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A 200 años: Manuel Belgrano, entre la revolución y la contrarrevolución

Escribe Mauricio Fau

Tiempo de lectura: 25 minutos

En la víspera del 20 de junio, bicentenario del fallecimiento de Manuel Belgrano, publicamos la siguiente colaboración del autor del ensayo “Belgrano, el contrarrevolucionario”.

“Unos combaten por la federación, acaudillados por Artigas, personificación genuina de los instintos brutales de las multitudes (…) Otros resisten y contienen el incendio, dirigidos por Belgrano…”

Bartolomé Mitre

“La insurrección popular, brutal y viciosa… lleva en sí misma una fuerza de penetración y de disolución, superior a las fuerzas represoras que pudieron contrarrestarla”

Oficio del General Manuel Belgrano al gobierno, 12 de abril de 1819

Introducción

En 2006, un grupo de militantes e investigadores (Cecilia García, Jonathan Palla, Alejandro Barton y quien escribe) nos propusimos revisar las concepciones existentes sobre la Revolución de Mayo.

¿Había sido ésta un simple efecto secundario de la prisión de Fernando VII a manos de Napoleón? ¿Era un mero recambio político de la desplazada burocracia virreinal a manos de criollos que “aprovecharon la volada” y se hicieron del poder? Esta lectura es la de Luis Alberto Romero y la “Renovación” (corriente con fuerte influencia en la carrera de Historia de la UBA y adherente en su momento al alfonsinismo), tributarios a su vez de Tulio Halperín Donghi. ¿No había pasado nada realmente, como también nos decía el gran Milcíades Peña?

¿Era por el contrario Mayo una revolución acabada, completa, que dio a luz a la Argentina moderna? ¿Era la burguesía su clase revolucionaria, progresista, desarrolladora de las fuerzas productivas y del capitalismo? Es lo que nos enseñan desde chicos en los actos escolares, donde la pluma de los Mitre, López y Levene sigue teniendo su peso.

Es curioso: los nacionalistas niegan que Mayo haya sido una revolución nacional contra la opresión colonial. Norberto Galasso sostiene que fue una lucha de liberales contra absolutistas y que sólo más tarde –cuando España volvió a un absolutismo intransigente– se planteó la independencia, lo cual es contrafáctico. Los nac & pop se encargan muy bien de asimilar el confederacionismo artiguista y su pretensión de un capitalismo a escala del viejo virreinato, con los mezquinos localismos de los “federales” truchos, al estilo de Ramírez, López y Rosas.

En aquellos años, el grupo se abocó a investigar y refutar los puntos de vista dominantes. Fuimos constatando entonces la formación de una temprana burguesía ganadera, mucho antes de Mayo y del “vuelco” de 1820 del comercio al campo. Fuimos descubriendo la temprana participación de las masas gauchas e indias en las luchas nacionales y el rol destacadísimo de Artigas. Fuimos viendo que la lucha social de esas masas engarzó con los planteos independentistas y cómo algunos líderes jacobinos –Castelli, Moreno, Artigas, Rodríguez de Francia a su modo– vieron más lejos. Poco antes del Bicentenario de Mayo, el grupo le propuso a compañeros del PO (Pablo Rieznik, Norberto Malaj, el Colo Rath y otros) un intercambio de ideas sobre el tema. Las que iban a ser algunas reuniones, se convirtieron en un riquísimo debate, donde se analizaron temas como el papel estratégico de Artigas –pero también sus limitaciones–, la visión de Marx sobre Bolívar, las críticas a la historia K sobre el período, las revoluciones comuneras, haitiana y de Túpac Amaru, las juntas españolas de 1808, la relación entre hacendados y agregados en la campaña bonaerense, las misiones jesuíticas, las invasiones inglesas y largos etcéteras.

Especial dedicación se le dio al tratamiento del Congreso de Tucumán, sus causas y consecuencias. Un artículo de mi autoría al respecto fue pensado para el número de En defensa del marxismo dedicado al bicentenario. Iba a ser publicado como “La independencia para poner fin a la revolución. El significado del Congreso de Tucumán”. Finalmente se convirtió en el capítulo 8 de La revolución clausurada.

Con posterioridad me interesó profundizar en la figura de Belgrano, por su –por varias razones– carácter emblemático. Finalmente, en 2016 salió a la luz “Belgrano, el contrarrevolucionario”.

La presente nota sintetiza lo esencial de todo lo anterior.

Belgrano ®

Manuel Belgrano es una marca registrada en el registro de patentes por Bartolomé Mitre, el inventor de la historia argentina.

Pero ¿quién fue Belgrano?, ¿el revolucionario pacifista de los liberales?, ¿un revolucionario radicalizado como quieren los nac & pop?, ¿expresión de una burguesía criolla que no transformó nada ni nunca quiso hacerlo? ¿Por qué a pesar de las fuertes disputas políticas e historiográficas, Belgrano queda al margen de todo cuestionamiento en el panteón de los intocables, junto con San Martín? Trataremos de dar una respuesta en lo que sigue.

Viva Belgrano

Cuando Napoleón invadió España en 1808, desató un levantamiento democrático, nacional y revolucionario, con un pueblo armado y organizado en juntas que cuestionó el poder feudal y eclesiástico. Los grupos más conservadores de la burguesía frenaron ese proceso para maniatar la acción independiente de las masas españolas insurreccionadas. La Constitución de Cádiz expresó esa combinación de las aspiraciones revolucionarias con el temor al pueblo.

