Congreso de Política Obrera (Partido Obrero Tendencia).
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La irrupción de la pandemia ha dado paso a una crisis histórica excepcional de la sociedad capitalista.
Las fuerzas productivas, bajo su envoltura capitalista, se han convertido en fuerzas destructivas - del medio ambiente y del desenvolvimiento humano. Es una manifestación extrema de la decadencia del capitalismo, que procura romper por estos medios destructivos sus propias barreras históricas, o sea los límites capitalistas a la valorización del capital. La destrucción del medio ambiente responde a la misma lógica de precarización ilimitada que sigue la explotación del trabajo humano. El Covid 19, del mismo modo que todas las epidemias que lo han precedido en un lapso corto de tiempo, es una expresión de la rebelión de la naturaleza al saqueo del medio ambiente. Deja al desnudo el límite insuperable de la anarquía capitalista.
La pandemia ha expuesto el antagonismo entre el capital, de un lado, y la vida, del otro, así como los límites sociales que impone ese antagonismo al progreso científico. La expansión del virus ha provocado la explosión de todos los sistemas de salud, manifiestamente en los países más desarrollados. En el curso de dos años se ha pasado de una tendencia ascendente a una caída en la expectativa de vida de la humanidad. El colapso de los sistemas de salud ha afectado el tratamiento de toda clase de enfermedades prevalentes. La pandemia ha sometido a un estado de sitio al personal de salud – forzado a trabajar sin tregua ni apoyo económico de parte de los Tesoros públicos. La privatización de los sistemas de salud y la renuncia del estado capitalista a proteger la universalidad de su atención, ha ensanchado de un modo colosal el antagonismo insuperable entre las masas, de un lado, y el capital y el estado, del otro.
Más allá de las respuestas improvisadas en un inicio, la pandemia ha sido abordada, fundamentalmente, en términos de una defensa del capital y de la circulación económica. Ha sido y continúa siendo una declaración de guerra del capital contra los trabajadores. Tampoco hubiera podido ser de otro modo. En marzo de 2020, la magnitud de los contagios provocó la mayor caída de la historia de la bolsa de Nueva York y el lanzamiento de un paquete de rescate del Tesoro y la Reserva Federal de Estados Unidos mayor al aplicado cuando quebraron, en 2008, la aseguradora AIG y el banco Lehman Brothers. El reclamo reciente de las patronales de la mayor parte del mundo para que los contactos estrechos vayan a trabajar si cuentan con una o dos vacunas, es una expresión rotunda de la guerra de clases desatada por la pandemia. Lo mismo vale para la caducidad de la calificación del contagio de Covid como enfermedad profesional. El contraste fundamental entre la posición socialista y la posición democratizante en este marco consiste en la negación o la incapacidad, por parte de esta última, de caracterizar la crisis de la pandemia como una crisis del capital y, como consecuencia, de una guerra de clase del capital.
La pandemia agudizó fenomenalmente la crisis de régimen político en países de peso en el escenario mundial. El asalto al Capitolio, en Estados Unidos, fue la expresión más decisiva de esta crisis de dominación; el intento de instaurar un estado de excepción por medio de un golpe de estado no fracasó – sólo fue demorado en el tiempo. Los democratizantes, curiosamente, que proclamaron la imposición de ese estado de excepción cuando se establecieron las cuarentenas, descalificaron, sin embargo, el asalto al Congreso norteamericano, organizado por un gobierno anti-cuarentena, como una asonada o aventura.
En Estados Unidos, la guerra contra los trabajadores se manifestó del modo más completo y agresivo. La piedra libre otorgada a la expansión del virus desorganizó la vida social en forma fulminante. Estados Unidos ha batido el récord de contagios y muertes. La ofensiva capitalista contra la salud y la desorganización social y política que provocó, alimentó la belicosidad de los trabajadores e incluso la rebelión popular. Desencadenó la mayor lucha contra la brutalidad policial en décadas – en medio de una ola de contagios. Determinó, asimismo, la mayor concurrencia electoral en numerosas décadas. De otro lado, dio impulso a una tendencia fascista, que debutó décadas antes (Tea Party). El antagonismo entre estas dos tendencias no se ha atenuado con el cambio de gobierno – se ha acentuado, o sea que responde a una tendencia de la crisis política. La presentación del golpe, por parte de la izquierda democratizante, como una asonada sin fundamento histórico, la colocó a la derecha de numerosas corrientes democráticas de la pequeña burguesía liberal norteamericana. El ‘peligro’ de una ‘contención’ democratizante fue usado, en una forma ultraizquierdista típica, para despreciar la tendencia al estado de excepción bonapartista. Esta descaracterización de las tendencias políticas en marcha es una consecuencia de la subalternización de la pandemia como un fenómeno estrechamente sanitario y no como una expresión poderosa de la descomposición capitalista. Algo similar, incluida la tendencia al golpe de estado, ocurrió en Brasil. Tanto en Estados Unidos como en Brasil, la crisis social que aparejó la apertura económica bajo la pandemia, o sea la guerra contra los trabajadores, ha creado un principio de dislocación política en las Fuerzas Armadas. La pandemia ha dejado planteada la cuestión de “un cambio de época”, o sea, una acentuación irrevocable de la crisis social y una extensión sin precedentes de las rebeliones populares, y por otro lado la consolidación de la tendencia hacia crisis de poder, en especial en los estados desarrollados. Forma parte de la dislocación internacional que la pandemia ha llevado a niveles extraordinarios, y por lo tanto a una agudización de la tendencia a guerras imperialistas.
El reforzamiento del autoritarismo y del estado policial ha ocurrido manifiestamente en los estados que adoptaron métodos ‘libertarios’, EEUU, Brasil, Chile, Gran Bretaña, Rusia, no en aquellos que adoptaron medidas de prevención, con la excepción de China, donde el éxito en la prevención de la circulación comunitaria del virus fue acompañado de un considerable reforzamiento del bonapartismo en presencia. Fueron desairados los ‘teóricos de Wuhan’ y la izquierda democratizante, que levantaron las banderas de la ‘libertad personal’ frente al Covid. Una regla casi general de los dos años de pandemia ha sido la derrota electoral de los gobiernos de turno. Es lo que se manifestó, en especial, en Estados Unidos, Chile – o, para el caso, Honduras, pero también en Alemania, donde fue derrotada la democracia cristiana y se produjo un retroceso marcado del ‘neo-nazismo. En medio de la pandemia se registró el referendo en Berlín a favor de la expropiación de los monopolios inmobiliarios. La descomposición social ha dado lugar, por un lado a la emergencia, en apariencia episódica, de movilizaciones de carácter fascistizante, que se ha convertido en vocera del pequeño negocio arruinado por la pandemia, pero por sobre todo a poderosas rebeliones populares. Los más golpeados han sido los migrantes en todas las costas del Mediterráneo y en América Central.
