De la corrida cambiaria a la corrida bancaria, adónde va Milei

Escribe Jorge Altamira

Quienes votaron el DNU infame del acuerdo con el FMI se dividen, mientras UxP se entrega por completo.

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La corrida hacia el dólar que se viene desarrollando a saltos, pero en forma creciente desde julio pasado, ha provocado una discusión acerca de las consecuencias que podría tener sobre el sistema financiero en su conjunto. Con reservas internacionales negativas, algunos críticos antiguos y otros recientes del plan Caputo han comenzado a denunciar que el gobierno ‘pisa’ el tipo de cambio mediante la venta de dólares que se encuentran en el Banco Central en carácter de “encaje” de los depósitos en los bancos; la corrida cambiaria se podría convertir en una corrida bancaria. Los encajes en cuestión, sin embargo, suman alrededor de 13.000 millones de dólares, sobre un total de reservas brutas de 27.000 millones. Lo que convierte a las reservas en negativas es la adición de la deuda con China (canje de monedas) y otros pasivos, por otros 25.000 millones de dólares. Los depósitos de empresas y particulares en los bancos alcanzan, en cambio, al equivalente de 100.000 millones, repartidos entre pesos y moneda extranjera: aquí está la carga explosiva, no en los encajes. El propósito del acuerdo con el FMI es, precisamente, evitar que una fuga de depósitos convierta a la corrida cambiaria en una corrida bancaria. Desde noviembre pasado es lo que ha ocurrido con el 15 % de los depósitos en dólares que dejó el blanqueo de capitales del año pasado.

El nexo entre una corrida cambiaria y una bancaria, va más allá, sin embargo, del drenaje de las reservas del Banco Central. Lo que importa es la inversión que han hecho los bancos con los depósitos de su clientela. Por un lado están los préstamos en pesos otorgados para compras personales o para empresas. Pero el mayor volumen de dinero ha ido a la compra de deuda doméstica del Tesoro. Es un pasivo enorme, equivalente a 250.000 millones de dólares. Esa deuda está indexada a distintos tipos de ajuste -inflación o dólar-, que el Tesoro renueva en forma constante por la imposibilidad de cancelarla a su vencimiento. En la última licitación de deuda doméstica, por 9 billones de pesos, sólo se pudo renovar un 60 %, y ello con el concurso forzado del Banco Nación. Los bancos rotaron de los bonos que se ajustan por inflación, o que no tienen ajustes de capital sino altos intereses, hacia los títulos que se ajustan por dólar en previsión de una devaluación. Se trata, sin embargo, de una protección limitada. Una devaluación del peso haría más difícil que el Tesoro pueda cumplir con sus compromisos ajustados a esas variables. Para seguir refinanciando al Tesoro, los bancos han reclamado que se levante la prohibición de distribuir dividendos, flexibilizar los encajes y subir la tasa de interés. Es lo que ya han comenzado a hacer el Macro y el Nación para evitar la huida de los depósitos en dólares: aumentaron las tasas de interés al 3,75 por ciento anual. Reclaman que el Banco Central haga lo mismo con la tasa de interés en pesos; la tasa de interés que financia la compra de dólares en el mercado de futuros ha subido considerablemente. En cuanto a los encajes, los bancos plantean integrarlos con títulos públicos, para liberar dinero en efectivo. El nexo entre la negociación con el FMI y los bancos locales –nacionales y extranjeros es muy estrecha.

Como lo señala el DNU votado por el Congreso, la clave de la discusión no cerrada con el FMI es a cuánto ascenderían los dólares inmediatamente disponibles que entregará el Fondo. Es un dinero para rescatar a los fondos privados invertidos en pesos que quieren salir del mercado local o convertirlo en divisas. Es lo que ya ocurrió en 2018. El Gobierno pretende una suma de 20.000 millones de dólares. El subterfugio para que el Banco Central se quede con ese dinero es que el Tesoro se lo transfiera para cancelar “letras intransferibles”, la deuda que tiene con el Central. Se trata de una operación siniestra, porque el Tesoro se endeudaría con el FMI por un monto equivalente al 4/5 % del PBI, que deberán pagar los contribuyentes, encima del ajuste del 15 % del PBI, o 75.000 millones de dólares, que la camarilla gobernante ha impuesto a los trabajadores activos y pasivos hasta el momento. Caputo considera a esta transferencia de deuda un “deber moral”. La “letras intransferibles”, por cerca de 70.000 millones de dólares, fueron un subsidio a fondo perdido que el Central entregó al Tesoro para pagar deuda pública, o sea, para ‘desendeudarse’ a cambio de un papel a 10 años, que no se puede comerciar y rinde un 1 % anual. Esa deuda contable y ficticia quedó consumida, anulada, por la inflación de dos y tres dígitos anuales que ella misma generó por medio de la emisión de pesos o regalo de dólares al cabo de quince años. Caputo y sus secuaces -y naturalmente el FMI- quieren que la población pague esa deuda por segunda vez: la primera vez con inflación y, de ahora en más, con mayores impuestos o aniquilación de gastos sociales. Esas “letras intransferibles” sólo constituyen una anotación contable, sin contrapartida en pesos, que se han desvalorizado a cero. El Tesoro ‘cancelaría' esa deuda con el préstamo que recibirá del FMI, a medida del vencimiento de cada lote de “letras”, pero Caputo pretende obtener esa suma de inmediato. En lugar de una deuda ficticia con el Banco Central, el Tesoro asumirá una deuda con el FMI. Se producirá, de este modo, una gigantesca transferencia de ingresos de la fuerza de trabajo al capital, por intermedio del Estado liberticida estafador.

