La corrección política es una falsificación

Escribe Olga Cristóbal

El ´caso´ Roald Dahl.

Tiempo de lectura: 7 minutos

El sello infantil de Penguin, Puffin Books y los herederos de Roald Dahl (1916-1990) realizaron cientos de cambios en las últimas ediciones de los libros del escritor inglés para borrar sus “incorrecciones políticas”.

Penguin Books es la mayor de las cinco grandes editoriales que dominan el mercado mundial, después de una serie de fusiones que les permiten decidir qué se publica y, por lo tanto, qué se lee. Ningún ser racional podría pensar que semejante monopolio se preocupa por la moral.

La modificación se aplicó a “cuestiones sensibles” como la raza, el género, la apariencia física, la salud mental y la violencia “para evitar que estos libros ofendan al lector”, explicaron.

Como indica el blog Club de traductores literarios porteños, “Dahl es uno de los autores internacionales más importantes de la Literatura Infantil y Juvenil (LIJ). Sus obras son clásicos En la Argentina es uno de los diez autores más vendidos”. Matilda o Charlie y la fábrica de chocolate superan los 150 mil ejemplares vendidos en el país. Sus libros se han traducido a 63 idiomas y vendido más de 300 millones en todo el planeta.

Las correcciones supuestamente apuntan a desligar las características físicas de las morales. Las brujas son peladas pero no todas las peladas son brujas, sería la advertencia para el niño lector idiota que imaginan.

El angurriento y egoísta Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate ya no es gordo sino “enorme”. ¿Penguin querrá ocultar que quien come porquerías termina obeso, aunque la obesidad infantil sea una gravísima epidemia que genera niños diabéticos e hipertensos? ¿Que los niños gordos no perciban que lo son?

Los Oompa Loompas, pigmeos negros, esclavizados por el multimillonario Willy Wonka desde “la parte más profunda y oscura de la selva africana” y pagados con granos de cacao ahora ya no son negros ni africanos e incluso algunos son mujeres. Con el salario no se metieron, no sea cosa…

En Matilda expulsaron a Joseph Conrad y a Rudyard Kipling, imputados de supremacistas y los sustituyeron por John Steinbeck y Jane Austen. Para no incurrir en biologicismos, la directora Tronchatoro ya no es una “hembra formidable” sino una “mujer formidable”.

Los censores llegan al ridículo. Para no parecer racistas, en James y el durazno gigante cambiaron "su cara blanca de horror" por "su cara agonizante".

En los libros de Dahl hay padres, madres y docentes maltratadores. Adultos horribles y adultos bondadosos. Idem para los niños. Millonarios miserables y pobres sin empleo. Pero, sobre todo, los chicos pueden rebelarse, vengarse de los adultos malvados, ¡hacerles daño!, abandonar su familia para vivir con gente que los quiere. ¿Existe mejor enseñanza que huir del maltrato y de la sumisión? Los libros descafeinados donde todos son buenos dejan a los chicos en una enorme soledad, adulteran su percepción de la realidad, no los ayudan a medir sus fuerzas, defenderse, ganar.

La corrección política que niega el sufrimiento y la maldad borronea la posibilidad de la rebeldía.

La censura a Dahl generó un escándalo de magnitud. Importantes escritores como Salman Rushdie y Joyce Carol Oates la repudiaron. Finalmente, la editorial anunció que habrá dos versiones en inglés, la histórica y otra aggiornada a los buenos modales. La española Alfaguara (que es de Penguin pero no boluda) y la francesa Gallimard dijeron que respetarán el texto.

En el debate, un vocero confesó que hace años que en cada nueva edición “revisan” el lenguaje utilizado. Hace años que están pasteurizando lo que leen los chicos.

En la “corrección” trabajó Inclusive Minds, una peligrosísima ONG que “defiende la diversidad y la accesibilidad en la literatura infantil” y “aporta una valiosa contribución al revisar un lenguaje que puede ser perjudicial y perpetuar estereotipos dañinos”. Torquemada con puntillitas. La policía del Ministerio de la Verdad del 1984 de George Orwell, un poroto.

A esta gente le importa un bledo la guerra en Ucrania pero ojo con decirle gordo a un ucraniano. Lo mismo con millones de africanos que mueren de inanición, pero ojo con decirles negros.

La pretensión es revisar -ocultar- la historia, las tensiones de la lucha de clases, la necesidad de hacer polvo este sistema para que la humanidad viva sin opresiones.

En 2021, en escuelas de Canadá se quemaron casi 5.000 libros, entre ellos cómics de Tintín, Astérix y Lucky Luke, por considerar que propagaban estereotipos sobre los pueblos originarios. Antes los quemaban los nazis -y Videla-, ahora los diversos. Siempre en nombre del bien.

La corrección política apela a un repertorio de herramientas que va desde la reescritura hasta la cancelación -de textos, de obras de arte, de sus autores y hasta de modos del lenguaje.

Lo que no se ajuste al “respeto al género y la diversidad” debe ser eliminado. Una diversidad que tiene los mezquinos límites del universo identitario. Allí no entran capitalista-socialista, patrón-obrero, imperialista-oprimido, israelí-palestino.