La pandemia puso al desnudo los antagonismos internacionales de las potencias capitalistas y reforzó las tendencias a las guerras. Se desarrolló un sabotaje extraordinario contra suministros médicos, desde barbijos, respiradores, y miles de componentes para equipos de tratamientos, y finalmente vacunas. La pandemia, un fenómeno de alcance mundial por definición, fue abordada, invariablemente, en términos nacionales, o sea favorables a la circulación del virus. La interdependencia de las economías mostró sus contradicciones insuperables al convertirse en un enfrentamiento por la seguridad nacional. Las cadenas internacionales de producción, baluartes de la globalización y de una inevitable cooperación internacional, quebraron bajo la presión de las rivalidades capitalistas. Los especialistas atribuyen a estas quiebras el resurgimiento de la inflación internacional. Ha acentuado la tendencia (o contra-tendencia) a la autarquía en los países desarrollados, desde las crisis mundiales – 2007/8 y 2010/2.
En medio de esta catástrofe sanitaria, el capital no ha cesado, ni por un instante, con el desarrollo de la carrera armamentista y las guerras. El idilio de la globalización ha quedado en el pasado. La mundialización de la economía no debe confundirse con el “ultraimperialismo”, o sea con una dominación ‘pacífica’ del mercado mundial por un trust colaborativo de corporaciones – como lo reivindica Kissinger en su libro sobre China. La interpenetración económica refuerza, por el contrario, el impacto disolvente de las crisis económicas y las relaciones de fuerza y los choques entre los capitales y los estados.
La pandemia ha colocado al borde del default a un número elevado de estados ultra-endeudados. El ingente gasto empleado en rescatar a las grandes corporaciones ha golpeado aún más la atención sanitaria y social. El sistema internacional orientado por el FMI, agotado desde hace décadas, ha naufragado en esta crisis por completo. La emisión de Derechos de Giro, una moneda de denominación internacional pero sin respaldo, añade combustible a un cuadro financiero incentivado con emisiones de moneda sin respaldo. Tiene contradicciones insuperables. En primer lugar, porque la cuota para los países financieramente más necesitados es insignificante; segundo, porque una redistribución de ellas supone un arbitraje político inviable. Tercero, las deudas públicas más elevadas, como proporción del PBI, corresponden a los países más desarrollados. Aun cuando éstos emitan moneda de poder de cancelación internacional, el riesgo de que sufran una desvalorización enorme es inminente. Los planes de ajuste fondomonetaristas, en las condiciones de la pandemia, son otra manifestación de guerra internacional contra el mundo del trabajo.
En tanto los planteos del FMI, referidos a gastos de Presupuesto y emisión, tienen por finalidad proteger la valorización de los títulos de deuda, los trabajadores necesitan como nunca un plan masivo de gastos de salud, incluidos, fundamentalmente, los que deben financiar los aislamientos o confinamientos. Sin una política de confinamientos focalizados, de acuerdo a la irrupción del virus; testeos, análisis, seguimientos a contactos y vacunación en masa, no hay combate al virus. Por eso prolifera el planteo de rebajar la pandemia al status de endemia – una gripe banalizada, ‘a la Bolsonaro. La crisis viral ha puesto al rojo vivo la crisis de vivienda, incluida la infraestructura de servicios públicos (agua potable, gas, luz, pavimentación, transporte). La ‘convivencia’ con el virus; el simulacro de la endemia, en el marco de vacunas con eficacia decreciente; – esta política de ‘nueva normalidad’ también requiere ingentes cantidades de dinero- mucho más, al final, que una política de erradicación del virus. El capital impulsa una ‘nueva normalidad’ financiada por el mundo del trabajo. La pandemia ha puesto al desnudo la vigencia de la confrontación histórica entre el capitalismo agonizante y el socialismo, que es la emancipación del género humano del yugo del interés (explotación) privado.
Es necesaria una lucha de clases contra la política anti-obrera de la ‘nueva normalidad’ y transformarla en una lucha por el derrocamiento del régimen capitalista y la instalación de un gobierno internacional de los trabajadores.
Desde el derrumbe de “la guerra global contra el terrorismo”, el tema de la guerra se ha desplazado, en los cuadernos de los estados mayores y en la práctica, al enfrentamiento de Estados Unidos contra China. No arranca con el gobierno de Trump sino de Obama, y el estallido de la bancarrota internacional de 2007/8 y la “gran recesión” de 2009/12. Reconfigura el carácter de todas las guerras en desarrollo, desde Siria y Libia hasta Irán e Irak. Sin que suenen aún los ruidos de las armas, la confrontación EEUU-China se ha extendido a América Latina. La pandemia la ha acentuado. El abordaje de la peste ha fortalecido provisoriamente a China frente a EEUU. El primero ha tenido abajo de diez mil muertos - el segundo, un millón. La recuperación económica en China se adelantó considerablemente a Estados Unidos. La crisis de régimen político se ha acentuado en los dos casos. En EEUU, el golpe de Trump ha instalado la tesis de “una democracia fallida”, y una renovada tendencia al bonapartismo. Se ha desencadenado una ofensiva reaccionaria contra el sistema electoral. En China ha dado lugar a un reforzamiento excepcional del bonapartismo de Xi – que se extiende a un reforzamiento del control de las grandes empresas por las células del aparato ‘comunista’. La ruptura del equilibrio internacional precedente y la tendencia a la guerra agudiza la tendencia a la crisis de poder al interior de los estados principales.