También en América la burguesía criolla abandonó tempranamente sus pretensiones transformadoras, desbordada por los alzamientos indígenas en el Alto Perú y de los esclavos de Haití. En el Río de la Plata, las invasiones inglesas de 1806-07 desataron fuerzas nacionales contenidas, que rápidamente amenazaron con sobrepasar los moderados horizontes de los criollos. La caída del poder real era la oportunidad para un gobierno propio, pero los criollos miraron de reojo a esas masas armadas y politizadas –las milicias– que elegían a sus jefes y se llevaban las armas a su casa.

¿Qué fue la Revolución de Mayo?: un juego de pinzas de la ascendente burguesía criolla para desplazar a los monopolistas y simultáneamente edulcorar a un movimiento popular que potencialmente amenazaba con transformaciones sociales no deseadas.

¿Eran entonces los criollos revolucionarios o vulgares conservetas? Ambas cosas: querían hacer su revolución sin hacer muchas olas. Debieron lidiar no sólo con la “anarquía” popular sino también con un ala de criollos que estaban dispuestos a ir más lejos, hacia una revolución democrático-burguesa que permitiese un desarrollo del mercado interno, un proceso de industrialización, un accionar capitalista del Estado, el combate al latifundio.

Esa revolución criolla no estaba destinada fatalmente a terminar en lo que terminó, en una burguesía antinacional opuesta al desarrollo burgués. Que había otro camino lo demuestran los derrotados Moreno y Artigas, pero también el Paraguay industrial burgués, aplastado cincuenta años después por Mitre en la Guerra de la Triple Alianza.

Belgrano debutó en el ala revolucionaria de Mayo, junto con Castelli y Moreno. Sus campañas al Paraguay y a la Banda oriental fueron aplicación del Plan de Operaciones. Quería la revolución para que los criollos se apoderasen de los puestos burocráticos y para que hubiese un desarrollo nacional. Estaba dispuesto a favorecer a las masas, como se evidencia en el Reglamento para las misiones de fines de 1810. Pero su jacobinismo –como el de los burgueses liberales de Cádiz– llegaba “hasta ahí”: una cosa es liberar paternalmente a las masas y otra es permitir que éstas tengan una política independiente.

Analizaremos a continuación algunos hechos clave en la vida de Belgrano, algunos conocidos y otros ocultos, cuidadosamente ocultos.

Universidad de Belgrano

Pasados los momentos épicos de la resistencia contra ingleses y españoles, la mayoría de la dirigencia de Mayo prefería desarmar a las milicias populares e institucionalizar un régimen pactado con España e Inglaterra.

Cuando en 1806 Belgrano vuelve de la Banda Oriental, se encuentra con las elecciones de oficiales en el cuerpo de Patricios. Y escribe: “…empecé a ver las tramas de los hombres de nada para elevarse sobre los de verdadero mérito; y a no haber tomado por mí mismo la recepción de votos, acaso salen dos hombres oscuros, más por sus vicios que por otra cosa, a ponerse a la cabeza del cuerpo…recayó al fin la elección en dos hombres que eran de algún viso…” (1) (Saavedra, hijo de un funcionario colonial, Romero, gran comerciante y Urien, contador del Consulado). Los ignorantes “hombres de nada” y los “oscuros” debían servir como tropa, pero de ningún modo como jefes.

“Apagar el incendio”: los Bomberos voluntarios de Belgrano

Belgrano, Castelli, Vieytes, Paso, Pueyrredón y Nicolás Peña planteaban una mayor autonomía de la corona y un control criollo sobre la administración local, en desmedro de los peninsulares. Vieron en la Infanta Carlota –hermana de Fernando VII y esposa del Rey portugués Juan– la oportunidad de tomar distancia de Fernando e influir en el poder por medio de una Constitución, como contrapeso al monarca. Aprovechando la venida de la corte lusitana al Brasil, los “carlotistas” llamaban a romper con el poder español favoreciendo la continuidad de los Borbones en el poder.

El 20 de septiembre de 1808 Belgrano escribía que: "Sin que nosotros hubiéramos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión con los sucesos de 1808 en España y en Bayona (…) traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota y de formar un partido a su favor” (2), con el fin de instalar una monarquía constitucional. Claro, a la absolutista Carlota no le interesaba ninguna constitución ni ninguna autonomía rioplatense. Preocupado por la democracia juntista que se expandía en España y América, Belgrano manifestó que "...Si por desgracia nuestra metrópoli es subyugada, se celebren inmediatamente Cortes, para que, establecida la Regencia al cargo de (…) Carlota (…), haya un gobierno que sirva de exemplo a la decadente Europa (…) sin prestar oídos a los silbidos de la serpiente que quiere induciros a la democracia." (3)

Poco después, los temores de Belgrano se hacían realidad con dos alzamientos anticarlotistas: el 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca y el 16 de julio en La Paz, ambos sangrientamente reprimidos. Mientras los universitarios de Chuquisaca y los indios de La Paz bramaban contra los “traidores carlotistas”, Belgrano le rogaba a los Braganza que tomasen el poder: “…las provincias del interior, cada vez más caminan al desorden (…) la Capital de La Paz se había sublevado (…) tomando el Gobierno el Cabildo, quien ha libertado a los indios del tributo. Se realiza con esto nuestro temor de que seguirían el ejemplo de la de Charcas, y así irá sucediendo en las demás, si V.A.R. no se digna tomar la determinación de venir a apagar el incendio…” (4)

Tras la Revolución de Mayo, Carlota propuso a Goyeneche que invadiera Buenos Aires y ejecutara a los revolucionarios con los mismos métodos de masacre usados en La Paz meses antes. Seis años más tarde, Belgrano propició la invasión de la Banda Oriental por parte de estos masacradores.

