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El “día de la disrupción” en Israel, la primera movilización de masas realizada en día de semana, ayer miércoles, fue no sólo la más grande desde que se iniciaron las protestas contra la reforma judicial. Esta reforma es considerada un “golpe de estado” por la población judía laica, mayoritaria dentro de Israel: daría a la coalición religiosa-ultraderechista un poder decisivo en la elección de jueces y limitaría el rol de la Corte Suprema para invalidar leyes y decretos ejecutivos.
La movilización tuvo lugar en cientos de lugares en todo el país. El gobierno apeló a la Policía de Fronteras, la misma fuerza represiva que actúa contra los palestinos. “El ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, dio órdenes a la policía para que utilice todos los medios disponibles" a fin de dispersar a los manifestantes, a los que llamó "anarquistas". Netanyahu fue más lejos: acusó a los manifestantes de haber “cruzado la línea roja”. “En Tel Aviv se utilizaron “granadas de aturdimiento, cañones de agua y se procedió a enfrentar a los manifestantes con caballos … en escenas que no se veían en la ciudad desde hace años” (Haaretz, 2/3). “Abajo la dictadura de Netanyahu”, “No queremos un Erdogán” eran las consignas más coreadas. Desde hace dos meses, cuando asumió la nueva coalición de ultra-religiosos y colonos, no pasó una sola semana sin manifestaciones todos los sábados por la noche.
Como resultado de esta última movilización hubo 51 detenidos. De los seis detenidos, en cambio, por el pogromo del domingo pasado desatado por 400 colonos sionistas contra la aldea palestina de Hawara, en la Cisjordania, “el martes solo quedaba arrestado un sospechoso, y se trataba de arresto domiciliario” (ídem, 1/3). Netanyahu insinuó una semejanza entre los disturbios del miércoles y los del domingo de madrugada en Hawara. Pero “tal como lo ven los palestinos -dice Jack Khoury- los disturbios de Hawara no fueron una ´aberración´ o una ´pérdida de control´ por parte del ejército y los servicios de seguridad, sino una operación bajo la égida del ejército” (ídem).
El viernes pasado la Knesset aprobó desmantelar la independencia de la Biblioteca Nacional. La medida provocó una conmoción. Ese mismo día “300 autores y poetas firmaron una declaración pública en contra de la reforma a la Ley de Bibliotecas Nacionales … entre ellos (las primeras plumas de las letras israelíes) David Grossman, Haim Be'er, Yaara Shehori, Michal Ben Naftali, Ilan Shainfeld y muchos otros” (26/2, ídem). La medida se aprobó “a pesar de las objeciones del Fiscal General ,Gali Baharav-Miara y el asesor legal del Ministerio de Finanzas, Asi Messing, quien se opuso enérgicamente a su inclusión en el Proyecto de Ley de Arreglos Económicos”, un brutal ajuste contra la educación pública (ídem).
“En respuesta a la medida, la Universidad Hebrea de Jerusalén advirtió que exigirá la devolución de todos sus materiales almacenados en la Biblioteca Nacional” (ídem). Esa Universidad, titular de esa Biblioteca hasta 2008, la cedió al sistema de bibliotecas nacionales bajo la condición de que se preservara su independencia.
Israel está bajo un ataque a todo su sistema político que no sólo dificulta la tarea de “los periodistas e investigadores para la obtención de información accesible, todo se resuelve entre bastidores … en Israel todo pierde credibilidad, como en Turquía … es el principio del fin” (Noa Landau, ídem, 26/2).