La tendencia a la guerra se manifiesta en la utilización acentuada del arma de las sanciones económicas. La aplicación de sanciones económicas ha alcanzado un récord histórico en el último año. Han jugado un papel excepcional en la desestabilización, por caso, de Irán, Venezuela y, de larga data, Cuba. Biden ha amenazado a Rusia con la exclusión del sistema internacional de pagos (Swift), como Trump lo hizo, con un éxito relativo, contra Irán, al provocar la salida de los capitales europeos del petróleo. Con el pretexto de la ‘seguridad nacional’, Estados Unidos ha prohibido la cotización en la bolsa de Nueva York a grandes conglomerados tecnológicos y financieros de China, e incluso amenazado con sanciones contra estados que contraten el sistema de telefonía 5-G de Huawei. Estados Unidos ha prohibido virtualmente el suministro de superconductores a China, base de toda la economía industrial moderna, al mismo tiempo que mantiene un veto histórico a la capacidad de producción de esos superconductores a la misma China. Esta política ha sido calificada como “weaponizing” de las medidas económicas coercitivas, es decir, el uso de las sanciones económicas como arma y con el propósito de guerra. China ha respondido en la misma medida.
La recategorización de Taiwan, la isla renegada de China, por parte de Estados Unidos, constituye una reversión de la política norteamericana desde que reanudó relaciones con China. En violación a todos los acuerdos firmados desde el gobierno de Nixon, EEUU la está convirtiendo en una base de operaciones económicas e incluso militares. Hace dos décadas, Taiwan era vista como una fuente de inversiones internacionales en la República Popular, y potencialmente como una socia política que podía devenir parte del estado chino. Es el caso de Foxconn, el pulpo taiwanés que fabrica en China los componentes de la telefonía de Apple. Al mismo tiempo, la marina de EEUU ha convertido en zona de guerra del mar del Sur de China, no solamente con un despliegue enorme de su flota, sino como consecuencia de acuerdos militares ofensivos con Australia y Japón.
El “acople”, de un lado, entre las inversiones norteamericanas e internacionales en China y, del otro lado, la inversión de los excedentes financieros de China en la deuda pública y privada norteamericana, se ha convertido en una tendencia al ‘desacople’. La acelerada industrialización de China se enfrenta a la desindustrialización relativa de Estados Unidos, la plaza fuerte del capital dinerario ficticio de la economía mundial. La dominación mundial de Estados Unidos se encuentra en retroceso, desde las crisis de fines de los 60 y principio de los 70 del siglo pasado. El dólar representa, ciertamente, el 75% de las reservas y las transacciones internacionales, pero la participación del producto y del comercio exterior de Estados Unidos se ha reducido al 25 por ciento. Se trata de una contradicción de las más violentas, porque la dominación del dólar se ha convertido en un arma de guerra económica. De otro lado, acentúa la tendencia al déficit comercial de Estados Unidos y al aumento de la deuda pública, como factor de ‘equilibrio internacional’, por un lado, de desequilibrio interno estructural, por el otro. EEUU tiene la peor infraestructura física de todo el mundo capitalista desarrollado, bordeando el sub-desarrollo, y Biden no ha logrado la aprobación, por parte del Congreso, de un plan de inversiones físicas de varios billones de dólares.
La magnitud del conflicto en presencia lo pone de manifiesto la estrategia declarada del estado mayor del Pentágono: “the regime change”, el cambio de régimen de China – la instauración de ‘una democracia liberal’, sinónimo de una tutela extranjera. La perspectiva de una transición interna a la democracia se ha disipado desde la represión militar en 1989. Históricamente, China es aún una sociedad capitalista (peculiar) en desarrollo. Es calificada en los mercados de deuda como “emergente”; para la sociología académica, es un país que no ha alcanzado un desarrollo social “intermedio”. No se ha transformado, históricamente, en un país imperialista. Ni la “ruta de la seda” ni las inversiones directas en un número de países, consagra una dominación del capital financiero, que en la propia China se encuentra subordinado al Estado.
La exportación de capital, por parte de China, ha acompañado el proceso de restauración capitalista desde el comienzo. Ha sido, por de pronto, la consecuencia natural de los superávits enormes de su comercio exterior y de una gran corriente de capital importado. Durante una primera etapa, las principales potencias ejercieron un veto a las inversiones industriales y comerciales y a la adquisión de empresas en sus territorios y a la cotización en Bolsa. Estas restricciones fueron levantadas cuando se revelaron incompatibles con la penetración de los capitales extranjeros en China. La exportación de capital por parte de China se encuentra fuertemente condicionada a una contención del poder adquisitivo de los trabajadores. En esto consiste el excepcional “ahorro nacional” de China. Las inversiones extranjeras de China van hacia las regiones marginales de la economía mundial y preferentemente a la industria extractiva de productos que necesita importar. China subsidia sus créditos internacionales y también la financiación de las inversiones referidas a la ruta de la seda – un sistema de corredores territoriales y marítimos que conecten con Europa y América. En diversos casos, las inversiones chinas reúnen características extorsivas, que infringen la soberanía nacional. Esta exhibición de imperialismo se ve limitada en forma considerable por la incapacidad para establecer jurisdicciones propias para dirimir litigios, como sí ocurre con NY, Londres, Tokio y Frankfurt y por el rol secundario que ocupa en el FMI. La guerra comercial entre EEUU y China no tiene como escenario principal, sin embargo, los mercados secundarios de la periferia, sino el de la propia China, el mercado nacional más vigoroso, para que sean levantadas la restricciones financieras al capital exterior y para que el Estado se aparte de las funciones económicas; de nuevo, el ‘regime change’.
El estado chino no representa, claramente, una dominación política de clase de la burguesía, pues el comando de la transición capitalista lo tiene un aparato supercentralizado de características especiales. Este aparato, un producto residual del régimen burocrático impuesto por la revolución de 1949, ha garantizado la restauración capitalista sobre una base nacional unificada. Esta contradicción, estado-capital privado, atraviesa toda la estructura social y política de China. El planteo de un cambio de régimen en China, que atomice su sistema de poder, choca con la debilidad descomunal de la burguesía nativa. Por otra parte, tiene lugar cuando Estados Unidos atraviesa su propia crisis de régimen, en este caso de régimen ‘democrático’, incluida la tentativa de producir su propio ‘regime change’ a través de un golpe bonapartista o semi-bonapartista.
