“El Reino”, el entramado entre iglesias y política

Escribe Ana Belinco

Tiempo de lectura: 3 minutos

Escrita por Marcelo Piñeyro y Claudia Piñeiro, la serie “El Reino” encabeza actualmente “lo más visto” en Netflix.

"El Reino" relata la historia del pastor Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), y cómo su vida y la de su entorno familiar van moviéndose al compás de la carrera política emprendida por el religioso y su precipitado ascenso tras el asesinato de su compañero de fórmula, el candidato a presidente de la república, que podría convertir al religioso en el máximo mandatario.

Durante la investigación del atentado se va desovillando la corrupción y el manejo de dinero de la Iglesia, así como una trama de abuso sexual dentro del hogar de niños dirigido por la organización evangélica. También queda expuesto el proceso para la construcción de armados políticos basados en estas iglesias y servicios de inteligencia y operaciones políticas, incluso del imperialismo.

Estos grupos oscurantistas financieros se asientan a lo largo del continente y se nutren del Estado por medio de subsidios, excepciones impositivas y ejercen influencia y control de masas por medio de políticas sociales y educativas, así como por su inserción territorial y mediática, con canales de comunicación propios.

En Argentina estas iglesias han crecido territorialmente y ello tiene un correlato político. Funcionarias como Verónica Magario, intendenta peronista de La Matanza, en 2019, anunció a las personas presentes que crearía la Subsecretaría de Culto y pondría a cargo al pastor Gabriel Ciulla. Por su parte, el gobierno de María Eugenia Vidal también estableció un acuerdo con las iglesias evangélicas para repartir miles de toneladas de alimentos. Horacio Larreta también hace gala de su vínculo con los grupos evangélicos. El Código Civil elaborado durante los gobiernos K, le dio a las iglesias evangélicas el mismo status jurídico del que hasta entonces gozaba la Iglesia católica.

En Brasil la infiltración en el poder político de las iglesias evangélicas es mucho más pronunciado. El gabinete de Bolsonaro tiene varios funcionarios evangélicos y la política cultural y educativa está explícitamente diseñada desde el rechazo a “la ideología de género”, a las minorías sexuales y al derecho al aborto, promovido por estos grupos oscurantistas.

En defensa de “los valores” las iglesias evangélicas y católica defendieron el aborto clandestino durante décadas, propiciando movilizaciones “pro vida” cuando se trató el proyecto de legalización en Argentina e impidiendo hasta hoy, por medio del lobby clerical, su implementación efectiva.

Recientemente, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (Aciera) emitió un comunicado atacando a una de las responsables del guión de la serie, la escritora y activista Claudia Piñeiro, por su militancia feminista. Describe a la ficción de “El Reino” como una creación que parte “desde la base del odio, para generar rechazo social a un colectivo religioso, es un acto que no realza la belleza de una profesión que se debería caracterizar por la transparencia y pureza intelectual y creativa, y no por usar la actuación para denostar y fogonear el rechazo social a quienes piensan distinto a quien produce esa obra”. A renglón seguido sostiene que “es sabido el encono que ha expresado la escritora y guionista de esta obra desde su militancia feminista durante el debate de la ley del aborto hacia el colectivo evangélico de la Argentina, representado por millones de ciudadanos que no coincidían en su posición respecto del tema” y llega a catalogar de “un comportamiento de tipo fascista” a los creadores de la serie.

Horas más tarde, y tras el repudio generalizado de organismos y personalidades del ámbito de la cultura, la política y los derechos humanos, la entidad evangélica dio de baja el comunicado en su página oficial.

Se impone luchar por la separación tajante de las Iglesias y el Estado para terminar con toda forma de oscurantismo e injerencia clerical en la vida social, educativa y política. Este es un planteo elemental de la democracia burguesa que la burguesía no está dispuesta a desarrollar, porque significaría eliminar, en el marco de una crisis capitalista sin parangón, uno de los mecanismos de opresión “espiritual” sobre las masas trabajadoras que resulta totalmente funcional a los intereses de la explotación.

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