Resolución sobre la guerra

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  1. La guerra imperialista que se desarrolla en la actualidad bajo el impulso de la OTAN y en especial del imperialismo norteamericano se integra en un marco histórico más amplio, a saber, la época de guerras, revoluciones y contrarrevoluciones iniciada con la primera guerra mundial y la Revolución de Octubre. Las guerras coloniales, de un lado, y las guerras por la independencia nacional, del otro, no cesaron ni por un instante a lo largo de toda esta etapa. El armamentismo creció de un modo descomunal, en especial a lo largo del período de colaboración de la burocracia rusa y el imperialismo mundial. La carrera armamentista desempeñó un papel fundamental en la desintegración de la Unión Soviética.

La restauración capitalista en los ex Estados obreros y en su periferia no atenuó ni el armamentismo ni la tendencia a la guerra mundial, que está en la naturaleza misma del imperialismo –la lucha por nuevos mercados y el propósito de aniquilar la capacidad política y revolucionaria de la clase obrera-. Las crisis y bancarrotas capitalistas no hicieron más que acentuar esta tendencia, al compás de las crisis de los regímenes políticos respectivos y la tendencia al bonapartismo y al fascismo.

El imperialismo es la expresión de la decadencia histórica del capital, la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas de destrucción, incluida la amenaza de la catástrofe nuclear. La disolución de la URSS ha acentuado la tendencia a la guerra imperialista, porque la restauración del capitalismo es inseparable de una mayor violencia; la posibilidad de una transición pacífica al capitalismo ha sido refutada desde el inicio mismo de la contrarrevolución social. Quienes abordan la guerra imperialista en presencia fuera del marco de conjunto de la época no tienen otro propósito que caracterizar a la guerra actual como un combate de la democracia contra el autoritarismo, o presentarla como una guerra de emancipación nacional apoyada por el imperialismo democrático. La llamada guerra de Ucrania ha sido preparada sistemáticamente por la OTAN desde mediados de la década pasada, mediante un entrenamiento internacional de las fuerzas armadas de Ucrania y de sus ‘batallones’ filo nazis, que han sido integrados sucesivamente al aparato estatal.

  1. De parte de la burocracia restauracionista, la guerra actual es un intento suicida por restaurar la posibilidad de una integración a la economía y política internacionales, por parte del régimen bonapartista de la oligarquía usurpadora. El proceso restauracionista conduce, por medio de crisis internas e internacionales, a una colonización del capital financiero internacional, por un lado, y a la disgregación nacional, por el otro, así como a una segunda Revolución de Octubre. La tentativa de la integración pacífica al mercado mundial, intentada por la camarilla gobernante desde los acuerdos internacionales de la década del ‘70 (Helsinki y Bonn), ha colapsado. La guerra de Putin es, en primer lugar, una guerra reaccionaria contra la clase obrera de Rusia, Ucrania y todo el ex espacio soviético. Es, asimismo, una guerra imperialista, ante todo por el propósito de conquistar un espacio propio dentro del campo imperialista mundial y en especial en la Unión Europea, como lo deja en claro la larga alianza con Alemania. La Federación Rusa conserva el control sobre la mayor parte de Asia central, la comunidad Euro-Asiática, cuya explotación reparte con el capital financiero internacional. Asia central es el botín precioso de esta guerra para el imperialismo mundial, el espacio más codiciado. El interés de la burocracia restauracionista, por su lado, es conservar y profundizar esa dominación de Asia Central sobre las bases económicas y sociales capitalistas que se han desarrollado desde la disolución de la URSS.

La oligarquía rusa no libra, de ningún modo, una guerra anti-imperialista ni una guerra por derechos nacionales históricamente progresistas. La afirmación de que la defensa de la unidad nacional de Rusia que ha surgido de la contrarrevolución capitalista sería progresiva es una contradicción en términos. Es una excusa para apoyar la guerra anti-obrera y reaccionaria de Putin. En el caso de que Rusia fuera ocupada por la OTAN, la lucha contra el invasor no debería ser exclusivamente nacional, sino por el restablecimiento del régimen de los soviets revolucionarios en condiciones históricas más desarrolladas.