Belgrano Cargas

Luego de participar en la Revolución de Mayo como miembro de la Junta, Belgrano fue enviado a ganar el Paraguay para la causa revolucionaria. Aunque fue derrotado por los realistas en Paraguari y Tacuarí, poco después se produjo la declaración de la independencia paraguaya. En octubre de 1811, Buenos Aires reconoció la independencia del Paraguay y ambas provincias se unieron en confederación, eliminándose los impuestos (alcabalas y estanco de tabaco) sobre los productos paraguayos. Pero las instrucciones secretas del Primer Triunvirato a Belgrano decían “Que el vínculo sólo de federación no basta (…) que obligue al Paraguay a prestarse a una subordinación (…)” (5). Debía “insinuar (…) que la provincia quede sujeta a la capital del Virreinato (…) no bastando el mero “vínculo federaticio”…”. Quien dos años antes pidiera a Carlota que tomara el poder, debería ahora pedir que el Paraguay “no fuese sacrificado a la suerte de España ni a los derechos de la Princesa Carlota”. También se le instruía para “contener al príncipe Juan de Portugal dentro de los límites brasileños” (6). Cinco años después, Belgrano optará por Juan para frenar a los “federaticios”. Que la política de Buenos Aires era ya reaccionaria por esos días lo prueba que el 20 de octubre de 1811 Rondeau pactó el retiro de tropas de la Banda Oriental con el realista Elío, provocando el rechazo del artiguismo y el inicio del llamado Éxodo Oriental. En septiembre de 1812, el Triunvirato gravó el tabaco paraguayo, creando una aduana en Corrientes. Era una política contraria a la unidad de las Provincias Unidas.

También en octubre de 1811 el gobierno porteño ordenó el procesamiento de Castelli por sus proclamas revolucionarias en el Alto Perú – que ciertamente poco afectaban a los criollos del Río de la Plata. En mayo de 1811, junto a Monteagudo proclamó en las ruinas de Tiahuanacu la liberación del indio y la independencia de América y dio a conocer un decreto planteando la igualdad absoluta de indígenas y nacionales, el reparto de tierras y la independencia del Estado respecto al clero, provocando la reacción de peninsulares y criollos. Aunque en el Reglamento para las misiones del 30 de diciembre de 1810 Belgrano había hecho planteos parecidos, dará marcha atrás con esas medidas y reforzará el compromiso con el clero, los terratenientes y dueños de minas.

Muera Belgrano

En noviembre de 1811, el Primer Triunvirato nombró a Belgrano jefe de los Patricios. El objetivo era frenar el poder de las milicias urbanas, simples habitantes de la ciudad que no eran soldados. Al ordenar que se cortasen la coleta que los distinguía, suboficiales y tropa se atrincheraron. Belgrano le ordenó que “si se movían los acabasen a balazos”, tras lo cual fue recibido al grito de “muera Belgrano” y con el planteo de que “quiere este cuerpo que se nos trate como a ciudadanos libres y no como a tropas de línea”. Estos “hombres de nada” pretendían elegir como jefe al capitán Juan Pereyra en lugar de Belgrano.

Era el Motín de las Trenzas. Seis suboficiales y cuatro soldados fueron fusilados y las compañías rebeldes fueron disueltas, acabando con lo que Mitre llamó una “verdadera democracia militar”. Rivadavia se quedó con todo el poder. (7) Por este hecho, el historiador y firmante del Pacto Roca-Runciman, Miguel Ángel Cárcano, sostuvo que Belgrano “Es el creador del ejército nacional” (8).

Los años dorados

Sin dudas, sus campañas militares de 1812 y 1813 se cuentan entre lo mejor del legado del prócer, junto con sus aportes en materia económica y educativa. Confrontando con la timorata política porteña, en febrero de 1812 Belgrano impuso el uso de la escarapela y días después enarboló por primera vez la bandera nacional y la hizo bendecir en Jujuy, donde impulsó la acción heroica del Éxodo jujeño, donde todo un pueblo partió escapando de los realistas. Vinieron luego sus dos triunfos militares clave, Tucumán y Salta, para lo cual tuvo que desobedecer las órdenes porteñas de retirarse a Córdoba.

Pero las victorias se convirtieron en derrotas tras la entrada a Potosí –la ciudad por la que realmente se peleaba en el norte, centro de la riqueza metalífera. A fines de 1813, Belgrano fue derrotado en Vilcapugio y Ayohúma y el Alto Perú se perdió. A comienzos de 1814, San Martín lo reemplazó al mando del Ejército del Norte y Posadas fue designado Director Supremo. Ya nada sería igual.

