Un debate sobre el feminismo y el carácter del movimiento de mujeres

Escribe Camila P

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La compañera Laura Kohn ha enviado en estos días una crítica a la declaración del Plenario de Trabajadoras (Tendencia) frente a la pandemia de COVID-19. La crítica de la compañera se centra en la afirmación del texto que descarta la posibilidad de existencia de gobiernos "feministas" bajo el régimen de clases sociales. Según LK, esto constituiría un embellecimiento del feminismo, que aboga por la igualdad formal o de derechos civiles y políticos, en el marco de la sociedad de clases.

Las consideraciones de LK abarcan varios problemas. Por empezar, implica un reduccionismo de los planteos del feminismo. A pesar de su carácter burgués o pequeño burgués, el feminismo no se reduce a la igualdad de derechos civiles, sino que entiende que en la igualdad formal se encuentra el fin de la opresión hacia las mujeres. Esta diferencia, que parece sutil, no es menor. Porque revela el carácter de clase en el que nace el feminismo. Clara Zetkin, en su distinción de las mujeres burguesas y las mujeres proletarias, decía "¿Qué aspecto presenta la familia de la alta burguesía en la cual la mujer está legalmente sometida a su marido? (...) La unión se decide en base al dinero, no a la persona; es decir: lo que el capitalismo une no puede ser separado por una moral sentimental. Por tanto, en la moral matrimonial dos prostituciones hacen una virtud. A ello corresponde también el estilo de la vida familiar. Allí donde la mujer no se ve obligada a asumir sus deberes de mujer, madre y vasalla, los traslada al personal de servicio al que paga un salario. Si las mujeres de estos estratos desean dar un cierto significado a su vida, deben ante todo reivindicar el poder disponer libremente y autónomamente de su patrimonio. Por ello esta reivindicación se sitúa en el centro de avanzada del movimiento de mujeres burguesas (...)" ("Sólo con la mujer proletaria triunfará el socialismo", 1896). La igualdad de derechos legales cobra, para las mujeres de la burguesía, un aspecto emancipatorio en sí mismo.

Partiendo de esta consideración, que es la base del feminismo, se coloca a la lucha de las mujeres como una lucha, no entre clases, sino de sexos. El fin de la opresión, en sus distintas expresiones -desde los femicidios hasta la carga de las tareas domésticas- tienen como respuesta reformas, dentro de los marcos del Estado, que abarquen las necesidades de las mujeres, y pongan a las mujeres al frente del poder para desarrollar estas conquistas.

Utopía feminista

Ahora bien, al desenvolver esta orientación en la realidad concreta, la propuesta feminista representa una utopía ante la que sus propias defensoras están dispuestas a claudicar. El problema no es que el feminismo no quiera terminar con la opresión que rige sobre el género femenino sino que, al querer hacerlo, se da de bruces con la realidad, en la que el trabajo que recae sobre las mujeres, su sometimiento, se encuentra en la génesis de la sociedad de clases y, particularmente del capitalismo, que usufructúa del trabajo doméstico gratuito que cumple el papel de mantenimiento de la vida de los miembros de la familia - marido, hijos, viejos, etc. - instaurando una doble jornada a las "amas de casa", sin gastar un sólo centavo. Prueba de esto es que, a pesar de su reniego por las tareas hogareñas que toca cumplir a las mujeres desde hace siglos, las feministas jamás han logrado llevar adelante una propuesta que acabara con ellas. Federicci, conocida feminista que ha dedicado un libro entero al problema de las tareas domésticas, concluyó con la propuesta de un salario para esta labor que condena a las mujeres a seguir cargando con las mismas, eso sí, en forma remunerada, en vez de sociabilizar la carga doméstica, bajo responsabilidad del Estado.

