un fin en sí mismo, ni para acabar con la desocupación, ni para estabilizar la acumulación, es un medio para convocar a todos los trabajadores ocupados y desocupados para derribar este régimen social. Los socialistas peleamos por el reparto de las horas de trabajo íntegras. Llamamos a movilizar a los trabajadores por el reparto de todas las horas entre ocupados y desocupados por un salario igual a la canasta familiar. La desocupación, precarización y flexibilización laboral sólo van a ser acabadas con un Gobierno de Trabajadores que utilice los avances de la ciencia y la tecnología en función de liberar el desarrollo de las capacidades humanas. Se necesitan millones de trabajadores que permitan desarrollar todas las necesidades insatisfechas por este régimen. El aumento de la productividad social del trabajo humano sólo puede redundar en un aumento del disfrute colectivo bajo el socialismo, o sea, sin relaciones salariales entre los productores libres organizados de manera social.