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La información acerca de lo acordado entre la extensa delegación de Argentina y el gobierno de Lula, que se reunieron ayer en Brasilia, es claramente confusa. Alberto Fernández subió al avión a un elenco político donde se destacan dos precandidatos a la Presidencia -Massa y Scioli- y la ministra de Desarrollo Social, Tolosa Paz, que pretende inmiscuirse en el top de la lista bonaerense del FdT, al menos para la vicegobernación.
La razón ostensible del viaje ha sido obtener un crédito del gobierno brasileño, en reales, equivalente a 15.000 millones de dólares. Argentina podría importar bienes de Brasil a plazo, sin la necesidad de utilizar dólares. El tema se viene tratando desde enero y nada indica que se hayan logrado salvar los obstáculos para concretarlo. El problema es que Argentina no ofrece garantías adecuadas de devolución del préstamo, lo cual hace temer a un ‘calote’, como se denomina en la jerga brasileña al default. El gobierno de Brasil no sólo tiene atadas las manos por este motivo, ya que adicionalmente está bajo la tutela del Comité de Política Monetaria del Banco Central de Brasil, empeñado en mantener una altísima tasa de interés real de 8 puntos encima de la inflación. Deberá prestar caro o subsidiado. Estas dificultades han determinado un desplazamiento de importaciones de Argentina de Brasil hacia China, la cual ha extendido un canje de monedas entre el peso y el yuan en el orden de los 5 a 10.000 millones de dólares. Los exportadores brasileños están que trinan, pues pone en crisis, entre otras cosas, el comercio compensado de autopartes y automotores entre los dos países. Cristiano Ratazzi, el mandamás de Fiat, ya ha insinuado que votaría por Milei.
El presidente Lula ha intentado disimular el impasse con la propuesta de que el Banco Asiático de Desarrollo, que pilotea China y reside en Shanghai, abra una cuenta especial para Argentina. Para eso habría que modificar un artículo de los estatutos del Banco. Lula reveló, asimismo, que discutió con Xi Jinping el default de Argentina y que habrían llegado a un consenso para intervenir en la crisis. China está empeñada en firmar un acuerdo de libre comercio con el Mercosur, que sería inviable si Argentina no sale de la cesación de pagos. Santiago Peña, el presidente electo de Paraguay, se acaba de declarar un apasionado partidario de un libre comercio con China, a pesar de que Paraguay no tiene relaciones con Pekín, sino con Taiwán. Debe ser por eso que algunas publicaciones porteñas caracterizan a la victoria de Peña como una derrota política de Biden.
Un giro de Argentina hacia China, para zafar de lo que Lula llamó “el cuchillo en el cuello” del FMI en Argentina, no es sencillo. Ocurre que China no se somete a las reglas del FMI para resolver crisis de deudas públicas y defiende el pago del ciento por ciento de los créditos que otorga. La deuda pública se encuentra representada, en la mayor parte del mundo, en la forma de títulos y bonos que se transan en mercados financieros. No es lo que ocurre con los créditos de China, que son comerciales y en su mayor parte de origen estatal o garantizados por el Estado. Visto de este modo, un ‘socorro’ como el que propone Lula aceleraría aún más una corrida cambiaria contra el peso. El default de Argentina es escenario de una pelea política internacional. En las naciones de África que han entrado en cesación de pagos no se ha logrado reestructurar la deuda pública por las divergencias, precisamente, entre el FMI y China. Para aceptar reestructuraciones de deuda, China ha reclamado que las deudas con el mismo FMI sean objeto de descuentos. La crisis ha llevado a Biden a ordenar la formación de un comité especial para proponer una reforma del FMI que involucre el compromiso de China. Misión imposible.
De acuerdo al FMI, hay 35 naciones en situación de default; la crisis de deuda pública es mundial. Esta crisis ha contaminado al sistema bancario, cargado de títulos de deuda que pierden valor. Por eso ha quebrado el First Republic, que Biden decidió regalar al JPMorgan-Chase. Estados Unidos, con una deuda pública de 31 billones de dólares, un 130 % del PBI norteamericano, se encuentra en el pelotón principal. Esto ha desatado una crisis política en torno a la necesidad de un violento ajuste fiscal y monetario.
El capital enfrenta el desafío de descargar esta crisis sobre las espaldas de los trabajadores, que ya se encuentran agobiados por la precarización laboral de las últimas décadas, por los golpes económicos sufridos en la pandemia, por la inflación y, ahora, por una guerra mundial (se enfrentan las grandes potencias) que entra en una fase de alcances imprevisibles a partir de la llamada ‘contraofensiva’ planeada y equipada por la OTAN.
El desmoronamiento de Argentina no es una excepción, sino la forma extrema internacional de la regla.