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La determinación estratégica de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a la OTAN ha desatado una nueva crisis político-militar con Rusia. Las potencias ‘occidentales’ y la prensa internacional presentan los acontecimientos en forma invertida, atribuyendo las advertencias lanzadas contra Rusia como el resultado de una intención, por parte de ésta, de invadir y ocupar Ucrania. Aunque Rusia haya anexado la península de Crimea para proteger su única base militar sobre el Mar Negro y apoye a los sectores que mantienen el control del este de Ucrania, en la región del Donbass, el régimen de Putin carece de las condiciones internas e internacionales para acometer semejante propósito. En el caso de la OTAN, por el contrario, luego de prometer que no extendería su dominio a Ucrania, cuando en 1991 Ucrania accedió a la independencia, y luego hizo lo mismo al firmarse, en 1994, el tratado de desnuclearización del país, en el pacto de Bruselas, Biden dejó en claro, en una reciente reunión con Putin, que Estados Unidos no acepta ninguna clase de “líneas rojas” con referencia a la adhesión de Ucrania a la OTAN. Los medios internacionales informan de manera regular la violación del espacio aéreo de Rusia por aviones de países de la OTAN, y han convertido a las naciones del Báltico en una plataforma militar contra Rusia. Del mismo modo, los medios han oficiado como voceros a la OTAN, al advertir que Rusia ha perdido la “profundidad estratégica”, o sea su vasto territorio, que la protegió contra Napoleón y contra Hitler, como consecuencia de la capacidad de ataque de los misiles de corto y medio alcance que apuntan contra ella. Estados Unidos y la OTAN han boicoteado los acuerdos de Minsk, firmados en 2016, que establecían negociaciones para la reunificación de Ucrania, porque el lado oriental reclamaba convertir al país en una federación, o sea con autonomía para sus regiones. El objetivo fundamental del “euromaidan”, el golpe de estado que desalojó a la oligarquía pro-rusa del gobierno, en 2014, fue incorporar a Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN, algo que ya había aceptado, en principio, el gobierno "pro-ruso’’ derrocado. La proyección estratégica de la OTAN hacia los confines de Rusia arranca con la balcanización de Yugoslavia (valga la redundancia) y el bombardeo sistemático a la república serbia. La restauración ‘pacífica’ del dominio capitalista en Europa oriental, a través de un acuerdo con la burocracia moscovita, va cobrando la forma menos pacífica de nuevas guerras internacionales de dominación política.
La crisis en desarrollo comporta, sin embargo, un conjunto de elementos que se encuentran más allá de la disputa por Ucrania. En efecto, una pieza decisiva de la situación presente ha sido la construcción de dos gasoductos que atraviesan el Báltico, para abastecer a Alemania y a una parte de Europa, a cargo del monopolio ruso Gazprom. Más que un acuerdo económico es un acuerdo geopolítico, en primer lugar porque crea un vínculo económico estratégico entre ambos países. La nueva ruta degrada la vía histórica de abastecimiento de gas ruso a Europa a través, precisamente, de Ucrania, lo que pone un fin a las posibilidades de extorsión recíproca, de parte de Ucrania a Rusia y viceversa, pero que deja a Ucrania sin el recurso financiero del peaje por el gas y su propio abastecimiento. La ruta de Báltico resuelve un problema estructural de Europa, pero en especial de Alemania, en la provisión de energía, al margen de que ha creado fuertes rivalidades con compañías europeas de transporte de gas. Pero ese acuerdo tiene un alcance de otras dimensiones cuando se tiene en cuenta que implica una apertura privilegiada del mercado ruso a la producción y a las inversiones de Alemania. Gerard Schroeder, ex canciller de Alemania, se ha convertido en director de la misma Gazprom. El acuerdo ofrece la posibilidad de aumentar el peso del capital germano en Europa del este, en primer lugar, la República Checa y varias naciones desprendidas de Yugoslavia. El saldo comercial que favorece a Rusia financia las inversiones de su socio alemán.
El acuerdo ruso-alemán no es perjudicial solamente para Ucrania sino también para Estados Unidos, que ha presionado para que la UE se convirtiera en mercado para el gas licuado producido a partir del ‘shale gas’ estadounidense. Estados Unidos ha respondido con sanciones a las constructoras rusas y alemanas del gasoducto número dos, que luego levantó contra las primeras pero no las segundas. Este segundo gasoducto no ha recibido autorización para operar, aunque se encuentra terminado; enfrenta, además, otras cuestiones legales en Alemania y la UE. Estados Unidos exige que Rusia se comprometa a no interrumpir la provisión de gas por medio de Ucrania. Putin ha respondido con una disminución de la oferta de gas al mercado internacional, con la intención de provocar un aumento sustancial del precio, al que se atribuye gran parte de la ola de inflación que se registra en los principales mercados.
La cuestión de Ucrania encubre una disputa internacional de gran alcance potencial, que ha ocupado un espacio importante en la agenda de Trump y ahora de Biden, que se refiere al propósito de Alemania y Francia de convertir a la UE en tercera fuerza en la pulseada, con referencia a Estados Unidos y a China; que incluye una apertura rusa al capital europeo. En el marco de un acuerdo estratégico general reclaman el ingreso de Ucrania a la UE – un objetivo de largo plazo pero en desarrollo, cuando culmine el tremendo ajuste fondomonetarista que se desarrolla en Ucrania. El afán de Rusia de lograr una mayor integración al mercado mundial confronta con la ambición de la UE de convertirla en un satélite económico y financiero, que choca a su vez con los intereses de Estados Unidos de recuperar una hegemonía en decadencia, en oposición a unos y a otros. De modo que la nueva escalada militar de la OTAN contra Rusia, por la incorporación de Ucrania a la alianza militar del imperialismo, se extiende al conjunto de Europa, como parte de un nuevo reparto del mercado mundial por las fuerzas en presencia.