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En su cumpleaños número 70, Charly García será homenajeado por ambos lados de “la grieta”. El gobierno porteño le ha dedicado un mes de actividades en los centros culturales más icónicos de la ciudad, que tendrá su punto culminante con el recital que Fito Páez le dedicará al artista en el teatro Colón. Por su parte, el gobierno nacional le dedicará muestras en los museos nacionales y un ciclo de conciertos en el CCK. Charly -quien se encuentra semi retirado de los escenarios por sus problemas de salud- será ungido en vida como un prócer musical por encima de las facciones políticas.
Charly García probablemente sea el mayor compositor del rock nacional. De formación clásica, se destacó como un prodigio desde pequeño. Nació en el seno de una familia acomodada. En el colegio secundario Dámaso Centeno, de Caballito, junto a Nito Mestre, formarían el dúo que pasaría a la historia como Sui Generis. Formaron parte de la segunda camada que siguió a los fundadores del rock nacional -Los Gatos, Almendra, Vox Dei-, pero sin duda Sui Generis fue la banda que convirtió al rock en un fenómeno juvenil de masas. Sus canciones de aires folk, composiciones sencillas, voces armonizadas y letras que reflejaban en cuotas iguales la angustia y la rebeldía los adolescentes, lograron entrar a las casas de familia como no ocurría desde el éxito de “La balsa”. Los mentores de Sui Generis fueron Billy Bond y el fallecido productor y editor Jorge Álvarez.
La música de García fue ganando capas de complejidad con el correr de los años. Luego de la despedida multitudinaria de Sui Generis en el Luna Park, en 1975, García formó La máquina de Hacer Pájaros, un proyecto orientado hacia el rock progresivo que marcaba tendencia en aquellos años y que se caracterizó por el usufructo de las posibilidades sonoras que ofrecían los primeros sintetizadores, ya presentes en la última etapa de Sui Generis. Instalada la dictadura, la lírica de García comienza a recurrir a la metáfora para sortear la censura y deslizar críticas al gobierno militar, muchas veces mordaces (“¿Qué se puede hacer salvo ver películas?” es uno de los ejemplos más recurrentes).
Tras dos álbumes de estudio, el músico se exilió en Brasil. Allí, en las playas de Buzios, se gestó el cuarteto Serú Girán, junto a David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro, y también comenzaron a aflorar los excesos que marcarían la vida de Charly durante las décadas siguientes.
Las primeras apariciones de la banda fueron recibidas con poco entusiasmo, tanto por parte del público como de la prensa especializada que, en esa época, salvo excepciones, reunía características ultraconservadoras. La audiencia, por su parte, se mostraba desconcertada por la falta de “contenido” en la lírica del grupo y su coqueteo con formas musicales consideradas poco menos que “bastardas”, como la música disco. Sin embargo, García no se resignaba a ser parte del mar mientras arreciaban las nuevas olas. Su predilección por la tecnología tanto en el estudio como por los sintetizadores y, más adelante, por las máquinas de ritmo y las baterías digitales, ampliarían sus horizontes. Finalmente, Serú Girán se impuso definitivamente con “La grasa de las capitales” (1979), su segundo álbum, que retomaría la metáfora como vehículo de la crítica social y política que habían caracterizado a las letras de Charly desde un principio.
Tras una carrera fulgurante de cuatro años, García inicia una carrera solista que sería fecunda durante la década del ochenta. Fue uno de los músicos que mejor acompañarían el estado de ánimo de su propio público, durante la transición de la dictadura al gobierno de Alfonsín. En su primer disco solista, “Yendo de la cama al líving” (1982), sostendría el estandarte de la ironía para referirse a la guerra de Malvinas (“No bombardeen Buenos Aires”), compondría himnos a la libertad (“Inconsciente colectivo”) y también mostraría su costado apesadumbrado, deseoso de dejar atrás “el quilombo” de los años 70 (“Yo no quiero volverme tan loco”). García, un enemigo natural por temperamento de los militares y de la censura, compondría la banda sonora del retorno de la democracia.
Marcadamente, en su nueva etapa como solista, Charly dejaría atrás el folk, la música progresiva y el jazz rock a los que se habían aproximado en sus primeras experiencias grupales. Su deseo de abrazar los sonidos de las nuevas olas lo llevaron a grabar el revolucionario “Clics modernos” en Nueva York, con la producción de Joe Blaney (Ramones, The Clash, Prince). Publicado en noviembre de 1983, sus canciones refieren al exilio (“Transas”, “No soy un extraño), las patotas (“Nos siguen pegando abajo”) y los desaparecidos (“Los dinosaurios”). Musicalmente, las nuevas composiciones abrevan en un estilo más moderno -como indica el título del álbum- y minimalista, acentuado por el protagonismo definitivo de los sintetizadores y máquinas de ritmo y la edición en el estudio de grabación. Según un relato del propio García, su nuevo estilo nació de una observación que hizo su entonces pequeño hijo, Miguel, cuando lo vio repetir varias veces la misma parte de una canción de Serú Girán porque era “la parte que le gustaba”. ¿Por qué abrumar al oyente con tantas partes diferentes en una canción cuando todo puede caber en un mismo fragmento?, fue más o menos su reflexión. Desde entonces, su música se caracterizaría por la polirritmia y la superposición de capas sonoras que más adelante, ya en la última etapa antes de las internaciones e intentos de rehabilitación por sus adicciones, alcanzaría características barrocas.
A “Clics modernos” siguieron otras dos obras maestras, “Piano Bar” (1985) y “Parte de la religión” (1987), que serían musical y comercialmente consagratorias a escala continental. También comenzaría a manifestarse la tendencia al encierro sobre sí mismo, la enajenación de la fama y las consecuencias del consumo de cocaína. García cerraría la década con los desparejos pero por momentos también brillantes “Cómo conseguir chicas” y “Filosofía barata y zapatos de goma”. En ambos discos fueron grabados por una banda que lo acompañaría por varios años, integrada por Fabián Von Quintiero y Alfie Martins en teclados, Carlos García López en guitarra, Fernando Lupano en bajo, Fernando Samalea en batería e Hilda Lizarazu en coros.
Los años 90 fueron años de frenesí y descontrol. En 1989, García participaría de una serie de recitales en apoyo a la candidatura del radical Angeloz y le dedicaría varios dardos a Menem (a quien se refería como “Nemen” o “Never”), pero terminaría acercándose al riojano al final de su segundo mandato, con una promocionada visita a la Quinta de Olivos.
García continuó grabando discos, collages sonoros en los que participaban amigos y colegas. Ya era una de las figuras más convocantes del rock argentino, incluso atrayendo a nuevas generaciones, y como tal continuó recibiendo el “apoyo” de su compañía discográfica, a pesar de su evidente pérdida de rumbo artístico y personal. Tras protagonizar varios escandaletes en hoteles y pubs, se lanzó a la pileta de un hotel mendocino desde un noveno piso, una “hazaña” que confirmo el mal momento que el músico venía atravesando. Siguieron las entradas y salidas de clínicas, nuevos desmanes y peleas y también nuevos shows y discos, en los que -cada vez más raramente- volvía a ofrecer algún destello de su genialidad.
En los últimos años, con asistencia de sus allegados y médicos, García conoció algo de paz y, con esfuerzo, retomó paulatinamente la actividad musical. Condicionado por la medicación, de todos modos, en las últimas entrevistas que ofreció sigue mostrando una mirada aguda y sensible sobre el rock, la música y la sociedad, esa con la que muchas veces chocó y tantas otras hizo lo imposible por integrarse.