El desarrollo extraordinario de China tiene un fuerte carácter desigual, pues se refiere esencialmente a su franja costera, con vistas al mercado internacional – exportaciones y superávit comercial. Constituye una fractura del régimen económico. La cuestión decisiva, sin embargo, es que ese desarrollo ha traído aparejado un desarrollo aún más extraordinario de la clase obrera. El antagonismo de clase que se desprende de aquí es, en última instancia, la razón de la excepcional estatización de las relaciones sociales y del bonapartismo estructural que distingue a China del resto de sus rivales capitalistas. El desarrollo de un movimiento obrero poderoso es, sin embargo, inevitable, como lo ha sido históricamente en todo el mundo, como consecuencia del desarrollo capitalista. En las últimas cuatro décadas, las huelgas no han hecho más que crecer, aunque el gobierno las disfraza de ‘incidentes’, como lo hace también con los conflictos agrarios y urbanos. Está excluida, por lo tanto, la posibilidad de que el desarrollo de sindicatos independientes siga el curso reformista ‘tradicional’. La dictadura china es una dictadura contra la clase obrera, fundamentalmente La cuestión de la ‘democratización’ del estado chino se plantea desde aquí, y se agudiza como resultado del agotamiento de la contención estatizante-represiva de la lucha de clases. La presión del capital que reclama y necesita una mayor libertad de movimiento se ve contrarrestada por el temor que suscita una ‘liberalización’, como detonante de una irrupción gigantesca de la organización de clase del proletariado de China. El ascenso de las luchas obreras en China y la formación de organizaciones independientes reconfigurará a todo el movimiento obrero internacional, como ha ocurrido en el pasado, con el ascenso del movimiento obrero en Gran Bretaña, luego en Alemania, finalmente en Estados Unidos y Japón, y en los países de desarrollo industrial incipiente en la periferia – todo el cono sur de América Latina y Cuba. Dará un impulso fenomenal a la organización obrera militante en Corea del Sur, la India y Rusia.
Para alcanzar un status imperialista, China tiene por delante todavía un recorrido importante. Hay algo aún más decisivo, y es que el imperialismo moderno alcanzó ese status en un período de ascenso histórica del capitalismo; China arranca desde una base no capitalista en el período de la declinación del capitalismo, de guerras y revoluciones. Es necesario capturar lo distintivo o lo peculiar de las alteraciones internacionales introducidas por las restauraciones capitalistas. No es, claro, un retorno al punto de partida previo. La tendencia a la guerra no está motivada, al menos en lo esencial, por una disputa de territorios y mercados. Es una tendencia a la aniquilación de la capacidad de resistencia y acción de la clase obrera, por un largo período.
Existe una conexión entre la crisis de régimen y la guerra. Los estudiosos militares de principios del siglo XIX ya señalaban la necesidad de “crear en la sociedad enemiga las condiciones ‘políticas’ internas para lograr su aniquilación militar”. La guerra actual se desarrolla en este terreno y con estos métodos. No es el carácter ultra destructivo del armamento moderno la barrera absoluta a la guerra, sino solamente las condiciones de la lucha de clases. Las condiciones ‘internas’ para una guerra abierta no se encuentras reunidas, cuando la burguesía atraviesa divisiones de todo tipo y crece la lucha de las masas. Las ‘guerras democráticas’, como en el caso de la primera y segunda guerra mundial, no van a repetirse; el planteo de las guerras por ‘la democracia’, que intenta repetir el relato de la intervención norteamericana en la segunda guerra mundial, está agotado, después de seis décadas de guerras de opresión y masacres. El protagonista de una nueva guerra, por parte de Estados Unidos, será el bonapartismo cívico militar o el fascismo. Esta dialéctica histórica condiciona a la guerra y a la paz en la situación actual: guerra-fascismo, de un lado, guerra civil-dictadura del proletariado, del otro.
Que los escenarios de guerra apunten contra China y Rusia es instructivo e ilustrativo. A pesar del desarrollo que ha tenido la privatización de la economía y las relaciones capitalistas en esos países, desde el punto de vista de la economía y política mundiales, la restauración de la dominación del capital no ha sido consumada. Demuestra, a su vez, que la reinserción internacional de las economías estatizadas no puede, a término, ser ‘pacifica’. (como tampoco lo ha sido desde los bombardeos a Yugoslavia en la década de los 90 del siglo precedente). Las revoluciones rusa y china no han pasado a ser, luego de ‘su fracaso’, un simple dolor de cabeza en la trayectoria universal del capital. No existe una vía independiente de desarrollo para los estados que han emergido de la restauración capitalista, en las condiciones ‘maduras’ o saturadas del mercado mundial presente. En las condiciones presentes,, el aprovechamiento de ese espacio económico, tal como se ha conformado como consecuencia de la restauración capitalista, se encuentra relativamente agotado. Esto plantea una reestructuración de conjunto de las relaciones internacionales predominantes. Esto quiere decir: en primer lugar, las condiciones de China y Rusia, pero también de la Unión Europea, donde la crisis de Grecia y el Brexit han hecho sonar las campanas – de Japón y de los Estados Unidos, cuya declinación internacional se desarrolla como un serrucho desde la clausura del ascenso económico de la última posguerra. China ha explotado estratégicamente sus condiciones sociales excepcionales para obtener una corriente de capitales ávida del espacio económico de 1400 millones de habitantes, en condiciones de sobreproducción mundial de largo plazo. China no ha organizado esa ‘apertura’ al capital internacional en función de un estado revolucionario sino de un estado contrarrevolucionario. Este desarrollo no solamente la ha convertido en un rival de esos mismos capitales, en especial en tecnología de la información e Inteligencia artificial, sino que ha puesto al descubierto la obsolescencia del stock de capital acumulado en Estados Unidos, la UE e incluso Japón, y de las inversiones extranjeras de esos capitales. Este proceso ha acelerado el impasse interno de los países capitalistas en cuestión, una crisis política a su interior (Trump, Brexit) y un conflicto geopolítico.
Lo que ha venido ocurriendo con la cuestión de Ucrania, desde la disolución de la URSS, constituye toda una metáfora de la política de cercamiento a los ex estados no capitalistas. No se trata, en lo esencial, de rodear de tropas la frontera occidental de Rusia, sino de provocar un colapso de su régimen interno, en función de dos variantes: eliminar la mediación de la oligarquía paraestatal y convertirla en estado vasallo, o provocar una disolución nacional. Sería un golpe fundamental contra el régimen político de China, incluso si, a término, China se uniera a las potencias imperialistas por el reparto de Rusia – lo cual la convertiría en un estado imperialista, con todas sus consecuencias ulteriores. El esquema que ve por delante una dominación mundial de China, en una línea sucesoria que pasa de Holanda a Gran Bretaña y de ésta a Estados Unidos, supone una curva ascendente del capitalismo, ‘matizada’ por guerras que abren el paso de un estadio al otro. China asoma las narices en una fase aguda de la decadencia del capitalismo; no podría ir más allá de ese límite. Lo contrario de lo ocurrido con aquellas tres potencias mencionadas, cuyo desarrollo se inserta en el ascenso histórico del capitalismo.
