El congreso del Partido Obrero oficial

Escriben Jorge Altamira y Marcelo Ramal

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El informe que el aparato del PO oficial ha presentado a su próximo congreso se caracteriza, en su método y perspectiva, por un enfoque localista y provincial, es decir, que no tiene como punto de partida la etapa histórica que atraviesa el capitalismo y la humanidad en su conjunto.

Socialismo o barbarie

El documento parte de una “etapa marcada por el acuerdo con el FMI y las consecuencias de la guerra y de la crisis mundial”. Se trata apenas de una referencia vaga a la coyuntura económica, que ignora la etapa histórica en su conjunto. Tiene, por lo tanto, un horizonte y un propósito muy estrecho, que es el llamado ajuste fiscal y social que sigue el gobierno. Desde ese ángulo pretende hacer un cálculo acerca de las perspectivas electorales que los comicios de octubre de 2023 plantean a las fuerzas políticas en presencia, y por sobre todo al FIT-U. Incluso desde este panorama menor excluye a la pandemia – una gigantesca crisis humanitaria –, que está lejos de haber concluido y que ha hecho estallar los sistemas de salud y la crisis habitacional. El documento elude un balance de su política frente a la pandemia - “el presencialismo seguro”.

Es inevitable, con este enfoque, que no intente arribar a conclusiones estratégicas. No caracteriza la guerra imperialista mundial que se ha desatado, sino solamente sus “consecuencias”, o sea su impacto sobre la economía a ojo de buen cubero. Nos referimos a los cierres de mercados de materias primas, o las sanciones político-económicas impuestas en forma coercitiva por EEUU a Rusia e inclusive a sus aliados europeos y al resto del mundo. La guerra, sin embargo, enseguida después de la pandemia, señala el grado avanzado de la decadencia histórica del capital; el extremo que ha alcanzado la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción existentes; la conversión de las fuerzas productivas en destructivas. Es una guerra mundial y parte de una etapa de guerras crecientes; lleva la lucha de clases a un nivel político e internacional, y a una perspectiva de revoluciones y guerras civiles. Sin esta caracterización es imposible hablar sobre las perspectivas del fascismo, que sólo levanta cabeza en una etapa de guerras y revoluciones. El examen de esta situación histórica es lo que ha quedado afuera, precisamente, de la agenda del Congreso, que es ocupada por otra clase de preocupaciones y propósitos, como es la “tercera fuerza electoral”, dentro de un frente netamente democratizante, que adolece de una feroz disputa faccional.

El documento alude a la guerra como un “salto de los choques internacionales” y como “la escalada de la OTAN y la invasión rusa”, o sea como un episodio político-militar. La nueva guerra mundial constituye, en realidad, un viraje histórico, que convierte a la competencia capitalista en una confrontación militar y estratégica mundial, pues envuelve en ella a la totalidad de los estados presentes. No es una guerra solamente contra Rusia, sino contra China, claro, e incluso contra el núcleo central de la Unión Europea – Francia, Alemania, Italia. No es tampoco una suma de dos agresiones – una “escalada” más “una invasión”. Se trata, de un lado, del intento colonial de mayor envergadura del imperialismo mundial en toda su historia, y del otro lado del derrumbe de la expectativa de la burocracia staliniana de resolver su impasse social, mediante la inserción de su vasto territorio, en especial el Asia Central, en la economía capitalista mundial. La guerra de la OTAN contra Rusia desata inevitablemente una cadena de crisis, choques y guerras que abarcará a toda la cadena imperialista

La mediocridad del documento pone en evidencia que sus redactores no reúnen las condiciones de una dirección política. En lugar de trazar un horizonte político, no digamos socialista, expresa los intereses de un aparato. Un auténtico partido obrero no puede desarrollarse sino sobre una base internacional, como fue señalado en el primer texto de Política Obrera, en 1963. El abordaje localista de la crisis mundial es compartido por todos los grupos que confunden el internacionalismo con la instalación de sucursales propias en el exterior.

La guerra, en el documento, como hemos anticipado, queda reducida a un episodio de precios (“las consecuencias de estos choques comerciales (sic)”, dice el texto, serán decisivas (sic) para el país (sic)”). Las diferencias de clase en “el país” son dejadas de lado. Lo más grotesco es la alusión a las consecuencias “decisivas”, que no son ni buenas ni malas, ni revolucionarias ni contrarrevolucionarias, ni anuncian un despegue económico o un hundimiento. Es curiosa esta omisión en Argentina, donde el neutralismo internacional sirvió para aprovisionar a los imperialismos aliados e impulsar una industrialización precaria. Las petroleras con inversiones en Vaca Muerta, ven a la guerra como “decisiva” para imponer su propósito de convertir a Argentina en exportadora de combustibles. “Las consecuencias de los choques comerciales” son observadas en las Bolsas, realmente, no con alusiones vagas, por los operadores del comercio de granos y hasta por los burócratas del estado, que acarician la oportunidad para establecer un impuesto a la “renta inesperada”, que les permita compartir los expolios de la guerra imperialista.