Fahrenheit 451 es una novela de Ray Bradbury -otro que cayó en la volteada por supremacista-. Trata de una sociedad del futuro en la que los libros están prohibidos y existen “bomberos” que queman cualquiera que encuentren. Esa figura eligió la escritora, librera y especialista en Literatura Infantil y Juvenil (LIJ) Carola Martínez Arroyo para describir la situación: “El Fahrenheit moderno no es la hoguera, es la ultracorrección, la maldita y temible autocensura; es la regulación, la obligación a la sumisión”, dice.

En este contexto, escritores de LIJ argentinos denunciaron las restricciones temáticas que imponen las editoriales para no enfrentar una campaña de descrédito, para que sus libros sean enviados a las bibliotecas escolares, para no exponerse a una campaña de alguna de las múltiples “identidades”, para no enemistarse con los que dan los premios. Y cómo esa presión genera una fuerte autocensura en los autores.

Carola Martínez alerta: “Ninguno de los grandes autores que nos marcan el camino con su respeto a los niños y a las niñas sería publicado en este momento. Ni Sendak, ni Ungerer, ni Nöstlinger, ni Paterson: todos incorrectos, todos temibles, hermosos y con personajes inolvidables”.

De los clásicos ni hablar. El príncipe que besó a Blancanieves dormida no la consultó, es un abusador. "No puede ser un beso de amor verdadero si solo una persona, en este caso el príncipe, sabe lo que está pasando. ¿Eso le enseñaremos a nuestros niños?", escribieron en el San Francisco Chronicle.

Estragos

La persecución ideológica que ejerce la dictadura del progresariado no termina en los niños. Proponen reescribir o excluir de la curricula a Shakespeare y otros autores como F. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby), Arthur Miller (El crisol) y Harper Lee (Matar a un ruiseñor). Sigmund Freud y Lacan también están en cuestión por misóginos.

La defensa de las identidades impugna también la dimensión universal del arte. Denuncian la “apropiación cultural” pero no contra las Penguin o las grandes discográficas. Sostienen que solo es válido que reproduzcan ciertas formas del arte los que -se supone- las han creado. Que la chacarera la toquen solo las santiagueños. Algunos ejemplos:

Algunos consideran que la mejor novela sobre los inmigrantes mexicanos es American Dirt. Sin embargo, la editorial Macmillan y su autora, Janine Cummis, sufrieron una campaña vitriólica porque la escritora es blanca y no “una latina real”, por lo tanto el libro era “falso”.

Marieke Lucas Rijneveld es un escritor/a holandés/a de género fluido, que ganó el Booker Prize. Iba a traducir a una poeta norteamericana negra, Amanda Gorman. Rijneveld y Gorman estaban de acuerdo. Hasta que Janice Deul, activista y periodista, se preguntó en un diario holandés: "No es por quitarle nada a las cualidades de Rijneveld, pero ¿por qué no elegir una escritora que sea, al igual que Gorman, una artista de la palabra hablada, joven, mujer y negra?". Rijneveld se retiró y se disculpó en todos los idiomas.

En febrero, la docente afroguaraní Gabriela Caballero presentó una denuncia ante el Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) contra la comparsa correntina Arandu Beleza y la locutora y bailarina Virginia Acosta, “por insistir con la práctica del blackface” (pintarse la cara de negro). Caballero considera que el blackface “es una práctica degradante y discriminatoria”, según dice que leyó en una publicación de afroamericanos (Página 12). Acosta se disculpó. ¿También habrá que cancelar las caracterizaciones teatrales?

La corrección política hace estragos. En 2018, en Italia, le cambiaron el final a la ópera Carmen, de Bizet. En la versión original, al final el amante asesina a su amada. En la del siglo XXI, ella le arrebata el arma y lo termina matando. “No quería que el público aplaudiera el asesinato de una mujer a manos de un hombre”, dijo el director, Leo Muscato.

A principios de este mes, la Universidad de Groningen, en Países Bajos, prohibió la representación de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en su centro cultural estudiantil, porque el casting para los cinco papeles masculinos convocó solo a hombres, algo que iba en contra de la política de inclusión universitaria. El propio Beckett dejó explícitas instrucciones para que su obra fuera representada solo por hombres.

El péndulo de la corrección política

El lenguaje y el arte son solo algunos de los campos en los que. hace algunos años, se está librando “la batalla cultural” que promete un mundo igualitario sin tocar al capitalismo.

Del otro lado del ring, la ultraderecha religiosa norteamericana también se dedica a retirar libros de las bibliotecas escolares o populares. Y a despedir a los bibliotecarios que se resisten o a los docentes que los siguen usando. Son los libros de temática GLTTB, de género, de educación sexual laica, de denuncia de la esclavitud.

En los estados del cinturón bíblico esto se organiza desde el Estado, en los otros votan las familias o los vecinos. Los desafíos y prohibiciones de libros alcanzaron niveles no vistos en décadas, según la Asociación Estadounidense de Bibliotecas, la Coalición Nacional contra la Censura (NCAC, por sus siglas en inglés) y otros defensores de la libertad de expresión.

Durante 2022, la Asociación Estadounidense de Bibliotecas identificó 729 reclamos sobre “materiales y servicios de bibliotecas, escuelas y universidades”. Esto implicó que se retiraran 1.600 títulos.

Como siempre, la única corrección posible es: “Total libertad en el arte”.

Suscribite a Política Obrera