Los agrotóxicos y la salud pública, una cuestión de clase

Escriben Brian Murphy y Patricia Urones

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En el último trimestre se han conocido resultados de importantes investigaciones sobre la incidencia de los pesticidas utilizados en la actividad agrícola en el ambiente en su conjunto, es decir, incluyendo a los seres humanos. Estos trabajos se suman a un cúmulo de investigaciones científicas sobre la temática que ya tiene más de una década en nuestro país.

Un grupo de científicos del Laboratorio de Ecotóxicología de la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe descubrió una contaminación record por bioacumulación, sobre todo de glifosato aunque también de otros pesticidas, en los Sábalos del tramo inferior del Río Salado (1). A principios de enero salió a la luz otra investigación dirigida por una ingeniera agrónoma que daba cuenta de la presencia de Atrazina, el tercer pesticida más usado en Argentina (prohibido en numerosos países del mundo), en la leche de los tambos de Villa María, Córdoba (2). En el mismo mes, y casi sin respiro para digerir lo anterior, fueron publicados en el Journal of de National Cancer Institute, de la Universidad de Oxford, los resultados de un estudio sobre una población de trabajadores agricultores de Iowa y Carolina del Norte. El mismo asocia la presencia de biomarcadores de cáncer en la orina de los agricultores de estos estados, en contacto directo con el Glifosato (3). Este último trabajo respalda lo hallado por el Instituto de Salud Socioambiental de la UNR, que ha documentado, por medio de un extensísimo trabajo de campo, los cambios en los patrones de enfermedades y muertes en la región agrícola argentina.

Las investigaciones se producen, por un lado, en el marco de una feroz guerra entre dos grandes monopolios de agroquímicos (agrotóxicos) y semillas transgénicas como lo son Monsanto de Bayer, y Syngenta, de capitales chinos; hemos visto los coletazos de este enfrentamiento en la pelea de camarillas políticas generada alrededor del nombramiento de Aracre como asesor de Alberto Fernández. Por otro lado, nos hallamos en un período de grandes catástrofes naturales como la pandemia de Covid, aún no resuelta, y la enorme sequía que se desarrolla desde hace tres años y que ha derivado en grandes incendios e inundaciones. Un tercer evento de esta crisis ambiental es la contaminación, en la cual uno de los responsables es el método utilizado en la actividad extractiva. El otro componente aún no suficientemente abordado es la incidencia de la actividad industrial y sus formas de producción.

Una fracción de la burguesía y los partidos oficiales, que le hacen de abogado, en todo el mundo, han decidido enfrentar los hechos incontrastables de la destrucción ambiental con una política de “regulación”. Los partidos de la supuesta izquierda del régimen político se han acoplado a esta estrategia política. Veamos.

Agrotóxicos y transgénicos

La utilización de mecanismos de control de plagas animales y vegetales en los cultivos de alimentos no es nueva. Antes de la mal llamada “revolución verde”, se procuraba la utilización de métodos orgánicos o el control mecánico para evitar el crecimiento de hierbas que compitan con las plantas que se quería cosechar. El desarrollo de herbicidas avanzó con la Segunda Guerra Mundial. Generar el desabastecimiento de alimentos del enemigo, y desarrollar la productividad del propio, fue el objetivo que orientó las investigaciones en este campo por parte de los Aliados. El Agente Naranja es un herbicida, creado por Monsanto y esparcido por Estados Unidos en Vietnam, que dio inicio a la llamada “guerra química”. Hacia las décadas del 50-60, el agotamiento de los métodos tradicionales de agricultura, unido a la explosión demográfica, volvieron a dar impulso al desarrollo de herbicidas. Pero los mismos no pudieron ser utilizados en forma masiva hasta que vino la aplicación de la transgénesis a la producción de alimentos. Los herbicidas totales, tal como fueron creados, destruían todos los organismos vegetales. En la década del 80 se desarrollaron los primeros avances en esta línea produciendo plantas de cultivo comercial resistentes. Monsanto, fue la primera empresa en patentar en Estados Unidos la primera soja transgénica, resistente al glifosato. El glifosato, como todos los pesticidas de su generación, actúan a nivel molecular interfiriendo en procesos de crecimiento de las plantas. La función estratégica de las moléculas orgánicas en el metabolismo de los seres vivos, en general, no ha sido apelada por los Estados que no tardaron en aprobar en forma expedita la utilización del combo soja transgénica-glifosato, monopolizado por Monsanto, en la década del `90. Este solo hecho muestra la farsa del proyecto de asociación mundial por el cuidado del Medio Ambiente y la promoción de un desarrollo sustentable, piloteado por la ONU en Río de Janeiro en 1992.

