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La restauración capitalista en los ex Estados obreros y en su periferia no atenuó ni el armamentismo ni la tendencia a la guerra mundial, que está en la naturaleza misma del imperialismo –la lucha por nuevos mercados y el propósito de aniquilar la capacidad política y revolucionaria de la clase obrera-. Las crisis y bancarrotas capitalistas no hicieron más que acentuar esta tendencia, al compás de las crisis de los regímenes políticos respectivos y la tendencia al bonapartismo y al fascismo.
El imperialismo es la expresión de la decadencia histórica del capital, la transformación de las fuerzas productivas en fuerzas de destrucción, incluida la amenaza de la catástrofe nuclear. La disolución de la URSS ha acentuado la tendencia a la guerra imperialista, porque la restauración del capitalismo es inseparable de una mayor violencia; la posibilidad de una transición pacífica al capitalismo ha sido refutada desde el inicio mismo de la contrarrevolución social. Quienes abordan la guerra imperialista en presencia fuera del marco de conjunto de la época no tienen otro propósito que caracterizar a la guerra actual como un combate de la democracia contra el autoritarismo, o presentarla como una guerra de emancipación nacional apoyada por el imperialismo democrático. La llamada guerra de Ucrania ha sido preparada sistemáticamente por la OTAN desde mediados de la década pasada, mediante un entrenamiento internacional de las fuerzas armadas de Ucrania y de sus ‘batallones’ filo nazis, que han sido integrados sucesivamente al aparato estatal.
La oligarquía rusa no libra, de ningún modo, una guerra anti-imperialista ni una guerra por derechos nacionales históricamente progresistas. La afirmación de que la defensa de la unidad nacional de Rusia que ha surgido de la contrarrevolución capitalista sería progresiva es una contradicción en términos. Es una excusa para apoyar la guerra anti-obrera y reaccionaria de Putin. En el caso de que Rusia fuera ocupada por la OTAN, la lucha contra el invasor no debería ser exclusivamente nacional, sino por el restablecimiento del régimen de los soviets revolucionarios en condiciones históricas más desarrolladas.
Las llamadas ‘sanciones’ han desatado un dislocamiento fabuloso de la economía mundial y un principio de bancarrota en las naciones más débiles. Representa un intento de sometimiento político de Europa, por parte de Estados Unidos, y profundiza, a término, la disgregación e incluso la guerra en el campo del imperialismo mismo. Durante dos décadas, la UE procuró desarrollar una línea propia de penetración económica en Rusia, mediante la articulación de la importación de materias primas y combustibles, por un lado, y la inversión de capital en Rusia, por el otro. Ha sido una tentativa de neutralizar al imperialismo norteamericano. Francia y Alemania no han abandonado por completo ese objetivo, incluso con el inicio de las hostilidades en Ucrania. Alemania, en particular, enfrenta una crisis política mayor por la división de la burguesía ante la guerra, algo que el Financial Times ha calificado como “la reconfiguración corporativa” de Alemania. Amenaza el futuro de la industria alemana -automotriz, química- y ofrece espacio para las corporaciones armamentistas.
Estas contradicciones explican la divergencia con Estados Unidos acerca del objetivo estratégico de la guerra. Estados Unidos propicia el derrocamiento de Putin y la instalación de un gobierno títere en Rusia. En función del desarrollo de la guerra en los campos militar y económico, no puede descartase una crisis política en la OTAN. Los gobiernos imperialistas en funciones se encuentran amenazados de sufrir derrotas electorales, como consecuencia del agravamiento colosal de la situación de las masas. La naturaleza imperialista de la guerra se manifiesta también en los antagonismos que ha desarrollado en el campo imperialista. Este aspecto ha sido soslayado por la mayoría de los observadores y por supuesto por toda la izquierda, del mismo modo en que ha ocurrido con la caracterización de esta guerra como local.
El estallido de esta guerra a continuación de la masacre social y humana provocada por el Covid describe una descomposición histórica del capital propia de la barbarie. La pandemia ha sido utilizada como un arma de guerra contra los trabajadores, al precio de millones de vidas. El desarrollo de la pandemia ha sido caracterizado como el ingreso a una época de “nueva normalidad”, a la que se agrega ahora la guerra permanente, que va siendo ‘normalizada’ día a día. Esta ‘normalización’ incluye la advertencia de que podrían usarse armas nucleares. La humanidad enfrenta el desafío de la sobrevivencia.
El objetivo de la guerra de la OTAN, según repetidas declaraciones de Biden, es la caída del régimen de Putin, incluido un ataque potencial al territorio ruso. El cambio de régimen dependerá, obviamente, del desarrollo de la crisis político militar en Rusia y en su conjunto. Los repetidos fracasos de las fuerzas armadas de Rusia en el terreno y la crisis que parece haber provocado en la dirección militar de la guerra son indicaciones que van en esta dirección. Se ha producido, asimismo, una ruptura entre los servicios de seguridad del régimen putiniano, de un lado, y la oligarquía financiera rusa, del otro; los oligarcas constituyen una pseudo clase que parasita en las bolsas internacionales. La instalación de un régimen burocrático, independiente de intereses capitalistas, es obviamente inviable; la contradicción entre los intereses privados de la burocracia y la pretensión de estatizar la economía es insuperable. Las represalias confiscatorias contra el capital extranjero, ante las confiscaciones decretadas contra los activos y capitales rusos por la OTAN, son otras tantas armas de esta guerra mundial. El “cambio de régimen” en Rusia ya ha comenzado, y anticipa una guerra entre las camarillas del Estado bonapartista.