El FMI, sin embargo, insiste en que el regalo de 20.000 millones de dólares al Banco Central sea utilizado para pagar vencimientos de deuda externa, no para rescatar a fondos clavados con pesos a un valor artificial, barato, del tipo de cambio. El rescate implica entonces una devaluación que preserve el monto de lo que se preste. Debería servir, además, para acelerar las exportaciones, mejorar el saldo comercial y que se incrementen las reservas internacionales. Este incremento del stock de reservas permitiría levantar el cepo al giro de utilidades y dividendos al exterior. Una devaluación menor, en cambio, apenas lograría correr el arco por unos meses. El propósito de la camarilla de gobierno es, repetimos, que ese dinero financie la salida de capitales de los fondos que fueron invertidos en pesos para beneficiarse con la diferencia entre la tasa de interés (mayor) en el mercado interno y la tasa de interés (menor) en el exterior. O sea, seguir con un dólar barato, con el pretexto de abatir la inflación. Para este objetivo, la camarilla de Milei quiere “consolidar” la deuda del Tesoro con el FGS de ANSES, vale decir, arrebatarle los títulos públicos en su poder, que varían en torno al equivalente a 60 mil millones de dólares. Sería la acción definitiva para barrer con el sistema previsional. Lo que se encuentra en cuestión en esta crisis es el régimen económico en su conjunto.

Otro aspecto de esta crisis de régimen económico es la deuda privada externa, a la que se presta poca atención. Tiene vencimientos, en tres meses, por 27.400 millones de dólares; fue contraída con un dólar barato y corre el riesgo de que las cancelaciones deban hacerlas con un dólar caro. Por esta razón se estaría ‘desapalancando’, o sea, demandando divisas para cancelar por adelantado y aumentando la presión devaluatoria. Los pesos para correr al dólar sobran: por un lado, la base monetaria (circulante, cajas de ahorro y plazos fijos) creció 32 % en el año; por otro lado, la deuda doméstica ha alcanzado el equivalente a 240.000 millones de dólares y se encuentra mayormente indexada. Puede fácilmente ir al dólar, aunque al costo de una desvalorización de sus créditos en pesos. La ironía del discurso oficial que asegura una perspectiva promisoria de ingreso de dólares, para invertir en energía y minería, es que necesita primero la liberación del mercado de cambios (como promete del RIGI) y por lo tanto una devaluación. La historia del carro y los caballos.

El impacto explosivo que podría generar una devaluación y el no menos explosivo que desataría el inmovilismo actual ha convertido al pacto con el FMI en un asunto político, adentro y afuera. Aunque el PRO y los bloques intermedios votaron a favor de un DNU que aprueba un acuerdo con el Fondo en la versión libertaria, Macri ha ido a los medios para decir que el tipo de cambio está atrasado y que los exportadores necesitan incentivos; en definitiva, tocó el punto D: la devaluación. La distancia que media entre Macri y Milei es similar a la que confronta a Caputo y el FMI. Mirando el escenario internacional, es probable (aunque no seguro) que Trump respalde el enfoque de Milei y que la Unión Europea promueva un acuerdo con Macri. El directorio del FMI tiene por delante un debate político. La celebración de la reunión del G-20, en el Colón, en 2017 (con Trump, Merkel, Xi Jinping y Putin), está enterrada en el pasado. (Hay señales, sin embargo, de que Trump intervendría para que en la instancia de apelación la Justicia norteamericana descarte el pago del resarcimiento por la ‘estatización' de YPF en 2014, lo reduzca en forma considerable.)

El bloque de Senadores de la UxP mandó una carta al FMI “para expresar su rechazo al DNU 179/25” y para advertir “que como fuerza política no reconoceremos como válida y sujeta a obligaciones por parte del Estado” (el acuerdo con el Fondo), promesa de improbable cumplimiento para un lejano diciembre de 2027, cuando se renueven autoridades ejecutivas. Esta es la descontada capitulación del bloque del ‘desendeudamiento’ frente a este acuerdo. Como lo prueba la caída fenomenal de reservas del Banco Central, el gobierno liberticida es igualmente ‘desendeudador’, pues ha pagado los vencimientos que dejó la reestructuración de Martín Guzmán bajo el gobierno de los Fernández. El pago de la deuda pública a costa de inmensos sacrificios para el pueblo es la estrategia de fondo de Caputo y Milei. La clase obrera tiene por delante dos desafíos: una campaña contra la firma definitiva del acuerdo con el FMI y al mismo tiempo prepararse para enfrentar un estallido económico, cuya magnitud se verá en su desarrollo, aunque sacudirá a todas las clases trabajadoras bajo cualquiera de sus formas.

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