La guerra y la crisis mundial no constituyen, en el documento, el hilo ordenador de una caracterización, sino apenas un “factor” político, entre tantos otros. Se vale de la guerra para hacer “una denuncia del imperialismo y de la burocracia restauracionista”, que no caracteriza históricamente a esta guerra, es decir la etapa que se ha abierto, ni llama al proletariado a una lucha internacional revolucionaria. El ni ni -ni Biden, ni Putin- pone en un plano histórico igual a dos procesos históricos diferentes e incluso contradictorios: al imperialismo mundial, que se ha desarrollado al cabo de seiscientos años de historia capitalista, con una oligarquía advenediza que ha confiscado la propiedad estatizada para lucrar en los mercados de Londres y de Frankfurt. El texto no tiene sentido de ubicación histórica, por lo que no sirve como educación política. La guerra no es un ‘tour’ electoral entre Macri y Scioli, sino un cataclismo social de la humanidad. La guerra implica un desmoronamiento de la organización política y social de las fuerzas en choque, y por lo tanto la creación de situaciones revolucionarias. Lejos de ofrecer una perspectiva a las masas involucradas, este aparato procura no quedar comprometido con ninguno de los dos bloques en conflicto. Significa agregar un comodín a la campaña de “la tercera fuerza” y seguir evitando la propaganda y la agitación a favor de la revolución proletaria. La posición del aparato rompe con toda la tradición teórica y política del Partido Obrero.

En el capítulo final del documento, donde se arriesgan pronósticos, consignas y tareas, se dice que “La evolución de la crisis mundial y sobre todo de la guerra puede acelerar o ralentizar los tiempos (de la crisis interna), pero no modificar el curso general de los acontecimientos”. Si una guerra no puede modificar el curso, ¿qué podría afectarlo? La primera y segunda guerra lo afectaron ‘decisivamente’, incluidas las revoluciones en Rusia y China, y enseguida después el fascismo. Pero, ¿cuál es, para el documento, ese curso inmodificable? Nada por acá, nada por allá. El aparato del PO se ha puesto en modo piloto - aisla al “ajuste fondomonetarista” de las condiciones generales de la crisis mundial –y ni siquiera puede trazar un pronóstico sobre el propio acuerdo con el FMI. Conclusión: preparar la campaña electoral, con internas incluidas, y exclusiones pre-decididas.

Al criticar el programa presentado por el stalinismo en el 6º congreso de la IC, Trotsky señalaba: “Uniendo en un sistema de dependencias y de contradicciones países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, (…) la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes”. Trotsky, con este señalamiento, advertía contra el provincialismo de la burocracia stalinista, que pretendía ver a la situación mundial de la lucha de clases desde el prisma del socialismo en un solo país y de sus intereses de casta. El aparato del PO, ahora, nos devuelve un provincialismo con bases mucho más estrechas –las de haberse estancado, en el marco de un frente de cuatro grupos, en el 5% del registro electoral nacional.

La ausencia de una perspectiva histórica asimila al PO (oficial) a toda la izquierda democratizante que transita por la misma miopía política. En lugar de un debate político-estratégico, el documento es una retahíla de ataques facciosos contra otros integrantes del FIT-U. Ataca al PTS por intentar monopolizar la representación electoral, alegando que el PO cuenta con la “mayor capacidad de movilización” del movimiento piquetero. Pero el eje político del aparato no es darle a esta capacidad una perspectiva de poder, sino presentarla en el FITU para mejorar su posición electoral. En el único lugar donde se puso a prueba este planteo pseudo político – en las internas en Cordoba- el aparato del PO fue destrozado. También denuncia al MST, por intentar alianzas con el centroizquierda, algo que ese partido vino practicando sin solución de continuidad hasta el día anterior a su ingreso al FIT. El documento revela un aparato lleno de temores –a la derecha libertaria, de la que dice que le arrebata votos en la juventud, y a la “contención burocrática”, que desmerecen, por un lado, las victorias en el Sutna, y que usa como chivo expiatorio de las derrotas en Suteba. El temor supremo del aparato es caer al tercer lugar al interior del FIT U.