A Rey muerto, rey trucho

En diciembre de 1814 Belgrano y Rivadavia partieron con el mandato del Directorio de solicitar a las monarquías europeas el reconocimiento de la independencia. A Fernando VII deberían “felicitarlo por su vuelta al trono y (…) reclamar nuestros augustos derechos”. En las instrucciones reservadas tenían mandato de “asegurar la independencia de América” por medio de una monarquía constitucional “si la España insistía en la dependencia servil de las Provincias”. En el caso de ser viable la sujeción a España, era innegociable que los criollos conservaran “la administración en todos los ramos”. Si no, los negociadores debían conseguir una “protección respetable de alguna potencia de primer orden”.

En mayo de 1815 Belgrano y Rivadavia llegaron a Inglaterra y se encontraron con Sarratea, con quien debatieron qué hacer frente al giro pro-español de Inglaterra y la caza de liberales que se estaba produciendo en España tras el retorno de Fernando VII. Sarratea les expuso su nuevo plan: coronar en Buenos Aires al Príncipe Francisco de Paula, hijo del destronado Rey Carlos IV y hermano de Fernando. Belgrano y Rivadavia apoyaron el plan. Belgrano redactó un proyecto de Constitución monárquica, con parlamento bicameral y senadores con títulos nobiliarios. Los diputados negociantes reclamaban para sí y los criollos ser nombrados duques, condes, marqueses y barones. Incluso “…se honrará a algún mestizo, a la manera de la nobleza carioca con su pigmento indígena” (9). La negociación pronto se convirtió en un sainete: el rumor –falso– de la sorpresiva muerte de Carlos IV llevó a Belgrano, Rivadavia y Sarratea a truchar la firma del difunto en un testamento apócrifo donde cedía el trono del Río de la Plata a su hijo Francisco de Paula.

Independencia y “fin a la revolución, principio al orden”

Sin conseguir nada concreto, pero con la realidad de la ola restauradora y monárquica en Europa, Belgrano se fue en noviembre de 1815. En Buenos Aires se reunió con el Director Álvarez Thomas, a quien adelantó su plan: ganar el apoyo de la corte lusitana, “quien pensábamos podía obligarse por enlace de una de las hijas con el Infante, para que nos favoreciese (…) así desterrábamos la guerra de nuestro suelo (y) conseguiríamos la independencia (…), puesto que en Europa no hay quien no deteste el furor republicano…” (10)

El 5 de julio de 1816, cuatro días antes de la declaración de la independencia, Belgrano presentó su informe al Congreso de Tucumán: la revolución americana se había desmerecido “por su declinación en el desorden y la anarquía”, por lo que había que desechar la protección de Europa, donde “…había acaecido una mutación completa de ideas (…) como el espíritu general de las naciones en años anteriores era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo”. Recomendó “…una Monarquía temperada; llamando la Dinastía de los Incas…”

Pero el punto más delicado es –oh casualidad– el que la mayoría de los historiadores calla: respecto de Portugal, Belgrano dijo “que el carácter del Rey Don Juan era sumamente pacífico y enemigo de conquista, y que estas provincias no debían temer movimientos de aquellas fuerzas contra ellas”. Recordemos que está hablando de quien avaló la masacre de los insurrectos de Chuquisaca y La Paz y era el jefe del imperio que secuestraba a los indios para hacerlos esclavos.

Poco después, se agregó que la emancipación era respecto a “toda otra dominación extranjera” (…) de este modo se sofocaría el rumor (…) de que el Director del Estado, el General Belgrano (…) y aún algunos individuos del Soberano Congreso, alimentaban ideas de entregar el País a los Portugueses”. Pero el rumor no se “sofocó” porque los acuerdos con Río siguieron adelante y porque el 7 de julio de 1816 – ¡a horas del discurso de Belgrano! – las tropas portuguesas habían ingresado a Banda Oriental.

Así, la declaración de independencia fue simultánea con la entrega de la Banda Oriental a los portugueses. Belgrano estaba al tanto de la invasión, de la que culpó a Artigas: “Según avisos que tengo, los portugueses invaden la Banda Oriental, y dicen que sus miras son hasta el Uruguay; hace mucho tiempo que desconfío de Artigas, y no menos de Santa Fe y Córdoba, mucho me temo por lo que veo y observo, que la canalla trata de traicionarnos…” (11)

El 1º de agosto, el Congreso emitió un Manifiesto que define los objetivos del partido directorial: “…la revolución toma un nuevo carácter y el país se presenta con un aspecto más funesto. El germen de la anarquía con la fermentación de cinco años desenvuelve todos sus principios (…) es decir que el estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución. (…) Decreto: fin a la revolución, principio al orden…” Repetimos: “Fin a la revolución, principio al orden”.

