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El 3 de febrero pasado un tren de carga, que arrastraba 150 vagones, muchos de ellos con productos tóxicos, descarriló en el pueblo de East Palestina, en el límite del estado de Ohio con Pensilvania, EE.UU. El descarrilamiento afectó a más de 50 vagones.
El gobernador del estado, Mike DeWine, intimó a los residentes en el radio de una milla a desalojar la zona. Una semana después se autorizó a los residentes a retornar a sus viviendas. Sin embargo, desde entonces, las quejas -ahora en un radio 30 veces el inicialmente reconocido como peligroso- por secuelas sobre la salud de la población, en animales y aves, se han sucedido a una escala impresionante. El descarrilamiento se ha transformado así en una cuestión de estado
Stephen Lester, toxicólogo y director científico del Center for Health, Environment & Justice denuncia que “está bien documentado que la quema de productos químicos clorados como el cloruro de vinilo -el principal componente químico que se encontraba en los vagones afectados- genera dioxinas. ´Dioxina´ es el nombre que se le da a un grupo de sustancias químicas persistentes y muy tóxicas que comparten estructuras químicas similares … La forma más tóxica de dioxina es el tetraclorodibenzo-p-dioxina o TCDD … comúnmente reconocido como el el Agente Naranja” (ídem 2/3).
Frente a esta situación la empresa prestataria del servicio, Norfolk Southern, se ha lavado las manos. Todas las denuncias apuntan a la convivencia de las autoridades federales con el lobby de los grandes capitalistas del trasporte ferroviario.
Meses atrás los gremios ferroviarios de EE.UU. estuvieron al borde de una huelga nacional, como no ocurría desde 1992. El reclamo de los trabajadores tenía que ver con “horarios agotadores, malas condiciones de trabajo, por la obligación de estar disponibles las 24 horas del día, los 7 días de la semana, los 365 días del año y estar de guardia para presentarse a trabajar dentro de dos horas o menos” a partir del momento que la patronal lo dispone (ídem, 14/9). Biden terció hacia fines de año prohibiendo la huelga: impuso una especie de “conciliación obligatoria” que hasta la fecha no dio ningún resultado. El ´demócrata´ esgrimió que el ferrocarril mueve cerca del 40 % del comercio de larga distancia de EE. UU. y una huelga podría costarle al país 2 mil millones de dólares al día.
Entre noviembre de 2018 y diciembre de 2020, la industria ferroviaria perdió 40.000 empleos en EE. UU., según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales. La fuerza laboral de la industria ferroviaria de EE. UU. se redujo de más de 1 millón de trabajadores en la década de 1950 a menos de 150 000 en 2022” (ídem). La reducción de costos ha contribuido a grandes ganancias inesperadas; las dos corporaciones ferroviarias más grandes reportaron ganancias récord en 2021. Los ferrocarriles de EE. UU. pagaron u$s 196 mil millones en recompras de acciones y dividendos a los accionistas desde 2010. Esta ´reducción de costos´ incluye que “la industria ha tendido a agregar varios vagones más a los trenes, haciéndolos mucho más largos, lo que hace que los descarrilamientos sean más dañinos cuando ocurren. (…) las fuerzas en el tren aumentan exponencialmente cuando aumenta la longitud y el peso de un tren, la posibilidad de descarrilamiento y el aumento del daño (…) El tamaño del tren que descarriló en East Palestine, Ohio, era de 150 vagones, más del doble de la longitud promedio de los trenes operados por los principales ferrocarriles entre 2008 y 2017” (ídem, 3/3). Los trabajadores ferroviarios han estado denunciando los impactos en la seguridad incitados por años de recortes de personal, malas condiciones laborales y negligencia por parte de las corporaciones ferroviarias.
A pesar de que la tecnología ha puesto al servicio de la humanidad normas cada vez más óptimas en materia de seguridad, las leyes del beneficio capitalista están por encima: “la tasa de descarrilamientos de trenes ha aumentado durante la última década, a razón de dos descarrilamientos por cada millón de millas recorridas en comparación con 1,71 descarrilamientos en 2013. Sólo en 2022 se informaron 818 descarrilamientos, con 447 vagones de tren que transportaban materiales peligrosos dañados o descarrilados” (ídem, 3/3). The Guardian acaba de revelar un audio filtrado por una trabajadora ferroviaria que denuncia cómo las empresas obligan “a los trabajadores a saltarse las inspecciones” y no cumplir siquiera los protocolos de las propias empresas (3/3).
Los ferrocarriles del ´tercer mundo´ no llegan ni a los talones de los yanquis, franceses o alemanes. Pero por ´avanzados´ que sean los servicios públicos en esos países, como lo demuestra el accidente de Ohio, no están eximidos de la podredumbre capitalista.
Para erradicarla, sólo hay un antídoto: la revolución socialista.
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