Desarrollismo o internacionalismo

El “Informe Político” sustituye el socialismo internacional por el nacionalismo desarrollista. Repite hasta el hartazgo la posición acerca de “la diferencia entre un default capitalista, al cual se llega por la incapacidad de pagar una deuda y nuestra posición, que es la investigación y el desconocimiento de la deuda por su carácter confiscatorio de la riqueza nacional y como mecanismo de reforzamiento de la explotación de los trabajadores, y oponerle un plan económico y político de la clase obrera, con la nacionalización de la banca y el comercio exterior para volcar todos los recursos del país a un desarrollo nacional”. La mitad de este planteo es, sin embargo, redondamente falsa, porque es la burguesía nacional, que tiene el 53% de la deuda pública, la que se apropia de la “riqueza nacional”, que deja por lo tanto de ser nacional para convertirse en riqueza de clase.

Este planteo de nacionalizaciones, en el marco capitalista, se da de bruces con el Manifiesto del FIT de 2013, que denunciaba las nacionalizaciones burguesas, que son de características variadas, pero que en ningún caso deben ser promovidas por partidos obreros y socialista. Llamaba a no confundir nacionalismo de izquierda con el gobierno de los trabajadores. El PO oficial ha llegado al “desarrollo nacional” con un siglo de demora, por lo menos. La autarquía económica equivale al capitalismo “en un solo país”. El “informe Político” adolece de cualquier planteo transicional con relación a la lucha por desconocer la deuda, que consiste en partir de las movilizaciones inmediatas como un puente político al gobierno de trabajadores. El documento alude sólo de pasada al “gobierno de trabajadores”, cuando se trata de la consigna estratégica de la IV Internacional. La menciona por descarte, cuando declara que las medidas nacionalistas no pueden ser llevadas adelante por el nacionalismo burgués. O sea que se presenta como el sustituto del nacionalismo. Esta desestimación de la burguesía es una contradicción en términos, que resuelve emparentando al socialismo como un nacionalismo radical. Ignora, de todos modos, que el nacionalismo burgués, en especial el militar, ha llegado muy lejos con las nacionalizaciones, como ocurrió con el gobierno de Velazco Alvarado, en Perú, en los 70, que expropió a toda la oligarquía costeña, o incluso el gobierno de Hugo Chávez; en el caso de Perú, el capital internacional todavía está litigando para cobrar indemnizaciones. Para un aparato que ha defendido al castrismo como un agente sustituto de la revolución proletaria (en las polémicas internas en el PO acerca de la Revolución Cubana), la estatización económica es sinónimo de socialismo. Por otro lado, presenta a las nacionalizaciones como una derivación de la “ruptura con el Fondo”, cuando la expropiación del capital sólo puede ser el resultado de una lucha de clases independiente contra la burguesía. En definitiva, coloca al “gobierno obrero” como sujeto encargado de ejecutar el mentado “desarrollo nacional”.

Las nacionalizaciones, de todos modos, no sacan a Argentina de la economía mundial. Ahora mismo, Nicolás Maduro ha llevado a las empresas estatales poderosas a la Bolsa, para privatizarlas. La función de las nacionalizaciones burguesas ha sido servir de puente entre el monopolio del capital extranjero y el desarrollo de una burguesía nacional. Las nacionalizaciones aisladas, en un marco capitalista, serían, como ha ocurrido en el pasado, un episodio entre privatizaciones en gran escala. El texto evita hablar de la nacionalización sin pago, lo que lo coloca detrás de las experiencias nacionalistas más avanzadas en América Latina.

El aparato del PO ha escrito recientemente en favor del desdoblamiento de los precios de los alimentos. Este desdoblamiento abarata, en términos internacionales, los salarios que debe pagar la industria. Ahora, el planteo nacionalista roza el infantilismo cuando señala que “un objetivo del Fondo” es ·”el derrumbe del consumo interno”, repitiendo al kirchnerismo. El mercadointernismo es un recurso último del capital frente a una dislocación del mercado mundial; es también un subsidio a la burguesía nacional para protegerla de la competencia extranjera. No tiene un ápice de socialismo. Argentina tampoco tiene los recursos para subsidios duraderos en gran escala al capital local. Hoy mismo, el estado subsidia a la industria automotriz con la provisión de dólares, que ésta se recusa a obtener por medio de financiamiento internacional. El aparato del PO no opone al “sistema de la deuda” la lucha por el socialismo internacional, sino la receta de Aldo Ferrer –“vivir con lo nuestro”.

