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Los observadores destacan algunos aspectos de este impasse político generalizado -la pulverización de los partidos tradicionales, por ejemplo-, que se manifiesta desde Chile, Perú, Brasil, Colombia, o en Francia y España; la aparición de ‘nuevas derechas’, que no perduran en el tiempo o se asimilan a las derechas tradicionales y, por sobre todo, la aparición de Trump y la conversión de gran parte del partido republicano en una fuerza golpista –en última instancia, de carácter fascistizante-. El ataque al Capitolio, a principios de 2021, constituye un salto cualitativo fenomenal cuando se lo compara con el asesinato de Kennedy o el espionaje y destitución de Richard Nixon. No se puede dejar de lado, en este desarrollo, la evolución bonapartista reaccionaria de los regímenes de Rusia y de China, pues, de un lado, la invasión de Ucrania es una tentativa de salida al impasse colosal del gobierno de Putin, así como la perpetuación vitalicia de Xi apenas esconde su condición de recurso desesperado para contener las tendencias explosivas, nacionales e internacionales, de las contradicciones de clase de la que se ha convertido en una pseudo segunda potencia económica mundial.
De nuevo, en función de caracterizar la situación corriente en Argentina en términos de perspectiva, se ha desenvuelto a nivel mundial un tormentoso movimiento de masas (rebeliones populares), que no han dejado de lado al propio Estados Unidos, en medio de la pandemia, en la lucha contra la brutalidad policial. La tendencia a la rebelión, de un lado, y al golpe, del otro, no podría ser más explosiva. En especial cuando se tiene en cuenta que la pandemia y la guerra han creado una dislocación colosal del mercado mundial, en condiciones mucho más acentuadas de derrumbe de las finanzas públicas y de enorme endeudamiento de los Tesoros. Lo que caracteriza a esas rebeliones populares es una incuestionable desorientación política –más precisamente, una tendencia a giros de un extremo al otro, una alternancia de huelgas y movilizaciones obreras a protestas de la pequeña burguesía arruinada, que mira hacia la derechas -situaciones que son típicas en grandes impasses o crisis históricas-. En cuanto a las fuerzas en presencia que se reclaman vagamente socialistas, pesan en todo el mundo como un factor adicional de confusión y de freno; han recogido en forma tardía y por sobre todo oportunista el viraje democrático, de contenido imperialista, que siguió, en un caso, a la salida de las dictaduras militares en América Latina, a mediados de los 80 y, en otros, a la disolución de la Unión Soviética a finales de esa misma década. El marxismo revolucionario y el estandarte de la IV Internacional son sostenidos por una minoría microscópica, aunque pululen los grupejos que reivindican esa etiqueta, en escala decreciente. La IV Internacional lucha contra la corriente, desde hace un tiempo, más que nunca en la historia. No tiene el beneficio de inventario que, en otra época, representaba la memoria de la Revolución de Octubre en las masas.
Argentina se encuentra en default, con episodios cambiantes, desde la última fase de la dictadura militar; la deuda de u$s40 mil millones de aquellos años se ha convertido en más de u$s500 mil millones. El FMI admite que el acuerdo con Argentina, que nunca fue votado por el Congreso, es incumplible y sólo sirve de guía de ruta para establecer una supervisión de su directorio, que sirva para evitar la caída del gobierno. Políticamente, Argentina se encuentra en libertad condicional, de modo que cualquier infracción o accidente la devolvería a prisión. El FMI acaba de reclamar la adopción de un Presupuesto de Estado, aunque sea por DNU, lo que es manifiestamente inconstitucional, y subraya que la gestión de gobierno transita, mientras tanto, de acuerdo a directivas extranjeras. Una bancarrota, en las actuales circunstancias, es sinónimo de corrida bancaria y cambiaria y de hiperinflación. Esto significa que, antes de que se produzca una nueva reestructuración de deuda, Argentina enfrentará un cambio de su régimen monetario, de su régimen económico y de su régimen político.
La inflación podría alcanzar el 80-100% en el curso de este año. El ‘cepo’ cambiario y la enorme diferencia entre los tipos de cambio vigentes señalan que aún no se ha salido de la corrida cambiaria que inició el macrismo. Esta situación de default es la causa N°1 de desbarajuste monetario y de inflación de precios. La desvalorización creciente del peso ha incrementado decisivamente los niveles de pobreza, que alcanzan a gran parte de los trabajadores con empleos. La crisis fiscal, que se manifiesta en el endeudamiento gigantesco del Tesoro, es la base de la crisis del Estado, y a partir de ella de la crisis de régimen del Estado y del gobierno de turno. Todos estos componentes de la “superestructura política” están objetivamente cuestionados. Esta condición insostenible de la organización política vigente es una premisa de una situación revolucionaria.
