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El resultado de las elecciones generales no ha servido para despejar o siquiera atenuar el alcance de la crisis de régimen inaugurada por el derrumbe del gobierno macrista y la bancarrota financiera posterior, primero, y la crisis sanitaria y el rescate capitalista operado por el gobierno de los Fernández después. Los días y semanas posteriores al domingo 14 lo van a poner de manifiesto, aunque los comentaristas de rigor insistan con “un nuevo orden político” después de los comicios.
El régimen político, considerado en su conjunto, volvió a ser sancionado con un elevado abstencionismo, que apenas remontó en cuatro puntos porcentuales respecto de las PASO. En medio de un retorno abrumador al presencialismo laboral y social, no es posible atribuirle el ausentismo a los temores sanitarios. Los datos dan cuenta del golpe sobre las dos coaliciones dominantes: el Frente de Todos tuvo 5.200.000 votantes menos que en 2019; el “triunfante” Juntos, perdió otro millón doscientos. El golpe político al gobierno ´de Todos´ es inapelable, puesto que fue derrotado en las provincias más importantes -Buenos Aires, CABA, Córdoba, Santa Fe y Mendoza- y también en otras –como Chubut o La Pampa- que lo llevaron a perder el quórum propio en el Senado. En su cuna austral, el kirchnerismo resultó tercero. Los festejos desmesurados del domingo sólo se justificaron por haber acortado las distancias en la derrota bonaerense. Esa “victoria”, sin embargo, cuenta en el haber de los intendentes pejotistas del conurbano, que movilizaron aparato y recursos para revertir -sólo muy parcialmente- el ausentismo electoral.
Del lado de la oposición, la promesa de una “escalada” de votos, apoyada en el resultado de las PASO, sólo quedó en promesa. “Juntos” marcó el paso en su lugar, y mostró en el plano electoral sus límites insuperables como alternativa a la crisis terminal del gobierno FF. Los Santilli o Vidal están demasiado cercanos a la experiencia desastrosa del gobierno macrista, y su perspectiva ajustadora es una barrera difícil de franquear en las barriadas populares. En el conurbano, el gobierno volvió a explotar el miedo al retorno al macrismo, como recurso de su remontada limitada. A la derecha de Juntos, Espert y Milei fueron una manifestación de esa crisis de la coalición opositora, y recibieron el aliento indisimulado de los Macri o los Bullrich. Del otro lado, el radicalismo busca su propia cosecha con vistas a la candidatura presidencial del 2023, pero cruzado también por agudas divisiones – Lousteau, Manes, López Murphy. En los festejos libertarios, el bunker de la Libertad Avanza aportó un gramo de clarificación política, cuando la celebración sacó a la luz a un grupo de lúmpenes armados y alcoholizados, al punto de la batahola.
La desintegración de las dos grandes coaliciones en presencia ha dejado al pejotismo en el centro de gravedad de la precaria gobernabilidad futura. Pero tampoco el Pejota tuvo para celebrar en este 14N: la remontada del conurbano le da a sus barones los pergaminos suficientes para relegar todavía más a Kicillof, pero no alcanza para levantar ningún liderazgo político. En el interior, el pejotista Schiaretti fue abrumadoramente derrotado en Córdoba. Finalmente, el líder del gabinete peronizado, Juan Manzur, recibió un duro golpe en Tucumán, donde perdió 70.000 votos respecto de las PASO.
El incierto escenario que dejaron las elecciones obligó a Alberto Fernández a un mensaje en cadena, dirigido, no a los electores, sino a los operadores financieros locales e internacionales, que a esas horas comenzaban a hacer sus previsiones. Allí, anunció la pretensión de un acuerdo parlamentario sobre el arreglo con el FMI, que se plasmaría en un proyecto legislativo a llevar al Congreso el próximo mes. Aunque el anuncio quiso llevar ´certezas´, podría terminar siendo la antesala de una nueva y más aguda crisis política, porque estuvo plagado de ambigüedades. Por caso, señaló que el proyecto tendría los “lineamientos” de un plan económico. En esa línea, el diario oficialista Ámbito señala que el proyecto contendría un ´preacuerdo´, que debería preceder al acuerdo mismo. Esta variante equivale a corresponsabilizar al radical-macrismo del arreglo con el FMI, y de sus consecuencias sociales catastróficas. El “acuerdo básico”, por eso mismo, es improbable. El gobierno deberá enfrentar estas idas y venidas con las reservas internacionales en rojo, y la espada de Damocles de una corrida cambiaria y bancaria en ciernes. La crisis planteada por el empobrecimiento masivo y el hipotecamiento del país excede por mucho a la precariedad que exhibieron los partidos de “Estado” en la elección que acaba de concluir.