Nadie podría negar, por ejemplo, que las feministas estuvieran en contra de terminar con los femicidios. El problema es abordar los mismos en los estrechos límites de la moral; no desde la responsabilidad del Estado y la sociedad de clases, que funda la institución familiar como una institución formada en la violencia y el sometimiento a la mujer y la niñez. Desde el momento en el que el problema es la familia y que terminar con ella implica terminar con la célula de reproducción del capital -ya sea de acumulación capitalista, en la burguesía, basada en la herencia; ya sea en la familia como unidad productora de fuerza de trabajo- el feminismo claudica en su "lucha" en defensa de la mujer. No es un problema de intenciones, sino de orientación y estrategia política. Los gobiernos feministas no existen porque el feminismo, por su carácter de clase, retrocede ante las reivindicaciones más básicas del movimiento de la mujer, porque todas ellas entran en choque con la sociedad del capital.

La idea de que el feminismo está en el poder es una concesión al gobierno, al que asisten nada más que punteras políticas, que no han desarrollado siquiera ninguna reivindicación del feminismo que ellas mismas promulgan. Señalar que no es posible la existencia de gobiernos feministas no es embellecer al feminismo, sino marcar sus límites.

El movimiento de mujeres ha ganado experiencia durante los últimos años en su choque contra el Estado; tendencia que convive de forma contradictoria con preceptos que el feminismo intenta instaurar, como el punitivismo o el desvío hacia la responsabilidad del "patriarcado" - una entelequia que estaría por encima del capitalismo. Desde el feminismo se ensaya una cooptación del movimiento, limitada en todos sus sentidos. Todos los reclamos transicionales, incluso los más "democráticos", entran en choque contra el capitalismo y el Estado, que en su etapa de mayor decadencia no logra garantizar siquiera la mantención con vida de las mujeres. Los derechos conquistados son sobre la base de un enfrentamiento con el régimen en su conjunto. El caso de la ley de aborto es un botón de muestra de esto, ya que a pesar de ser un derecho democrático produjo un enfrentamiento directo con el aparato estatal y sus estructuras de contención, siendo la organización de las mujeres la que puso sobre la mesa el debate y arrancó el tratamiento en las sesiones del Congreso, rebasando los límites de la Campaña Nacional, que durante años se circunscribió a cabildeos parlamentarios.

Discutir hacia el movimiento de mujeres

La compañera Laura nos plantea que debemos clarificar a nuestras filas si somos o no feministas o si acordamos con un "feminismo proletario". Por empezar, el feminismo proletario no existe; es un oxímoron. Es la etiqueta que la izquierda democratizante ha utilizado para disfrazar su pasaje al feminismo, es decir, a poner el foco de la lucha de las mujeres en la oposición de sexo contra sexo, en lugar de clase contra clase. Nada que se corra del conflicto entre clases debería llevar el nombre de proletario.

Pero, lo que es más importante es que, téngase o no esas intenciones, el reclamo por pronunciarse o no en favor de tal o cual feminismo incurre en el sectarismo. No nos referimos a una política sectaria en tanto consideráramos que estaría mal decir que no somos feministas sino a que la necesidad de "ser claros" y decir qué somos no refleja ningún interés por abrir un debate con el movimiento de mujeres; no pasa de un impulso por reafirmarse a uno mismo.

El principal interés de una corriente que trabaja por la organización socialista de las mujeres de la clase obrera es ilustrar en su programa un planteo transicional y un pliego reivindicativo que oriente al movimiento en la lucha contra el régimen capitalista. Eso no se logra reduciéndose a repetir "somos socialistas" o "no somos feministas proletarias" sino desenvolviendo nuestra política en lo concreto. En esta coyuntura, sería un llamado a las mujeres a organizarse por sus reclamos en comités y asambleas barriales, donde discutan protocolos con las medidas que hagan falta para hacer frente a la violencia de género; reclamando licencias durante la cuarentena y reparto de las horas de trabajo en los rubros esenciales, con aumento salarial; arrancando al Estado un subsidio igual a la canasta familiar y acceso a la vivienda de todas las mujeres violentadas. A partir de la contradicción en la que las propias mujeres independientes que se consideran feministas, pero chocan con los límites del feminismo en la lucha concreta, nuestro programa cumple un lugar central en la clarificación política porque entra en la práctica en una oposición directa con el feminismo, dado que este último no puede garantizar ningún reclamo del activismo, al ser una corriente que sostiene al Estado burgués.

16/04/2020

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