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En octubre pasado el general Abdel-Fattah Burhan, jefe del Consejo Soberano de Sudán, debía dejar el poder a manos de un civil. Es lo que se había pactado en 2019, bajo el patrocinio de EE.UU. y la Unión Europa. Pero Burhan madrugó a sus socios civiles y desató un golpe militar que “desde entonces, apenas ha pasado un día sin manifestaciones, detenciones y bajas” (Haaretz, 14/1). La semana pasada estaba prevista “la ´marcha de millones´, anunciada por los líderes de la protesta, conocidos como los comités de resistencia” (ídem).Fue, sin embargo, pospuesta para evitar un baño de sangre. La represión ya se cobró más de 70 muertos, un millar de heridos y varios miles de detenidos.
Sin embargo, este lunes tras la represión a una inmensa manifestación frente al palacio presidencia de Jartum, donde “al menos siete personas murieron y cientos resultaron heridas” —dice The Wall Street Journal, 18/1—, se desataron “dos días de huelgas y desobediencia civil en Sudán, un día después de que las fuerzas de seguridad dispararan munición real y usaran gases lacrimógenos para dispersar a los manifestantes en algunos de los enfrentamientos más mortíferos desde el golpe militar del año pasado” (ídem). Sudán ocupa un lugar geográficamente fundamental en el Cuerno de África frente al Mar Rojo y es la antesala al Canal de Suez que vincula a Oriente con Europa. Mientras tanto, la economía de Sudán está en caída libre, con una inflación que se disparó al 443% en diciembre desde el 163% un año antes” (ídem). Burham también prometió comicios democráticos para la segunda mitad del 2023, pero los “comités de resistencia” nacidos tras la deposición de al-Bashir, en 2019, demandan su expulsión ya.
“Los disturbios se extendieron desde Jartum a las ciudades vecinas cercanas. La huelga (del martes y miércoles) marca un nuevo aumento en la presión sobre el gobierno , con los líderes de la protesta instando a los seguidores a bloquear las calles de la ciudad. Los líderes sindicales instaron a los maestros, trabajadores portuarios y funcionarios públicos a no ir a trabajar. Tropas, policías antidisturbios y miembros de las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido patrullaron puentes e intersecciones clave en Jartum, dijeron testigos. El Comité Central de Médicos Sudaneses, que despliega equipos de emergencia médica durante las protestas, dijo que todos los trabajadores médicos se retirarían de los hospitales operados por el ejército, la policía y la seguridad el martes y el miércoles” (ídem).
Según informa Haaretz “todos los comités están de acuerdo en que el ejército debe ser expulsado del liderazgo del país, pero están profundamente divididos sobre qué tipo de país debería ser Sudán. Los grupos religiosos radicales y la Hermandad Musulmana quieren que la ley islámica se aplique a todo. Los grupos de derechos humanos quieren un país democrático liberal que promueva la condición de la mujer, la libertad de expresión y los derechos individuales. Los sindicatos quieren un estado de bienestar. Y los jóvenes autónomos quieren ayudar a redactar reformas económicas”.
Según esta misma fuente, “El caos de Sudán refleja la progresiva erosión de la influencia estadounidense”. “La administración de Biden está profundamente dividida entre su enviado especial para el Cuerno de África, Jeffrey Feltman, a quien Joe Biden nombró, y la subsecretaria de Estado para asuntos africanos del Departamento de Estado, Molly Phee” (ídem), quien acaba de ser depuesta.
Todo esto indica que “Sudán tampoco es un caso aislado. También es difícil descifrar la política de Washington sobre las crisis en Libia, Irak, Siria y Yemen. Hasta ahora, parece consistir nada más que en declaraciones tranquilizadoras sobre la necesidad de conciliación y diplomacia y esfuerzos para lograr el alto el fuego” (ídem).