La cuestión de Rusia se liga a la cuestión europea, que EEUU pretende mantener bajo el rigor de la Alianza Atlántica. Putin intenta con la proyección del gas ruso por el Báltico atraer al capital alemán y europeo hacia Rusia en una mayor escala, para poner fin a una peligrosa declinación económica. Aun convertida en socia menor, la burguesía europea ve en la decadencia norteamericana una oportunidad para alterar las relaciones de fuerza, en conexión con el ascenso de China y con la declinación de Rusia. La discusión de un nuevo formato de la “seguridad europea” enfrenta la opción de una alianza EEUU-Rusia, como pretendía Trump, para someter a la UE a una dependencia mayor, o una entre la UE y Rusia, para crear un tercer poder en pugna desde el territorio euro-asiático. Ucrania es una pieza de este enfrentamiento geopolítico, que nada tiene que ver con la reivindicación de la unidad nacional este país. La cuestión de la guerra está en la agenda de todas las potencias.
La humanidad se enfrenta otra vez a una guerra que, con independencia del lugar que ocupa cada potencia en ella, tiene un carácter imperialista. Es una guerra imperialista de parte de las potencias consagradas como tales y lo es también, para los estados contrarrevolucionarios embarcados en la restauración capitalista. Es necesario transformar la tendencia a la guerra y cada episodio de ella en una guerra contra el capital, contra la burguesía de cada país y contra las burocracias restauracionistas, por la independencia de las naciones oprimidas y la revolución socialista internacional.
La pandemia ha llevado a término la demolición de los regímenes políticos y sociales de América Latina. Esa demolición se manifiesta en la acentuación colosal de los niveles de pobreza, en la bancarrota de las finanzas públicas y en una situación de default internacional generalizado. De acuerdo a algunas estadísticas, la mitad de los llamados ‘países emergentes’ se encontraría en situación de cesación de pagos internacional. La crisis económica y la pandemia han llevado a un nuevo estadio la etapa de rebeliones populares, que se remonta a los levantamientos e insurrecciones de 2000/5. La transición política protagonizada por los, digamos, ‘gobiernos del Alba’, ha culminado en un acentuación de las tendencias mencionadas, o sea crisis de regímenes políticos y rebeliones populares. La desintegración fulminante del gobierno macrista, en Argentina, a pesar del apoyo internacional sin precedentes que recibió, es la expresión más aguda de la demolición a la que se hace referencia. En la secuencia, ha dinamitado al golpe en Bolivia, a los gobiernos de Piñera y del colombiano Duque, y por sobre todo al régimen militarizado de Bolsonaro. Ha agravado considerablemente el colapso humanitario representado por la migración en masa en los países de Centroamérica. La pandemia y el ajuste antiobrero han desatado el primer episodio de rebelión popular en Cuba, en muchos años.
El imperialismo norteamericano carece de los recursos políticos y financieros internacionales para contener este desarrollo. En 2020 y parte de 2021 exhibió la intención de colaborar con la lucha contra la pandemia en los países de la periferia, principalmente por medio de declaraciones y la emisión de Derechos Especiales de Giro. En este marco transcurrieron las negociaciones para reestructurar la deuda pública de Argentina. La situación ha cambiado. La circulación de las decenas de billones de dólares que emitieron las grandes potencias para las operaciones de rescate de bancos, Bolsas y compañías, ha obligado a lanzar a fondo políticas de ajuste, para contener una explosión inflacionaria y la quiebra generalizada de las compañías fuertemente endeudadas, en especial en Estados Unidos. La crisis en que ha entrado la reestructuración de la deuda de Argentina con el FMI, obedece a esta situación. En un marco de elevación de las tasas de interés de referencia internacional y apresurada liquidación de deudas, no hay espacio para solventar el pago de la deuda pública de América Latina, con plazos generosos y quitas de deuda. El estadio de la crisis de deuda alcanzado como consecuencia de la pandemia, ha convertido a los planes del FMI en el combustible de rebeliones populares de mayor amplitud. No existe, en términos unilaterales, una crisis de deuda de los países periféricos – se trata de una crisis del sistema FMI e internacional.
En este marco, se ha producido un avance relevante de la penetración económica, y eventualmente política, de China. Es la única vía de salida comercial para casi toda América Latina, y como contrapartida una fuente de inversiones, fundamentalmente mineras, pero también industriales. América Latina se ha incorporado al campo internacional de disputa económica y militar entre Estados Unidos y China. China, sin embargo, no tiene condiciones para operar como rescatista del default latinoamericano, entre otras cosas porque ella misma enfrenta un cuadro severo de default, no solamente en la rama inmobiliaria. No debe olvidarse que cualquiera sea la capacidad de rescate financiero de China, el rescate mismo crea nuevos estadios de crisis más severos todavía. La bancarrota financiera y social de América Latina se conjuga con un choque geopolítico entre potencias rivales. El retroceso del imperialismo norteamericano, de un lado, y el avance chino, del otro, no han creado todavía las condiciones para que los gobiernos de América Latina amplíen su espacio de autonomía, oponiendo el uno al otro.
En América Latina se desarrolla una confrontación más severa e incluso estratégica, que es una refracción de la crisis al interior de Estados Unidos y de la burguesía internacional. El chileno Kast, Bolsonaro, el colombiano Uribe, el boliviano Camacho, entre otros, son la expresión de la lucha entre el trumpismo, de un lado, y los democratizantes, del otro, que no se limita a Estados Unidos. Existe un enfrentamiento entre el ala ‘institucional’ y el ‘fascista’ en el seno de las Fuerzas Armadas y las de Seguridad, especialmente en Estados Unidos y Brasil. En el marco de la pandemia y de la disolución social que trajo aparejada, se desarrolla igualmente un movimiento contrarrevolucionario en la pequeña burguesía, de tipo bonapartista. El potencial de este movimiento depende, de un lado, del peso social de la pequeña burguesía en América Latina y, del otro, de la agudeza de la crisis en desarrollo. Esta tendencia se manifestó, en forma embrionaria, en los golpes que derribaron al paraguayo Lugo y a Dilma Rousseff. En Argentina, ha dividido a JxC: Macri acaba de exponer la tesis de que es necesario de que el gobierno de los Fernández se hunda en una especie de caos social, para crear las condiciones de un gobierno fuerte de derecha.
