Tiempo de lectura: 4 minutos
La inauguración de la Feria del Libro es, desde hace mucho tiempo ya, una arena política, una combinación volátil de escritores y funcionarios con repercusión mediática asegurada. Los discursos que se pronuncian se suelen tomar como medida de la proximidad o distanciamiento de los intelectuales respecto del gobierno de turno. La mayor atención suele concentrarse, con razón, en el discurso inaugural que brinda el autor invitado por la Fundación El Libro, responsable de la organización de la feria. Este año, fue el turno de Juan Sasturain. A diferencia de los feroces discursos que pronunciaron Guillermo Saccomano y Liliana Heker, por ejemplo, en las dos ediciones anteriores, Sasturain estructuró un discurso ingenioso, pero elíptico en su crítica al gobierno en comparación a aquellos precedentes –Saccomano es un escritor de reconocida filiación kirchnerista, mientras que Heker brindó un alegato contra la pobreza y miseria social crecientes-.
El hecho más destacado y expresivo de la inauguración de esta edición, en cambio, fueron los abucheos y el escrache contra el Secretario de Cultura del gobierno liberticida, Leonardo Cifelli. A pesar de la buena predisposición, digamos, de las nuevas autoridades de la Fundación El Libro, encabezadas por Christian Rainone, a habilitar un ´diálogo´ con el gobierno -el anterior presidente directamente había sugerido a Cifelli el año pasado que ni siquiera apareciera por La Rural- y de la disposición de invitados/aplaudidores distribuidos por el salón, un nutrido grupo de escritores, entre los que se encontraban Claudia Piñeiro y el mencionado Saccomano, lo increparon ante cada mención de los ´logros´ de su gobierno. Cifelli tuvo que interrumpir su discurso en varias ocasiones. Los escritores exhibieron pancartas con la imagen de Osvaldo Bayer, a modo de protesta por la destrucción a manos de Vialidad Nacional de la escultura que lo homenajeaba en el acceso a la ciudad de Río Gallegos, Santa Cruz.
El discurso de Cifelli, por su parte, fue ‘consistente’ con aquel atentado a la memoria y la trayectoria del autor de “La Patagonia Rebelde”. Comenzó pidiendo dejar atrás "el tono politizado y confrontativo" de la inauguración de la Feria y felicitó a sus organizadores “por haber impulsado desde un primer momento un clima de diálogo respetuoso, constructivo y comprensivo con la realidad que atraviesa nuestro país". Así se presentó el vocero de un gobierno que se caracteriza por el recurso al insulto y la amenaza contra cualquier expresión opositora o incluso crítica –el lenguaje soez está inscripto en la genética del fascismo-. Cifelli dijo abogar por "una cultura libre y sin una orientación ideológica", e incluso remarcó que "la política partidaria no debe intervenir en la cultura y mucho menos debe ser el motivo de gastos innecesarios" (¿?). A continuación, sin embargo, se jactó de los recortes de presupuesto en el área a su cargo, agradeció a Karina Milei por “su respaldo constante” y celebró, entre otras mentiras oficiales, la salida del cepo y la baja de la inflación, mientras retumbaban las protestas. Según Clarín (24/4), sin embargo, Jorge Macri no recibió el mismo tratamiento, a pesar de que sus diferencias con el gobierno nacional son apenas de grado y de que integra una fuerza política que pugna por llegar a un acuerdo con el mileísmo e incluso por ingresar a su gabinete.
La cultura no puede ser ´desideologizada´, pues por definición es el terreno de la lucha de ideas que refractan, de múltiples modos, la lucha de clases que se desenvuelve en el seno de la sociedad. La ´cultura desideologizada´ que promueve el funcionario Cifelli se traduce en la persecución a la libertad de cátedra y en el reforzamiento del monopolio de la producción cultural en manos de los empresarios del espectáculo, que es el medio de donde él mismo proviene. Un gobierno cuyo ´dominio de la calle´ se asienta en un protocolo que persigue el derecho a la protesta y en la aplicación recurrente de palos y gas pimienta contra los jubilados, puntualmente, todos los días miércoles en los alrededores del Congreso, no tiene otra ´plataforma cultural´ que sofocar la libertad de expresión, incluido el derecho a huelga. La ´cultura desideologizada´ es el planteo de un gobierno que apoya las guerras de la OTAN y el genocidio del pueblo palestino.
Luego del mal trago que pasó en La Rural, Cifelli fue a refugiarse al ultraoficialista canal LN+. Allí, en ejercicio del monopolio de la palabra, se dedicó a criticar a los escritores que lo abuchearon, cuando ninguno de ellos fue invitado a brindar su propia versión. “Son autoritarios y de intelectuales no tienen nada, no aceptan que pueda haber intelectuales de derecha”, dijo en su editorial el conductor Esteban Trebucq. Denunciar los crímenes sociales de Milei es un gran deber de todo intelectual.
Todos los gobiernos acarician, a su turno, la pretensión de instaurar una ´cultura oficial´ que celebre sus actos y ´refute´ a los críticos –unos “desideologizada”, otros “ideologizada”, el látigo de batalla del kirchnerismo, combinando la cooptación y el ´escrache´-. Sin embargo, la crítica social impregna toda creación artística que se precie de tal. La ´cultura desideologizada´, en cambio, es el sello de los liberticidas, de los enemigos de la libertad. Combatir la cultura ´oficial´ es sembrar el pasto de la revolución social.