  1. La guerra imperialista en desarrollo domina por entero la situación y la política mundiales. La caracterización de que es una guerra local constituye un encubrimiento desvergonzado del involucramiento en ella de todas las potencias mundiales en presencia. Estamos ante el primer paso fundamental de la guerra contra China y la recolonización del conjunto de Asia. La guerra económica desatada por la OTAN no tiene precedentes en la historia de las guerras imperialistas; se ha convertido en un arma letal para sociedades enteras, incluso más demoledora que las armas letales propiamente dichas, porque mina directamente la capacidad política y militar, en este caso de Rusia, China e incluso potencias rivales dentro de la OTAN, como India, Alemania, Brasil, como parte integral de una guerra mundial.

Las llamadas ‘sanciones’ han desatado un dislocamiento fabuloso de la economía mundial y un principio de bancarrota en las naciones más débiles. Representa un intento de sometimiento político de Europa, por parte de Estados Unidos, y profundiza, a término, la disgregación e incluso la guerra en el campo del imperialismo mismo. Durante dos décadas, la UE procuró desarrollar una línea propia de penetración económica en Rusia, mediante la articulación de la importación de materias primas y combustibles, por un lado, y la inversión de capital en Rusia, por el otro. Ha sido una tentativa de neutralizar al imperialismo norteamericano. Francia y Alemania no han abandonado por completo ese objetivo, incluso con el inicio de las hostilidades en Ucrania. Alemania, en particular, enfrenta una crisis política mayor por la división de la burguesía ante la guerra, algo que el Financial Times ha calificado como “la reconfiguración corporativa” de Alemania. Amenaza el futuro de la industria alemana -automotriz, química- y ofrece espacio para las corporaciones armamentistas.

Estas contradicciones explican la divergencia con Estados Unidos acerca del objetivo estratégico de la guerra. Estados Unidos propicia el derrocamiento de Putin y la instalación de un gobierno títere en Rusia. En función del desarrollo de la guerra en los campos militar y económico, no puede descartase una crisis política en la OTAN. Los gobiernos imperialistas en funciones se encuentran amenazados de sufrir derrotas electorales, como consecuencia del agravamiento colosal de la situación de las masas. La naturaleza imperialista de la guerra se manifiesta también en los antagonismos que ha desarrollado en el campo imperialista. Este aspecto ha sido soslayado por la mayoría de los observadores y por supuesto por toda la izquierda, del mismo modo en que ha ocurrido con la caracterización de esta guerra como local.

  1. Por los entrelazamientos internacionales, estamos ante una guerra de alcance mundial, que se desarrolla en el terreno geográfico, Europa, de varias potencias imperialistas. Plantea una reconfiguración de la UE, asediada por una crisis económica creciente y una crisis enorme del sistema de salud y social de conjunto, puesto de manifiesto por la pandemia. Lo mismo ocurre en América Latina y en Asia, donde China, India e incluso Pakistán, y en suma los países del Brics, critican la guerra de la OTAN y conservan las relaciones con Putin, lo que también sucede con Brasil y México. Una victoria de la OTAN en la guerra actual extendería la guerra a Asia, como lo viene preparando el cerco militar a China de parte del Pentágono.

El estallido de esta guerra a continuación de la masacre social y humana provocada por el Covid describe una descomposición histórica del capital propia de la barbarie. La pandemia ha sido utilizada como un arma de guerra contra los trabajadores, al precio de millones de vidas. El desarrollo de la pandemia ha sido caracterizado como el ingreso a una época de “nueva normalidad”, a la que se agrega ahora la guerra permanente, que va siendo ‘normalizada’ día a día. Esta ‘normalización’ incluye la advertencia de que podrían usarse armas nucleares. La humanidad enfrenta el desafío de la sobrevivencia.