El gobierno de Biden promueve las salidas o escapes democratizantes a la crisis en América Latina, a semejanza de lo que él mismo representa en Estados Unidos. De ahí el apoyo a la hondureña Xiomara Castro y a Boric , o el salvataje que ha provisto al peruano Castillo. En esa línea debería apoyar la elección de Lula, que ha ofrecido como garantía el acompañamiento del derechista Alckmin a la vicepresidencia. Es menos clara su posición respecto al colombiano Petro. Sea como fuere, todas estas son líneas débiles de contención; Lula, por ejemplo, deberá enfrentar una fuerte inflación y un posible default. La posición de Biden, en Estados Unidos, también se encuentra amenazada – los sondeos aseguran una derrota del partido demócrata en las elecciones intermedias de noviembre próximo, en medio de una ofensiva creciente contra el derecho al voto por parte de los republicanos.
La caracterización que hace el FIT-U de la crisis revolucionaria en potencia es ilustrativa de una tendencia al compromiso con las fuerzas en presencia. Señala una tendencia a la pulverización de las fuerzas ‘del centro’ parlamentario y electoral, y la contrapartida de una polarización política en ese terreno. Lo que está en cuestión, sin embargo, no es la correlación de fuerzas parlamentarias sino la solvencia del régimen político, y una agudización de la lucha de clases. Las victorias electorales de Boric y Castillo, dos polos ajenos al ‘centro’, son instructivas en lo siguiente: ninguno de los dos exhibió fuerza electoral y mucho menos en las masas – sólo se convirtieron en árbitros políticos en la segunda vuelta, mediante una aglomeración confusa de clases. Es una ‘polarización’ sin sustento. La polarización entre el socialismo, de un lado, y el bonapartismo de derecha, del otro, debe ser conquistada en la clase obrera, desarrollando sus luchas y la conciencia de clase. Es lo que no ocurre, de ningún modo, con la izquierda democratizante, bajo la pandemia, que defiende la apertura económica y la ‘libertad’, contra el “estado de excepción” que supondría la intervención del Estado para cortar la circulación del virus. Es la doctrina de la ‘endemia’ y la ‘nueva normalidad’ que promueve el capital financiero.
Las tendencias que se delinean hasta el momento en esta etapa de crisis excepcional, en el llamado campo popular, son los residuos del centroizquierdismo de la etapa precedente y un centroizquierdismo de nuevo cuño o, lo que es lo mismo, una ‘nueva izquierda’ que busca un espacio centroizquierdista que ha dejado de existir. Como ocurre con los contagios de Covid, que se manifiestan con retraso de varios días, se trata de un fenómeno antiguo, vinculado a luchas pasadas, que se ha tamizado por medio del parlamentarismo y un ‘realismo’ oportunista. No reúnen, ni en lo más mínimo, las condiciones para protagonizar una etapa en el desarrollo de las masas; su curva de supervivencia sigue los trazos de la griega Syriza y de la española Podemos.
Syriza se agotó en el esfuerzo de salvar la permanencia de Grecia en la UE, al precio de un ajuste de tragedia. No es casual que la ruptura con la UE sea tachada de ‘desviación nacionalista’ por la totalidad de la nueva izquierda europea y una parte de la ‘vieja’ (nos referimos a la IV Internacional oficial), como si se pudiera romper con la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI sin romper con la UE. Como si la unidad socialista de Europa pudiera ser construida sin la quiebra revolucionaria de la UE. La hostilidad de la inmensa mayoría de la izquierda europea y no europea a una ruptura de la UE, en defensa de los trabajadores y contra el ajuste, ha confirmado la idealización que ella misma había concebido con la formación de la UE, como una suerte de internacionalización de las fuerzas productivas y por lo tanto como un fenómeno histórico progresivo, ignorando su contenido imperialista, en especial de cara a la disolución de la URSS. Podemos, por su lado, además de integrar el gobierno pro-imperialista de Sánchez, ha elaborado recientemente una reforma laboral que ha recibido el aplauso de todas las cámaras patronales. Las fuerzas revolucionarias de clase no han emergido aún, en América Latina, sino en forma atomizada, en las asambleas populares y piquetes colombianos y en las barriadas y empresas de Chile. En este contexto, las expulsiones sumarias y masivas producidas en el PO de Argentina, han tenido un carácter manifiestamente contrarrevolucionario.
El agravamiento colosal de la crisis del régimen político cubano, como consecuencia de la reforma monetaria y ulteriormente de la pandemia, ha quebrado cualquier tentativa de salida autárquica, del tipo de la aplicada en el llamado “período especial”, luego de la disolución de la Unión Soviética. Las ‘reformas’ que reclama el Norte han llevado a la desesperación actual. Cuba acaba de firmar con China un acuerdo acerca de ‘la ruta de la seda’, pero esto redundará en la modernización de algunos puertos – esencial en el plan de China – y alguna industria aislada, como ocurre hasta cierto punto en México. Cuba enfrenta un claro impasse histórico. El destino de la revolución cubana está atado a un avance de la revolución latinoamericana en este período. La larga etapa de miseria social, en Cuba, y dominio absoluto de una burocracia ha creado, desde hace tiempo, una ostensible desmoralización en las masas y un desprestigio a todo aquello que haga referencia al ‘socialismo’. Para peor, cuando comparte cama con el chavismo degenerado del régimen de Maduro. Esto es una base de apoyo o simpatía a las ofertas políticas contrarrevolucionarias que se visten con ropaje democrático. Pero incluso la contrarrevolución tiene que presentar un programa para arrastrar a las masas. Los elementos políticos de la Isla que se enfrentan al llamado burocratismo, desde una posición que consideran auténticamente comunista, deberían debatir un programa, que es la condición para construir una organización revolucionaria.
