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El dato de inflación de enero dejó al desnudo la inconsistencia del llamado ‘plan aguante’ del ‘presidenciable’ Sergio Massa. Puso fuera de juego también al vice ministro Gabriel Rubinstein, quien había asegurado que “el modelo macroeconómico” de su gabinete aseguraba un techo inflacionario del 4% mensual. El costo de vida que marcó el Indec fue del 6%, subiendo, y en Caba el registro local apuntó un 7.4%. Estos números no registran los aumentos de tarifas de todo tipo que han entrado a regir en febrero. Los “precios justos” tampoco tienen “casi incidencia” en el índice general, incluso si fueran cumplidos. La herramienta del control de precios se encuentra oxidada. El anuncio de la inflación de enero fue acompañado con un aumento del 30% promedio en los cortes de carne. Por larga o corta que sea la mesa que logre reunir a su alrededor, “el temor a una caída del gobierno” en julio pasado, como lo confesó Alberto Fernández, no se ha evidentemente disipado.
La primera víctima de la suba de la tasa de inflación ha sido la exigencia del gobierno ‘nacional y popular’ para que las paritarias reduzcan los aumentos de salarios al 60% anual, dividido en dos tramos del 30%. La tasa anual se encuentra apunto de atravesar el ciento por ciento. La burocracia de la UTA se apresuró a cumplir con la pretendida imposición de Massa, asestando un enorme golpe a los ingresos de choferes y trabajadores del transporte. Se desconoce si se ha aplicado el mismo criterio con los subsidios a las patronales.
La intención de ‘desindexar’ los precios de la economía por medio de reajustes decrecientes de salarios ha entrado en crisis a toda velocidad. Ocurre que una ‘desinflación’ de la economía, que no empiece por los salarios, tendría el efecto contrario del que ha producido la inflación, que ha sido desvalorizar mes a mes los reajustes de salarios. La inflación ha sido el recurso del kirchnerismo para desvalorizar el gasto fiscal (prestaciones sociales, salarios y jubilaciones) y aumentar en forma excepcional las ganancias empresarias. El movimiento contrario, la ‘desinflación’, perjudicaría al Tesoro del Estado y de las compañías, porque los ajustes de salarios se verían beneficiados por aumentos inferiores subsiguientes de los precios. El gobierno y el conjunto del régimen político se encuentran acorralados por las contradicciones capitalistas. El ‘modelo’ del ‘aguante’ agota sus recursos y prepara las condiciones para un “shock”. Es a lo que se refieren varios candidatos de ambos lados de la ‘grieta’ cuando plantean la urgencia de ‘reordenar’ la economía.
El propósito de poner un tope a los precios de diversos cortes de carne va camino del mismo fracaso que con el que se justificaron los ‘controles’, los ‘precios cuidados’ y ahora los ‘precios justos’. La inflación no se produce en el mostrador de la carnicería sino en el proceso de producción y distribución. Mientras los grandes frigoríficos han apoyado el tope de precios a la carne, los ruralistas lo critican. Es que los primeros tienen asegurado el beneficio de la exportación de los mejores cortes, y son dueños o están asociados a los ‘feedlots’, que engordan a los animales a mayor velocidad que la invernada a campo en base a maíz y soja. Es precisamente al sector de la alimentación en corral que el gobierno le ha ofrecido muy generosos subsidios - lo cual equivale a un “dólar-corral”. Como se ha demostrado con los servicios de gas y electricidad, los subsidios son un método defectuoso para reducir el ritmo de la inflación, esto porque, al fin de cuentas, el Estado no contra las cuentas del capital privado.
Bien mirado, el “modelo macroeconómico” del neoliberal que le sopla la política económica a Massa, es un edificio gigantesco de subsidios a las patronales, o sea al capital. Lo subsidia con tasas de interés excepcionales para que compre deuda pública y también le asegura una salida del mercado. Subsidia esa deuda pública mediante compras de Anses y los bancos públicos, en especial el Central. El endeudamiento de éste con los bancos alcanzó la cifra de 20 billones de pesos, equivalentes a cien mil millones de dólares, al tipo oficial. Paga por ellas una tasa de retorno del 110% al año. Ese endeudamiento se suma a la deuda general del estado, nacional y provincias, empresas pública y fideicomisos. El Banco Central acaba de detener una fuga de dinero de los fondos comunes – una suerte de bancos privados -, aumentado las tasas de interés por los depósitos que realiza en el sistema bancario. Enseguida ‘chupa’ ese dinero por medio de Leliqs – la deuda del Central con la banca privada. Ni en el Cirque du Soleil se hace tanto malabarismo.
El derrumbe final de este castillo de naipes se encuentra condicionado en parte, sólo en parte, por factores internacionales. Es que podría precipitar corridas en “el exterior cercano”, como Chile, Ecuador, Perú y Brasil. Pero incluso los tutores de la estabilidad política de Argentina tienen sus límites – en una economía mundial en inflación, crisis de deudas públicas y privadas y una guerra internacional ‘a finish’.
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