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Después del paro de 24 horas y las manifestaciones del jueves pasado, la Intersindical de las Centrales francesas ha convocado a una nueva jornada para el martes próximo. La sanción de la reforma previsional por decreto sólo sirvió para atizar la rebelión popular. A la movilización de alrededor de tres millones de trabajadores y del paro en todo el país, siguió un fin de semana de acciones directas y piquetes y una escalada de enfrentamientos con la policía, cebada en una represión que ha sido cuestionada incluso por un relator de Naciones Unidas.
Macron no acepta ninguno de los recules que le proponen aliados, adversarios y la burocracia de los sindicatos, por razones muy claras. No solamente ha empeñado su mandato en imponer el aumento de la edad jubilatoria, sino también en un proyecto de ley contra la inmigración y el retaceo del derecho de asilo. El viernes pasado, el anuncio de una caída del 14% en las acciones del Deustche Bank y del Commerzbank, fue acompañado por un derrumbe de Société Générale y Paribas; Macron necesita extraer recursos de los trabajadores para socorrer a los bancos franceses. Por sobre todo esto se encuentra la guerra: una caída de Macron o incluso el retiro de la reforma previsional dejaría al desnudo la quiebra política de los regímenes que han organizado la guerra de la Otan. Macron se apresta a viajar a China para salvar la tajada del mercado asiático para los monopolios franceses, pero también como parte de la negociación que la Unión Europea quiere entablar acerca del “plan de paz” propuesto por XI Jingping. Los bloques en choque están discutiendo un nuevo reparto de la dominación mundial que dejará abiertos nuevos escenarios de guerra.
La unidad de cuestiones políticas estratégicas que ha expuesto la movilización de las masas de Francia, motiva también planteos de recambio, a partir de una certeza de que Macron puede ser derrotado por los trabajadores. Laurent Berger, el secretario general de la CFDT, “se mostró preocupado por la espiral de violencia….en los márgenes de las movilizaciones”. Se airea la necesidad de establecer una “Sexta República” en reemplazo de la V° que se encuentra en vigencia. Los cambios, de todos modos, no serían significativos, al punto que muchos proponen que la iniciativa de cambiar la Constitución la tome el mismo Macron. Un columnista del Financial Times caracterizó esta semana a la V° República como “una dictadura electoral”. Impuesta por un golpe de estado, en 1958, otorga poderes de monarca a la Presidencia de la Nación. Dentro de la coalición oficial se reclama la sustitución de la primera ministra y la formación de un nuevo gobierno. Hay propuestas de reestablecer un sistema parlamentario ‘aggiornado’ a la crisis. La Corte Constitucional, otra creación de la V° República, que otorga a una oligarquía vitalicia la responsabilidad última por las leyes, debe pronunciarse dentro de un mes sobre la legalidad del decreto que impone la reforma previsional. Hay claramente una crisis de poder ‘por arriba’. De acuerdo a las últimas encuestas el mayor beneficiario de la crisis sería el partido Renovación Nacional, la derecha, que sube cinco módicos puntos en la intención de voto, desde otro módico piso del 19 por ciento. RN ha votado contra el aumento de la edad para jubilarse. Macron está perfectamente al tanto de que varios sectores internacionales ‘anglosajones’ tienen un fuerte interés en moverle el piso.
En Francia se ha impuesto desde hace mucho el método de “huelgas reconducibles”, que consiste en votar paros limitados que se reconvocan a partir de nuevas asambleas. Ha sido la modalidad preferida para coartar las luchas, o sea desgastarlas, en especial en los grandes movimientos, como ha ocurrido en las huelgas ferroviarias contra las privatizaciones del transporte. Ahora ocurre lo mismo, aunque en los recolectores de basura y buena parte de refinerías se ha convertido en una huelga general. La Federación de la Industria Química de la CGT ha instalado piquetes en esas instalaciones. Estas fracturas en la principal Central sindical de la burocracia es una expresión del ímpetu de la lucha. Otra modalidad antigua es la reinstalación de la Intersindical, entre las burocracias que rivalizan sin tregua en ‘tiempos normales’. Para la burocracia de la CGT la Intersindical sirve como coartada oportuna: ‘no podemos ir a una huelga general indefinida porque se rompería la unidad del movimiento obrero’.
Las movilizaciones y las huelgas, que pueden ser caracterizadas como “huelgas políticas de masas” (Luxemburgo, Trotsky), chocan con el desgastado muro de contención de los aparatos sindicales, fundamentalmente, y también de la izquierda ‘trotskista” – sus organizaciones principales son NPA y Lutte Ouvriere. Por adaptación y oportunismo, o por un declarado espíritu conservador, respectivamente, van a la cola de los acontecimientos. Otro puñado de grupos de izquierda plantea la huelga general y algunos hasta el derrocamiento de Macrón. (“Abajo el gobierno de Macron” o “Que se vaya” (por Macron). Proponen y se empeñan en montar comités de bases o interseccionales, pero con la característica propia de estos grupos – cada uno quiere formar el suyo. En Francia, como ocurre en todas las rebeliones populares de la última década, chocan el futuro con el pasado. El futuro que imponen las nuevas generaciones, actuando con resolución y combatividad, y el pasado de organizaciones que han quedado esclerotizadas en la adaptación sistemática, el esquematismo y la fórmula vacía. Por otra parte, no hay signo más claro de parasitismo que el autobombo.
La invocación a “la guillotina”, en la Place de la "Discorde", en alusión a las cabezas de monárquicos y reaccionarios hace dos siglos; o a las ocupaciones de fábrica de 1936 y 1968, muestran que los acontecimientos franceses no pueden ser encasillados en ‘sindicales’. En pocas semanas sabremos si Europa ha entrado en una etapa revolucionaria.
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