El capitalismo no ha salido nunca de una crisis, ni por caso ningún régimen social, por medio del retorno al equilibrio precedente. Desde el reflujo económico de finales de los 60 del siglo pasado; la declaración de inconvertibilidad del dólar de 1971; la gran crisis industrial de 71/74; la mega inflación norteamericana de los 70; el derrumbe histórico de la Bolsa de NY de 1987, y desde el hilo abierto con la crisis del sudeste asiático a principios de los 90 hasta luego del 2000; y el crack financiero, más tarde, de 2007/8 y la recesión de 2009/12 – la tendencia ha sido hacia desequilibrios más intensos y explosivos. Lo singular de la última posta de este proceso es que ha tenido lugar en medio de una enorme expansión capitalista hacia los mercados de China, Vietnam, Rusia y Europa del este. La apertura de estos mercados, mientras representaron una salida al excedente de producción del mercado mundial, potenciaron al mismo tiempo las tendencias parasitarias del capital mundial, por medio de una extensión formidable del ‘capital ficticio’, que se forma por medio de la especulación sobre beneficios potenciales. La restauración del capitalismo en el antiguo espacio ‘socialista’ ha tenido lugar en conexión con estos estallidos del capitalismo maduro y se ha contagiado de su movimiento.
Los analistas financieros de cualquier tendencia coinciden en que 2020/1 ha sido el ‘bieño glorioso’ de la especulación internacional. La pandemia constituyó un acicate para la emisión de decenas de billones de dólares que fueron a parar a la valorización de acciones en la Bolsa y títulos de la deuda externa. Los últimos cálculos cifran este rescate del capital por parte de bancos centrales y Tesoros públicos en alrededor de 35 billones de dólares, unas cien veces, digamos, el PBI de Argentina. Como consecuencia de ello, la deuda global, que había alcanzado los 210 billones en 2015, llegó 370 billones a finales de 2021, o sea un 400% del PBI mundial. Esta masa enorme de dinero apenas movió la productividad media internacional, tampoco la inversión bruta en la industria. En tanto el apalancamiento productivo fue de 0,5 de deuda por cada unidad de producto, en la actualidad esa relación es de 4.0 de deuda para un incremento de 1 del valor agregado mundial.
La recuperación económica de la llamada salida de la pandemia que no concluyó, tiene una trayectoria modesta: 5.0, 4.2 y 3.1 por ciento, para los años 2022/4. Viene acompañada por una tendencia inflacionaria fuerte, que responde a varias tendencias significativas. De un lado, los cuellos de botella que provoca la reactivación desigual de sectores y países, como se manifiesta en el alza espectacular de los combustibles. Del otro, como consecuencia de la reestructuración de diversas industrias que han sido golpeadas por la paralización de las cadenas de producción, hacia sus mercados nacionales o contiguos. Por último, por el monopolio en la fijación de precios determinado por la concentración industrial que siguió a las quiebras provocadas por la pandemia. Un artículo del NYT, publicado en LN, confirma varios relatos acerca del aumento de precios de la carne en industrias y supermercados, sin ninguna traslación a los productores ganaderos. La inflación permite advertir que la demanda reprimida en los períodos de mayores confinamientos, no operará como un imán para el aumento de la producción, sino que será absorbida por los precios y las medidas de absorción de los bancos centrales.
Aunque esta inflación ha sido alentada por los bancos centrales como un método de licuación de deudas y prevención de bancarrotas, el aumento que genera en las tasas de interés amenaza con producir una cadena de quiebras desordenadas, o sea difícil de someter a operaciones de rescate. Las empresas ‘zombies’, que han recibido esa etiqueta porque sus beneficios son inferiores a la atención de la deuda corriente, acumulan una deuda de 15 billones de dólares, aproximadamente, tres veces superior a la que tenían cuando estalló la crisis de 2007/8. En este cuadro, los principales bancos centrales han comenzado lo que sería una serie de aumentos de tasas de interés, con la finalidad de que el endeudamiento no siga creciendo antes de que explote. Esta reversión de política financiera tendrá una consecuencia demoledora para los países periféricos, porque revalorizará el dólar y la deuda en dólares, y provocará una baja de los precios de exportación de materias primas, como consecuencia de una menor demanda internacional y de una menor especulación al alza en los mercados de compra anticipada. Para varios economistas, 2022 podría asistir a una crisis financiera internacional largamente pronosticada antes de la pandemia.
La bancarrota del grupo inmobiiario Evergrande, en China, con una deuda acumulada de más de 300 mil millones de dólares, añade un factor fundamental a la perspectiva de una nueva crisis financiera internacional mayor a la de más de una década atrás. Esa quiebra ha puesto en situación de colapso el mercado inmobiliario chino, que ha sido la palanca más importante en el crecimiento del PBI. El estado necesita evitar una baja generalizada de precios de la construcción en un mercado sobresaturado. El nivel de créditos incobrables del sistema financiero es desconocido, en especial en las entidades paralelas creadas por los bancos. El comando estatal de la economía se comienza a revelar tanto o más anárquico que el del mercado, porque la asignación de las inversiones relativiza el beneficio económico en función de objetivos políticos. Los analistas enfocan este proceso como separado de la tendencia a una crisis financiera internacional, replicando el modelo ‘autárquico’ de las autoridades chinas. Sin embargo, China no jugará esta vez el rol ‘contracíclico’ que aplicó en 2008, incluso podría ser un factor precipitante. La medida principal tomada por el gobierno de XI en esta situación, ha sido reforzar el control de las grandes compañías y bancos por las células del partido comunista y reglamentar sus operaciones e inversiones. Esta improvisación palmaria para un régimen de restauración capitalista, se complica por el hecho de que las finanzas públicas se encuentran seriamente comprometidas por el endeudamiento de las llamadas administraciones locales, que se ha ido consumando contra la garantía de las tierras fiscales o comunales.
La cadena se romperá, como ocurre con frecuencia, por los eslabones más débiles – esto explica la preocupación de la prensa internacional por un inminente enésimo default de Argentina y sus repercusiones internas e internacionales.
El entrelazamiento de la crisis ambiental, sanitaria y económica plantea una respuesta estratégica de la clase obrera mundial y del cuartainternacionalismo real. El capital no ha encontrado una nueva plataforma de desarrollo. Por el contrario, se encuentra en marcha un período históricamente explosivo.
El señalamiento de que las masas en lucha carecen de una dirección revolucionaria, es un punto de partida esquemático para abordar la cuestión central de la etapa. Antes que eso es necesario señalar el recorrido político que están desarrollando y los diversos límites de ese recorrido a la luz de la crisis mundial en su conjunto.