El Frente de Izquierda-Unidad realizó una elección significativa. De un modo general, se situó en los niveles del año 2013, cuando superó el millón doscientos mil votos y consagró a tres diputados nacionales. El domingo pasado, ese volumen de votos se confrontó con un caudal general de votos inferior, por un lado, y con una mayor concentración de votos en los distritos estratégicos de Buenos Aires y la CABA, del otro. El FIT-U creció fuertemente en Buenos Aires, donde pasó de 430.000 en las PASO a casi 600.000 votos en las generales, y casi duplicó la votación de 2013. Como consecuencia de ello, además de consagrar a dos diputados -como ya lo había hecho en 2017- logró en esta oportunidad concejales en partidos como Moreno, Merlo, José C. Paz, La Matanza, Coronel Pringles y probablemente Florencio Varela, junto con dos diputados provinciales por la tercera sección. En la CABA, consagró una banca nacional que le venía siendo esquiva, siempre por un número exiguo de votos, desde 2011. En el interior, el dato sobresaliente es la consagración de un diputado por Jujuy con el 25% de los votos, disputándole al FdT el segundo lugar de la votación – ello, junto a importantes votaciones en Chubut y Neuquén. En contrapartida, se repitió el descenso electoral en Mendoza, Córdoba y Salta – donde el PO-FIT había consagrado un diputado nacional en 2013. Otras fuerzas de izquierda aportaron otros 100.000 votos al total nacional de la izquierda.
La conquista de concejalías en municipios estratégicos del conurbano, o la banca de Jujuy, constituyen un síntoma político que nadie podría pasar por alto. La izquierda ha quebrado el monolitismo de la representación política en el corazón del pejotismo y de las burocracias oficiales o sociales de la Cámpora o el piqueterismo oficial. Es una señal clara de declinación del pejota-kirchnerismo, que se procesa, con marchas y contramarchas, desde hace más de dos décadas. Ese agotamiento ha tenido su manifestación positiva en las organizaciones de desocupados independientes, en la conquista de comisiones internas e incluso de sindicatos de manos de la burocracia sindical, y también en votaciones anteriores del Frente de Izquierda. Pero esta conclusión es antagónica a la de las fuerzas receptoras de los votos de este domingo, y que peroraron durante todo el último lustro -y el PTS desde antes- acerca del “fenómeno kirchnerista”. La actual dirección del PO se acordó de la “ruptura de los trabajadores con el peronismo” en la noche del domingo. En 2018, cuando el macrismo se derrumbaba, rechazaron una agitación política contra el gobierno en ruinas en nombre de que “la transición electoral, en manos del kirchnerismo, ya estaba jugada”. Renunciaron a disputar el liderazgo de la lucha contra el macrismo porque, precisamente, consideraban inexpugnable al cristinismo. Tampoco han podido caracterizar el alcance histórico de la crisis actual y, por lo tanto, de las fuerzas políticas que pretenden pilotearla. Las bancas han sido conquistadas desde una propaganda electoral con estrecha perspectiva parlamentaria o identitaria, y no desde el parlamento como tribuna para un planteamiento de poder político. Política Obrera no escondió ninguno de estos señalamientos durante las dos campañas – las PASO y las generales. Pero abordamos nuestra decisión de voto desde la situación política considerada en su conjunto: el voto a la izquierda implicaba un progreso en la lucha por la autonomía política de la clase obrera, y así nos pronunciamos.
Al gobierno no le bastarán con las declaraciones de buena voluntad para despejar el horizonte con el capital internacional. El acuerdo tendrá que ser abonado con medidas que significarán, de una u otra manera, un nuevo ataque a las masas. El Fondo podría aceptar la persistencia del cepo, pero al precio de reducir la “brecha” cambiaria, o sea, de habilitar a una cierta devaluación; el presupuesto fondomonetarista, a su turno, plantea la reducción de los subsidios y un inexorable ajuste de tarifas. La persistencia de la miseria social, el desempleo y la inseguridad convierten a los barrios en un polvorín. La CGT y los piqueteros oficialistas han convocado a una marcha de aparato para este miércoles, a espalda de esa agenda de las masas: por el contrario, el propósito del gobierno es exhibir, ante la patronal nacional e internacional, que cuenta con el recurso de la burocracia sindical, no contra los banqueros, sino contra la clase obrera. Todo este escenario pone, con mayor vigencia todavía, la necesidad de un congreso obrero, y de una campaña por su convocatoria en las organizaciones sindicales y en los barrios. En lo inmediato, la campaña debe abordar pronunciamientos y acciones de lucha contra el acuerdo con el FMI y el repudio de la deuda, en conexión con las reivindicaciones salariales, laborales y jubilatorias que están amenazadas. La tarea de la hora es colocar a la clase obrera como sujeto político en medio de una crisis histórica.