En Argentina, la soja RR (Roundup Ready), fue aprobada por una resolución exprés del entonces Secretario de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos ,Felipe Solá, luego vice y gobernador de la Provincia de Buenos Aires de 1999 a 2007. Fue un lazo inestimable entre los intereses agroquímicos internacionales y los de la patronal agrícola exportadora nacional. A nadie se le ha ocurrido enjuiciarlo por asociación ilícita en estos tiempos, en este caso, agravada por el delito ambiental. Algunos medios se ensañaron con el Solá de Menem por aprobar la Soja RR, pero mientras en el segundo mandato de Carlos Saúl se aprobaron cinco semillas resistentes a distintos herbicidas (todos tóxicos) en los mandatos del kirchnerismo y luego del Frente de Todos se aprobaron 32 (argentina.gob). En solo cuatro años de mandato, Macri aprobó 29. El ingreso de la soja resistente al glifosato no redundó en ganancias ostentosas sino hasta pasada la crisis del 2001 e iniciado el ciclo de ascenso monumental de la economía china, principal consumidora de esta mercancía. Según estimaciones en la Argentina se esparcen 500 millones de litros/kilos de agrotóxicos por año, de los cuales el glifosato es el principal. Esto ha puesto al país en el puesto número uno a nivel mundial en consumo de plaguicidas per cápita. La utilización de estos tóxicos ya ha impactado en la salud pública. Solo por mencionar uno de los tantos trabajos hechos en el área, investigadores de la Universidad Nacional de Rosario han demostrado que los jóvenes habitantes de pueblos fumigados presentan dos veces y media más probabilidades de contraer cáncer (4). La utilización de agrotóxicos está en la mira de las causales de la explosión de la epidemia de dengue, por acabar con el mayor predador del mosquito vector de esta enfermedad, el sapo.

Semejante destrucción ambiental sólo es explicable dentro de la lógica del capital. En 2018, las cinco principales empresas productoras de pesticidas (BASF, Bayer, Corteva, FMC y Syngenta) acumularon ganancias por 4.800 millones de dólares. Brasil gastó 3.300 millones de dólares, Argentina 229 millones (bbc.com, 2020). Esta fabulosa renta ha llevado a la penetración de Monsanto en prestigiosas instituciones académicas como el Conicet, con el cual desarrolló programas de incentivo e investigación en el área de biogenética. En 2009, Andrés Carrasco, un reconocido académico de la Facultad de Medicina de la UBA fue vedado por publicar investigaciones relativas a la incidencia negativa del glifosato en embriones. Uno de los actores principales de esta censura fue el famoso funcionario K, Roberto Salvarezza, hoy presidente de Y-Tec e YPF Litio. Podemos imaginar cómo serán abordadas las críticas a la extracción del litio de ahora en más.

El ascenso fenomenal de las ventas de semillas transgénicas y plaguicidas altamente tóxicos en simultaneidad con el ascenso de la venta mundial de soja y otros, motorizada por el consumo de China, han traído otro efecto colateral: el desmonte sin precedentes de bosques nativos que en Argentina se produjo principalmente en el norte del país.

La estrategia de la burguesía… y de la izquierda

El contexto de catástrofes naturales, agudizado en la última década y, en el plano nacional, la creciente conciencia acerca de los efectos devastadores del glifosato y otros agrotóxicos, han abierto el debate acerca de cómo abordar la cuestión de la contaminación por las pulverizaciones. Algunos sectores plantean la regulación estableciendo distancias mínimas respecto de los conglomerados urbanos. Incluso el mismo INTA, ha planteado, que “la mayor proximidad entre las actividades productivas, especialmente las que involucran aplicaciones de productos fitosanitarios, y los espacios habitualmente ocupados por la población urbana, han provocado un alto nivel de conflictividad.” La afirmación reduce el problema ambiental solo a la cuestión de la “proximidad” y “uso indiscriminado” de agro-tóxicos, cuando este es solo el inicio. Los gremios patronales del rubro incluso han llegado a manifestarse a favor de la regulación, aduciendo que se trata de un problema de “buenas prácticas”, pulverizar correctamente tal como lo indican los prospectos de los químicos, algo que, según ellos, no todos los productores hacen.