Por de pronto, los diversos episodios de lucha, de crisis políticas e internacionales, de guerras imperialistas y reacciones nacionales, inclusive de levantamientos populares o puebladas, y de diversas experiencias bonapartistas (Putin, XI, Orban o el semibonapartismo interrupto de Trump) se han convertido, con independencia de oscilaciones, en una tendencia de orden general. Las direcciones tradicionales han sucumbido hasta su desaparición y lo mismo ocurre con los desprendimientos tradicionales de las direcciones tradicionales. Las tentativas de orden intermedio se acortan. El caso del peronismo sirve de ilustración, porque desde hace un tiempo fue absorbido en forma deficiente por el kirchnerismo, que es una versión desgastada del nacionalismo izquierdista que hizo de ladero del peronismo desde el comienzo. Este kirchnerismo ha quedado relegado a la condición de fracción de un frente híbrido, que aborda con ‘realismo’ el ajuste que le impone el FMI. En tanto un ala ya trabaja por una salida de derecha, otra ha puesto la mirada en una combinación con el frente-izquierdismo, como una suerte de defectuoso plan B ante una crisis política que juzga inevitable.
Ninguna de estas variantes intermedias, digamos pos-tradicionales, ha completado una experiencia exitosa, ni se perfila que lo pueda lograr otro cambalache de iguales procedencias. La burocracia de los sindicatos, que ha sobrevivido mejor que sus pares políticos en la mayor parte del mundo, no ha logrado superar el alejamiento de la base sindical y la aparición de una nueva generación de activistas en los lugares de trabajo. El laboratorio político más intenso de esta experiencia en el movimiento obrero tiene lugar en Estados Unidos; en China, el mismo proceso que se hizo notorio hace más de una década ha pasado a desenvolverse en forma clandestina, y deberá irrumpir con fuerza colosal en la etapa de crisis que se abre. Como ya se dijo, esa irrupción reconfigurará al movimiento obrero en todo el mundo. Es el factor histórico más dinámico de toda la nueva etapa.
La clase obrera y la lucha de clases no son materias inertes que rebotan como consecuencia de la crisis capitalista, sino sujetos políticos activos que procesan una experiencia mundial sin precedentes, luego de derrotas importantes y el desmoronamiento de grandes construcciones políticas, incluso revolucionarias. Por microcósmica que sea su jerarquía en el plano del interés general o mundial, la crisis del PO es muy instructiva por la velocidad que adquirió la absorción de su aparato a la política democratizante, al clientelismo social y al arribismo parlamentario, que se había desarrollado en forma subterránea. Esto por un lado. Por el otro, es ilustrativo también el vigor con que fue reconstruido (T) por la numerosa fracción expulsada de sus filas.
Los aparatos políticos, acá entendidos en su sentido más amplio, tienden a una inercia conservadora. Esto se manifiesta en mayor medida en la izquierda que en los partidos patronales, que han sufrido reestructuraciones sin solución de continuidad en el marco de la crisis capitalista. Los planteos de los aparatos no adelantan las tendencias futuras sino que extrapolan las experiencias pasadas. La reyerta faccional endémica en el FIT-U de Argentina, por ejemplo, no refleja una disputa ideológica acerca de las perspectivas históricas, sino la expresión de una pugna incesante en función de acomodamientos electorales. No cumple con el requisito básico de cualquier movimiento progresivo, que es impulsar la organización obrera, o sea promover el avance del movimiento real de la clase obrera, incluso con un programa oportunista.
En la mayor parte del izquierdismo en presencia, en lugar de la inercia prevalece un dinamismo retrógrado, como se ha manifestado en la defensa del status quo en Chile. Las corrientes que reivindican al trotskismo fueron sorprendidas por la rebelión de octubre del 19, porque todas ellas previeron un estancamiento de la lucha de clases y de las masas; fue la caracterización de fondo que hizo el PTS y el eje de la disputa entre el aparato del PO, por un lado, que defendía el ‘planchazo’ de las masas y la’iniciativa’ de la burguesía, y la futura Tendencia, que advirtió a la izquierda una inminente reanudación de las rebeliones populares, por el otro. La corriente que ganó las últimas elecciones presidenciales, Apruebo Dignidad y en especial su futuro presidente electo, pactaron con la derecha la convocatoria de una Constituyente maniatada, que permitiera la continuidad del régimen político. Con toda seguridad, la mayor colaboración política de la izquierda democratizante con el estado capitalista es la que se ha manifestado en el apoyo a la apertura de actividades en pandemia; la oposición a un plan de lucha para que la burguesía sustente un programa de Covid cero; y la aceptación de la presencialidad ‘segura’, o sea ‘la nueva normalidad’.
Las tendencias democratizantes que se han subido tardíamente a la ola electoralista , se han puesto de espaldas a la nueva etapa (aunque es necesario precisar que el morenismo de Argentina lo hizo desde un comienzo, incluso antes de la dictadura militar), pese a todos los esfuerzos que hace el capital financiero por conservarla como medio ‘más barato’ (que el bonapartismo) de atemperamiento de la lucha de clases. De esta situación de conjunto se desprende la importancia excepcional que tiene un programa de transición que convierta, por medio de la lucha, la práctica y la acción política, los problemas urgentes de las masas en una cuestión de poder.
León Trotsky destacó con fuerza que la IV Internacional no necesita ser proclamada porque existe en la lucha. No es una cuestión menor que el llamado trotskismo no proclame a la IV internacional por medio de la lucha, mientras asegura luchar por la proclamación de la IV Internacional en sus pujas internas. El ‘discurso’ trotskista ha sido puesto al servicio de una política anti-socialista. Este es el núcleo estratégico de una posición democratizante. El PO (Tendencia), la corriente Política Obrera, discutirá en la agenda del próximo Congreso la refundación de la IV Internacional a la luz de la experiencia de lo ocurrido con el CRCI. Organizará el trabajo internacional común con las tendencias y organizaciones que expresaron con firmeza su oposición a la labor liquidacionista del Partido Obrero y de la Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional. Más allá de la conversión al oportunismo de las organizaciones que se reclaman trotskistas, a lo largo de varias décadas, el método del Programa de Transición y su consecuencia directa la IV Internacional tienen mayor vigencia que nunca.
Mesa Ejecutiva, 19 de enero de 2022