Barrancas de Belgrano

En marzo de 1816 Belgrano fue nombrado por Álvarez Thomas jefe del Ejército de Observación de mar y tierra y mandado a combatir al artiguista santafecino Mariano Vera, sin éxito. Por esos días escribió: “Nuestra acción (…) no debe dirigirse a otro objeto que a destruir la anarquía antes que eche raíces más profundas…” (12)

En agosto, Juan Pablo Bulnes alzó a Córdoba para auxiliar a Vera. Belgrano coordinó la represión y Bulnes fue declarado traidor a la patria. En septiembre, Juan Francisco Borges, un federal que participó en la Revolución de Mayo, alzó a Santiago del Estero. Belgrano ordenó a Gregorio Aráoz de Lamadrid apresar y fusilar a Borges. En sus Memorias, Lamadrid recuerda: “…recibí la contestación del señor general en jefe, felicitándome (…) y ordenándome fusilara inmediatamente al teniente coronel Borges…” (13), quien fue ejecutado sin derecho a defensa alguna. De inmediato, Belgrano le comunicó a Pueyrredón: “…ayer a las 9 de la mañana fue fusilado el reo Don Juan Francisco Borges (…) Tucumán, 3 de enero de 1817.” (14)

Refiriéndose a Borges dirá Belgrano: “…es indispensable hacer uso de la cuchilla porque la gangrena no concluya con lo bueno”. Retomando el espíritu con que reprimió el Motín de las Trenzas afirmará que “Conozco la necesidad que hay de que todos sean soldados (…) pero aconsejo a V., que haya una sala al cuidado de la tropa veterana, donde se tengan las armas con el pretexto de limpieza, y de seguridad; que allí las reciban los Cívicos al ir al ejercicio, y las depositen al regreso, sin que a ninguno le sea permitido llevarlas a su casa; también vea V. los jefes que les pone, y no vaya a engañarse; que sean hombres que tengan qué perder, y mucho, porque éstos no intentan jamás revolucionarse”, concluyendo esta pieza con “Artigas nunca se ablandará, ya he dicho a V. mi concepto acerca de él: es un agente de los enemigos y muy eficaz…” (15)

En febrero de 1817, Pueyrredón dio a Lamadrid, oficiales y tropa “…un escudo (…) con la siguiente inscripción bordada en oro: “Honor a los restauradores del orden” (16), por haber contribuido “a la destrucción de los perturbadores del orden”. Al mismo tiempo, el Directorio lanzó la cacería general de opositores, entre ellos los diputados cordobeses y los restos del morenismo de Buenos Aires. Belgrano le cuenta a Güemes con satisfacción que “Ya volaron para Norte América, Chiclana, French, Pagola, Agrelo, el cronista Moreno y un tal Castro: esos menos alborotadores nos quedan” (17).

El caudillo salteño José Moldes, que había sido el principal rival de Pueyrredón en el Congreso de Tucumán, fue detenido por Belgrano y remitido engrillado a Chile junto con Isasa, donde San Martín lo encerró. Se comprendía ahora lo que el Congreso entendía con “poner fin a la Revolución”.

Consumada la represión interna y con la oposición diezmada, el Congreso se sinceró, declarando en diciembre de 1817 que “El gobierno de las Provincias Unidas se obliga a retirar inmediatamente todas las tropas que (…) hubiere mandado en socorro de Artigas (…) y no admitir aquel jefe y sus partidarios armados en el territorio. Y cuando (…) no haya medios de expulsarlos (…) podrá solicitar la cooperación de las tropas portuguesas…” El 12 autorizó el envío de quinientos veteranos a Entre Ríos “para atacar en sus campos a un enemigo natural del orden público”.

Belgrano de Córdoba

Para combatir al caudillo santafecino Estanislao López –en el poder desde julio de 1818– Pueyrredón no logró el apoyo de San Martín ni del Ejército del Norte. Belgrano bajó desde Tucumán a poner orden, dejando solo a Güemes para combatir a los realistas.

En febrero de 1819 San Martín entregó a Belgrano cartas para López y Artigas para intentar una mediación, pero éste las retuvo: “…no hemos creído oportuno remitirlo (…) esta guerra (…) la hacen hombres malvados (…) cuanto canalla quiere echarse a robar se levanta en montonera y se hace depender del Protector de los Pueblos Libres, que no tiene más idea que la destrucción del País…”(18)

A fines de octubre de 1819, Rondeau pidió a Belgrano que desde Córdoba atacase Santa Fe y a los portugueses que hicieran lo propio con Entre Ríos. En su último acto antes de caer enfermo, Belgrano mandó tropas al mando de Bustos. Llegado a la posta de Arequito en enero de 1820, Bustos se negó a seguir, repitiendo el planteo de San Martín de priorizar el conflicto contra España por sobre las luchas intestinas. Los portugueses hacían su parte derrotando definitivamente a Artigas en Tacuarembó. Poco después, Belgrano moría y Artigas iniciaba su exilio definitivo. El Directorio caía y se iniciaba una nueva etapa.

Defensores de Belgrano: aquí está la bandera idolatrada

La historiografía mitrista oficial elaboró los mitos fundantes de la nacionalidad argentina, entre ellos la canonización de Belgrano y la estigmatización de Artigas. Conservadores, radicales y hasta izquierdistas han repetido la versión del Belgrano “bueno” y el Artigas “malo”:

Halperín Donghi: Artigas fue un conquistador que “…no encontraba motivo para limitar sus ambiciones, y bien pronto marginó el territorio sometido a su influjo del proceso de reorganización…” (19) Además, “…la llegada de Pueyrredón a Buenos Aires marcó la instauración pacífica de un nuevo orden” (20). Para “salvarle las papas” a Belgrano lo presenta como de acuerdo con el Motín de Arequito, cuando aquel mandó tropas a reprimir a los artiguistas y éstas se rebelaron (21). La “Renovación” siguió la misma línea. (22)

Félix Luna: “…cada vez que Pueyrredón le ordena sofocar a los movimientos que se sublevan en las distintas provincias, toma la decisión correcta (…) y logra imponer (…) la autoridad del gobierno central”. Sin embargo, “desconocía los motivos de la guerra” (¡) (23).