  1. En numerosos países han comenzado movilizaciones de masas contra la carestía que crecen en forma de espiral; jaquean a los gobiernos más involucrados en la guerra. La intervención militar de la OTAN en Ucrania ha aumentado en forma colosal; las fronteras occidentales del país se han convertido en un paso de tránsito colosal de armas, incluidos tanques y aviones y armamento sofisticado, y también personal militar de la OTAN. Rusia ha advertido que bombardearía el oeste de Ucrania y, en el límite, los Estados aledaños. La guerra en el Donbass se librará en estas condiciones nuevas. Una ocupación del norte de Ucrania, en línea perpendicular hasta el Mar Negro, por parte de Rusia, plantea el inicio de una guerra permanente a lo largo del tiempo. Como ya ocurriera en ocasión del pacto Hitler-Stalin, cuando la ocupación de Polonia, las nuevas fronteras que pretende instaurar Putin no protegen en absoluto la seguridad nacional de Rusia, sino que se convierten en la primera línea de fuego de la guerra actual y las que le sigan.

El objetivo de la guerra de la OTAN, según repetidas declaraciones de Biden, es la caída del régimen de Putin, incluido un ataque potencial al territorio ruso. El cambio de régimen dependerá, obviamente, del desarrollo de la crisis político militar en Rusia y en su conjunto. Los repetidos fracasos de las fuerzas armadas de Rusia en el terreno y la crisis que parece haber provocado en la dirección militar de la guerra son indicaciones que van en esta dirección. Se ha producido, asimismo, una ruptura entre los servicios de seguridad del régimen putiniano, de un lado, y la oligarquía financiera rusa, del otro; los oligarcas constituyen una pseudo clase que parasita en las bolsas internacionales. La instalación de un régimen burocrático, independiente de intereses capitalistas, es obviamente inviable; la contradicción entre los intereses privados de la burocracia y la pretensión de estatizar la economía es insuperable. Las represalias confiscatorias contra el capital extranjero, ante las confiscaciones decretadas contra los activos y capitales rusos por la OTAN, son otras tantas armas de esta guerra mundial. El “cambio de régimen” en Rusia ya ha comenzado, y anticipa una guerra entre las camarillas del Estado bonapartista.

Los bombardeos de ciudades ucranianas, como antes en Chechenia y Daguestán, demuestran que Rusia libra una guerra de opresión. La autocracia restauracionista se ha empeñado en crear una fosa gigantesca entre los pueblos de Ucrania y de Rusia; lo mismo que han hecho los agentes ucranianos de la OTAN en la guerra de casi una década contra Doneskt y Luganks. Es el método clásico del imperialismo, por un lado, y del estalinismo contrarrevolucionario, por el otro. Lo prueban el bombardeo de destrucción de Dresde, Alemania, por la aviación norteamericana al final de segunda guerra; el aniquilamiento atómico de Hiroshima y Nagasaki (y potencialmente Tokio); el castigo a las poblaciones del este de Europa y de Alemania por el ejército ruso, para impedir cualquier levantamiento obrero contra Hitler. La guerra imperialista, desde la Revolución de Octubre, no sólo apunta a un nuevo reparto del mercado mundial sino a aplastar al proletariado internacional.

  1. La dimensión nacional ucraniana de la guerra se encuentra subordinada a la guerra mundial entre la OTAN y Rusia y, a término, con China y otras potencias significativas. Las tratativas para alcanzar un alto el fuego o una tregua temporal, impulsadas por Alemania y Francia, desnudan el propósito del imperialismo norteamericano de llevar las hostilidades hasta sus últimas consecuencias. Es un ejemplo claro de que las aspiraciones nacionales han sucumbido a la estrategia de la OTAN. De otro lado, la invasión de Putin y sus brutalidades han acentuado, como era de esperar, la conciencia nacional en Ucrania, incluido el chovinismo anti-ruso. La independencia efectiva y real de Ucrania solamente podrá ser lograda, como la de todos los países con aspiraciones nacionales pendientes, mediante la derrota del imperialismo mundial, o sea, la OTAN y la autocracia capitalista de Putin.

