Crisis en el gabinete sionista

Escribe Olga Cristóbal

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El genocida Benjamín Netanyahu destituyó el martes a su ministro de Defensa, el genocida Yoav Gallant, ambos del partido Likud. Ya lo había hecho el año pasado, en el contexto de la pelea por la reforma judicial, pero tuvo que retroceder ante las movilizaciones que exigieron la restitución.

“Entre algunos israelíes, Gallant es visto como baluarte contra los elementos más extremistas de extrema derecha del gobierno” (NYT, 5/11). Ambos sionistas comparten órdenes de detención del Tribunal Penal Internacional por genocidio. Fue Gallant el que dirigió la demolición de Gaza y el asesinato de alrededor del 10 % de la población y también quien presionó para que se matara a Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, meses antes de que el gobierno aprobara su asesinato.

El martes a la noche hubo piquetes en Tel Aviv y decenas de miles se manifestaron en las calles contra la destitución. Sin embargo, no parece que esta vez haya retorno. “En una señal del descontento generalizado por la decisión de Netanyahu, columnistas centristas la describieron como un ataque a la democracia”. El gabinete ha perdido al último ministro que quería y podía enfrentarse a Netanyahu, otra de las posibles razones por las que Gallant ha sido despedido.

En una declaración grabada, Netanyahu dijo que la confianza indispensable entre un líder y un ministro de Defensa -especialmente en tiempos de guerra- ya no existía, que las relaciones se habían roto.

El sucesor y hasta ahora canciller, Israel Katz, nunca ocupó un alto cargo militar, pero es un firme aliado del primer ministro y acompaña la línea dura respecto de un alto el fuego. Gallant comenzó su carrera como comando de la marina en 1977 y ascendió a general de división en el Mando Sur de Israel, supervisando dos guerras en Gaza entre 2005 y 2010. Los analistas especulan que la purga del gobierno también alcanzará al jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, a otros altos cargos militares y al jefe del Shin Bet, el servicio de inteligencia interno.

Las diferencias entre Gallant y su jefe son públicas, de larga data y reflejan las tensiones que dividen al Estado sionista. En los últimos meses, Gallant defendió que el gobierno de Israel debía dar prioridad a un acuerdo de liberación de rehenes con Hamás y poner fin a la guerra en Gaza, estableciendo un gobierno sostenido por un acuerdo con países árabes y la autoridad palestina.

Gallant explicó su despido por tres razones: sostener que era imposible la “victoria total” contra Hamas y que la pretensión de Netanyahu y los sionistas religiosos de ocupar de forma permanente Gaza es “un disparate”, pedir una comisión que investigue los fallos de seguridad que permitieron el ingreso de las milicias palestinas el 7 de octubre y -la gota que rebalsó el vaso- insistir con “el reclutamiento universal”, o sea, que los ultraortodoxos se incorporen al ejército (EP 6/11).

El día antes del despido, Gallant había enviado órdenes de reclutamiento a 7.000 ultraortodoxos (son el 13 % de la población). El anterior llamado solo fue acatado por el 4 % de los convocados y la fracción de ministros fascistas ultraortodoxos -que apoyan la exención- amenazó con renunciar si los seguían molestando, precipitando la caída del gobierno. Dicen que su defensa del Estado pasa por la lectura de la Torah, algo que enerva a los laicos que llevan un año sosteniendo la invasión y la limpieza étnica contra los palestinos y, ahora, la ampliación a una guerra regional.

Meses antes, la oficina de Netanyahu había criticado públicamente a Gallant y lo acusó de adoptar “una narrativa antiisraelí”, que perjudicaba “las posibilidades de alcanzar un acuerdo para la liberación de los rehenes”. “La victoria sobre Hamás y la liberación de los rehenes”, según el comunicado, es la “clara directiva del primer ministro Netanyahu y del gabinete, y obliga a todos, incluido Gallant”.

En mayo, Gallant, en un discurso televisado, dijo que Netanyahu llevaba a Israel hacia dos posibles resultados catastróficos: o bien la ocupación militar de Gaza, o bien el retorno de Hamás al poder, socavando los logros militares de Israel. “Pagaremos con sangre y muchas víctimas, sin ningún propósito, así como un alto precio económico”, dijo Gallant, que “acusó implícitamente a Netanyahu de anteponer su propia supervivencia política a los intereses nacionales”.

Ayer, Gallant repitió que “la seguridad del Estado de Israel siempre ha sido y seguirá siendo la misión de mi vida”. O sea que la política de su adversario pone en riesgo al Estado sionista.

Los ultraortodoxos del gabinete saludaron el despido de Gallant. El responsable de la cartera de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, un colono ultranacionalista que propone ocupar Gaza y Cisjordania, felicitó a Netanyahu y calificó a Gallant como un lastre para la “victoria total”.

Por el contrario, el foro que agrupa a las familias de los secuestrados, tanto civiles como militares, manifestó su “profunda preocupación” por la decisión de Netanyahu y “por cómo este cambio repentino puede afectar el destino de los 101 rehenes”.

Para el líder opositor Yair Lapid, que llamó a los ciudadanos a protestar en las calles, la caída de Gallant supone “un acto de locura”. “Netanyahu está vendiendo la seguridad de Israel y a los combatientes del ejército para su vergonzosa supervivencia política”, agrega Lapid en X.

La crisis de gobierno coincide con un nuevo escándalo que salpica al primer ministro después de una filtración de documentos clasificados del ejército a la prensa extranjera. Los documentos intentan justificar el rechazo a un acuerdo por la libertad de los rehenes y revelan que personas cercanas a Netanyahu perjudicaron las negociaciones por la libertad de los cautivos. Las filtraciones llegaron del Ejército a la oficina de Netanyahu y, de ahí, a los diarios internacionales.

El Shin Bet detuvo el martes a un militar como el quinto sospechoso. Un detenido es un exvocero del primer ministro y los otros pertenecen a la seguridad israelí.

Aunque Netanyahu lo niega, miembros de la oposición y familiares de los rehenes acusan al gobierno de facilitar las filtraciones para postergar un alto el fuego (The Times of Israel, 4/11). El caso ha cobrado gran relevancia por la presunta implicación de la oficina de Netanyhau en la difusión de estos documentos de inteligencia para condicionar la opinión pública con respecto a la gestión de los rehenes y, con ella, del curso de la guerra.

El Ejército tuvo que salir al paso de las filtraciones asegurando que su difusión “constituía una ofensa grave”. La oposición castigó al premier: “Si Netanyahu no sabía que sus colaboradores más cercanos estaban robando documentos, operando espías dentro del Ejército, falsificando documentos, exponiendo fuentes de inteligencia y pasando documentos secretos a periódicos extranjeros para detener el acuerdo, ¿qué sabe él?”, escribió en la red X el líder de la oposición, Yair Lapid.

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