No existe, por el momento, en el proletariado y en los trabajadores en general una tendencia política definida. Algunos sectores pueden estar a la expectativa del desenlace que tendrá el desbande del FdT, y otros con lo que ocurra en los sindicatos. Se trata de la calma que precede a la tormenta, que será más intensa luego de este largo período (desde 2015) de impasse político, golpeado por largo tiempo con retroceso laboral y salarial. Esto vale también para el movimiento de desocupados. La filiación de izquierda de sus direcciones no alcanza todavía para caracterizar que ello adelanta una tendencia próxima de la clase obrera, porque esas direcciones se esfuerzan en contenerlo en los límites de reivindicaciones asistenciales, o incluso en cooperativas jerárquicas también asistenciales. Por su extensión nacional, por su masividad y por el choque con el Estado (nacional, provincial y municipal) y por representar al sector más oprimido o desposeído de los trabajadores, la lucha de los compañeros desocupados es una lucha política que no ha encontrado la expresión que corresponde a su naturaleza. Es indudable que esto retrasa el acercamiento del conjunto de la clase obrera, en especial cuando es enfrentado por la burocracia de los sindicatos y el piqueterismo estatizado.
La burocracia, en estos años, ha defendido a muerte a los gobiernos de turno, o sea al macrismo y al kirchnerismo, pero debe enfrentar de aquí en más un escenario de derrumbe del Estado, explosión de la economía y rebelión popular. La tarea del socialismo revolucionario es trabajar en función de esta tendencia general y preparar al activismo obrero y a los luchadores para ello, que es dónde y cuándo se irán definiendo las tendencias fundamentales de la clase obrera. La pesca electoral de los restos de los partidos patronales en crisis debemos dejarla para el izquierdismo que busca crecer bajo la sombra del parlamento.
Un Congreso Obrero, en cualquier caso, no es una tarea que vaya a desarrollar la burocracia de los sindicatos, incluidas las del kirchnerismo que acompañaron el acuerdo con el FMI hasta la puerta del cementerio, y se han quedado ahí hasta que salga el último de los deudos. Un Congreso Obrero, bien entendido, no tiene nada que ver con la construcción de un “brazo sindical” de la izquierda parlamentarista, que justamente ‘fracciona’ las distintas formas de acción para sustituir la estrategia por el posibilismo, o sea, convertirlo en estratégico. Es permisible prever que este tipo de ‘brazo sindical’ empalmará con acuerdos oportunistas con la burocracia sindical. Una campaña de propaganda y pronunciamientos por un Congreso Obrero tiene la ventaja de servir para desarrollar un diálogo con el activismo y concretizar, a partir de ese diálogo, las propuestas hacia una autonomía política efectiva de la clase obrera.
Todo el escenario de la crisis conduce a la huelga general; las reivindicaciones parciales o aisladas son consumidas por los acontecimientos. Tienen menos posibilidades que nunca los paros parciales que “administran” los planes de lucha burocráticos. La huelga general es la reacción profunda y elemental de la clase obrera contra el régimen de miseria social y el conjunto de sus aparatos políticos, incluida la burocracia sindical. No se trata de la proclamación de la huelga general como un cliché, como en alguna época lo difundió la tendencia sectaria del anarquismo, sino de desarrollar la preparación política de los activistas por medio de la agitación y la propaganda.
Llamativamente, el FITU no ha llamado a una movilización política contra la guerra de la OTAN, ni ha presentado nada acerca de esto en el Congreso. La omisión no es intrascendente porque son pocos los parlamentos que cuentan con una bancada de izquierda, y menos aún que no apoyen a la OTAN. La intervención en el Congreso de Argentina tiene, a la luz de esto, un carácter estratégico internacionalista irrenunciable. Las guerras imperialistas definen los campos como ningún otro fenómeno político. Estamos ante un repliegue nacionalista, cuyo propósito es evitar polémicas con el electorado que defiende la democracia imperialista contra la autocracia de cualquier tipo, en especial el gobierno de los trabajadores. Esta guerra imperialista, reaccionaria tanto del lado de la OTAN como de Putin, ha alineado, sin embargo, al gobierno del FdT con el imperialismo norteamericano, mucho más allá del pacto con el FMI. Es claro que la expulsión de la Tendencia del PO, por parte del aparato oficial como del conjunto del FITU (veto a participar en internas abierta), responde a una confrontación estratégica y de principios que no han querido debatir. Política Obrera llevará adelante una campaña contra la guerra imperialista, en especial dentro del movimiento obrero, para combatir el alineamiento de la burocracia sindical con la OTAN.
El desafío planteado es organizar un trabajo metódico de clarificación acerca de la izquierda en el conjunto de la clase obrera y de la juventud y mujer trabajadoras. Una primera fase de esta campaña debe poner su énfasis en un intenso trabajo de propaganda. Debe ser un trabajo de carácter internacional, ya que el desenvolvimiento de esta guerra de alcance mundial le da una jerarquía de primera magnitud. La marcha de la crisis conducirá luego a intensificar el trabajo de agitación política.