Una partición de Ucrania entre la OTAN y la dictadura de Rusia sólo servirá para crear las condiciones de una guerra aún más destructiva. El planteo del derecho a la autodeterminación del Donbass es reaccionario, sea bajo la forma de una república propia o la incorproación a Rusia; dividiría aun más a los trabajadores de Ucrania, y a la clase obrera internacional. La camarilla de Putin lo presenta para alcanzar un acuerdo con la OTAN, es decir, con el imperialismo mundial. Cualquiera sea la forma que asuma esa partición, por ejemplo, un acuerdo provisional entre la OTAN y Rusia hasta alcanzar un acuerdo de seguridad europea, que ofrezca garantías a la dictadura capitalista de Putin, esa partición y ese acuerdo no serían más que el íntervalo entre dos guerras. Ucrania solamente alcenzará una independencia y unidad nacionales como consecuencia de la derrota de la OTAN y de Putin a manos de los trabajadores de Rusia, Ucrania y los Estados imperialistas, no bajo el gobierno de la oligarqquía de Ucrania que preside Zelensky. Nos debemos una discusión acerca de la táctica de los internacionalistas en el terreno del conflicto militar dentro de Ucrania, que en cualquier caso debe servir para derrotar a la OTAN y el putinismo, que no es más que un producto degenerado del imperialismo mundial. El carácter mundial de la presente guerra devuelve toda su actualidad histórica a la reivindicación de la IV Internacional, a favor de los Estados Unidos Socialistas de Europa.

  1. La guerra en desarrollo no tiene lugar en una fase “pos-pandemia”, sino en condiciones de agravamiento de la crisis humanitaria de la salud. Asistimos a un recrudecimiento mundial de los contagios. La ‘nacionalización’ de la lucha contra el virus ha fracasado; el capitalismo es incapaz de combatir la pandemia con métodos internacionales; la pandemia ha desatado una pelea furiosa por el control del mercado mundial de la medicina y la salud. Ucrania ha recibido más armas que vacunas; la inmunización no alcanza más que al 35% de la población. Las potencias volcaron recursos millonarios a la guerra, mientras desmantelaban todas las medidas de prevención sanitaria. La guerra de la OTAN se vale de la población ucraniana como carne de cañón. La pandemia, combinada con la desorganización económica que han provocado las ‘sanciones’ contra Rusia, perfila un agravamiento sin precedentes de la crisis mundial humanitaria.

Tanto la OTAN como Rusia han procedido a confiscaciones económicas extraordinarias, que han dislocado todavía más el proceso financiero. El directorio mundial del G20 ha muerto por congelamiento, cuando China, un socio decisivo del G20, se ha convertido, probablemente, en el mayor acreedor mundial tanto de la deuda pública como privada. La guerra no es solamente el tronar de las armas, es por sobre todo el proceso de disolución del mercado mundial y de los regímenes políticos internacionales. China, por un lado, y Francia y Alemania, por el otro, se proyectan como los epicentros de las próximas etapas de esta crisis de conjunto. El imperialismo va a la guerra con su retaguardia en peligro.

  1. La OTAN impulsa esta guerra no solamente por sus ambiciones imperialistas, lo hace por sobre todo como una salida reaccionaria a la crisis del imperialismo mundial. Sus voceros no dejan de subrayarla, cuando dicen que la guerra “los ha unido”. Biden, sin embargo, no ha logrado que la guerra reagrupe fuerzas sociales en su apoyo, sigue perdiendo frente a Trump en las elecciones de fin de 2022, aunque esto puede cambiar en el caso de una victoria de la OTAN –o agravarla, si Putin consolida su control del Donbass-. Más aún que Macron, Biden corre el riesgo de perder las elecciones de noviembre, en especial por el crecimiento de la carestía en Estados Unidos. Esa derrota traería al escenario político la tendencia al golpe de Estado y al bonapartismo iniciada por Trump. La crisis de régimen político en Estados Unidos es un aspecto central en la presente guerra de la OTAN.