Partido Comunista: justificando la represión del Motín de las Trenzas, plantea que “Saavedra había desnaturalizado el cuerpo de los patricios (…) en un conjunto de individuos de melena y taco alto, reclutados en el bajo entre elementos del lumpen (…)” (23) (¿No se habrán lavado las patas en la fuente también?). Para Leonardo Paso, “Con la caída del gobierno de Pueyrredón, se abría el período de la anarquía”. Para el PC, era el Directorio y no Artigas el que luchaba por la independencia. Éste “no tuvo en cuenta los intereses de la independencia (…) Este ha sido su gran error histórico” (24)

Razón y Revolución: los burgueses como Belgrano hicieron la revolución burguesa en la Argentina, mientras que Artigas expresaba el localismo y el atraso: “Es decir, querían un Estado aparte. Desde el primer momento, Artigas declaró a la provincia oriental “soberana” (…) El federalismo era el programa de disolución de la experiencia nacional” y “cualquiera sea su variante, el federalismo (…) representaba la contrarrevolución”. (25) Una vieja tesis del PC, que además es inexacta: Artigas siempre se opuso a la independencia de la Banda Oriental. Al decir que la Argentina completó su revolución burguesa, RyR embellece a la oligarquía más rancia (desde Rosas a la Generación del 80), despreciando el carácter semicolonial del país.

MST: “…San Martín (y) Belgrano (…) dieron su vida en esta causa (…) que conduce (a) la Independencia”. Cita a Floria: “Artigas dominaba una cuarta parte de la nación (y) los conatos subversivos se habían extendido a Santiago del Estero y La Rioja”. Luego, “…los acontecimientos fueron llevando a la Constitución de un país moderno y democrático que termina expresándose en la Constitución de Santa Fe en 1853”. Igual que RyR, a la aprobación a libro cerrado de lo realizado por la oligarquía de Mayo le sigue la apología de sus descendientes del modelo agro-exportador: “En 1810 la Argentina era aproximadamente, el 2 % de la economía de América Latina; un siglo después el 50 % y ahora ha retrocedido al 8 %. No son casuales estos números” (26).

La enseña que Belgrano nos legó: Belgrano y Artigas, la argentinidad al palo

A esa versión liberal de la historia, el nacionalismo respondió con la suya: ambos –Belgrano y Artigas– fueron revolucionarios:

Felipe Pigna: para el kirchnerista más mediático “se trata claramente de un ideólogo de la subversión americana”. Raro subversivo éste que fusila a los “anarquistas” de la “insurrección popular”. Pigna simula desconocer esto y carga las tintas sólo en el Directorio, que quería “destruir a Artigas”, aunque debe reconocer que Belgrano fue enviado en 1820 “a pacificar Santa Fe”. Pigna también falsifica los hechos cuando dice que Belgrano “…sugirió no buscar príncipes en Europa sino entregarle el trono a un descendiente de los incas…”(27) Califica de “infame traición a la patria” el intento de “entregar el país a los portugueses”, pero el “hijo de la patria” fue protagonista principal de ese intento, cuando dijo que Juan eran “pacífico” y “enemigo de conquistas”, en el mismo momento en que el General Lecor entraba con las tropas lusitanas en la Banda Oriental. Efectivamente, “Iban por Artigas y su gente, a poner fin a la experiencia más democrática y popular de esta parte del mundo…” Belgrano también “iba”, Felipe.

Alberto Lapolla (28): caracteriza a Mayo como una revolución no sólo burguesa, sino “tupamara-criolla” (indios y burgueses criollos). En su afán por criticar a la visión gorila de Feinmann o Horowicz –que desprecian décadas de insurrecciones en el continente– Lapolla también dice que el Congreso de Tucumán completó la “obra emancipatoria y americanista” de Moreno, Castelli y Belgrano, “el único sobreviviente del trío fundacional tupamaro-jacobino” (29). Pero el “tupamaro” Belgrano apoyó a los directoriales en contra de Artigas (es decir, en contra del Plan de Operaciones que el propio Belgrano inicialmente apoyó). Es falso que para Belgrano “el sujeto revolucionario debían ser las masas indias” (30): los indios que apoyaban a Artigas eran el motivo del plan invasor de la corte lusitana en Banda Oriental para “precaver la infección en el territorio del Brasil” (palabras de Belgrano en el informe al Congreso de Tucumán).

PCR: una de las vertientes de la revolución estaba formada por “…el núcleo de revolucionarios, cuyas ideas avanzadas eran el corazón de la revolución”, entre ellos Belgrano (31). Igual que los “nac & pop”, el nacionalismo maoísta aprueba a libro cerrado el accionar de Belgrano.

