Escribe Jorge Altamira
Un aporte a la toma de facultades.
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Desde todos los rincones políticos, ni qué decir de los medios de comunicación, se viene repitiendo hasta las náuseas que la Universidad asegura la “movilidad social ascendente” de los estratos económicamente postergados de la sociedad. Esta misma gente ofrece la evidencia de que un porcentaje mayoritario de los estudiantes que han accedido a la educación superior constituye la primera generación de sus familias. Este relato enjundioso se ha comido al que venía prevaleciendo acerca de la deserción escolar, en primaria y secundaria: la baja formación de los jóvenes y la deserción universitaria. Con un registro del 52,9% de pobreza, la escalera social no estaría llevando a los jóvenes a los sótanos de la sociedad sino a una comunidad con el cielo. Estamos ante un gran fraude intelectual: las estadísticas internacionales señalan un acelerado ascenso, sí, pero de la desigualdad social. Concluido el período de la posguerra, el retroceso social ha crecido con fuerza a partir de los fines del 60 a los mediados de los 70 del siglo pasado, hasta la actualidad. Lo mismo había ocurrido en los años 20 y, con mayor celeridad, a partir de la depresión de los años 30. Bajo el capitalismo, la fuerza de trabajo puede experimentar mejoras, incluso importantes, entre otras cosas debido a la lucha de los trabajadores, pero no frenar la pauperización relativa, o sea, el empobrecimiento material y moral relativamente al crecimiento del poder social del capital. Ese empobrecimiento relativo se ha acentuado considerablemente y, por momentos, se ha transformado en absoluto. Por ejemplo, los salarios y jubilaciones reales, en Argentina, han caído alrededor de un 30% promedio, desde 2015. Pero no se trata exclusivamente la pobreza y de la caída del poder adquisitivo de la fuerza de trabajo. En cuanto las condiciones de vida –salud, infraestructura, habitación, urbanismo y medio ambiente- lo que crece claramente es la miseria social. Como el relato distorsivo acerca del ‘ascenso social’ por medio de la educación superior es compartido ampliamente por el FITU y sus colaterales, es oportuno señalar que el progreso social de las masas sólo lo puede asegurar una revolución socialista internacional. Y no sólo el progreso sino la vida misma, a la luz de las masacres a repetición de la guerra imperialista.
Si la referencia al ascenso social se refiere a la clase media, los técnicos, los profesionales liberales y de la Inteligencia Artificial, la tendencia a ser convertidos en una masa de asalariados, en relación de dependencia, ha crecido en forma ininterrumpida. Los médicos se han convertido en trabajadores de la Salud y los docentes en trabajadores de la Educación; sufren el ritmo de producción que les imponen las empresas, o sea la precariedad laboral. El capitalismo ha socializado el trabajo y ha hecho más reducido el monopolio de la propiedad productiva; el sistema de pensiones se ha privatizado y la remuneración de las jubilaciones reducido. El cuentapropismo es una categoría del descenso social, no de autonomía laboral. El capitalismo le ha fijado un techo al trabajo especializado con título universitario, cuya distancia con el suelo va en disminución. Los docentes de las universidades públicas trabajan ‘ad honorem’, o sea que se encuentran en peor situación que un obrero a prueba. Siempre hay alguien en mejor posición que otro, pero esto no tiene que ver con el ascenso social sino con las condiciones de supervivencia. La tendencia del capital es a imponer la fragmentación del sujeto de producción y con ello la descalificación laboral –claro que en relación a las tecnologías de cada época. Si no se tiene en cuenta esto, el conductor de un automóvil sería una especie de premio Nobel de la mecánica con relación al que manejaba un carruaje a caballos.
La tesis de que la Universidad contrarresta la tendencia a la desigualdad social, a la pauperización relativa creciente y a la alienación humana, pone en evidencia a un intelectual empobrecido, que se mueve por el laberinto social sin conciencia de que no tiene salida– salvo por arriba, salvo revolucionariamente.
No se puede cerrar este artículo sin exponer la miseria intelectual y política de Milei, que luego de exaltar al capitalismo enriquecedor en la peña anual de los capitalistas financieros en Davos, se empeña en privar de fondos estatales a la universidad pública, mientras otorga un descuento de ganancias a quienes contratan educación privada. El liberticida, un promotor de la desigualdad social y de los privilegios para los capitalistas, es producto de una universidad privada, que ha convertido a la más humana de las actividades -la enseñanza, la transmisión de la cultura- en una mercancía, lo mismo que al docente que la imparte. Esta expresión de empobrecimiento capitalista de la fuerza de trabajo educadora no es solamente material, es social e intelectual. La educación así planteada, imparte todos los fetiches de la sociedad burguesa. La toma de Facultades y Universidades por parte de los estudiantes es una expresión de la rebelión de la juventud creadora contra un régimen parasitario en descomposición.