El imperialismo norteamericano va a la guerra en un contexto de decadencia irreversible; se empeña en defender su posición en el mercado mundial por medios extraeconómicos. Va a la guerra en un contexto de retroceso mundial. La última palabra acerca de esta guerra no la tienen los arsenales de armas ni la pericia estratégica de los altos mandos, sino la lucha de clases internacional, en especial cuando los pueblos reaccionen a las penurias económicas y adviertan con mayor claridad la amenaza de una guerra nuclear. La crisis alimentaria ya ha comenzado en el Medio Oriente. La IV Internacional pelea con el arma de la lucha de clases y la movilización y organización de las masas contra la guerra imperialista.

  1. La carestía y el desabastecimiento provocados por la guerra y las ‘sanciones’ han incentivado una nueva ola de rebeliones populares: lo muestran así las grandes huelgas y manifestaciones por la suba de los alimentos y del gas en países tan distantes como Grecia, España, Sri Lanka, Irak, Túnez o Perú. La guerra, encima de una pandemia que aún continúa y se ve favorecida por esta, desarrolla un dislocamiento económico y social extendido -el fermento histórico de situaciones revolucionarias y pre-revolucionarias. El antecedente más reciente de una suba generalizada de los alimentos culminó en la Primavera Árabe. La guerra, como la pandemia, ponen en primer término la necesidad del socialismo internacional, o sea, la revolución proletaria mundial. En esa perspectiva, la movilización internacional de la clase obrera para derrotar a los bandos en guerra, por la unidad de los trabajadores de Rusia y Ucrania, y por la unidad internacional de la clase obrera contra la guerra imperialista, es la única alternativa progresista.

Las burocracias de los sindicatos y la izquierda democratizante apoyan, en todo el mundo, a la OTAN, y una fracción minoritaria a la guerra ‘antiimperialista’ de Rusia. En el caso del FITU, que no deja pasar oportunidad para desarrollar un parlamentarismo oportunista, no ha presentado en el Congreso una declaración contra la guerra de la OTAN y la invasión de Putin. Cuando se trata de hacer un uso revolucionario de él, los parlamentaristas se retiran del parlamento.

  1. América Latina se encuentra crecientemente absorbida por este escenario internacional. Es el patio trasero de la OTAN, con una nueva flota norteamericana patrullando el Atlántico sur y una base militar formidable, potencialmente nuclear, en el archipiélago de Malvinas. El ascenso económico de China le ha abierto un gran mercado mundial de materias primas a los capitales en América Latina, incluidos los mercados financieros de Chicago y de Londres. Es el motivo que esgrime Bolsonaro para reafirmar su alianza con Putin, el principal proveedor de fertilizantes para el “agronegocio” y un ‘aliado’ de China, el gran demandante de materias primas alimenticias y minerales de América Latina. Un buen número de países se ha incorporado al plan de inversiones en infraestructura que propicia China con su Ruta de la Seda. China procura asegurar su abastecimiento internacional y dar una salida a su capital, que enfrenta un excedente ocasionado por la saturación del mercado mundial.

La guerra ha convertido a América Latina en objeto de una disputa mundial acentuada, que se manifiesta en la intervención política creciente de Estados Unidos en sus países, en especial allí donde se desarrollan crisis políticas excepcionales (Perú, Argentina, Colombia, Brasil). En Argentina, la guerra ha tenido un impacto cualitativo con el armado de una fracción pro yanqui dentro del gobierno kirchnerista por parte del Departamento de Estado y la cámara de comercio norteamericana. En la lucha contra la guerra imperialista mundial cobra mayor pertinencia la reivindicación de la Unidad Socialista de América Latina.

  1. Es necesaria una campaña internacional contra la guerra imperialista, por la derrota de los gobiernos que la sustentan y por la revolución socialista mundial. Esta lucha requiere de un conjunto de reivindicaciones transicionales, que incorpore todos los aspectos de la crisis mundial y las principales inquietudes de las masas, así como sus peculiaridades de acuerdo a los países. El seguimiento de la guerra por medio de la prensa y a través de la propaganda y la agitación es absolutamente fundamental. El mundo ha ingresado en una nueva época.
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