Contención

En un ejercicio acerca de la frecuencia de conceptos empleados en el “Informe”, gana por robo la palabra “contención”. El aparato ha reemplazado con ese vocablo lo que el Programa de Transición denomina “crisis de dirección”, que no es una frase sino una categoría histórica. La “crisis de dirección” es la etapa de transición entre las viejas direcciones que colaboran con el capital, a las direcciones revolucionarias que le disputan la conducción de las masas. La crisis de dirección consiste, esencialmente, en la “inmadurez de la vanguardia revolucionaria”. El proletariado no se encuentra en un estado de revolución permanente que estaría ‘contenido’ por los aparatos burocráticos. Un planteo semejante es, en primer lugar, infantilista. La crisis de dirección se manifiesta en forma concreta en períodos o situaciones pre-revolucionarias, cuando las masas rompen con los moldes políticos establecidos. La queja permanente contra la ‘contención’ es simplemente inmovilismo. Ninguna ‘contención’ priva a un partido revolucionario de la posibilidad de desarrollar la conciencia y organización de clase de los trabajadores. El pretexto de la ‘contención’ es usado para justificar el electoralismo. “El desvío electoral” es señalado como una conveniente ‘fatalidad’ política, sin considerar que es un terreno para desarrollar una conciencia de clase y socialista, y no una perspectiva de poder para una “tercera fuerza”.

Para superar la “inmadurez” de la vanguardia es necesario construir un partido basado en un programa, o sea en una estrategia. Significa un trabajo metódico de preparación – no de correr detrás de lo que es posible en cada momento. Hablar de ‘contención’ de los aparatos burocráticos, cuando asistimos al derrumbe de las organizaciones que reivindican la IV° Internacional, como lo demuestra el apoyo que brindan a la Otan y el palabrerío sobre la guerra o el apoyo de Putin, es una maniobra de distracción. Ninguno de los sindicatos ganados a la burocracia, por parte de la izquierda es, precisamente, “una escuela de comunismo”.

Allí donde la clase obrera se moviliza y actúa, la burocracia es siempre superada. Si el cordobazo, los provincialazos, la huelga general contra el peronismo en 1975, o el argentinazo fueron finalmente derrotados, fue por la inmadurez de la vanguardia – que se manifestó en el apoyo al operativo regreso de Perón, el foquismo y el castrismo, en los dos primeros casos, y en la adhesión al kirchnerismo, en el otro. El PO Oficial, que denuncia “contención” de la burocracia, sigue los carriles de ésta última cuando reclama “planes de lucha”, que son precisamente mecanismos de contención por medio de movilizaciones en cuotas, rigurosamente vigiladas. El aparato del PO es un adversario fanático de la huelga general y del desarrollo de coordinadoras y comités de bases; el PO (O) no supera los recursos políticos de la burocracia sindical. En vez de trazar una política para el conjunto de la clase obrera, el aparato partidario llama a sus militantes, en el documento, a focalizarse en “lo más dinámico y combativo”, el movimiento piquetero. El señalamiento es vacío, porque no atiende al impasse que atraviesa el propio movimiento piquetero, es decir su propia contención. Está confinado, por su propia dirección, a los objetivos asistenciales, y al señalamiento reiterado de que no se propone ‘derrocar gobiernos’, sin que nadie la hubiera acusado de pretenderlo.

De la contención al pluriclasismo

La tesis de la contención está acompañada por otra premisa fundamental: “el avance del FIT U está condicionado por el avance de los trabajadores”. Si el FIT-U no avanza la culpa es de los trabajadores. Otra cosa –dice el “informe” -, o sea una agitación política para desarrollar una conciencia de clase, sería “Propagandismo o electoralismo”. El aparato regresa al economicismo más vulgar: “si hay luchas reivindicativas, crecemos” – reemplaza, de este modo, la función histórica de una vanguardia militante, por la retaguardia parasitaria. Las condiciones para un desarrollo político, sin embargo, están dictadas por un escenario más vasto que el de las “luchas” –la guerra, la crisis mundial, la crisis de los regímenes políticos; la crisis de los aparatos políticos y sindicales, la inseguridad de la existencia, la inquietud monumental de los jóvenes frente a un régimen social que no ofrece futuro alguno… Un “facho” (Milei), en Argentina, se ha servido de ese escenario devastador para montar una gran operación “propagandista”; lo mismo hace toda la derecha fascistizante internacional, aunque ella misma ha sucumbido al electoralismo.

