Escribe Comité Editorial
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El miércoles 27, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció un acuerdo de cese del fuego por sesenta días, entre el Estado sionista y Hezbollah, que es exactamente lo contrario de lo que se pretende: se trata de una profundización de la guerra genocida contra el pueblo palestino.
El primer aspecto que fundamenta esta caracterización es que el cese del fuego no se aplica a Gaza, como lo ha reclamado desde el primer día la milicia shiita libanesa. Netanyahu y su cohorte de criminales de guerra podrán, como consecuencia, completar el despoblamiento completo del norte de Gaza sin tener que enfrentar dos frentes de combate simultáneos. Los ataques de Hezbollah al norte de Israel, desde el comienzo del asalto sionista contra Gaza, había apuntado a debilitar la ofensiva israelí contra la Franja y a habilitar la reivindicación fundamental de Hamas de canjear los rehenes capturados en el sur de Israel por los presos políticos palestinos encarcelados por el Estado sionista. Diversos sectores de la prensa israelita han advertido de las consecuencias negativas que tiene la guerra desatada por Netanyahu y su gabinete de guerra sobre la economía del país.
El ejército sionista saludó el anuncio de Biden con un bombardeo masivo contra el centro de Beirut, en un adelanto a cuenta de cómo interpreta el acuerdo de cese del fuego. Bien mirada, la masacre desatada en Gaza y la que se ha desarrollado en el Líbano atestigua la enorme cobardía de la fuerza armada sionista, que sin embargo se jacta de un coraje inusitado. La demolición de edificios enteros, algunos de más de dos decenas de pisos, con el pretexto de que apunta a eliminar a grupos minúsculos de guerrilleros allí alojados, o incluso uno solo, suplanta el combate cuerpo a cuerpo que corresponde en tales circunstancias. Es como si para eliminar a un solo delincuente la policía baleara a todos los rehenes que son utilizados como escudo de defensa.
El cese del fuego sigue los términos del planteo de Netanyahu, que se reserva el derecho a reiniciar las hostilidades ante cualquier manifestación de rearme o reorganización de Hezbollah, mientras no ocurre lo mismo con el ejército agresor, que aprovechará la tregua para dar licencia a sus reservistas y continuar recibiendo armamento y ayuda financiera de la OTAN. El escenario de la guerra que despliega Israel incluye por sobre todo a Irán y la colonización de la Cisjordania, que avanza por medios de pogromos de los colonos sionistas contra la población palestina. La fracción ultraderechista del gabinete de guerra sionista denuncia, sin embargo, una suerte de capitulación de parte de Netanyahu, porque el acuerdo no ofrece seguridades de largo plazo para el retorno de la población israelí a sus hogares en el norte del país. Pero el tiempo del cese del fuego -60 días- está calcado con el plazo para que Donald Trump reasuma la presidencia de Estados Unidos. Netanyahu y su camarilla tienen puesta también su atención en lo que ocurra en la guerra en Ucrania en el intervalo hasta la asunción de Trump y después de ella, porque los planes de guerra del Estado sionista incluyen de aquí en más a Siria, donde Rusia tiene desplegadas tropas y una base naval importante.
Netanyahu ha dicho en forma pública que Biden lo extorsionó para que acceda al acuerdo, que aceptó contra su voluntad. Biden, sin embargo, es un presidente rengo, en retiro, advertido de que Trump en breve tiempo dará vía libre a la guerra de exterminio de Netanyahu. Pero, así como para muchos Trump aparece como una incógnita en cuanto a la prosecución de la guerra contra Rusia, cuando se trata de Israel, el fascistoide norteamericano tiene como prioridad recuperar la alianza con Arabia Saudita, que reclama por su lado la instalación de un pseudo Estado palestino. La desintegración de las antiguas alianzas imperialistas, bajo la presión de una crisis capitalista mundial que se desarrolló como una espiral, se manifiesta en el Medio Oriente como ocurre en Europa, donde los Estados más importantes se han impuesto una fuerte militarización de sus economías y un incluso más fuerte ajuste contra los trabajadores, como consecuencia del giro político que ha tenido lugar en Estados Unidos y el imperialismo norteamericano.