Escribe Jorge Altamira
Putin destruye la infraestructura energética de Ucrania en vísperas del invierno.
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Desde la incursión de comandos militares de Ucrania en la región de Kursk, en el sur de Rusia, la guerra europea ha venido escalando con características particulares. A esta invasión le fueron atribuidos distintos propósitos político-militares –desde la tentativa de crear una zona tapón que proteja el norte de Ucrania; desplazar a las tropas rusas de la región de Donbas, donde avanzan continuamente; provocar divisiones en la camarilla moscovita e incluso socavar la base popular del régimen de Putin-. En esta línea, se intensificaron los bombardeos al interior de Rusia, fundamentalmente mediante el uso de drones. En los últimos días se aireó la intención de Estados Unidos y Gran Bretaña de entregar a Zelensky misiles de crucero –concretamente los Shadow Storm, con un alcance de 300 kilómetros, y los ATACMs, de 400 a 450 kilómetros-. El objetivo es atacar los activos militares de Rusia, entre 200 y 250, desde aeropuertos, bases militares, centrales de energía y centros de comando –sin resguardo para los grandes centros poblados-. Vladimir Putin respondió a estas novedades con lo que él mismo definió como una recaracterización de la guerra, al denunciar que, con este cambio, involucraba en ella a los países de la OTAN en forma directa y convertía a sus territorios y activos bélicos en blancos militares de Rusia. Putin no había tenido esta misma reacción, sin embargo, cuando la OTAN autorizó a Ucrania a utilizar este mismo armamento misilístico para atacar a Crimea, que Rusia había anexado a su territorio, en 2014, y destruir la base rusa de Sebastopol. El escenario de una guerra “proxy”, en la que las potencias involucradas combaten por medio de otros Estados y otras fuerzas militares, ha saltado por el aire; el relato fue usado por los beligerantes, los políticos y los comentaristas para disimular el desarrollo de una guerra mundial sin calificativos ficticios. Desde mucho antes de la invasión de Rusia, las fuerzas militares de Ucrania eran entrenadas y armadas por las potencias de la OTAN.
Ante el desarrollo de este escenario, “el Pentágono y la comunidad de inteligencia norteamericana”, informa el Financial Times (11.9), “han prevenido contra el uso de armamento de largo alcance al interior profundo de Rusia”. De acuerdo al Pentágono, “el 90 % del parque aéreo militar de Rusia ha sido relocalizado más allá de los 300 kilómetros del territorio controlado por Ucrania, fuera del alcance de los ATACMS”. Lloyd Austin, el secretario de Defensa de EEUU, declaró que “Ucrania puede atacar el interior de Rusia con drones y otras armas de producción doméstica...[y] priorizar el uso de armamento occidental para defender las regiones norte y este de Ucrania, y para retener el acceso al Mar Negro y presionar a las fuerzas rusas en Crimea…”. Esta diferencia de ángulo en cuanto al escenario de las operaciones militares no modifica en nada el escalamiento de la guerra por medio de armas de mayor capacidad de destrucción. Tanto en una variante como en otra, Estados Unidos y la OTAN enfrentan el desplome del frente oriental ucraniano frente al avance de Rusia y, de otro lado, a la destrucción a que se encuentra sometida la infraestructura eléctrica ucraniana en vísperas del invierno, mediante el uso de bombas deslizantes, que van hacia su objetivo más allá del vehículo que las transporta. Varios especialistas advierten de la posibilidad de un colapso del Estado ucraniano y de una crisis humanitaria galopante.
La posición oficial de la OTAN es que el escalamiento de la guerra de su parte tiene el propósito de llevar a Rusia a una mesa de negociaciones donde pueda imponer una salida en sus propios términos. Se trata, claramente, de un relato, porque en el estado actual de la guerra no hay condiciones siquiera para una tregua o un cese temporario del fuego. Llama la atención, por otra parte, que Alemania no haya ofrecido sus propios misiles de largo alcance, como el Taurus, y que, de otro lado, el ministro de Exteriores de Polonia, Sikorsky, haya rechazado la posibilidad de asistir desde su territorio y del de Rumania a la defensa antiaérea de Ucrania. El eje EEUU-Reino Unido deja ver una fractura en la OTAN y, por supuesto, en la Unión Europea. Como de todos modos es incuestionable que entre bambalinas y puertas adentro se sigue discutiendo una suerte de salida, la conclusión es que ésta se encuentra todavía distante. Hace 48 horas John Vance, el candidato a la vicepresidencia de Trump, explicitó un poco la posición que Trump sostuvo en el debate con Harris, cuando se atribuyó la capacidad de detener la guerra enseguida. Lo que dijo era, sin embargo, conocido: acceder a concesiones territoriales a Rusia como inicio de un período de negociación que involucraría el futuro de la Unión Europea, y de Turquía e Irán. Dejó saber, de este modo, que detrás de la guerra en curso hay otra guerra –del imperialismo norteamericano contra Europa– y un reordenamiento sin precedentes del orden estatal internacional. Lejos de una salida, es lo más parecido a una encerrona trágica. Trump, por otro lado, no reúne los recursos políticos suficientes para ejecutar este programa y, golpista él, podría ser víctima de un golpe de Estado.
La amenaza de Putin acerca de que, en caso de una escalada bélica mayor, cortaría los suministros de uranio y otros minerales estratégicos al mercado mundial, es una muestra escandalosa de los lazos capitalistas entre ambos campos en guerra. Otra señal de lo mismo es el crecimiento de las exportaciones y de las inversiones de Alemania a China, un aliado de Rusia, que han alcanzado, interanual, los 225 y los 100 mil millones de dólares, respectivamente. La semana pasada se desarrolló en Chile el operativo militar Formosa con la participación de las Fuerzas Armadas de EEUU, China, Brasil, Chile y Ecuador, con el objetivo de articular ejercicios anfibios. Al mismo tiempo que Estados Unidos amenaza con incrementar las sanciones contra China por suministrar máquinas herramientas y microeļectrónica a la industria militar de Rusia, Cheng Xiaodong, el viceministro de Exteriores de China, se ha ofrecido como mediador para alcanzar un acuerdo en torno a Ucrania. El carácter capitalista de la guerra salta por todos los poros, al tiempo que constituye el primer gran ‘bautismo (reaccionario) del fuego’ de las dos oligarquías que han emanado de la restauración del capitalismo –en Rusia y en China-. El imperialismo es una fase inseparable, a término, del desarrollo capitalista. La guerra ha acelerado esta transición.
La declinación acelerada de Europa responde también a esta guerra intercapitalista por el rediseño político del mercado mundial. Lo atestigua la veloz descomposición económica y política de Francia y Alemania. Mario Draghi, el ex JP Morgan, ex Banca Italia y ex presidente del Banco Central Europeo, acaba de presentar una declaración de bancarrota de la Unión Europea, que implica un refinanciamiento de la deuda pública de la UE, para dar espacio a un endeudamiento de 800 mil millones de dólares capaz de financiar una reconversión industrial y bancaria. El pseudo Estado que ha ido a la guerra contra Rusia para absorber a Ucrania quebrada y destruida, se encuentra él mismo en bancarrota.
Está presente una deriva nuclear de la guerra en Ucrania, Rusia y Europa. La lógica destructiva del capital es, en última instancia, más fuerte que los supuestos cortafuegos que creen haber construido los Estados en disputa. Es lo que, por medio de la propaganda, la agitación y la acción, los socialistas internacionalistas debemos intensificar entre las masas de todo el mundo y en especial de los países beligerantes.