En esta misma línea política se fundamentan las diferentes iniciativas de regulación de las distancias de pulverización tales como las de General Rodríguez y La Matanza entre otras recientes. En Rafaela (Santa Fe), próximamente se realizará una audiencia pública que intentará dar paso a una resolución de este tipo. En todos estos casos, la cuestión de la aplicación de agroquímicos queda reservada al tratamiento local. Pero son justamente los desarrollos de investigaciones sobre la materia los que muestran que la misma es un problema de índole nacional toda vez que tienen profundas implicancias en la salud pública. Por otro lado, ya ha sido demostrada la “movilidad a grandes distancias de los agroquímicos” y la imposibilidad de su control una vez liberados al ambiente (5). Las moléculas de los plaguicidas viajan a grandes distancias debido a que son transportadas por los vientos, las lluvias, los torrentes fluviales y la percolación en las napas. Las mismas quedan alojadas en animales que son consumidos por el ser humano por medio del proceso de bioacumulación. La contaminación con agro tóxicos en frutas y verduras ya ha sido demostrada (6). Las “buenas prácticas agrícolas” que pregona la industria agroquímica y las instituciones del Estado afines, son una fantasía imposible de cumplir en los ritmos que impone la producción capitalista, a la vez que un panfleto de propaganda patronal, carente de cualquier sustento científico. La izquierda se ha sumado. En La Matanza, el FITU impulsó el voto de la ordenanza que impone una distancia de 1.095 mts. a las aplicaciones, en conjunto con las fuerzas del PJ y el PRO. Lo conocido hasta aquí plantea la necesidad de la prohibición de los agrotóxicos, no su “distanciamiento”, una medida que, frente al avance de los reclamos ambientales, convendría a la burguesía agraria y a Syngenta para seguir lucrando. La “regulación” de la destrucción ambiental es incluso una política de la ONU, que desde hace 30 años a esta parte ha sido incapaz de “mitigar” el daño ambiental. En la COP 27, la “fracción regulacionista” del imperialismo y sus lacayos, se rindió en el altar de la guerra, bajando los objetivos de reducción de emisión de carbono con el argumento de que los esfuerzos de la guerra eran inevitables.

¿Qué hacemos?

Es necesario, que las organizaciones de trabajadores (ausentes hasta ahora en la discusión) ambientales y la academia con conciencia de la autonomía universitaria, se reúnan y discutan abiertamente la problemática ambiental en unidad con el problema del desarrollo y el progreso de la clase obrera. La burguesía es literalmente incapaz de iniciar un proceso de transición a gran escala hacia cultivos agroecológicos (ya suficientemente probados) porque esto le implica una resignación de renta y una inversión de capital que no está dispuesta a hacer, a pesar de que en los últimos años vemos un incipiente desarrollo de iniciativas de este tipo. La transición de los sistemas productivos es una cuestión política de clase, no una discusión técnica. Los niveles de contaminación en el suelo, el agua, los animales y los seres humanos son la muestra cabal del carácter reaccionario de esta clase. Los Massa, Wado, Bulrich, Larreta y compañía se encuentran jugados a una alianza estratégica con Estados Unidos para la “provisión de alimentos, energía y conocimiento” al mundo. En el marco de la guerra imperialista en proceso entre la OTAN y Rusia- China, la cuestión ambiental no es ajena, más bien todo lo contrario.

Notas:

  1. https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0048969723006344?via%3Dihub
  2. https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0048969722055978?via%3Dihub
  3. https://academic.oup.com/jnci/advance-article/doi/10.1093/jnci/djac242/6984725?login=false
  4. https://cegh.net/article/S2213-3984(23)00026-X/fulltext
  5. https://reduas.com.ar/generacion-de-derivas-de-plaguicidas/
  6. https://reduas.com.ar/impacto-en-la-salud-de-los-residuos-de-agrotoxicos-en-frutas-y-hortalizas/
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