Escribe Mauri Colón
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El pasado lunes, tras una gran huelga general, renunció a su cargo el primer ministro de Sri Lanka, Mahinda Rajapaksa, hermano del presidente Gotabaya Rajapaksa (Gota, como se lo conoce). Un gran movimiento de lucha siguió en las calles, bajo el lema “Gota go home”. El ejército recibió la orden de disparar al cuerpo.
Para hacer frente a las manifestaciones que se han extendido por todo el país, el presidente impuso un Estado de Emergencia, que le otorga poderes para desplegar a las fuerzas armadas. Al mismo tiempo, ha alentado a bandas de lúmpenes a atacar manifestantes y facultó a la policía para disparar sin aviso previo. Es un cuadro de guerra civil, como ha ocurrido, hace dos años en Myanmar (ex Birmania).
Sri Lanka se encuentra en bancarrota. La pandemia hizo prácticamente desaparecer los ingresos por el turismo. Por otro lado, la suba de las tasas por parte de la Reserva Federal norteamericana agregó otra palada de tierra a la situación financiera. Todo este cóctel generó que la reserva de divisas se desplomara drásticamente y que entrara en default. La deuda externa es de 51 mil millones de dólares. La guerra imperialista agudizó las dificultades para la importación de las materias primas, lo que empeoró la inflación, que se disparó hasta el 18,7 %, sólo en marzo. También provocó la escasez de combustible, los cortes de energía, falta de alimentos esenciales y medicamentos.
El gobierno se encuentra negociando con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El principal es China, por montos desconocidos. Sri Lanka ha ocupado un lugar central en las inversiones en estructura diseñadas por la Ruta de la Seda. India y China se disputan la influencia en Sri Lanka, un cruce de rutas de navegación clave entre Asia y Europa.
En febrero pasado había renunciado todo el gabinete. Hace un par de semanas, cuarenta diputados del oficialismo rompieron con el bloque oficial. Más recientemente, el gobernador del Banco Central amenazó con renunciar si no se restablece la estabilidad política.
En las últimas horas, un lobby empresarial -ligado al gran capital industrial y comercial- impuso un primer ministro y un gabinete. Los empresarios sostuvieron que “no hay que poner en peligro las conversaciones con el FMI”. El elegido para ser el nuevo primer ministro es Ranil Wickremesinghe, del Partido Nacional Unido (UNP), que tiene un solo escaño en el parlamento. Una alianza formada para respaldar a Rajapaksa-Wickremesinghe cuenta con alrededor de 100 de los 225 escaños del parlamento. El resto son independientes. La oposición quiere un gobierno de consenso y la renuncia del presidente.
Para los especialistas que siguen la crisis, la designación del nuevo “Premier” no frenará la movilización popular. Por lo pronto, un acampe de cientos de manifestantes permanece frente a la oficina de Wickremesinghe.
Las diferentes fracciones de la burguesía local, aunque se presentan como alternativa política de recambio, ninguna representa una disyuntiva al gobierno –todas ellas buscan un rescate del FMI y descargar el peso de la crisis económica sobre las espaldas de los trabajadores. Naturalmente, esta salida es echar un bidón de nafta a un caldero social.