Bajo Belgrano

Miradas críticas de Belgrano hay pocas. Basadas en Milcíades Peña, parten de la subestimación de la revolución americana:

PTS: Mayo se produjo por los acontecimientos europeos, pero no había aspiraciones revolucionarias en los criollos sino la sola pretensión de ocupar el poder político y burocrático que quedó vacante con el derrocamiento de Fernando VII. “La “plebe”, el “populacho” o el “bajo pueblo” (…) no participaron de la Revolución de Mayo”. Al resistir la corona este intento de autogobierno, desencadenó una guerra anticolonial, donde “…las clases dominantes irán radicalizando sus posiciones, pasando de la búsqueda de una autonomía política a la ruptura absoluta con la monarquía española” (32). La realidad fue a la inversa: una revolución que se inició radicalizada, al menos en su ala izquierda, fue virando cada vez más a posiciones conservadoras y finalmente contrarrevolucionarias.

MAS: la no existencia de una burguesía industrial mercadointernista impidió una auténtica independencia. Como Peña, el MAS pasa de largo los diez años de guerra civil, 1810-1820, que desembocaron en la Argentina semicolonial, no por fatalismo sino porque quienes podrían haber impulsado un desarrollo burgués desde el Estado –en lugar de esa burguesía incipiente–, fueron barridos. Paraguay refuta al gran Milcíades Peña. Si el MAS critica al PCR por magnificar la participación popular, incurre en lo contrario: subestima absolutamente a la misma. Para el MAS Belgrano no fue nunca revolucionario porque nunca hubo siquiera un intento de revolución. (33)

Revolución, contrarrevolución y disgregación de las Provincias Unidas

Las aspiraciones nacionales de la burguesía criolla latinoamericana impulsaron la gran lucha contra la opresión colonial, con el objetivo de reforzar su explotación de las masas sin la intromisión de los colonialistas. Por ser una clase semi-opresora y semi-oprimida, los criollos se vieron obligados a pedir el apoyo de esas masas, lo que explica las concesiones que debieron dar, entre ellas la abolición de tributos, la mita y el yanaconazgo y el aflojamiento de la esclavitud.

Sin embargo, ya en el alzamiento de Túpac Amaru, los criollos bloquearon la formación de un frente nacional con los indios contra el imperio español por temor a una acción independiente de las masas. Desde época tan temprana entonces, fueron incapaces de encabezar un movimiento revolucionario que abriese un desarrollo capitalista autocentrado y un Estado nacional. Allí donde las masas y/o sectores criollos jugaron un papel revolucionario (Túpac Amaru, Haití, el México de Morelos, Artigas, el Paraguay del Dr. Francia y los Solano López), las burguesías procuraron su aplastamiento. El resultado fue que la toma del poder por los criollos en América Latina consolidó el latifundio primario-exportador, implementando un desarrollo burgués, sí, pero antinacional. Así, por temor a las masas, la revolución democrático-burguesa se frustró. Los liberales nos contaron una Argentina surgida de una revolución indolora y escolar. Los socialdemócratas negaron toda causa nacional y popular. En la actualidad, los kirchneristas llaman a completar la revolución burguesa que los sojeros no supieron acabar, pero que el pueblo unido de explotados y explotadores hará realidad.

El PC y el PCR siguen llamando a la revolución burguesa contra las rémoras feudales. Pero para el caso da lo mismo: estos “comunistas” están enamorados de la burguesía. Entienden que sin ella nada se puede hacer.

El problema es que la burguesía no hizo su revolución cuando la tenía que hacer –la emancipación americana se produjo durante el punto más alto de la revolución democrático burguesa mundial–. La Revolución de Mayo pudo haber sido una revolución nacional burguesa y terminó siendo una revolución de la burguesía contra la Nación.

La burguesía de Buenos Aires liquidó todo lo burgués progresivo (combate al latifundio, pequeña propiedad, mercado interno, industrialización, distribución del poder y la riqueza) y el resultado fue la consolidación de una burguesía raquítica, oligárquica y semicolonial, que hizo todo lo posible para separar de las Provincias Unidas a la Banda Oriental, al Alto Perú y al Paraguay.

Ni feudales ni burgueses: el carácter reaccionario de nuestra oligarquía se debe a su condición de burguesía semicolonial. Por eso 1820 fue la tumba, no de la revolución democrático-burguesa, sino de la burguesía argentina como clase revolucionaria.

Doscientos años después, sojeros y nacionales son fracciones de una clase decrépita, incapaz de llevar tarea nacional o democrática alguna hasta el final.

Todo por diez pesos

Belgrano sintetiza todo este proceso con su trayectoria, de jacobino a gendarme del orden conservador.

Belgrano seguramente era sincero cuando planteaba que se den tierras no cultivadas a “los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria”, pero la realidad es que envió sus tropas para combatir al más fiel exponente práctico del hermoso postulado, Artigas.

Es verdad que redactó el Reglamento para las misiones, pero acató la orden de suspenderlo. Izó la bandera, sí, pero la arrió por orden de Rivadavia. Artigas, en cambio, izó la bandera celeste y blanca cruzada con la banda roja de la federación y nunca la bajó. En 1810, Moreno repudió los intentos conciliadores con España de Strangford. Cuatro años después Belgrano fue a Río a suplicarle al ministro británico.

Lo que la corriente nacionalista –que incluye a los mediáticos Galasso y O´Donnell– presenta como “liberalismo revolucionario” era un conservadorismo anti-absolutista pero también anti-republicano: democracia restringida, no radical; cooptación de masas, no la independencia de su programa.

