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Después de un tironeo de varios meses, el presidente de Ucrania, Volodomyr Zelensky, cesanteó al comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Valery Zaluzhny. Zaluzhny había resistido la exhortación de Zelensky para que pasara a ocupar otro puesto en el aparato militar del Estado, en el intento de evitar una crisis política mayúscula como la que, en definitiva, ha quedado planteada. Los medios ucranianos atribuyen a Zaluzhny una elevada autoridad en el Ejército y una manifiesta popularidad en la población. Los gobiernos de la OTAN y Estados Unidos en especial procuraron atenuar el conflicto y no escondieron el respaldo al militar destituido. Zaluzhny tenía conexión directa con el reciente jefe del Ejército de EEUU, Mark Milley, y un punto de vista común acerca de la guerra contra Rusia; para Milley no es viable una derrota de Rusia y sostenía la necesidad de ‘resetear’ la estrategia política y militar. Algo parecido dio a entender Zaluzhny en una entrevista concedida a la revista The Economist. Zelensky ha designado como sustituto al general Olexsandr Sirsky. El diario The Financial Times asegura que este nombramiento ha creado desasosiego en las Fuerzas Armadas de Ucrania, luego de denostarlo por su papel en la guerra contra Rusia, que habría consistido en sacrificar tropas y recursos materiales detrás de objetivos tácticos improvisados. Todo indica que se han reunido las condiciones para un golpe de estado militar contra Zelensky. Zaluzhny ha desarrollado una actividad política propia, con vista a una rotación ‘pacífica’ (electoral) de gobierno, con fuertes vínculos con el ala ultraderechista de la política ucraniana, que se identifica con quienes reivindican la colaboración con el ejército alemán cuando inició la invasión de la Unión Soviética, en junio de 1941. La irrupción de una crisis política en la guerra de la OTAN contra Rusia, en Ucrania, es un eslabón hacia una guerra civil. El antecedente de esta tendencia política fue el levantamiento del ejército mercenario ruso de Prigozhin contra el estado mayor de Rusia el año pasado.
El factor ostensible que ha desatado la crisis política en Ucrania es el fracaso de la llamada “contraofensiva”, cuya misión era recuperar los territorios ocupados por el ejército de Rusia. Luego de las victorias ucranianas en Kharkov, en el norte, y, condicionalmente, Kherson en el sur, la OTAN propició una ofensiva generalizada en toda la región del Donbass, fronteriza con Rusia, y preparar la recuperación de la península de Crimea. El fracaso de esta empresa se manifestó en una gran pérdida humana y material; la OTAN no ofreció la protección aérea para este ataque general, aunque realizó ejercicios militares masivos y sofisticados en el Báltico y dedicó tiempo y dinero para el entrenamiento de pilotos de guerra. La posibilidad de replegarse hacia una guerra de desgaste se manifestó enseguida como absurda, dado el desnivel abismal de fuerzas entre los países envueltos en conflicto directo. Ucrania ha perdido medio millón de soldados en los dos años de guerra – una proporción enorme de su población-. La rotación de tropas en el frente ha sido cancelada, con todo lo que esto implica en desgaste humano. La realización de una leva para la guerra luce inviable ante la resistencia de la población. La petición de un cese del fuego, en estas condiciones, es una quimera; Putin y sus ministros han repetido que sus condiciones son la retención de los territorios ocupados; la remoción del gobierno ucraniano y una purga de nazis, y la completa neutralidad de Ucrania. O sea, una rendición incondicional de la OTAN.
Lo que la crisis política y la posibilidad de un golpe de estado en Ucrania ha puesto sobre el tablero no es el fin de la guerra desatada por la OTAN (El nuevo comandante Oleksandr Sirsky, formado y graduado en la Unión Soviética, fue ganando sus galones por la guerra que encabezó contra las regiones separatistas desde 2015). El ‘reseteo’ del que habla la prensa internacional consiste en una modificación parcial de los objetivos estratégicos. Es que Rusia se encuentra, en el momento actual, en una posición diferente de la que tenía al inicio, porque logró desbaratar las sanciones económicas que se le habían impuesto e incluso iniciar una recuperación industrial, incluida la fabricación de armas. La ‘marcha rápida’ a Moscú, que profetizó Biden en Polonia, en abril de 2022, no ocurrió. Las sanciones contra Rusia afectaron en algunos casos prominentes a países de la OTAN, como Alemania, que ha perdido el suministro de gas barato; el conjunto de la Unión Europea se enfrenta a un escenario de recesión y huelgas obreras en ascenso y protestas masivas de los propietarios del agro. Las carencias de municiones y hasta drones es común a ambos bandos, aunque con una diferencia: Rusia ha logrado importar el faltante, en tanto que en la OTAN se demora el desarrollo de una economía de guerra, en un marco de deudas públicas elevadísimas.
Lo que se intenta ahora, de parte de la OTAN, es imponer un acuerdo de paz en sus propios términos. China ofreció una mediación para esto, hace casi un año, que la OTAN siquiera consideró. De acuerdo a algunos medios, se admitiría la pérdida de territorios por parte de Ucrania, a cambio de su ingreso a la Unión Europea; este ingreso abriría el camino al gran negocio de la reconstrucción del país y, en esa línea, de una nueva guerra en mejores condiciones. El cambio de objetivo llevaría a adoptar una posición defensiva en el terreno, a cambio de extender los objetivos militares al interior de Rusia. Hasta donde se puede ver, este es el planteo de Milley-Zaluzhny. Putin ya adelantó su respuesta militar a este enfoque con el bombardeo con misiles y drones al interior de la Ucrania oficial. En el campo de la OTAN emergen además otros problemas. Uno es la posibilidad de una victoria de Trump, que apuntaría a un acuerdo con Putin en un escenario estratégico global –saliendo de ‘la trampa’ de Ucrania-. El otro son las elecciones, en poco tiempo, para el parlamento europeo, que podrían registrar un avance de la derecha que pregona el apaciguamiento con Rusia, para saldar la crisis inmigratoria mediante la expulsión de millones de personas.
A favor de un golpe de estado en Ucrania hay un factor adicional, y es que Zelensky pretende cancelar las elecciones hasta que termine la guerra. Esto es demasiado para una oligarquía que se disputa las remesas financieras de la OTAN. Las conspiraciones golpistas en medio de una guerra son la expresión deformada de la intolerancia y la sublevación de la población –las masas– con la destrucción y la masacre. Es cuando las masas empiezan a ver, detrás del patrioterismo inicial, que el enemigo se encuentra al interior del propio país.
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