Los bombardeos de ciudades ucranianas, como antes en Chechenia y Daguestán, demuestran que Rusia libra una guerra de opresión. La autocracia restauracionista se ha empeñado en crear una fosa gigantesca entre los pueblos de Ucrania y de Rusia; lo mismo que han hecho los agentes ucranianos de la OTAN en la guerra de casi una década contra Doneskt y Luganks. Es el método clásico del imperialismo, por un lado, y del estalinismo contrarrevolucionario, por el otro. Lo prueban el bombardeo de destrucción de Dresde, Alemania, por la aviación norteamericana al final de segunda guerra; el aniquilamiento atómico de Hiroshima y Nagasaki (y potencialmente Tokio); el castigo a las poblaciones del este de Europa y de Alemania por el ejército ruso, para impedir cualquier levantamiento obrero contra Hitler. La guerra imperialista, desde la Revolución de Octubre, no sólo apunta a un nuevo reparto del mercado mundial sino a aplastar al proletariado internacional.
Una partición de Ucrania entre la OTAN y la dictadura de Rusia sólo servirá para crear las condiciones de una guerra aún más destructiva. El planteo del derecho a la autodeterminación del Donbass es reaccionario, sea bajo la forma de una república propia o la incorproación a Rusia; dividiría aun más a los trabajadores de Ucrania, y a la clase obrera internacional. La camarilla de Putin lo presenta para alcanzar un acuerdo con la OTAN, es decir, con el imperialismo mundial. Cualquiera sea la forma que asuma esa partición, por ejemplo, un acuerdo provisional entre la OTAN y Rusia hasta alcanzar un acuerdo de seguridad europea, que ofrezca garantías a la dictadura capitalista de Putin, esa partición y ese acuerdo no serían más que el íntervalo entre dos guerras. Ucrania solamente alcenzará una independencia y unidad nacionales como consecuencia de la derrota de la OTAN y de Putin a manos de los trabajadores de Rusia, Ucrania y los Estados imperialistas, no bajo el gobierno de la oligarqquía de Ucrania que preside Zelensky. Nos debemos una discusión acerca de la táctica de los internacionalistas en el terreno del conflicto militar dentro de Ucrania, que en cualquier caso debe servir para derrotar a la OTAN y el putinismo, que no es más que un producto degenerado del imperialismo mundial. El carácter mundial de la presente guerra devuelve toda su actualidad histórica a la reivindicación de la IV Internacional, a favor de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Tanto la OTAN como Rusia han procedido a confiscaciones económicas extraordinarias, que han dislocado todavía más el proceso financiero. El directorio mundial del G20 ha muerto por congelamiento, cuando China, un socio decisivo del G20, se ha convertido, probablemente, en el mayor acreedor mundial tanto de la deuda pública como privada. La guerra no es solamente el tronar de las armas, es por sobre todo el proceso de disolución del mercado mundial y de los regímenes políticos internacionales. China, por un lado, y Francia y Alemania, por el otro, se proyectan como los epicentros de las próximas etapas de esta crisis de conjunto. El imperialismo va a la guerra con su retaguardia en peligro.
El imperialismo norteamericano va a la guerra en un contexto de decadencia irreversible; se empeña en defender su posición en el mercado mundial por medios extraeconómicos. Va a la guerra en un contexto de retroceso mundial. La última palabra acerca de esta guerra no la tienen los arsenales de armas ni la pericia estratégica de los altos mandos, sino la lucha de clases internacional, en especial cuando los pueblos reaccionen a las penurias económicas y adviertan con mayor claridad la amenaza de una guerra nuclear. La crisis alimentaria ya ha comenzado en el Medio Oriente. La IV Internacional pelea con el arma de la lucha de clases y la movilización y organización de las masas contra la guerra imperialista.
Las burocracias de los sindicatos y la izquierda democratizante apoyan, en todo el mundo, a la OTAN, y una fracción minoritaria a la guerra ‘antiimperialista’ de Rusia. En el caso del FITU, que no deja pasar oportunidad para desarrollar un parlamentarismo oportunista, no ha presentado en el Congreso una declaración contra la guerra de la OTAN y la invasión de Putin. Cuando se trata de hacer un uso revolucionario de él, los parlamentaristas se retiran del parlamento.
La guerra ha convertido a América Latina en objeto de una disputa mundial acentuada, que se manifiesta en la intervención política creciente de Estados Unidos en sus países, en especial allí donde se desarrollan crisis políticas excepcionales (Perú, Argentina, Colombia, Brasil). En Argentina, la guerra ha tenido un impacto cualitativo con el armado de una fracción pro yanqui dentro del gobierno kirchnerista por parte del Departamento de Estado y la cámara de comercio norteamericana. En la lucha contra la guerra imperialista mundial cobra mayor pertinencia la reivindicación de la Unidad Socialista de América Latina.