El “Informe” aborda con “preocupación” el posible crecimiento de los movimientos de centroizquierda y ambientalistas. El PO (O) decidió, sin embargo, encolumnarse detrás de ellos, a través de un seguidismo vulgar al feminismo de clase media y las disidencias de género - pintándose la cara con ‘gliters’ en las mejillas. Es así como el Primero de Mayo sacó de la manga la consigna de un “Movimiento popular con banderas socialistas”. Se trata de un planteo de tipo ideológico, para contrabandear un viraje estratégico. La inyección de ‘socialismo’ a las corrientes no obreras, no las convierte en socialistas. Sí convierte a los pretendidos socialistas en pluriclasistas. La dirección obrera socialista de las grandes masas obreras tampoco convierte a la clase obrera en ‘popular’ sino al resto del pueblo en un aliado del proletariado. La dirección proletaria no es un planteo ‘ideológico’ sino una estrategia política, que parte de desarrollar la conciencia de clase en el proletariado. El aparato se ha valido del 1° de Mayo para dar el primer paso, atrás de sus aliados, hacia el frente popular, el frente de colaboración de clases (desarrollista, por añadidura).

Consultoría política

Allí cuando el documento debe jugarse por una caracterización respecto de la etapa política que se viene, resuelve curarse en salud. Nos dice: “La cuestión de la rebelión popular en la Argentina no es una cuestión de pronósticos, ni deriva mecánicamente de la crisis y el ajuste en puerta”. Es decir, “el curso decisivo de los acontecimientos”, afirmado en otra parte del documento, no cambiará. Este es el pronóstico del aparato. Los pronósticos pueden ser buenos o malos, pero nadie zafa de ellos.

Pero el primer paso para trazar una política frente a la rebelión popular es, justamente preverla, o sea “pronosticarla”. En 1912, cuando Lenin caracterizó a la etapa superior o final del capitalismo, arriesgó un pronóstico sobre la época que se abría –no de desarrollo pacífico, sino de “guerras y revoluciones”. Lenin moldeó la intervención del bolchevismo con aquella previsión estratégica. En 1848, Marx y Engels “pronosticaron” correctamente la revolución alemana, pero se equivocaron cuando previeron una inminente segunda revolución después de la derrota, que entendieron parcial, de la primera. Aunque la segunda revolución no tuvo lugar, Marx advirtió que ello había ocurrido porque las condiciones internacionales habían cambiado. El pronóstico falló, pero el método salió triunfante. Los pronósticos son imprescindibles, siempre que se verifique su desarrollo por medio de la práctica, en la militancia política. El pronóstico es la base política de la agitación, y la agitación constituye el método de diálogo de la vanguardia con la masa. El aparato propone una gigantesca amputación.

Para el documento en cuestión, “La disgregación (del régimen) puede cobrar la forma de maniobras y rupturas circunstanciales, que son a fin de cuentas recursos de contención ante el creciente descontento popular”. La disgregación puede ser una forma de contención, pero solo para los incautos, que confunden una cosa con la otra y que descuentan que cada crisis termina en una recomposición, y así de seguido. ¿Para qué pronosticar una crisis si ella no es más que una forma de la normalidad? Pero cuando la crisis es la norma, la norma ha entrado en crisis. El régimen se disgrega para “contener” - es un juego perverso para que no pase nada. Esta elucubración es una resignación a la capitulación política.

“La capacidad de contención de la burocracia sindical y piquetera, y más en general del peronismo, será puesta a prueba a una escala superior”. ¿Puede haber un modo más ecléctico de colocarse frente a la situación política”? Siguiendo al PO (O), Trotsky podría reformular la frase antes citada del Programa de Transición: “los aparatos serán puestos a prueba por las leyes de la Historia”. Es el lenguaje de los consultores, no de los partidos revolucionarios. La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, no de los aparatos. Lo que verdaderamente se pondrá a prueba no es nada de lo anterior, sino la capacidad política del partido revolucionario. Que el aparato del PO descuente que esa capacidad, o sea, él mismo, es lo único que no se pone a prueba, no solamente es muestra de necedad, sino de que representa la ideología de todo aparato.

La izquierda democratizante acomoda la realidad a su conservadurismo político. La crisis mundial no moverá la balanza; la “contención” seguirá ganando la partida frente a la lucha de clases; la rebelión popular no debe ser un pronóstico; el FIT se encuentra acosado por peligros faccionales de adentro y de afuera; en suma, no hay que apartarse un milímetro de la zona de confort que aporta alguna diputación y algunas concejalías -el aparato del PO ha construido un “informe político” a su medida.

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