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Hace un par de semanas, la diplomacia internacional se despertó con la sorpresa de que China había logrado que los gobiernos de Irán y Arabia Saudita reanudaran relaciones diplomáticas luego de una década de hostilidades. Ambos estados, además de competidores en el mercado internacional de petróleo, se alinean en campos enfrentados en el mapa islámico: Irán es la cabeza del shiismo y Arabia del sunnismo. Operados por Estados Unidos, los saudíes enfrentaban la rebelión en Yemen, apoyada por Irán, contra el gobierno oficial, incluyendo bombardeos masivos. Irán, por su lado, bombardeó instalaciones petroleras en Arabia Saudita. La periferia sunnita ha estado normalizando relaciones con el estado sionista, en tanto Irán ha sido amenazado por Israel con atacar sus instalaciones nucleares. Esta divisoria estratégica en el Medio Oriente quedó superada o neutralizada a través de la mediación de China, cuando el gobierno de Biden denuncia a Irán por el incumplimiento de los acuerdos nucleares firmado hace una década y por la provisión de drones a Rusia en la guerra contra la OTAN. El servicio de inteligencia israelí se enteró de todo esto, al menos en apariencia, por medio de los diarios.
El ingreso impetuoso de China en una región disputada por Rusia y Estados Unidos, modifica el escenario internacional. Por de pronto, asegura el suministro de combustibles a China, que depende fuertemente de la importación. Extiende la influencia de China de Asia Central al occidente. Cierra estratégicamente la incorporación de numerosos países a la red de inversiones de China conocida como la Ruta de la Seda. Este es el contexto inmediato que enmarca una propuesta de cese del fuego y de paz que China ha enviado a los países del G-20 y a la misma Ucrania. China pretende representar a un tercer bloque en la guerra, el de aquellos como India y Sudáfrica, que no han repudiado la invasión rusa, así como a numerosos gobiernos de América Latina, que han propiciado el fin de la guerra. Singapur, un fuerte centro financiero, e Indonesia, con la mayor población musulmana del planeta, se acercan a esta misma posición. Mientras la OTAN ha rechazado de plano el “plan” de China, el presidente de Ucrania fue más cauteloso – le dio la bienvenida y demandó una reunión cara a cara con Xi Jinping, el presidente de China.
El punto central de la propuesta en debate es un cese del fuego que congela las posiciones militares en el terreno. Pero enseguida añade que la paz debe asentarse en la soberanía territorial de Ucrania. Los puntos de contacto de este planteo con lo que ya plantearon otros antes, incluidos Henry Kissinger y Elon Musk, o una parte considerable del partido republicano de Estados Unidos y de la derecha europea, son evidentes. Bajo la mesa, China ofrece financiar la reconstrucción de Ucrania, que ya está anotada en la Ruta de la Seda. Es una propuesta más atractiva que la que han ofrecido Estados Unidos y la Unión Europea, y que evita la pugna entre monopolios capitalistas. En tanto EEUU y la UE atraviesan un fuerte proceso de quiebras bancarias y rebeliones populares cada vez más intensas, China ha anunciado un plan de reactivación de alrededor de 400 mil millones de dólares, que ha sido saludado por diversos observadores como una salida a la recesión que amenaza a sus rivales. Xi Jinping acicatea a Zelensky a distanciarse de la intransigencia de la OTAN, y también incita a Europa a asociarse al planteo, con la zanahoria de abrir preferencialmente el mercado de China a los capitales europeos.
China enmarca su planteo para Ucrania en una estrategia de “multipolaridad”, o sea de finalización de la hegemonía norteamericana. Históricamente, el capitalismo no ha sido nunca “multipolar”, salvo que se interprete de ese modo a la crisis de la transición de una hegemonía a otra. Pero es el señuelo que la burocracia de China para atraer a los afectados por los costos de la dominación norteamericana, que han crecido mucho como consecuencia de su declinación. China enfrenta de este modo el ataque de Estados Unidos a su desarrollo económico y a sus inversiones extranjeras. No pasa día sin que Biden no anuncie alguna restricción o sanción económica contra compañías de China. Para China estos ataques son equivalentes a los que se lanzaron contra los gasoductos de Rusia a Europa, que fueron uno de los determinantes finales que desencadenaron la decisión de Putin de invadir Ucrania.
El objetivo del viaje de Xi a Rusia es embarcar a Putin en esta política. Es claro que un cese del fuego será acompañado de medidas que garanticen el cumplimiento de la totalidad del plan, que incluye el retiro de Rusia del este de Ucrania y, a largo plazo, si no un retiro de Crimea, al menos un condominio, o una cesión de la base de Sebastopol por un siglo. No es sencillo para Putin adherir a este plan, porque enseguida se produciría una crisis política en la propia Rusia.
Visto en su conjunto y en su complejidad, el planteo de Pekín anuncia una escalada en la guerra. El rechazo de la OTAN llevará al envío de mayor armamento al régimen de Kiev, como ya están haciendo Polonia e incluso Alemania. Dado el desangre del ejército de Ucrania, se producirá una intervención creciente de tropas extranjeras, algo que ya ocurre. China se verá obligada a apoyar militarmente a Moscú; lo contrario dejaría abierta una acción de la OTAN en el Indo-Pacífico contra China. Algunos observadores ‘occidentales’ ya admiten que la política de Biden producirá a Estados Unidos perjuicios o daños autoinfligidos. La política interior norteamericana podría agrietarse con más profundidad, ante una escalada militar que seguramente ampliará el área de la guerra. En los últimos días, por caso, se ha agravado la crisis entre Argentina y Estados Unidos, cuando el FMI actúa para evitar el derrumbe del gobierno, como consecuencia de la oposición de Biden a la compra de aviones caza de China por parte del gobierno de Fernández. El año pasado no fue usada una partida de 600 millones de dólares asignada en el Presupuesto para esa compra. Argentina está obligada a recurrir a China porque Gran Bretaña ha vetado cualquier compra de armamento. Los aviones tendrían la tarea de supervisar el Atlántico Sur, asolado por saqueos pesqueros, incluida la cesión del área marítima de Malvinas, por parte de Gran Bretaña.
Xi no se trasladó a Moscú para defender a Putin sino a los intereses de China, que es embarcar a Rusia en un proceso de negociaciones que implicaría renunciar al despojo territorial de Ucrania, o a convertir la costa del Mar Negro en un ‘mare nostrum’, con capacidad para bloquear el comercio mundial de granos. Xi ofrece, en canje, llegar a una alianza con Rusia si la OTAN decide ir hasta el final en el propósito de desmantelar a Rusia.