Es cierto: no lo hizo por dinero; en su humilde lecho de muerte, hasta le pagó a su médico con su reloj. ¡Ah!, eso les encanta a sus apologistas. Pero su honestidad no repara el rol contrarrevolucionario que acabó representando. Como símbolo, su hijo Pedro Pablo terminó acunado por Rosas, uno de los garcas más destacados de nuestra historia, para colmo con fama de “federal”.

Cuando tendría que haber hecho su revolución, la burguesía “nacional” no la hizo. O, mejor dicho, la hizo y la bastardeó.

No sólo Belgrano sino el propio Artigas deben ser hoy superados: las tareas democráticas y nacionales pendientes sólo podrán ser realizadas por los trabajadores.

Notas

(1) Citado por Halperín Donghi, Tulio, Revolución y guerra, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005, p. 141. (2) Manuel Belgrano, Memorias, Museo Histórico Nacional, Bs. As., 1910, pág. 103. Citado por Roberto Etchepareborda, ¿Qué fue el carlotismo?, op. cit., p 78. (3) Manifiesto de Manuel Belgrano a los habitantes del Perú, enero de 1809. (4) Carta de Belgrano a Carlota, 13 de agosto de 1809, en Epistolario Belgraniano, Taurus, Buenos Aires, 2001, p. 81. (5) Ver Cabral, Salvador, Artigas y la Patria Grande, p. 48. (6) Instrucciones que deberá observar el representante de este superior gobierno con la Asunción del Paraguay, Buenos Aires, 1 de agosto de 1811, citado por Palermo, Pablo, “Heroísmo y derrotas allende el Paraná”, en Todo es Historia Nº 487, p. 35. (7) Ver Di Meglio, Gabriel, ¡Viva el bajo pueblo!, Prometeo, Buenos Aires, 2006, pp. 116-122. (8) Cárcano, Miguel Ángel, La política internacional en la historia argentina, Libro III, Tomo I, p. 307. (9) Cárcano, op. cit., p. 464. (10) Informe de Belgrano del 2 de febrero de 1816. (11) Carta de Belgrano a Manuel de Ulloa, 18 de octubre de 1816, en Epistolario, p. 300. (12) Cárcano, op. cit., p. 231. (13) Gregorio Aráoz de Lamadrid, Memorias, Tomo I, Buenos Aires, 1968, citado por Serrano, Mario Arturo, Arequito, ¿por qué se sublevó el Ejército del Norte?, Círculo Militar, Buenos Aires, 1996, p. 153. (14) Serrano, op. cit, p. 156. (15) Carta de Belgrano a Ambrosio Funes, 1º de febrero de 1817, en Epistolario, pp. 316-317. (16) Serrano, op. cit, p. 157. (17) Carta de Belgrano a Güemes, 10 de marzo de 1817, en Epistolario, p. 515. (18) Oficio de Belgrano a San Martín del 5 de marzo de 1819, en Epistolario, p. 410. (19) Ver Halperín Donghi, Tulio, Revolución y guerra, op. cit., p. 236. (20) Halperín Donghi, op. cit., p. 238. (21) Ver Halperín Donghi, op. cit., pp. 324-325. (22) Ver Goldman, Noemí y Ternavasio, Marcela, “La vida política”, en Gelman, Jorge (comp.), Argentina. Crisis imperial e independencia, Fundación MAPFRE y Santillana, Madrid, 2010, p. 72 y Gallo, Klaus, “Argentina en el mundo”, pp. 121-122. (23) Ferrer, Damián, “San Martín y la independencia”, en Argentina, 1816, Cartago, Buenos Aires, 1966, pp. 101-102. (24) Paso, “La declaración de la independencia…”, en Argentina, 1816, op. cit., pp. 78 y 25 respectivamente. Ver también Lombardi, Miguel, “El Congreso de 1816 y la organización nacional”, p. 144. (25) Harari, Fabián, “Artigas, los caudillos y las masas. Una crítica a la historia “nacional y popular””, en El Aromo Nº 24, Octubre de 2005 y “Suicidios inútiles. Un nuevo ataque a la ciencia y a la revolución por Pablo Rieznik”, en El Aromo Nº 51, noviembre-diciembre de 2009. (26) Pacagnini, Guillermo, “Una Argentina colonial”, en Alternativa Socialista Nº 522, 19-5-2010. (27) Pigna, Felipe, Los mitos de la historia argentina I, Planeta, Buenos Aires, 2009, p. 371. (28) Director del Instituto de Estudios de la Central de Movimientos Populares, CMP, encabezada por Luis D´Elía. (29) Lapolla, Alberto, “En defensa de Moreno, Castelli, Belgrano, el Plan de Operaciones y la Revolución de Mayo, en tanto continental e indiana”, 20 de junio de 2009. (30) Lapolla, Alberto, “La patria Grande perdida. El Congreso de Tucumán y el proyecto del Rey Inca de Belgrano, San Martín y Güemes”, 9 de julio de 2005. (31) Micucci, Horacio, “Bicentenario: dos proyectos, dos caminos”, (32) Feijoo, Cecilia y Grossi, Florencia, “Qué fue la Revolución de Mayo”, en La verdad obrera Nº 375, 20-5-2010. (33) Ver Yunes, Marcelo, “200 de país burgués y un balance lapidario”, en Socialismo o Barbarie Nº 177, 27-5-2010.

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