Escribe Jorge Altamira
Publicado en diariolatercera.com, 08/08.
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Cuando los titulares de prensa se ocupan del destino final del peso argentino, el interrogante de fondo es acerca del peronismo. Desde el regreso de Perón a Argentina, hace medio siglo, demostró ser un aglutinamiento forzado, que especulaba con una sucesión que era más o menos inminente. Bajo Menem ocupó el lugar de segundo violín de un poder que en realidad manejaban Cavallo y Alsogaray. Cuando los secundones del menemismo se reconvirtieron al kirchnerismo, el aparato del estado fue relativamente ocupado, por etapas, por su ala pequeño burguesa 'progre', que mantuvo en la periferia a los aparatos tradicionales, como por ejemplo a la burocracía sindical, por medio de canonjías de distinto carácter.
La formación del trípode conocido como Frente de Todos, aunque sirvió para evitar que el gobierno de Macri se hundiera en una crisis política terminal y permitió recuperar el gobierno, convirtió al peronismo en un rejunte de retazos, acompañado de varias escisiones - como Schiaretti, Urtubey, Pichetto y otros. Los anuncios de Massa en materia económica han desatado, ahora, fuerzas centrífugas más intensas, desde la base electoral del peronismo hasta varias de sus alas corporativas. En medio de este proceso de disolución política de un aparato que se confunde con el Estado, una intervención histórica de los trabajadores, modificaría en forma irreversible el escenario político de Argentina.
Si se mira con atención, el gabinete que inaugura Massa es una repetición agravada del que encabezó Martín Guzmán. Se trata, de nuevo, del intento de evitar un estallido devaluatorio, por medio de combinaciones financieras que llevan el sello del fracaso anunciado en la frente. "Bonos duales" (que se indexan al índice más favorable a los acreedores - dólar o inflación, más una tasa elevada de interés), para poner un torniquete a la sangría cambiaria. Un seguro de cambio a cerca de nueve mil millones de dólares que operan en el mercado de futuro, que llevaría a la quiebra del Banco Central y a la hiperinflación en caso de una devaluación del peso. Cuentas en dólares, a tasas de interés elevadas, para quien quiera que adelante una liquidación de divisas, sea por cerealeras, pesqueras o cualquier compañía cuyas ganancias hayan sido favorecidas por la explosión de precios que ha provocado la guerra de la Otan contra Rusia. Se trata, en todos los casos, de nueva deuda del Tesoro y del Banco Central, para hacer frente a los vencimientos de la deuda acumulada en los últimos cincuenta años a fuerza de refinanciaciones. Como gran parte de esa deuda se encuentra en el Fondo de Garantía de Anses y de otros organismos del Estado, una parte cada vez mayor de la recaudación impositiva deberá ir al sostenimiento de la deuda pública. Los ingresos de Anses provienen en un 60% de impuestos, como consecuencia del desmantelamiento del régimen de previsión social que inició la dictadura militar.
Todo este entramado deberá concluir en un mega devaluación o una devaluación descontrolada - un fenómeno histórico típico para anunciar una nueva época. Ocurre también que gran parte de la reactivación económica posterior a la pandemia obedeció al subsidio que ha recibido la industria y el comercio a través de la denominada brecha cambiaria que ahora es imposible achicar. En efecto, una importación al tipo de cambio oficial y un nivel de precios internos que están determinados en gran parte por el dólar financiero (MEP o Contado con Liqui), ya ofrecido tasas de ganancias inauditas al capital local, que aprovechado además el derrumbe de los salarios, el trabajo informal y la precarización laboral (alargamiento de la jornada y semana laborales). La reactivación subsidiada se ha venido abajo, como consecuencia de la escasez de reservas del Banco Central para importar y por la tendencia alucinante de la inflación. El cierre del negociado de la brecha abre camino al negociado de la devaluación; lo que para la mayoría es una tragedia social, para el capital es una modificación en la cartera de inversiones.
Desde un punto de vista estrictamente comercial, sin embargo, el tipo de cambio se encuentra en equilibrio, resultado de términos de intercambio favorables del comercio internacional - o sea precios de exportación más altos en promedio que los de importación. Lo que presiona a la devaluación es la deuda pública, externa e interna, y la privada - unos 500 mil millones de dólares. Argentina no sufre una economía bi-monetaria, como Kicillof le cuenta a la Vicepresidenta, sino de una deuda impagable, a la que hay que añadir la del Banco Central con los bancos locales - 8 billones de pesos, que equivalen a 45 mil millones de dólares al oficial y a 30 mil millones de dólares al financiero. La moneda argetina no vale un pomo porque el estado argentino es irrevocablemente insolvente.
Massa ha asumido la responsabilidad de arreglar este entuerto en representación de dos sectores capitalistas bien precisos: de un lado, "la patria contratista, rentista y subsidiada", como lo son los dueños de Edenor, banqueros como Brito y Esquenazi, petroleras como Bulgheroni, Eurnekian, Tecpetrol y los accionistas de YPF, y en otro plano fundamental las mineras, ahora con la presencia del litio. Por eso ha designado a la secretaria de Minería de Salta, Flavia Royon, al mismo cargo en el estado nacional. Cuando no hay empresas del estado para rematar, como ocurrió bajo Menem, Argentina sale a rematar la exportación en bruto de litio, que será industrializada en China y en Europa. En este negocio, Massa ha armado un frente con Gerardo Moráles y todos los gobernadores del noroeste. Es el reclamo principal que le ha hecho la Cámara de Comercio Americana en Argentina, que forma parte del lobby internacional más importante de Estados Unidos. El otro gran lobby que ha ingresado al gobierno de Massa es BlackRock, el mayor del mundo, que está a cargo de la gestión de la deuda norteamericana, representado por Daniel Marx. Massa le ha robado a Macri la gestión privilegiada de los intereses extranjeros.
La operación devaluatoria causa pánico entre partidarios y opositores, porque provocará de inmediato un aumento gigantesco de la deuda pública - la que está en dólares y la que está dolarizada. Descargaría también un golpe inflacionario fenomenal. Vendría acompañada de tasas de interés extraordinarias. La contrapartida - que promueva el ingreso de capitales golondrinas o de otro carácter -, está inhabilitada en gran parte, porque la tendencia del momento es la salida de capitales de los países de la periferia al centro. Las operaciones para aprovechar los desequilibrios financieros internos se realizan en el mercado local. La lectura de los informes de las consultoras más profesionales transmite un cuadro catástrofico. Todas coinciden, al mismo tiempo, que lo anunciado por Massa es apenas un analgésico, incluido el tarifazo. Las próximas facturas habrán de desatar una furiosa reacción popular.
El pasaje de Massa al gabinete es la última operación ministerial de los Fernández. Massa no seguiría el camino clásico de la renuncia; por el contrario, plantearía una crisis de gobierno y se candidatearía a la Presidencia como el político que resistió al kirchnerismo. Massa cedió la sucesión constitucional de los Fernández a una mujer de su palo - la "renovadora" Cecilia Moreau. La desintegración del peronismo alcanzaría un estadio terminal, diferente al de 2002, cuando celebró una interna con tres candidatos. El imputado no es, esta vez, un radical como De la Rua, y una alianza menor como el Frepaso. Ahora da de lleno al gobierno peronista y al peronismo. Al lado de la formidable resistencia social que producirá el ajuste con devaluación, se yergue una cuestión política mayor para la clase obrera, que es construir su propio partido, lo que significa anunciar su candidatura a la toma del poder político.
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